lunes, 15 de diciembre de 2014

La luz al final del túnel y toda la marimorena


1. CALLE CIUDAD. EXT. NOCHE.
Está lloviendo. Un CURA anciano deambula por la calle notablemente inquieto, casi jadeante. Mira hacia todos lados, como buscando algo. Sus ojos se posan en un bar abierto. Se dirige hacia allí.

2. BAR. INT. NOCHE.
El local, de tonos ocres, está tenuemente iluminado. Hay unos pocos clientes en la barra y otros en las escasas mesas que hay junto a la pared. El cura se santigua y se queda en la puerta mirando a su alrededor, empapado. El BARMAN lo observa con curiosidad.

BARMAN: ¿Puedo hacer algo por usted, padre?
El cura duda antes de responder.
CURA: Estoy buscando a…
El cura hace una pausa. Los presentes lo miran en silencio.
CURA: ¿A… alguno de ustedes ha visto… a Dios?
Los parroquianos ríen quedamente. El cura está desconcertado.
BARMAN: Bueno, padre, lamento decirle que el Buen Señor no es precisamente uno de mis clientes habituales.
CURA (después de unos segundos): Pero… ¿no sabe dónde está? Alguien tiene que saberlo. Yo… (traga saliva) …llevo toda la vida esperando este momento y… y…(agacha la cabeza, con los ojos humedecidos).
BARMAN (amablemente): Ande, acérquese, que le sirvo algo.
Desde una mesa, dos hombres observan al cura. MANOLO, de poco más de 50 años, de cabello más bien escaso y con bigote, bebiéndose un gin-tonic, y RAMÓN, rondando los 40, rubio y bien peinado, con un botellín de cerveza en la mano.
RAMÓN (mirando al cura): Pobre mamón.
MANOLO (molesto): Eh, eh. Un respeto, que es un sacerdote, y además el pobre se acaba de llevar un palo muy gordo.
RAMÓN: Ya te digo. Toda la vida rezando a un Dios que se hace el tonto, y cuando por fin se muere…
MANOLO: Oye, Ramón, me da igual que seas ateo, pero me toca mucho los cojones que hables así de Nuestro Señor.
RAMÓN: Agnóstico. Soy agnóstico.
MANOLO: Sí, bueno, lo que sea.
RAMÓN: No. Lo que sea, no. Que yo no digo que no haya Dios, ojo. Lo único que digo es que, si existe, cuánto le cuesta ser sociable, cojones.
MANOLO: Ya empezamos. Mira, Ramón, tú no tienes ni idea de cómo es Dios.
RAMÓN: ¿Y tú? Oye, Manolo, ¿cuánto tiempo llevas muerto?
MANOLO: Yo qué sé. Lo mismo cuatro años, o cinco. El tiempo es relativo, ¿no dicen eso? Sobre todo aquí. Aquí el tiempo es relativo que te cagas (da un trago a su gin-tonic).
RAMÓN: ¿Y tú has visto al Creador alguna vez en todos estos años? ¿O conoces a alguien que lo haya visto?
MANOLO: Ya sabes que no. Pero eso no quiere decir que no se encuentre en alguna parte.
RAMÓN: ¿Dónde? ¿En su residencia de la costa?
MANOLO: Mira, Ramón. Estamos muertos, ¿verdad? A mí me pegaron un tiro. Y tú… tú saltaste por el balcón de un décimo piso. Lo recuerdas, ¿verdad?
RAMÓN: Cómo olvidarlo. Mi psicoanalista lo menciona cada día. “A ver, Ramón, ¿usted por qué se quitó la vida? Si la vida era bella”. Hay que joderse.
MANOLO: ¿Estás yendo al psicoanalista?
RAMÓN: Sí, sí. Empecé a ir hace dos semanas o tres, no sé. A uno especializado en suicidas.
MANOLO (no sale de su asombro): ¿Y… y de qué te sirve ahora?
RAMÓN: Bueno, en algo tendré que entretenerme. La muerte es muy larga.
MANOLO: Volviendo al tema… ¿Qué te estaba contando?
RAMÓN: A ti te habían pegado un tiro, yo había saltado por el balcón…
MANOLO: Ah, ya. Total, que nos hemos muerto y aquí estamos. ¿Entiendes lo que te quiero decir?
RAMÓN: ¿Que esto es el Cielo? ¿A eso te refieres?
MANOLO: ¿Qué si no?
RAMÓN: ¿Cómo que qué si no? Oye, ¿sabes dónde desperté después de matarme y de la luz al final del túnel y toda la marimorena? En una cuneta. Y allí no apareció para recibirme ni San Pedro Bendito ni la madre que lo parió.
MANOLO: ¿Y qué esperabas? Te quitaste la vida. Rechazaste el regalo más preciado del Señor. A Él le sientan mal esas cosas, hombre.
RAMÓN: Precisamente. Me suicidé, así qué, ¿no debería estar en el Infierno? ¿O es que el Creador ha modificado su código penal y no nos hemos enterado?
MANOLO: ¿A ti esto te parece el Infierno?
RAMÓN: ¿Y a ti el Cielo?
MANOLO: Bueno, no puedo decir que me lo imaginara así, pero...
Un borracho acodado en la barra se desliza y cae al suelo.
RAMÓN (mirando hacia el borracho): Hala, a dormir junto a los leones y las gacelas.
MANOLO: Entonces, según tú, ¿dónde estamos? ¿En el Purgatorio?
RAMÓN: Podría ser. ¿O es que no has entrado al lavabo de este antro? 
MANOLO: Mira, no me calientes el tarro. Lo único que sé es que aquí nadie sabe nada. Dejémoslo estar.
RAMÓN: Oye, ¿tú no eras detective?
MANOLO (enfatizando): Inspector de policía. Detective… No hay detectives en la policía. ¿Tú en qué mundo vives?
RAMÓN: Eso mismo es lo que me gustaría saber. ¿Nunca has intentado…?
MANOLO: ¿Seguirle la pista al Señor? Sí, claro que estuve investigando cuando llegué aquí, pero… (niega con la cabeza)
RAMÓN: Ya. Tus pesquisas te llevaron a un callejón sin salida. ¿No es eso lo que decís vosotros?
MANOLO: Yo no he dicho eso en mi puta vida. Oye, tú estás muy mal, ¿eh?
RAMÓN: Así que ni rastro de Dios.
MANOLO: Ni de Dios, ni del Espíritu Santo, ni de San Pedro Bendito.
RAMÓN: Y, a pesar de su reticencia a dejarse mostrar, sigues creyendo en Él porque…
MANOLO: Porque tengo fe. ¿Nunca te han explicado qué es la fe? La fe es… creer en algo, pero de verdad, ¿me entiendes? Sin medias tintas. Creer en algo a saco.
RAMÓN: Ajá. ¿Eso es lo que le vas a decir si te encuentras con Él alguna vez? (Golpeándose el pecho con el puño cerrado) “Señor, creo en ti a saco”.
MANOLO: Si alguna vez lo veo… no sé, le daría las gracias por darme la vida, supongo. Ya sé que tú no lo harías, porque crees que la que te dio a ti era una mierda, pero…
RAMÓN: Y la vida después de la muerte también es una mierda. ¿Sabes qué me gustaría? Me gustaría que alguien me invocara en una sesión de espiritismo, y que me preguntara por el Más Allá. Me encantaría eso. “Ramón, ¿puedes decirnos cómo es el Más Allá?”. ¿Sabes qué le contestaría? “¿El Más Allá? El Más Allá es una puta mierda, hombre”. Qué asco, joder. Si pudiera matarme otra vez, lo haría.
MANOLO: ¿Te estás escuchando? No puedes morir otra vez. El alma es inmortal.
RAMÓN: Inmortal, sí. Inmortal e intangible, dicen. Pues a mí me ha salido un forúnculo. Un forúnculo en el alma, hay que joderse. Y al segundo o tercer día de llegar pisé una piedra y me torcí el tobillo. Estuve una semana cojeando. Así que intangible, los cojones. Seguro que al final ni es inmortal ni nada.
MANOLO: Oye, aquí no te sirve de nada pensar de una manera lógica y racional. Los caminos de Dios es lo que tienen. Que son inescrutables.
RAMÓN: ¿Conoces a alguien que haya muerto estando aquí?
MANOLO: No. No de viejo, ni de enfermedad, ni por accidente, ni nada de eso. ¿Adónde quieres ir a parar?
RAMÓN: Escucha, ¿y si tu Dios se encontrara en el siguiente nivel?
MANOLO: ¿Pero tú qué te has creído que es la otra vida? ¿Un puto videojuego?
RAMÓN: Oye, no voy a quedarme aquí el resto de la eternidad sin hacer nada. Estoy muerto, y exijo una explicación (decidido). Voy a matarme otra vez, hombre.
MANOLO: Mira que dices gilipolleces cuando estás borracho.
RAMÓN: No estoy borracho. ¿Guardas tu vieja pistola?
MANOLO: Claro, siempre la llevo encima. Pero, oye, ¿por qué no te olvidas de la pistola y pruebas a ahorcarte? Si después de unos minutos vemos que no pasa nada, te descuelgo y apenas te quedarán marcas.
RAMÓN: ¿Sabes cómo he deseado morir siempre, que no lo puede hacer la primera vez? Aplastado por un piano. Aunque soy consciente de la dificultad de todo el embolado. Tendríamos que enterarnos de alguien que se mudara y que tuviera un piano, y que lo metiera por la ventana de su piso con una polea.
MANOLO: ¿Qué me has dicho, que no estás borracho, o que sí?
RAMÓN: Oye, ¿por qué no lo intentamos? Anda, pégame un tiro.
MANOLO: ¿Ahora?
RAMÓN: Sí, ¿qué pasa? ¿No estás de humor?
MANOLO: Oye, oye, a mí no me metas. Si quieres matarte, ya eres mayorcito, pero apáñatelas tú solo.
RAMÓN: (alarga la mano hacia Manolo): Anda, dame la pistola.
MANOLO: Ramón, esto es absurdo.
RAMÓN: Que sí, hombre, que sí. Dame la pistola.
Manolo suspira. Saca la pistola y se la pasa a Ramón, que quita el seguro y se la pone en la sien.
BARMAN (a Ramón): ¡Oiga! ¿Qué coño está haciendo?
RAMÓN: Tranquilo, Bartolo. Es solo un experimento; será un momentito.
BARMAN: ¿Y después quién lo va a limpiar? ¿Tu amigo?
Ramón mira a Manolo.
MANOLO: A mí no me mires, que mañana quiero levantarme temprano para ir a misa.

