lunes, 28 de diciembre de 2009

Doscientos años hablando de nada en particular

Real de plata de 1809 con la efigie de Fernando VII de venta en eBay. 150 euros al tocotoco.

El Nacimiento de Un beso de buenas noches de mil demonios

Estimados inflapapas:
Parece mentira…
-Es que es mentira –dijo uno que estaba pidiendo a gritos ser agredido con una tostadora.
-Jean Claude, ¿de dónde ha salido ese imbécil? –pregunté a mi sagaz mayordomo, que había salido esa mañana a captar público para mi conferencia.
-Cuando lo encontré, estaba recogiendo ropa en la parroquia, milord.
-Jean Claude, ¿qué entendiste exactamente cuando te dije “Tráeme gente con altas miras intelectuales”?
-Oiga, ¿es aquí donde dan la metadona? –preguntó uno con aspecto de haber pasado la noche en una charca.
Como iba diciendo, parece mentira que Un beso de buenas noches de mil demonios haya cumplido ya la friolera de doscientos años. Fue allá en las Navidades de 1809 cuando mi antepasado Ramiro de la Sangre y Besos inició una tradición que ha pasado de tíos abuelos a sobrinos nietos, y así será hasta que el cuerpo del último Sangre y Besos sea encontrado en un maizal a cierta distancia de su aparato digestivo, tal y como predijo a principios del siglo XX Ignacio de la Sangre y Besos, apodado “el Majara”, que desde que metió un pie en el orinal dedicó el resto de su vida a intentar desarrollar la facultad de ver en la oscuridad.
El primer número de Un beso de buenas noches de mil demonios tuvo una repercusión muy limitada, más que nada porque Ramiro lo redactó a mano con lo que creyó era tinta invisible, pero que en realidad se trataba de aire. “Y yo mojando la pluma en un tintero vacío, como un imbécil”, relata Ramiro en sus Memorias, que él creía haber escrito cuando en realidad había olvidado hacerlo. “¿Has recibido mis Memorias?”, le dijo su editor en su lecho de muerte. “Te las envíe por correo”. “Lo que me has enviado es un calcetín”, contestó su editor. “Ah, ya decía yo que tenía un par cojo”. “Pues lo he tirado a la basura”. “Valiente faena”. Y así hasta que murió.
Según Ramiro, Un beso de buenas noches de mil demonios nació en respuesta a la invasión de las hordas napoleónicas, que se pasaban todos los días por su casa a las nueve de la mañana para despertarlo.
-Oiga, que somos las hordas napoleónicas, así que a ver si hace el favor de levantarse.
-Ay, no, un ratito más.
-Que estamos en plena invasión, oiga. A ver si ahora lo vamos a invadir todo menos su casa. Estaríamos buenos, hombre.
La intransigente actitud de las hordas inflamó la cólera de Ramiro, que escribió el número dos de Un beso de buenas noches de mil demonios en uno de los lados de una caja de cartón. El ejemplar en cuestión (que acabó en la chimenea esa misma noche, ya que el padre de Ramiro estaba harto de la afición de su hijo a amontonar porquerías que encontraba en la basura) constaba básicamente de una feroz arenga contra los ejércitos napoleónicos, a los que se atrevía a llamar “moñas” y “gaznápiros” a sabiendas de que la primera palabra carecía de correspondencia directa en francés y la segunda podía interpretarse fácilmente como el nombre de un ave. Temiendo represalias, Ramiro redactó a continuación un poema de su invención, titulado Volverán los oscuros gaznápiros, para alimentar la confusión (los Sangre y Besos nunca hemos sido conocidos por nuestro arrojo. En 1945, Jacinto de la Sangre y Besos trató de atentar contra la vida de Franco lanzándole un manojo de rosas, lo cual no fue tomado por el Régimen como un atentado en absoluto. De hecho, ningún Sangre y Besos ha estado jamás en la cárcel, a pesar de la loable actitud antisistema que ha motivado a nuestra familia. Tampoco hace falta decir que ningún Sangre y Besos ha pasado jamás a la posteridad, a pesar de la elogiosa mención que se hace de nuestro linaje en el número 1.563 de la voluminosa publicación semanal Idiotas de España). Ramiro completó esta segunda entrega de Un beso… con la desafortunadamente inconclusa pieza titulada “Vendo palangana en buen estado”, que, según el historiador familiar Alfonso de la Sangre y Besos (mi predecesor), de haberse finalizado podría haber supuesto un punto y aparte en la Historia de las Letras Hispánicas, teoría que le valió una bochornosa expulsión de la cafetería de la Real Academia de la Lengua, institución en la que nunca llegó a ingresar a pesar de haber publicado dos obras: “Mi mamá me mima” y la mucho más ambiciosa “Ese señor tiene un sombrero amarillo”, donde había incluido muchos adjetivos calificativos. Según un interesante estudio realizado por Alfonso con la colaboración de una maceta de geranios, “Vendo palangana en buen estado” y su también inconclusa continuación (publicada en el número 5 de Un beso…) “Vendo palangana con ligeros desconchones”, formaban parte de una proyectada trilogía completada por “Vendo palangana seriamente abollada”, proyecto del que el propio autor original no tenía ni idea.
El tercer número de Un beso de buenas noches de mil demonios fue escrito por Ramiro en varios crucigramas (pasatiempo que no fue inventado hasta 1913, varios lustros después del deceso de Ramiro; si algo tenemos en común todos los componentes de la dinastía Sangre y Besos es nuestro absoluto desprecio por la línea temporal y nuestra alarmante facilidad para dar con la suela del zapato en una boñiga fresca, aunque eso, como casi todo lo demás, no venga al caso. Se dice que, a finales del siglo XIX, Esteban de la Sangre y Besos juraba haber inventado la máquina del tiempo, y a tal efecto publicó, en su último número de Un beso… la siguiente esquela: “Esteban de la Sangre y Besos. 1853-1714”, maniobra con que confundió a sus detractores hasta que estos se lo encontraron al día siguiente comprando el pan y dos bollos de hamburguesas). El primero de los Sangre y Besos aprovechó de los crucigramas incluso las casillas negras, razón por la cual su artículo principal lleva por título “T dos l s fr nce es s n u os mamones”, palabra esta última escrita en la segunda línea horizontal, que mostraba alegremente una inmisericorde abundancia en materia de casillas blancas. El misterio que envolvía el artículo de relleno de este número, “V ndo p langana co lgu as anchas d óxi o”, resultaba indescifrable incluso para Alfonso y su maceta de geranios, cuya única aportación al equipo de trabajo, en honor a la verdad, consistió en un poco de polen.
El número 4 de Un beso de buenas noches de mil demonios disfrutó de dos ediciones: una en papel de envolver churros y otra escrita con el dedo en el vaho de una ventana. Ni que decir tiene que la edición del papel de churros tuvo una repercusión ligeramente mayor, y además causó gran impacto en mi predecesor Alfonso. “Esta edición hace gala de un diseño postmoderno un siglo adelantado a su tiempo, por lo menos”, dijo refiriéndose al particular grafismo de la edición, posteriormente identificado como manchurrones de aceite. Un incendio en la churrería acabó con la mayor parte de la tirada (que constaba de ocho ejemplares manuscritos, uno de ellos con la mano izquierda debido a una imprevista tendinitis en la muñeca), así que sólo uno ha sobrevivido hasta nuestros días, muy deteriorado por culpa de un veterinario amigo de Alfonso, que utilizó el ejemplar para manipular los excrementos de un caballo enfermo.
Al fin, Ramiro sopesó la conveniencia de publicar su panfleto en papel del normal y llevarlo a una imprenta, pero para entonces los franceses ya se habían largado de España y no le quedaba nada por lo que protestar, y así, inaugurando un sistema de trabajo que fue imitado por todos sus sucesores, se enfrentó a la página en blanco y exclamó: “Ah, a tomar por culo”. Y con el artículo titulado “Por qué los hombres decimos que si fuéramos mujeres nos haríamos lesbianas”, nació el verdadero espíritu de Un beso de buenas noches de mil demonios, que a punto estuvo de llamarse a partir de entonces “Todo lo que sé sobre nada en particular”.

