domingo, 29 de marzo de 2020

El corte de pelo del fin del mundo

Podría haber sido peor

El Apocalipsis según se mire. Capítulo 1.

Mi peluquero solo me había rapado media cabeza cuando estalló el Apocalipsis.
            De repente me vi en el suelo a causa de la fuerza de la onda expansiva, rodeado de tijeras, peines y botes con pegotes de gomina secos alrededor de la boquilla.
            —Coño, qué susto. ¿Eh, Agustín? —le dije a mi peluquero—. Y a ver si cerramos mejor los botes de gomina. ¿Qué me estabas diciendo del partido de anoche?
            Pero Agustín, igualmente en el suelo, parecía menos preocupado por la derrota de su equipo que por el trozo de cristalera que parecía haber decidido que su gaznate era un buen sitio donde medrar.
            —Ag —dijo llanamente Agustín, haciendo gala del parco vocabulario de aquel que a todas luces se está atragantando con su propia sangre.
            —¡No te me mueras, Agustín! —exclamé. En aquel momento me pareció buena idea aligerar el peso de mi recién recobrada conciencia con un poco de melodrama barato.
            —Ag —repitió Agustín antes de exhalar su último aliento.
            Ah, qué poca dignidad hay en la muerte de un hombre con peluquín.

Las calles lucían una exuberante abundancia en materia de humo, escombros y cadáveres, y del cielo rojo llovían furiosos meteoritos en llamas que parecían determinados a acabar un trabajo postergado durante milenios. Me pareció extraño que el fin del mundo hubiera sucedido un martes, que, por regla general, siempre había sido un día bastante normal.
            —¡Eh! —dijo un niño de unos doce años, señalándome—. ¿Tú has visto la pinta que llevas?
            Entonces recordé que mi peluquero había dejado su trabajo inconcluso de manera inconvenientemente repentina.
            —Sí, estoy a medio pelar. ¿Qué pasa? —contesté desafiante. El niño estaba gordo, pero no tenía ni media hostia.
            —¡Que estás muy feo!
            —Pues anda que tú, que sangras por los ojos…
            —Ya, pero lo mío es normal. Ha llegado el Apocalipsis —dijo el niño con serenidad.
            —¿Pero cómo se le ocurre salir así a la calle, Jesús Bendito? —me preguntó una señora de mediana edad que se habría llevado un buen susto si, en vez de hacer comentarios impertinentes, hubiera dedicado unos segundos a contarse los brazos.
            —Oiga, ¿me va a decir que no tiene otra cosa de la que preocuparse? —me interesé.
            Paulatinamente, los supervivientes de la catástrofe empezaron a agolparse a mi alrededor, riendo y apuntándome con el dedo de señalar. Yo, en defensa propia, levanté mi dedo de discrepar.
            —¡Jódanse! ¡Jódanse todos!
            El fin del mundo había llegado. Y yo con esos pelos.

2 comentarios:

Elvis dijo...

A mí me gustaría que el fin del mundo me pillara presentable, pero... a sabe cómo me pilla.
Saludos.

sangreybesos dijo...

Particularmente, a mí no me importaría que me pillará con barba de dos tres días, con aspecto de tipo duro preparado para sobrevivir a un escenario postapocalíptico, lo que pasa es que pica. Un saludo y gracias por pasarse por este humilde blogarito.