3. CALLEJÓN. EXT. NOCHE.
Ha dejado de llover. Ramón tiene la pistola en la sien y los ojos fuertemente cerrados. Traga saliva. Manolo se encuentra a cinco metros frente a él.
MANOLO (un tanto nervioso): Apunta al pecho, mejor.
RAMÓN (abriendo un ojo): ¿Eh?
MANOLO: Imagínate que falla. ¿Qué te hace pensar que quiero cuidar de un puto tío inmortal con media cabeza el resto de la eternidad?
RAMÓN: Ah (coge la pistola con las dos manos y se apunta al centro del pecho).
MANOLO (impaciente): Un poco más a la izquierda, joder.
RAMÓN: Oye, ¿qué quieres? Es solo la segunda vez que me suicido. Y la primera no precisaba tanta técnica.
MANOLO: ¿Quieres acertar en el corazón, o no?
RAMÓN: Manolo, hazlo tú.
MANOLO: ¿Qué? Ni hablar.
RAMÓN: Venga, Manolo, tú sabes cómo va esto.
MANOLO: ¿El qué? ¿Lo de pegarle un tiro en el pecho a un amigo? Pues no.
RAMÓN: Siempre hay una primera vez para todo.
MANOLO: No me hagas esto, Ramón.
RAMÓN: Lo que pasa es que no tienes huevos.
MANOLO (levantando el dedo): No me calientes, Ramón, no me calientes.
RAMÓN: Cagón.
MANOLO: ¡Oye, que no tengo dieciséis años!
RAMÓN (ofreciendo la pistola a Manolo): Venga, Manolo. Hazme ese favor. Será lo último que te pida.
MANOLO: Ni siquiera eso me puedes asegurar.
Ramón mira a Manolo con ojos suplicantes y con la pistola tendida. Manolo suspira y coge la pistola a disgusto. Apunta a Ramón, que cierra los ojos y alza la cabeza.
MANOLO: Ramón… (Ramón  vuelve a abrir un ojo). Que… que para ser un hereje que sólo merece la hoguera, no eres mal tipo.
RAMÓN (conmovido): Gracias, Manolo. Tú tampoco (vuelve a cerrar los ojos con fuerza, temblando).
Manolo aprieta los labios y dispara. Ramón se desploma. Manolo baja lentamente la pistola, horrorizado. Ramón está agonizando.
MANOLO (corriendo hacia Ramón): ¡Ramón! ¡Ramón! (se arrodilla junto a Ramón). Ramón, dime algo. ¿Cómo estás?
RAMÓN (sin resuello): Ahí andamos (tose).
MANOLO: ¿Qué sientes? ¿Ves algo?
RAMÓN: Hay… hay una luz al final de un túnel.
MANOLO: Coño, ¿otra vez?
RAMÓN: Me huele a mí que esto va a ser otra mierda (gime).
MANOLO: ¡Ramón! ¡ Ramón! (Ramón muere). Ramón…