martes, 1 de diciembre de 2009

¡¡Honorato Céspedes y su cuñado conquistan el mundo!! (O eso quisieran)

Eeeeh... Escandinavia. Sí, eso.

LABORATORIO (POR LLAMARLO DE ALGÚN MODO). INT. DÍA.
Una habitación semivacía con una mesa de escritorio en medio. Sentado a la mesa se encuentra ¡Honorato Céspedes, Gran Villano Internacional y Maestro del Crimen, o eso dice él! Su Laboratorio del Mal, que cabe entero encima de la mesa, consiste básicamente en un Cheminova Cero, un tarro con lápices y un taco de folios. En estos momentos, Honorato se encuentra enfrascado en la elaboración de un maquiavélico plan que le permita de una vez por todas conquistar el mundo o bien destruirlo. Son la una de la tarde y todavía no lo tiene muy claro.

HONORATO (borrando con una goma Milán una sección de su plan escrito en un folio): Valiente mierda de plan para conquistar el mundo que me está saliendo.
Entra en la habitación ¡Tomás, el cuñado de Honorato!
TOMÁS: Ya estoy aquí.
HONORATO: Coño, Tomás; te había dicho que estuvieras aquí alrededor de las nueve, y es la una.
TOMÁS (tomando asiento frete a su cuñado): No, no; tú dijiste “más o menos a las nueve”. Me diste a elegir; “más” o “menos”. Y yo elegí “más”.
HONORATO: Hombre, es que ahora vamos a tener que esperar hasta después de comer para empezar a conquistar el mundo. Qué digo después de comer, si tú no perdonas una siesta. ¿Has traído lo que te encargué?
TOMÁS: ¿El qué?
HONORATO: ¿Cómo que el qué? El colisionador de positrones.
TOMÁS: Ah, sí (se mete la mano en un bolsillo de la gabardina). Aquí tienes.
HONORATO (mira lo que le entrega Tomás): Esto es una broca del quince.
TOMÁS: ¿Y tú qué querías?
HONORATO: Un colisionador de positrones.
TOMÁS: ¿Y eso qué es?
HONORATO: Un generador nuclear que se lleva a la espalda y que dispara rayos a través de una manguera.
TOMÁS: ¿Y yo qué te he dado?
HONORATO: Una broca del quince.
TOMÁS: Ya se ha vuelto a quedar conmigo el mamón del ferretero.
HONORATO: ¿Fuiste a la ferretería a comprar un colisionador de positrones?
TOMÁS: Es que tu sobrino lo miró por Internet y me dijo que los estaban quitando del mercado y eran muy difíciles de encontrar porque si se cruzan los rayos te podías desintegrar y no sé qué más, así que me dije “Voy a preguntarle al Paco Pepe a ver si le queda alguno”, y el cabrón me dijo que sí.
HONORATO: Pues el Paco Pepe te ha tangado.
TOMÁS: No, si ya.
HONORATO: Ahora dime tú a qué mierda de gobierno vamos a amenazar con una puta broca del quince.
TOMÁS: Tú no te preocupes, que tu sobrino me ha dicho que se puede hacer uno de esos en plan casero.
HONORATO: ¿Un colisionador de positrones casero?
TOMÁS: Sí, sí. Con un bote de cristal vacío y doscientos cincuenta gramos de manteca y no sé qué más. Ah, no, espera; que eso era para hacer otra cosa… ¿Qué era?
HONORATO: No sé. ¿Manteca en bote?
TOMÁS: No, no; una bomba de rayos gamma. De esas que explotan por la puta cara y si te pilla la radiación te pones verde.
HONORATO: ¿Con doscientos cincuenta gramos de manteca y un bote de cristal vacío?
TOMÁS: Si, bueno, por lo visto no es tan fácil. Hay que saber mezclarlo o no sé qué coño.
HONORATO: Pues no tenemos tiempo de aprender. Nuestro avión sale esta noche, así que mejor nos plantamos en Escandinavia con el bote vacío y la manteca y ya veremos cómo derrocamos al gobierno.
TOMÁS: ¿Queda muy lejos eso?
HONORATO: ¿Escandinavia? Uy, en el quinto coño. Por allí al norte.
TOMÁS: Pero… ¿pero eso es un país, o qué?
HONORATO: Eeeeh… Pues claro que es un país. Escandinavia, hombre. Anda que no es grande ni nada.
TOMÁS: ¿Y no podríamos empezar a conquistar más cerquita? No sé, podríamos empezar conquistando Canillas de Aceituno, y luego ir subiendo.
HONORATO: Hombre, de lo se trata es que la gente se entere de que estamos conquistando el mundo. Imagínate a un periodista de la BBC diciendo en los informativos “Honorato Céspedes y su cuñado han conquistado Canillas de Aceituno”. El problema es que, por ejemplo, uno de Rotterdam no la conoce. “¿Canillas de Aceituno? ¿Pero qué coño…?” va a decir el de Rotterdam cuando se entere. No impresionaría a nadie. Bueno, a lo mejor, a uno de Canillas de Albaida, que está al lado, pues sí. O a uno de Cómpeta. Pero a uno de Osaka se la va a soplar. Lo que tiene Escandinavia es que la conoce todo el mundo. Bueno, todo el mundo, no. Una vez le hablé de Escandinavia a un conocido mío que le cambiaba las bombillas a los semáforos y me metió un sopapo. No sé lo que se le pasó por la cabeza, la verdad.
TOMÁS: ¿Y qué vamos a conquistar después?
HONORATO: Hombre, pues los alrededores. Los Países Bajos o algo así.
TOMÁS: ¿Eso es otro país?
HONORATO: Hombre, claro; los Países Bajos es otro país. Si no, se iba a llamar “los Países Bajos” por los cojones.
TOMÁS: Claro, claro. Mmm… Pero, oye, que está en plural. A ver si van a ser al menos dos, los Países Bajos.
HONORATO: Eeeeeh… ya. No había pensado en ello. Mmm… Puede causarnos un problema logístico, eso. Ah, bueno, no importa. ¿Sabes lo primero que voy a hacer cuando conquiste los Países Bajos? Juntarlos todos y hacer el País Alto.
TOMÁS: Hostia, como mola.
HONORATO: Sí, que les den por culo. Y después vamos a conquistar Corea. Anda que no.
TOMÁS: ¿Corea es ahí donde hay tantos chinos?
HONORATO: Sí, sí. Está lleno de chinos, aquello. Y China, también. En China hay más chinos que en Fuengirola, fíjate lo que te digo.
TOMÁS: Coño.
HONORATO: Como lo oyes.
TOMÁS: Oye, ¿tú sabías que hay un país que se llama Tierra del Fuego?
HONORATO: ¡No me jodas! Qué nombre tan cojonudo. ¿Sabes? Creo que deberíamos empezar a conquistar el mundo por ahí, ¿qué te parece? Deberíamos empezar conquistando los países con los nombres más molones, en gradación descendente, de más a menos guay. Comenzamos en Tierra del Fuego y terminamos, no sé, en Boñigolandia, por ejemplo.
TOMÁS: ¿Y eso dónde está?
HONORATO: Ni idea; pero con un nombre tan chungo, seguro que está innecesariamente cerca. Pero tú no te preocupes. Si quieres, después de conquistarla ya no volvemos a pisar Boñigolandia ni para dar un recado.