4. CAMPO ABIERTO. EXT. DÍA.
Ramón despierta como de un sueño, apoyado contra el tronco de un árbol. El día es radiante; el silencio, absoluto. Cierra los ojos e inspira profundamente, con una leve sonrisa en los labios. Parece en paz consigo mismo. Entonces, recibe una pedrada en la frente.
RAMÓN (llevándose las manos a la frente): Pero… ¡¡Coño!!
Abre los ojos y ve a escasos metros de distancia a un NIÑO de unos 10 años con pantalón corto parado frente a él.
RAMÓN: ¡Niño! ¡En tu puta madre me cago!
NIÑO (a todas luces escasamente arrepentido): Perdone. No sabía si estaba…
RAMÓN (levantándose): Ya, ya. Joder. Oye, niño, ¿tú sabes dónde estamos?
NIÑO: En… ¿el campo?
RAMÓN: Cojonudo.
Manolo aparece detrás de Ramón, un tanto soliviantado.
MANOLO: ¡Ramón!
RAMÓN (se lleva un susto de muerte): ¡Hostia! (ve a Manolo). ¡Manolo! ¿Qué coño haces tú aquí?
MANOLO: No sé, me entró pánico y, bueno, me… me volé la cabeza.
RAMÓN (molesto): Ah, conque la cabeza. Tu sí, ¿no? Yo no puedo volarme la cabeza, pero tú sí. Yo tengo que recibir un disparo en el pecho. ¿Tú sabes el mal rato que he pasado, lo que duele eso, cojones?
MANOLO: Hombre, ya que he visto que funcionaba, he ido a lo seguro.
RAMÓN: A lo seguro, a lo seguro… ¡Contento me tienes!
MANOLO: Bueno, ¿dónde estamos?
RAMÓN: Y yo qué sé (al niño): Chaval, ¿Dios está por aquí?
NIÑO: ¿Quién?
RAMÓN: Dios. Uno así con barbas.
El niño encoge los hombros.
MANOLO: Pero, hombre, dale más datos.
RAMÓN (no muy convencido): Así, con una túnica blanca… que siempre va en sandalias… vamos, digo yo…
NIÑO: No me suena. Vivo en un pueblo pequeño, y allí se conoce todo el mundo.
RAMÓN (para sí): Anda que estamos aviados.
MANOLO: ¿Y ahora qué hacemos?
RAMÓN: ¿Tienes la pistola?
MANOLO: Pero, hombre, ¿otra vez?
RAMÓN (suspira): Niño, ¿queda muy lejos tu pueblo?
NIÑO: Que va. Aquí al lado.
RAMÓN (a Manolo): Vamos a tomar algo y luego ya veremos. (Al niño) ¿Nos llevas allí?
El niño asiente y echa andar. Manolo y  Ramón lo siguen.
RAMÓN (mientras se alejan): Así que un tiro en la cabeza. ¿Sentiste algo?
MANOLO: No, que va. Fue algo instantáneo.
RAMÓN: Serás cabrón.

lunes, 8 de diciembre de 2014

Un post del blog gastronómico de Clodomiro Morcillo


Transcripción del discurso de aceptación del Premio Miguelín al Mejor Chef de 2014

Quién me iba a decir a mí hace treinta años, cuando achicharré mi primer huevo frito, que un día iba a estar encima de esta tarima aceptando el Premio Miguelín al Mejor Chef del Año delante de todos ustedes. Se lo comenté a mí mujer esta mañana mientras rascaba los restos de un boñigo seco de las suelas de mis zapatos de bonito: “Quién me lo iba a decir, ¿eh, Maru?” “¿Quién te iba a decir qué? Esta cinta de correr de segunda mano hace tanto ruido que no me entero de un pimiento. A ver si para Reyes me compras una nueva, que no sueltas un duro así te maten, mala puñalá te den”.
La tarea de un chef no es fácil, amigos, y el que diga lo contario, o bien miente, o bien tiene una opinión diferente a la mía. Un amigo mío, artificiero de profesión, me dijo un día: “Hombre, no te quito méritos, pero tendrás que reconocer que tu trabajo se sobrelleva mejor que el mío. Vale que un comensal te puede amargar el día criticando la textura de tu crujiente de almendras, pero tú al menos no te levantas todos los lunes sin saber si vas a volar en pedazos antes de la hora del aperitivo”.  Craso error, y así se lo hice notar a mi amigo. Porque cabe recordar aquí y ahora que yo, Clodomiro Morcillo, he elevado la tarea de cocinero a la categoría de profesión de riesgo. No olviden que aún ostento el Record de Restaurantes Calcinados de la Civilización Occidental –porque a nivel global todavía anda por ahí cierto chef hindú que ha reducido a cenizas más casas de comidas que yo, Shiva se cague en su casta. Este título ha servido a algunos de mis críticos para cebarse con mis revolucionarios métodos culinarios. Al igual que todos los innovadores de este planeta, he sufrido el acoso de “creadores de opinión” con mentes estrechas y conservadoras, y no solo porque algunos de ellos han salido de mis locales envueltos en llamas antes del postre, hecho que, según los expertos, no contribuye a una correcta digestión. ¿Acaso dije alguna vez que cocinar con plutonio líquido estuviera exento de riesgos? Jamás, pero eso no fue óbice, ¿se dice así?, para que algunos me pusieran a parir. Escuchen, escuchen la crítica que cierto cronista de medio pelo me hizo una vez en su periodicucho: “Anoche estuve cenando en el nuevo restaurante del Chef Morcillo, Le Petit Hiroshima, que ha suscitado una gran atención mediática gracias a su novedosa técnica del plutonio líquido. Nada que objetar respecto al menú –una sugestiva combinación de platos de inspiración oriental-, pero esta mañana me he levantado con una oreja menos”. A mí las personas con una sola oreja siempre me han parecido muy cómicas, pero el asunto no se prestaba a bromas. ¿Me estaba acusando de algo aquel botarate? Afortunadamente, el cabreo ante tamaña insinuación se me pasó en seguida y me invadió un sentimiento parecido a la compasión; tengo entendido que aquellos que pierden una oreja se vuelven muy envidiosos de repente. Circunstancia que, curiosamente, también se da en las personas que pierden la nariz. Pero bueno, yo llevo cejas postizas desde el incendio de mi primer restaurante hace más de veinte años y no siento envidia de aquellos que todavía se las pueden recortar, aunque cada uno es como es.
En fin, no me gustaría dejar pasar la oportunidad de dedicar este premio a la memoria de mi maestro, el gran chef Herminio Nomeolvides, un hombre por el que sentía un gran respeto, aunque una vez le partí seis piezas dentales y el labio inferior con un pavo congelado. Y es que Herminio era un gran profesional, pero como mentor a veces podía resultar un tanto cargante. Todavía me duele recordar cómo se vio envuelto en aquel feo asunto de la Mafia del Arroz con Costra, la llamada Costra Nostra. Seguro que lo recuerdan; Herminio presumía de hacer el mejor arroz con costra de Europa, África del Norte y la Cuenca Amazónica. Una vez le pregunté si lo de la Cuenca Amazónica iba en serio, y me contestó, “¿Tú te vas a desplazar hasta allí para comprobarlo? ¿No? Entonces te callas”. Así se la gastaba Herminio. Lo cierto es que su plato era tan bueno que una renombrada revista del corazón le ofreció una suculenta suma de dinero por publicar la receta en su suplemento culinario. La oferta llegó a oídos de la Costra Nostra, que, temerosa de que sus secretos gastronómicos quedaran al descubierto, amenazó a Herminio con secuestrar a su proveedor de costra. Recuerden que en aquellos tiempos –les hablo de hace treinta años- no resultaba tan sencillo como hoy encontrar costra de calidad. Había que patear muchas leguas para dar con una costra siquiera digna, y algunos proveedores sin escrúpulos no vacilaban en vender mercancía adulterada, que daban al arroz una textura totalmente inadecuada y resultaba imposible de maridar con un buen vino blanco. Finalmente, Herminio cedió a las presiones y devolvió el cheque a la revista, para disgusto de su esposa, que tenía previsto reformar el cuarto de baño y comprarse una piscina hinchable.        
           Para terminar, me gustaría dar la gracias al jurado del Premio Miguelín y recordarles a todos ustedes que este galardón coincide con la apertura de mi vigésimo séptimo restaurante, Le Cordon du Police. Visítenos ya. No, en serio. Mañana podría estar hecho una ruina.

domingo, 23 de noviembre de 2014

El Sr. X, el café y las serpientes

Para el señor Fulano Equis, el subconsciente es un pretendiente no deseado, en exceso baboso y con los dientes ligeramente torcidos, aunque demasiado tímido como para confesar abiertamente su deseo de apagar cigarrillos en sus nalgas. De todos los elementos que conformaban la estructura general de su existencia, por lo demás tan pulcra y bien apuntalada, el subconsciente ocupa el rincón más húmedo y polvoriento de la estancia y, a ojos de su propietario, resulta tan inadecuado como un microondas en una mansión victoriana o un bote de propinas en un local de alterne. Cierta vez, durante una acalorada discusión acerca del presupuesto del nuevo ascensor, el psicoanalista que vive en el 5º C le dijo al Sr. X que el subconsciente era un ingrediente esencial para una vida mental sana, y este le preguntó si no estaba cansado de retirar los muebles para analizar la composición del polvo. La descripción “mamporrero psíquico” también salió a relucir durante la conversación, y no solo hubo que convocar una segunda asamblea para discutir el presupuesto del nuevo ascensor, sino que el Sr. X y su vecino el psicoanalista jamás volvieron a prestarse tomates para el sofrito ni a devolverse las cartas cuando el cartero se equivocaba de buzón. Sin embargo, muy de higos a brevas y siempre cuando el Sr. X se deja acunar a regañadientes en los no siempre firmes brazos de Morfeo, su subconsciente ensaya discretos intentos de reconciliación, que son rechazados tajantemente por el objeto de su deseo con frío desdén y dos tazas de café mañanero. Uno de aquellos desdichados intentos tuvo el siguiente desarrollo: El Sr. X soñó que dejaba su bien encapsulado puesto de auxiliar administrativo y decidía abrir un local de restauración llamado Café con Serpientes. La Sra. X protesta enérgicamente y dice que ella preferiría abrir otro que se llamara “Showarmaggedón. The Ultimate Showarma Experience”, porque en el sueño del Sr. X su mujer estaba logrando unos progresos en su cursillo de inglés para mayores altamente improbables en su vida de vigilia. El Sr. X, impertérrito, se empecina en su proyecto empresarial, que consiste en una cafetería decorada con jaulas de serpientes, algunas venenosas, otras no; algunas jaulas bien cerradas, otras abiertas o rotas. “Imagínense a un cliente que entra a tomar un café y no sabe a ciencia cierta si va a salir de allí con vida”, expone el Sr. X en una reunión de potenciales inversores que resulta ser un éxito; un magnate de la industria del café sugiere abrir una franquicia, el propietario de un zoológico accede a rebajar el precio de algunas serpientes que le sobran. La inauguración resulta un clamoroso triunfo, con cientos de clientes haciendo cola para tomarse un capuchino mientras se juegan el pellejo. Una reportera de la televisión local entrevista al Sr. X en el exterior de la cafetería. “Deben gustarle mucho las serpientes”, dice la entrevistadora. “La verdad es que las serpientes nunca me han interesado demasiado”, contesta el Sr. X, “pero me gusta el café”. La reportera se da cuenta de que ha quedado como una imbécil y decide repetir la entrevista. En ese momento, el misericordioso despertador del Sr. X le lanza una liana a la que agarrarse. Dos minutos después, Café con Serpientes ha desparecido totalmente cañería abajo, acompañado de una generosa ración de legañas.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Un post del blog de moda de Regina Wilkinson (escrito por su primo Paco Pepe)