En el próximo episodio: ¡Honorato Céspedes ayuda a su mujer a cambiar la bombona, que se les ha terminado! ¡CHAN-CHAN!

viernes, 13 de noviembre de 2009

El hombre que paseaba a una patata

El Sr. X se encontraba hojeando un suplemento dominical que aguardaba resignadamente su turno desde hacía dos meses sobre el reposa revistas de la mesita del salón cuando la patata entró a través del cristal de la ventana. Claro que en aquel momento el Sr. X desconocía que se trataba de una patata, y en menos tiempo del que se tarda en tomar conciencia de un repentino picor nocturno en la espalda hizo un repaso mental de todas las cosas susceptibles de explotar que albergaba su hogar, desde el microondas hasta el teléfono móvil, cuya batería había puesto a cargar hacía tres días y probablemente había alcanzado ya su masa crítica (el Sr. X nunca había descartado una fisión nuclear de andar por casa en su lista de accidentes domésticos potenciales), pasando por el perro, que el Sr. X esperaba que pereciera de un momento a otro a causa de una combustión espontánea sólo para darse el gusto de decirle a la Sra. X, “¿Ves? Te dije que deberíamos haberle vacunado”.
El Sr. X se incorporó con toda la presteza que le permitían unos músculos que daban la impresión de haber pasado los dos últimos años dentro de un baúl, y buscó el foco del estallido sólo con la parca ayuda prestada por una orientación auditiva que cierta vez le sumió en el desconcierto cuando una pared del pasillo le informó de que sus camisas ya estaban planchadas. Después de inspeccionar el cuartillo de las escobas y comprobar que el papel de aluminio y el bote de agua fuerte no habían protagonizado un monstruoso y fatal apareamiento químico, el Sr. X se dirigió a la cocina temiendo que la hornilla hubiera encontrado por sí sola una nueva ubicación empujada por el hastío y por la buena disposición de la bombona de butano, que, como todo el mundo sabe, tiene sus propias ideas respecto a la decoración de interiores, primando el arrebato creativo sobre la funcionalidad. Para su perplejidad (que había adquirido con el paso de los años una sorprendentemente espontánea autonomía propia), el Sr. X no encontró en el techo de la cocina ningún elemento que desentonara con la configuración clásica del típico techo de de cocina, que consiste básicamente en no tener incrustaciones de piezas metálicas que en sus días de gloria habían formado parte de una tostadora. Después de certificar que los muy antiguos y venerables salpicones de grasa de las paredes no habían sufrido desperfectos y que la cocina en general no tenía aspecto de haber alcanzado los mil grados centígrados de temperatura al menos durante los dos últimos minutos, el Sr. X reparó en la ventana rota y la patata que reposaba sobre la encimera. Después de un somero análisis, el Sr. X comprendió que o bien se trataba de una patata solitaria que renegaba de la compañía de otras patatas, o bien de una patata solitaria que ansiaba la compañía de otras patatas; en resumidas cuentas, al final el Sr. X no comprendió nada. El Sr. X también consideró la probabilidad de hallarse ante un caso de patata caída del cielo, que descartó rápidamente debido a su lozana apariencia; si hubiera atravesado la atmósfera habría aterrizado en julianas por efecto de la fricción, pensó el Sr. X, que tenía la teoría de que la ionosfera estaba compuesta básicamente por hidrógeno y por varios juegos de cuchillos eléctricos con accesorios pelapapas que funcionaban gracias a los iones cargados. El Sr. X se asomó a la ventana para descartar o corroborar la conjetura de una lluvia de vegetales cósmicos que hubiera pillado a todos los astrónomos del mundo en el cuarto de baño, pero lo único que vio fue el reformatorio frente a su casa. En ese momento, el Sr. X recordó que su vecino de al lado había denunciado en la última reunión los reiterados asaltos de naturaleza vegetal que estaba sufriendo su hogar, y amenazaba con pasar las facturas de detergente a la comunidad, alegando la irritante persistencia de las manchas de kiwi que adornaban su recién adquirido edredón nórdico, si no se tomaban cartas en el asunto. El vecino llegó a admitir no sin cierto rubor que cierta vez descubrió a un pepino de nada despreciable envergadura intentando forzar a su mujer a hacer cosas de pepinos.
Decidido a llegar al fondo del asunto, el Sr. X recogió el tubérculo del delito con guantes de látex, la introdujo en una bolsa esterilizada y se personó en comisaria para solicitar un examen del equipo agroforense. El agente que lo recibió acusó al Sr. X de que lo del equipo agroforense se lo había inventado, pero el damnificado arguyó que la patata estaba llena de pelos, sangre y uñas, e insistió en la necesidad de buscar restos de ADN, y de paso preguntó si “agriesión” (agresión ejecutada con la ayuda de productos agrícolas) existía como término jurídico. Después de una concienzuda investigación que se inició con el noble propósito de enviar al Sr. X a incordiar a su madre lo antes posible y que se prolongó durante casi doce minutos, la policía científica de guardia presentó un informe con la composición de la patata: un 77% de agua, un 18% de hidratos de carbono, y sólo un 5% de roña, aunque a simple vista parecía el elemento químico predominante. El Sr. X no se dio por satisfecho y anunció su disposición a presentar el caso ante el Tribunal Constitucional si hacía falta, porque estaba convencido de que algún artículo de la Constitución hablaba en términos generales de algo relacionado con el derecho fundamental de todo ciudadano a no recibir visitas de patatas a horas intempestivas sin avisar con razonable antelación, pero después cayó en la cuenta de que estaba hablando en un solar abandonado y recordó que alguien le había pisado un pie aquella mañana en el autobús y su angustia vital reapareció repentinamente, como sólo pueden hacerlo las angustias vitales y esos súbitos picores nocturnos en zonas de la espalda que considerabas bien rascadas.