 Entrevista a Arnoldo Pértigas, modisto. Y muy famoso, por lo visto.

Yo no sé ustedes, pero yo veo a esta bajar por la calle y me cambio de acera.

Buenas, soy Francisco José Pedernales Wilkinson, pero todos en el pueblo me conocen como Paco Pepe el inglés, porque mi bisabuelo por parte de madre era de Ósfor, que no sé cómo se dice bien. Yo siempre he dicho Ósfor. Mi bisabuelo también pasó una temporada en Quémbrich, donde estudió anatomía forense, y después se vino de vacaciones a España y conoció a mi bisabuela y la dejó preñada y se quedó aquí sembrando papas y criando gallinas. Y bueno, no he venido aquí para contaros la historia de mi familia. Mi prima Regina no ha podido escribir el artículo de hoy porque, como dice ella, se encuentra indispuesta, así que me ha mandado una hoja con preguntas, un radiocasete pequeñito para grabar y un billete de autobús para la ciudad y me ha encargado el recado de entrevistar al diseñador de moda Arnoldo Pértigas. A la paz de Dios.

Buenas tarde, señor Pértigas. Mi prima Regina me manda decir que la excuse, que le ha sido imposible venir porque se encuentra indispuesta.
Sí, sí, estoy enterado. Nada grave, espero.

No, nada. Se está cagando viva.
Oh. ¿Gastroenteritis?

¿Se dice así ahora? Yo siempre le he dicho “cagalera”. Bueno, cuando voy al médico no le digo “Doctor, tengo una cagalera que me estoy yendo por la pata abajo”. Eso se lo digo a usted, en confianza. Al médico le digo que tengo el vientre suelto, y él ya me entiende. Le deja a uno el cuerpo hecho una porquería, ¿que no? Bueno, qué le voy a contar yo a usted, con lo canijo que está.
Eh, ejem, ¿pasamos a la entrevista?

Claro, claro, perdone. Que si no, nos vamos a pasar todo el día hablando de la cagalera de la Regina, y después la gente lee esto en el interné y le pregunta “¿Se te ha pasado ya la cagalera, Regina?” y le deja dibujado unos muñequitos de mojones… ¿Los ha visto usted? Unos muñequitos así que son mojones chiquititos con ojos. La gente es muy cabrona.
Eh, ¿lleva las preguntas preparadas? Su prima me dijo que se las había enviado.

Sí, sí, me las apuntó en un papel, pero, ¿sabe lo que pasa? Que no sé dónde lo he dejado. Yo para mí que había echado la hoja en el petate, pero por lo visto me la dejaría encima de la mesita de noche o no sé dónde, así que he escrito yo unas preguntas en el autobús de camino para acá.
Vaya por Dios.

Le van a gustar, ya verá. Se me ha ocurrido hacer la entrevista desde el punto de vista de uno que no entiende mucho de moda.
Veo que tiene su propio y original estilo periodístico.

Sí, será, pero lo verdad es que no tengo mucha idea de moda, aunque podrá comprobar que hoy me he puesto mis mejores pantalones de pana para verle a usted.
Bueno, no es que el beige descolorido por el sol sea el tono estrella este año, pero...

El dobladillo de la pernera izquierda está un poco descosido porque un gorrino me ha mordido el pie justo antes de salir y mi Jacinta no ha podido cosérmelo porque se iba el autobús.
Natural.

Anda, que lo contenta que debe de estar su madre... Críe usted hijas para esto. ¡Que lo vas enseñando todo, zagala!

Bueno, pasemos sin más dilación a la entrevista, ¿se dice así, dilación? Porque, si usted quiere, pasamos con más dilación. ¿No?
Creo que ya nos hemos dilatado bastante.

Sí, jajaja, qué finos son ustedes, los que llevan coleta. Oiga, qué colonia tan fuerte lleva usted, ¿no?
¿Le gusta? Es mi nueva fragancia, “Eau de Fleur Pour Homme”.

Espere que la apunte, que le se la voy a comprar a mi padre por Navidad. O-de-flé…
Eh, ¿sabe usted francés?

¿Y a usted qué le importa? ¿Acaso le he preguntado yo por sus estudios?
No, verá… El nombre de la fragancia está en francés.

Hostia. Y eso, ¿por qué?
Pues porque… Mire, es muy largo de explicar. Cosas de diseñadores, ¿entiende?

Bueno, pero si voy a Segismunda la droguera y le digo, “Segis, un tarro de Odeflé Pulgón”, ella me entiende, ¿no?
No es “Pulgón”, es… Mire, ya le regalo yo un bote, ¿de acuerdo?

No es para mí, es para mi padre. Yo no estilo mucho eso de los perfumes. Bueno, de vez en cuando me refriego un nabo por el cuerpo, y voy echando una tufarada a puchero que da gloria olerme. Pero no todos los días, se vaya usted a creer; solo lo hago para alguna ocasión importante, como la boda de un hermano o…
¿Quiere empezar de una vez con la entrevista, por el amor de Dios?

¡Jajajaja!
¿Qué le pasa ahora?

Que cuando digo “nabo”, me refiero a un nabo de la huerta, no al que usted está pensando. ¡Que yo no soy como ustedes, los que llevan coleta!
¡¿Qué está usted insinuando?!

Porque sabrá lo que es un nabo, ¿verdad?
¡¡Cómo no voy a saber lo que es un nabo!!

Hombre, lo mismo que yo no sé francés, pues digo, “A lo mejor este no sabe lo que es un nabo”. Como su mundo y el mío son tan diferentes…
Mire, amigo, le voy a ser sincero. Me pone usted enfermo.

Bueno, bueno, no se irrite, que ya empiezo con la entrevista. Primera pregunta: Eeeeeh… Vaya por Dios. Es que, como he escrito la entrevista en el autobús, ¿se lo he dicho? pues con tantos baches no entiendo mi letra. ¿Puede usted ayudarme?
Hay que joderse. A ver, traiga acá… Vaya letra fea que tiene usted, caramba. ¿Qué pone aquí? Ma… ¿Maricón? ¡¿Pone maricón?!

Sí, bueno, era parte de una pregunta que ya no me hace falta hacerle.
¡¿Pero qué cojones se ha creído?! ¡Eso es lo que me revienta de ustedes, la gente normal! ¡Se creen que porque diseño moda pierdo aceite! ¡Están cegados por sus estúpidos prejuicios! ¡Ceporro!

¡Eh, que usted no es el más indicado para hablar de los prejuicios de los demás! ¡Que, solo por ser de pueblo, ya me ha tomado usted por un ceporro!
¡Es que es usted un ceporro!

¡Y usted un maricón!
¡Ceporro!

¡Maricón!
¡Ceporro!


Buen, pues esta es la entrevista que le he hecho a Arnoldo Pértigas; espero que os haya gustado a vosotros y a mi prima Regina, que si quiere puede cambiar un par de cosas, como lo de que está con cagalera, y decir que la ha hecho ella. Y total, que esta mi primera experiencia como periodista ha sido muy satisfactoria y me ha resultado muy grato conocer al gran diseñador Arnoldo Pértigas, al que desde aquí mando un saludo si está leyendo esto. ¡Maricón!

lunes, 4 de agosto de 2014

Un post del blog de viajes de Nicasio Mortero

Hausenboldt, por ahí fuera de España.

09:21, hora local. Llego al aeropuerto muerto de sueño y con los huevos congelados. Después de recoger la maleta busco instintivamente el McDonald´s, pero resulta que no lo abren hasta las diez. Tengo demasiado apetito como para esperar, así que tomo nota mental de poner una hoja de reclamaciones a la vuelta y me dirijo a la cafetería del aeropuerto. El camarero me saluda en inglés. Me pregunto por qué todo el mundo me habla en inglés cuando estoy de viaje en un sitio extranjero. ¿Parezco acaso un puto guiri? Aunque chapurreo algo de inglés, es algo temprano para calentarme el tarro, así que le señalo al camarero la máquina de café y le pido un bocadillo de zurrapa, porque no sé quién me dijo una vez que zurrapa se pronunciaba igual en todos los idiomas menos en chino. Hago el gesto de comer y lo acompaño de las palabras “Ñam ñam”, por si no le ha quedado claro al pobre chaval, que tiene pinta de becario. Se le ha debido acabar la zurrapa, porque me trae unas asquerosas galletitas saladas con el café. Le pido una hoja de reclamaciones.

10:19. Salgo de aeropuerto, me meto en un taxi y le enseño al conductor un papel donde tengo apuntados el nombre y la dirección del hotel. Me cobra nueve con ochenta por un trayecto bastante corto. Trato de explicarle que no soy guiri, así que no debería sentirse obligado a intentar timarme. Incluso le enseño los pies para que vea que no llevo chanclas y calcetines blancos. El tiparraco no entra en razones y le pido una hoja de reclamaciones, que relleno sobre el capó.

10:44. Nada más llegar al hotel solicito la hoja de reclamaciones, por ir adelantando. El conserje se muestra extrañado cuando le señalo el cartel que dice lo de “tenemos hojas de reclamaciones a disposición del consumidor” (cartel que he aprendido a distinguir instintivamente, venga en el idioma que venga). Cuando cae en la cuenta de que no voy a dirigirme a él en ingles, intenta saber el motivo de mi queja moviendo los hombros hacia arriba. Finalmente se da por vencido y me da la hoja de reclamaciones. Me ha puesto a huevo el motivo de la queja: “El conserje se ha mostrado reticente a entregarme la hoja de reclamaciones”. Arranco otra hoja del libro para luego y subo a mi habitación.

11:56. Salgo del baño de la habitación con menos ganas de poner hojas de reclamaciones. Me meto otra vez en el baño; se me ha olvidado ducharme.

12:40.  Decido ir a ver con mis propios ojos la mundialmente famosa estatua de la localidad que estoy harto de ver en fotos. Es idéntica. No sé por qué me molesto siempre en visitar los monumentos locales. 

Vete tú a saber a quién coño representa la estatua esta.

13:01. Me meto en un típico restaurante de la ciudad para probar alguna roña local. Digo típico porque está decorado con madera barnizada, y si algo he aprendido en mis viajes es que no hay nada más típico en cualquier parte del mundo que un local de restauración decorado con madera barnizada. El menú viene sin fotos, así que no sé qué coño voy a pedir. Se acerca el camarero y, cuando se percata de que no soy un parroquiano habitual, establecemos el siguiente diálogo:

CAMARERO: Do yo speak english?
YO: Fuck you.

Yo solo quiero darle a entender que sí, que tengo nociones de la lengua del Bardo, pero el tío se muestra ofendidísimo. Anda y que se joda. Esto último me gustaría habérselo dicho, pero en ese momento no me sale el equivalente en inglés.

14:22. Finalmente almuerzo en un McDonald’s, donde todo el mundo es siempre muy amable conmigo y parece saber lo que quiero. De todas formas, pongo una hoja de reclamaciones por el horario de apertura de su establecimiento del aeropuerto, que esa mañana se me había olvidado.

Típico comistrajo de la localidad.

15:06. Vuelvo al hotel y me tumbo en la cama para echarme una siestecita, no sin antes poner el despertador del móvil para levantarme a las cinco; a las cinco y media tengo una visita guiada por la ciudad.