lunes, 26 de octubre de 2009

Recomendaciones cinéfagas para Halloween por parte de un indocumentado

Los Plátanos (The Bananas, Albert Hugecock, 1963)

Sinopis… Sinotis… Nisoptis… ¡Ejem! Resumen de la película: Janice (interpretada por Pippi Liendren) es una frutera que observa alarmada que los plátanos de su tienda están empezando a comportarse de manera poco ortodoxa, cuando antes no le daban ninguna guerra. Al principio decide no contárselo a nadie e intenta por todos los medios que sus clientes compren melocotones, mejor; pero un buen día, harta de una situación que está a punto de acabar con sus nervios (es famosa la tensa escena donde un plátano se cae al suelo sin motivo aparente), contacta con el profesor Atticus Flanders, catedrático de Agricultura y Ciencias Hortícolas de la Universidad de Wisconsin, y le expone el caso. El profesor Flanders le explica que su especialidad son las chirimoyas (es el autor del extenso ensayo Todo lo que sé sobre las chirimoyas, considerada la obra más completa y mejor documentada sobre el mundo de las chirimoyas, además de ser colaborador habitual de la prestigiosa publicación bianual Cherimoya Life & Times), pero de todas formas accede a echar un vistazo con la esperanza de llevarse a Janice al huerto y de camino comprar dos kilos de pomelos. Para desesperación de Janice, Atticus dictamina que los plátanos de su frutería siguen a rajatabla el patrón de comportamiento estándar de la fruta, que consiste básicamente en no moverse por sí sola. El profesor intenta tranquilizar a la frutera diciéndole que un problema que se puede solucionar con una licuadora no es realmente un problema. A pesar de todo, Janice deja de solicitar plátanos a su proveedor habitual, conocido como El Jacinto (Jack en la versión original). Una vez a salvo de la frutal amenaza, Janice se deja agasajar por Atticus, que consigue llevársela al huerto. Desgraciadamente, una vez en el huerto Janice cree estar siendo espiada por la platanera de Atticus, por lo que sale corriendo, pisoteando los nabos en su huida. A continuación llega la que quizá sea la escena más célebre de la película: Arrepentida de su comportamiento, Janice se acerca a una cabina telefónica y llama a Atticus para disculparse por su huida y por lo de los nabos, pero, inesperadamente, un camión que transporta varias toneladas de plátanos derrapa y esparce su contenido por toda la calle, provocando resbalones masivos con las consiguientes contusiones y fracturas de cadera. Janice se cree a salvo dentro la cabina… y realmente lo está, porque, por mucha velocidad que llegue a alcanzar un plátano, lo más que va a hacer cuando se tope con una mampara de cristal es espachurrarse. Janice, conmocionada, va a ver a Atticus y trata de convencerle de empezar una nueva vida juntos en Alaska, mundialmente famosa por su escasez de plátanos e higos chumbos (El personaje de Janice en ningún momento hasta ahora había demostrado excesiva aversión por los higos chumbos, así que la referencia podría deberse a una aportación personal del propio Albert Hugecock. En el célebre libro de entrevistas que le dedicó Francine Trugnot, al ser preguntado respecto al tema de los higos chumbos, el genial gordo cabrón respondió enigmáticamente: “A los higos chumbos que se las pique un pollo”). Por respeto a los espectadores que aún no la han visto, no vamos a destripar el final; sólo añadiremos que las posibilidades escalofriantes de una compota jamás habían sido tan profundamente exploradas como en esta película…

Comentario (fuera de tono): Tras el estreno de esta película, el mundo no volvió a mirar a los plátanos de la misma manera. Rodada después de una abrumadora sucesión de éxitos de público y crítica, como Vahído (Faint, 1958), El Hombre que no se Enteraba de un Pimiento (The man who didn’t notice a pepper, 1959) y Disuria (Dysuria, 1960), Los Plátanos suscitó división de opiniones entre los críticos. Mientras algunos especialistas quisieron ver en ella una mal disimulada parábola sobre la represión sexual, otros se equivocaron de sala y asistieron a la proyección de un western. De ahí la reseña que hizo el temido Paulie Kent en el Delaware Post: “El señor Hugecock debería haber titulado su película Los Frijoles. No sé a que viene esa tontería de Los Plátanos. He visto muchas películas con pocos plátanos, pero ésta se lleva la palma”. Otros fueron más moderados en su valoración: “La película tiene una primera mitad excelente”, dijo un crítico del Idaho Globe que solía quedarse dormido en medio de las proyecciones porque se levantaba muy temprano para llevar a sus chiquillos a la natación. Como casi siempre, fueron los críticos franceses quienes colocaron esta obra maestra en el lugar que le corresponde: “Los Plátanos representa la más prístina sublimación de la angustia finisecular”, dijo Jean-Luc Kojak justo antes de cortarse cuatro dedos de la mano izquierda con un hacha.
Por supuesto, en esta película no podía faltar el habitual cameo de Hugecock haciendo un calvo; si se fijan bien, podrán ver al gran director con los pantalones bajados en la puerta de la frutería.
Fotograma de la película

domingo, 11 de octubre de 2009

Cualquier excusa es buena para emborracharse



Estimados true believers:
¡¡¡Me han concedido un premio!!!
-¿A usted? ¡Pero si es un ceporro! –dijo un seguidor mío al que tengo en alta estima por ser el que en menos ocasiones ha pretendido atentar contra mi vida.
-Bueno, bueno; no nos chupemos las pollas todavía, que tenemos restos de sobrasada entre los dientes –dije citando al rey Lear.
-¡Tarugo! –dijo otro que rara vez sabía lo que decía, aunque en esta ocasión dio en el clavo.
-¡Jean-Claude! ¡Jean-Claude! –mi leal sirviente apareció como si hubiera estado siempre allí-. Jean-Claude, ¿de dónde has sacado al público de hoy?
-Debo reconocer que no recuerdo el nombre de la taberna, milord –dijo Jean-Claude-. Sólo sé que todos los caballeros aquí presentes se encontraban en un estado de ánimo altamente sugestionable.
-Ah, bien. Qué raro es encontrar gentes de buena fe en estos días de laxitud moral.
-Perdone, señor –alzó la mano uno que no me importaría no haber conocido nunca-. ¿Me permite una pregunta para el boletín de la Asociación de Amigos del Aguardiente? –publicación comarcal de periodicidad salvajemente irregular.
-Será un placer para mí atender a un distinguido miembro de la prensa –contesté al periodista, que a todas luces necesitaba un lavado de estómago como el comer.
-¿Se puede saber por qué motivo, razón o circunstancia le han concedido un premio? Creo que hablo en nombre de todos cuando digo que lo único que indudablemente usted merece es un par de hostias bien dadas.
-Bueno, ésa es sólo su opinión –siempre he sabido aceptar de buen grado una crítica, aunque en ese momento lamenté no tener a mano un cenicero de mármol.
-No, no lo es –dijo otro que debería plantearse los inconvenientes de una alimentación exclusivamente intravenosa-. Yo también le pondría en su sitio de un buen galletón.
-Jean-Claude –le dije confidencialmente a mi mayordomo-. Vamos a tener que cambiar la estrategia de embaucar borrachos para que asistan a mis conferencias; la próxima vez a ver si me puedes conseguir diez o quince heroinómanos.
-¿Va a dar un discurso de agradecimiento, o qué? –dijo un incauto.
-Por fin alguien que muestra algo de respeto –dije aliviado.
-No, si a mí me da igual. Usted hable, hable; de todas formas, estoy a punto de caer inconsciente…

-Pues me gustaría agradecer a El Señor de las Moscas, propietario del excelente blogarito El porqué de una mosca encerrada en un bote, el tener a bien concederme el bonito galardón que puede ustedes ver justo debajo del título de este post. Es un orgullo para mí que el premio venga dado por un bloguero que despliega un admirable uso de esa cosa llamada léxico, un extraordinario sentido del humor, y un asombroso ritmo de publicación. Nos deja estupefactos que el Sr. De las Moscas se haya acordado precisamente de nosotros, que hacemos gala de un parco manejo del vocabulario (de ahí la alarmante reiteración de vocablos como “Cojones” o “Cipote”), un sentido del humor discutible (ver paréntesis anterior) y una periodicidad que suele coincidir con el fin del ciclo lunar y el florecimiento del acónito en la estepa. Por no hablar de nuestra molesta costumbre de hablar en plural en un desesperado y probablemente vano intento de repartir los escupitajos entre el autor y sus amigos imaginarios.
-No nos venga ahora con falsa modestia –dijo uno que, según todos los indicios, se encontraba en la fase inicial de la resaca-. Le vamos a arrancar la cabeza de todos modos.
-Y antes de que la estancia se llene de humo y casquillos me complace anunciar las reglas de premio, que consisten básicamente en decir algo de la persona que te lo ha entregado, y entregar a su vez el premio a tres blogueros que se lo merezcan. Jean-Claude, el sobre.