19:15. El móvil está estropeado o yo no sé poner bien el despertador. No solo me he perdido la visita guiada; el móvil, en vez de encima de la mesita de noche, donde lo dejé, está en el otro extremo de la habitación, partido por la mitad. Cojo la hoja de reclamaciones que me subí por si acaso y la relleno. Si hubiera querido que me asignaran una habitación embrujada, lo habría especificado.

19:24. Bajo a recepción para exigir que me cambien de habitación. Al poco rato un tipo nervioso que debe de ser el gerente se me acerca y mantenemos la siguiente conversación:

GERENTE: What’s the matter, sir?
YO: Fuck you.

20:40. En comisaría me requisan el pasaporte. El agente me pregunta algo en inglés y yo intento explicarme lo mejor que puedo.

22:06. Me despierto en el calabozo con un terrible dolor de cabeza. Al principio ando un tanto desorientado, pero no tardo en recordar lo ocurrido: En algún momento del interrogatorio alguien sacó un táser. Creo que fui yo, pero todavía no le tengo cogido al tranquillo al cacharro y seguramente me apliqué a mí mismo una descarga eléctrica de mil pares de cojones. Al cuarto de hora aparece un intérprete. Suspiro aliviado; por fin alguien con quien poder comunicarme.

INTÉRPRETE: Señor, mucho me temo que las autoridades locales se están planteando deportarle.
YO: Anda y que te jodan.

jueves, 31 de julio de 2014

El Presidente del Gobierno en: ¡Pues sí que es voluble el electorado, cojones!

Imaginativa reproducción de la criatura mitológica conocida como "Politicus Honradus".
-Oiga. eso es un dodo.
-No me caliente el tarro, joven.

1. INT. DESPACHO DEL PRESIDENTE DEL GOBIERNO. DÍA.
El PRESIDENTE está en su mesa leyendo el Marca del día anterior, visiblemente aburrido. Ya ha firmado todo lo que tenía que firmar, pero le da vergüenza que lo vean marcharse a casa a las cuatro y media de la tarde. La puerta se abre como una exhalación y aparece CEFERINO, jefe de su nutrido gabinete de asesores.

CEFERINO: ¡Señor Presidente!
PRESIDENTE: ¡Coño, Ceferino, qué susto me has dado!
CEFERINO: Señor Presidente, después de comer he estado un rato en el sofá viendo el canal National Geographic...
PRESIDENTE: Ah, menos mal. Qué injusto he sido al pensar que estabas tocándote los huevos.
CEFERINO: ...y he visto que el índice de popularidad de Ronald Reagan creció ostensiblemente después de su intento de asesinato en mil novecientos ochenta y uno.
PRESIDENTE: Bueno, no sería solo por eso. Seguro que también se debía a su política visionaria, tan parecida a la mía...
CEFERINO: Eso yo no los sé. El caso es que el día después de que le calzaran una bala la gente lo quería un montón.
PRESIDENTE: ¿A dónde quieres llegar, Ceferino?
CEFERINO: Que digo yo que si no había pensado en dejarse disparar. Haría mucho por su imagen.
PRESIDENTE: Sobre todo si me dan en la jeta, no te jode.
CEFERINO: No, hombre, pero cómo se le ocurre. Le diremos al terrorista que apunte a otro sitio que no salga en los carteles de propaganda. La estética tiene una influencia decisiva en la intención de voto; una reciente encuesta ha demostrado que el ciudadano medio jamás depositaría su confianza en un candidato con una sola oreja, aunque tenga un programa electoral de puta madre.
PRESIDENTE: ¿Has dicho “terrorista”? ¿En serio estás sugiriendo que contratemos a un terrorista? Claro, cómo no. Eso es precisamente lo que le hace falta a esta administración; otro inútil chupando del bote público.
CEFERINO: No haría falta destinar una gran partida presupuestaria. Yo creo que con un millón va que arde.
PRESIDENTE: ¡Coño, pues sí que se ha puesto caro el terrorismo! ¿Dónde han quedado los tiempos en que delataban a uno de los suyos a cambio de pagarle un chapero?
CEFERINO: No me refiero a un terrorista de los nuestros. Estaba pensado en un mercenario internacional.
PRESIDENTE: ¿Y darle trabajo a un extranjero? ¿Me estás diciendo que este país no produce criminales de calidad, Ceferino?
CEFERINO: No como el que tengo en mente. Ha sido nombrado Mejor Francotirador del Año dos veces consecutivas por El Magazine del Rifle.
PRESIDENTE: ¿Te lo estás inventando?
CEFERINO: Créame, señor Presidente; es muy bueno en lo suyo, y tiene una larga experiencia. Ha participado en tres guerras que hemos apoyado en secreto y en otras tres que hemos condenado públicamente.
PRESIDENTE: No recuerdo haber opinado sobre seis guerras durante mi mandato.
CEFERINO: Eeeeeh, bueno, no. Son las mismas. Solo pretendía engordar un poco el currículum de nuestro hombre.
PRESIDENTE: Ceferino, a mí no intentes venderme la moto, que no soy uno de mis electores.
CEFERINO: En realidad sí lo es. ¿O acaso vota usted a la oposición?
PRESIDENTE: Las guasitas te las metes por el culo. ¿Crees que no sé que algunos van diciendo por los pasillos que me equivoqué de papeleta en las últimas elecciones?
CEFERINO: Nadie del partido cree que sea cierto, señor.
PRESIDENTE: Sí, ya, los cojones.
CEFERINO: ¿Qué me dice, presidente? ¿Se lo va a pensar?
PRESIDENTE: No me presiones.  (Se pasa la mano por la cara). Tú y tus ideas… ¿De verdad crees que servirá para algo?
CEFERINO: Créame, señor; funcionará. Al votante medio le gusta más un mártir que a un tonto un picaporte.
PRESIDENTE: Joder, para lo que he quedado… Votos por pena… Apúntatelo por ahí, Ceferino; ese va a ser el eslogan de nuestra próxima campaña.
CEFERINO: Señor, según las últimas encuestas, su popularidad está cayendo en picado…
PRESIDENTE: ¡Encuestas, encuestas! ¿Quién es el cabrón que encarga esas encuestas? ¿Y a quién coño le preguntan?
CEFERINO: ¿Accede o no accede?
PRESIDENTE (derrotado): Accedo, accedo… ¿Y qué parte de mi anatomía has pensado que podría ser un buen blanco? Que no sea una pierna, por favor, que la rampa del Congreso todavía está en obras.
CEFERINO: ¿Le parece bien un hombro?
PRESIDENTE: Si puedo elegir, que sea el izquierdo. A ver si ahora voy a estar dos meses sin poder pelarme un mango.
ASESOR: ¿Lo llaman así ahora? ¿"Pelarse el mango"?
PRESIDENTE: Ceferino, Ceferino...
ASESOR: Entonces, todo arreglado.
PRESIDENTE: Ceferino, ¿crees que podemos aplazar lo del atentado hasta después de las vacaciones?
ASESOR: Eso está hecho, señor.