Ejem. Y mis tres premiados, a los que debo gratitud, respeto y una cantidad no indecente de dinero, son:

Mi amada Silderia, porque, decididamente, todo esto del blog es culpa suya. Si no fuera por ella, yo seguiría escribiendo en servilletas atroces versiones obscenas de canciones del momento. Por no hablar de lo bien que van a quedar nuestros premios gemelos al lado de mi Doctorado Honoris Causa en Nada en Particular y su Máster en Estrategias de Guerra de Guerrillas.
Josito Montez, un cronopio de escribe sobre el chouvinsnes como nadie en la blogosfera, y uno de los primeros en pasar por aquí sin necesidad de sobornos.
RFP, cuya pareja de blogs (Pasiones y otros desmanes y En medio de ninguna parte) me han dado más alegrías que el vino tinto.

-Jean-Claude, ¿cuánto tiempo me sobra?
-Treinta segundos, milord.
-Ejem, ejem. ¡Obí! ¡Obá! ¡Cada día te quiero má! ¡Obí, obí, obá, obá…!

lunes, 28 de septiembre de 2009

Confesiones de un poltergeist güeno güeno de verdad auténtico del Líbano

Como nuestro archivo no dispone de imágenes de un poltergeist auténtico, les dejamos con una instantánea de Pin.
Detrás podemos observar a Pon.