2. INT. DESPACHO DEL PRESIDENTE DEL GOBIERNO. DÍA
El Presidente tiene un montón de periódicos desordenados encima de la mesa. Se encuentra ojeando uno, con el rostro desencajado.

PRESIDENTE: ¡Me cago en mi puta calavera!
(Entra Ceferino, en estado de shock)
CEFERINO: ¿P-presidente?
PRESIDENTE: Ah, Ceferino, qué agradable, sorpresa. Por favor, toma asiento… ¡¡Soplapollas!!
CEFERINO: Parece que las cosas no han salido como esperábamos, señor…
PRESIDENTE: ¿Por qué lo dices? ¡¿Quizá porque, en vez de a mí, el subnormal de ese mercenario tuyo con tan buena puntería le ha pegado un tiro al líder de la oposición?! ¡¿Lo dices por eso?!
CEFERINO: Señor…
PRESIDENTE: Todos los medios de comunicación están poniendo por las nubes a ese hijoputa. ¡Incluso los que nos chupan la polla a diario lo están tratando de “lúcido hombre de estado” y de “político visionario”! ¡Mira qué adjetivos, Ceferino! ¡Los mismos que yo quería que grabaran en mi lápida! Y no te pierdas esto: el gacetillero que hoy se atreve a destacar su “gran labor al frente de la oposición” es el mismo que ayer le llamaba “corto de miras” y “patizambo”. Y mira, mira la foto que han puesto aquí a doble página… Ahí, tumbado en el suelo, tapándose el agujero con la mano… El ángulo hasta le hace parecer un puto héroe de guerra. Y yo al lado, mirándolo con una cara que… que… ¡que tengo pinta de capullo, cojones! ¡La madre que me parió!
CEFERINO: Admito que no es el mejor de los escenarios posibles…
PRESIDENTE: Es una cagada sin paliativos, Ceferino (Se pasa las manos por la cara). Bueno, ya seguiré vomitando bilis sobre ti y toda tu estirpe más tarde, que ahora tengo que ir al hospital a hacerle una visita. ¿Has avisado a los periodistas para que estén allí cuando yo llegue?

3. INT. HABITACIÓN DE HOSPITAL PÚBLICO. DÍA.
El LÍDER de la oposición está solo, tumbado en cama con el brazo izquierdo en cabestrillo. Sonríe de oreja a oreja mientras repasa uno de los periódicos que tiene amontonados encima de la cama. El Presidente entra a la habitación.

LÍDER: ¡Hombre! ¿Pero a qué viene esa cara de vinagre, si el damnificado soy yo?
PRESIDENTE: No me hables, que me has jodido pero bien. ¿Cómo te encuentras?
LÍDER: Aaah, bueno, no me quejo. ¿Has visto las noticias?
PRESIDENTE: Vete a la mierda.
LÍDER: ¿De verdad creías que te iba a salir bien?
PRESIDENTE: ¿Qué?
LÍDER: Lo de dejarte disparar.
PRESIDENTE: ¡¿De qué cojones estás hablando?! Ah, olvídalo. No estoy de humor para hacerme el sueco. ¿Cómo te has enterado?
LÍDER: Nos lo contó nuestro topo.
PRESIDENTE: ¿Cuando dices “nuestro”, a cuál te refieres? ¿Al que tenemos infiltrado en vuestra sede, o al que tenéis infiltrado en la nuestra?
LÍDER: Al que tenemos en la vuestra.
PRESIDENTE: Será mamón. Y yo que creía que lo habíamos comprado… ¿Y por qué nuestro topo no nos contó que lo sabíais?
LÍDER: Le dimos vacaciones.
PRESIDENTE: Pues ya lleva dos meses, el cabrón, que el mes pasado se las dimos nosotros.
LÍDER: Mira, cuando me ponga bien, a lo mejor tendríamos que reunirnos para regularizar todo este asunto de los topos.
PRESIDENTE: Sí, sí… Oye, ¿le hicisteis una contraoferta a nuestro francotirador, o qué?
LÍDER: Se la doblamos.
PRESIDENTE: ¡¿Le pagasteis dos millones?! ¡¿De dónde habéis sacado vosotros tanta pasta?! ¡Si sois de izquierdas!
LÍDER: Ah, no fue nada. Desviamos una partida destinada a cursos de formación y…
PRESIDENTE: Cabrones.
LÍDER: Habló el gran estratega.
PRESIDENTE: Esta vez te has salido con la tuya, pero la próxima…
LÍDER: ¿La próxima, qué? ¿Cómo vas a mejorar esto?
PRESIDENTE: Pues mira, estoy pensando en dejarme secuestrar.
LÍDER: ¿Perdona?
PRESIDENTE: No ahora; cuando toda esta mierda de tu intento de asesinato se haya olvidado un poco, naturalmente. Te lo cuento  porque, bueno, no creo que seas tan imbécil como para robarme el plan. ¿Primero te disparan y luego te secuestran? Eso no se lo va a creer nadie.
LÍDER: Bastardo.
PRESIDENTE: Ah, se siente. Ahora a lo mejor ganáis las elecciones, pero ya nos tocará otra vez luego. Pero, bueno, a ti qué te voy a contar, si ya sabes cómo va esto.