Estimadas víctimas de la incredulidad:
Que sí, hombre, que esta vez va en serio. Que el investigador jefe de nuestro Departamento de Investigaciones sobre Esto y Aquello nos dijo el lunes durante el almuerzo “He conseguido una piscofonía de esas de un porterguei auténtico, canijo”, y después añadió “Pásame la salsa Goloñesa”, sin que viniera a cuento. La escalofriante psicofonía registra claramente una voz masculina diciendo “¡Coñocoñocoño!” y, acto seguido, un gran estruendo. Nuestro investigador nos aseguró que la voz provenía de una presencia incorpórea. “Os juro por mi madre que allí no había ni Dios. Inequívocamente, se trata de la voz de un ente de ultratumba”. Desgraciadamente, tras un concienzudo examen posterior, descubrimos que el sonido registrado por la grabadora no provenía del más allá, sino de la habitación contigua. “Me encontraba arrastrando un armario”, explica el jefe de albañiles Marcial Escómbrez, “pero no reparé en la caja de herramientas que reposaba sobre él, y vi que se me venía encima. De ahí el enfático Coñocoñocoño que puede escucharse, y el pifostio posterior”, aclara con sorprendente desenvoltura. Pero, como no hay mal que por bien no venga, el escándalo despabiló al señor Fausto Capelotas, espectro residente de la Mansión de las Sombras. “Hay dos formas de despertar a un muerto”, explica el difunto Capelotas una vez se hubo lavado la cara y quitado los ectoplasmas de los ojos. “Una es robarle algo que le perteneció en vida: Un grimorio, una efigie exótica, unos pantalones bombachos, o alguna otra cosa que ya no se estile. La otra forma es que alguien abra un armario de la cocina y se le caiga al suelo la perola del puchero. Las dos nos ponen de una hostia que para qué”. Le preguntamos si ése era el origen de las infames maldiciones de ultratumba. “Ya le digo. Al contrario que los seres vivos, las maldiciones de los muertos tienen la cosa de que se hacen realidad. Usted no le dice a alguien “¡Ojalá te caiga encima una gramola!” esperando que tal cosa vaya a ocurrir. Con nosotros es muy diferente; basta que uno se levante diciendo “¡Me voy a cagar en todo!” para que se arme la de Dios es Cristo: manos cercenadas que persiguen a la gente, retratos que te siguen con la mirada, espejos en los que te ves la coronilla, antenas parabólicas que sólo reciben la señal de cadenas locales, frascos de pepinillos que no se abren ni a la de tres…”. Al preguntarle por qué nosotros no nos hemos llevado un rapapolvo de ultratumba, el señor Capelotas, que llevaba siete meses durmiendo, responde, “Ya le digo que el tema de las maldiciones depende del improperio que sueltes al despertar. Si te levantas diciendo, por ejemplo, “¡Su puta madre!” es probable que tu cortadora de césped acabe persiguiéndote por todo el living; pero en este caso yo sólo he dicho “¡¿Pero qué cojones…?! y lo único que ha pasado es que un tipo ha venido a explicarme qué estaba ocurriendo para después enseñarme los genitales. Y, de todas formas, siete meses de sueño para un muerto es una siestecita. Estaba viendo un documental cuando me quedé traspuesto”, revela. Y continúa, “El nivel de cabreo al despertar de repente es directamente proporcional al tiempo que el fantasma lleve durmiendo. Yo conocí a una momia que volvió de entre los muertos después de cuatro mil años de descanso, y que ya en vida tenía mal despertar, así que imagínese. Se lió a zapatazos con los profanadores de su tumba, con eso se lo digo todo”. ¿Se considera el señor Capelotas un poltergeist? “Nosotros preferimos que nos llamen ‘Fenómenos Extraños’, porque estamos hartos de tanto germanicismo en el ámbito de lo sobrenatural”. Hostia, que bien habla este fenómeno extraño. “A ver si se creen ustedes que el acopio de conocimientos termina con la muerte”, revela. “Ahora mismo formo parte de una comisión de investigación constituida por eminentes científicos del más allá que está estudiando una forma satisfactoria de resucitar a los muertos sin que se les caiga la picha a cachos”. No nos joda. “Lo que les digo”, afirma. “Nuestro objetivo es crear un zombi que huela un poquito mejor y que coma más variado, que una ensaladita de vez en cuando no está de más. Un poquito de rúcula, unos canónigos… Los cerebros y la carne cruda van fatal para el ácido úrico. Lo ideal es comerlos uno o dos veces en semana, a lo sumo, acompañados de un huevo y unas papas fritas, si se quiere”. Hicimos notar al señor Capelotas que nos estábamos desviando del tema, y quisimos saber si lo retenía en la Mansión de las Sombras alguna tarea inconclusa. “Un sudoku”, contesta cípticamente. “Qué momento tan estúpido para morir, ¿verdad? Aunque peor fue lo de un amigacho mío, cuyas últimas palabras fueron ‘Y tiro porque me toca’”, revela. “En fin, que no me puedo mover de aquí hasta que termine el puto sudoku. Debo reconocer que, a veces, las reglas para acceder al plano astral me resultan incomprensibles. El espíritu de un antepasado mío estuvo veinte años atrapado en el mundo de los vivos porque murió antes de pagar el último plazo del piano. Estuvo casi la mitad de ese tiempo apareciendo todas las noches a los pies de la cama de su viuda, repitiéndole, “El piano, el piano”. Hasta que un día su mujer, harta de su difunto marido, se mudó por sorpresa. Mi antepasado fue a visitarla aquella noche y se quedó con un palmo de narices. Como su señora no dejó señas y puso en venta la casa, mi antepasado estuvo dándoles la murga con el jodido piano a los nuevos inquilinos a diario, que, claro, no tenían ni idea de lo que les estaba hablando. ‘¿Pero qué dice éste? ¿Qué piano?’, le preguntaba el propietario a su esposa, y así todas las noches. Total…”. Ejem. “Lo siento”. A continuación quisimos saber qué diferencia a un poltergeist de otros tipos de fantasmas menos destructivos. “La habilidad psicomotora”. Ah, qué bien. “A ver”, explica, “la gente se cree que los poltergeist somos unos cabrones porque vamos tirando la porcelana al suelo por la puta cara, y no es así. Es que somos torpes. No es nuestra intención asustar a nadie; la mayoría de los ruidos extraños que se oyen en una casa encantada está provocada por nuestra impericia. Los últimos propietarios de esta mansión la abandonaron despavoridos después de oír un gran estruendo que no fue intencionado. Lo que pasa es que tropecé con la alfombra y me caí rodando por las escaleras. La gente cree que hacemos ruidos por la noche para incordiar. ¡Nada más lejos de la realidad! ¿Cómo no vamos a hacer ruido si no vemos un pimiento y dejan las sillas en cualquier sitio? ¿Piensan que los fantasmas disponemos de visión infrarroja, o qué?” Entonces, ¿los fantasmas no son intangibles? “Cuando tenemos el día bueno, sí. Pero cuando estamos de bajón, nos vamos tropezando con las esquinas de las mesas y metiendo el pie en el cubo de la fregona”. Para finalizar, le preguntamos al señor Fausto Capelotas por sus futuros proyectos. “Estoy escribiendo el guión de una película”, afirma. “Es un thriller psicológico donde, a causa de una apuesta, un fantasma se va a pasar la noche a una casa supuestamente habitada. Creo que va a quedar muy bien, porque al principio no se sabe si de verdad hay alguien viviendo allí o el protagonista se está volviendo loco”.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Entrevista con un poltergeist de esos

Carol Aaaaaaanne, cómete el pollo

Estimados amantes de los intríngulis, que, como haber, hay gente pa tó:
El Departamento de Investigaciones sobre Esto y Aquello de Un beso de buenas noches de mil demonios se complace en presentar un documento espeluznante no apto para personas con afecciones cardiacas y/o recién salidas de la peluquería, que no es nuestra intención que la gente vaya diciendo de usted “Mira ése, con taquicardia y encima despeinado”. Y es que nuestros investigadores han llevado a cabo una entrevista en exclusiva con el señor Fausto Capelotas, poltergeist titular de la infame Mansión de la Sombras, que se encuentra orientada al norte, y en veranito muy bien, pero en invierno hace un biruji que no veas. A continuación les ofrecemos la transcripción íntegra de este acongojante documento.


POLTERGEIST: Dame veneno, que quiero morir, dame veneeeenoooo…
INVESTIGADOR: Oiga.
POLTERGEIST: …que antes prefiero la muerte que vivir contigo, dame veneeenooo…
INVESTIGADOR: Ejem, señor.
POLTERGEIST: …ay, para morir. ¡Coño!
INVESTIGADOR: Disculpe…
POLTERGEIST: Que susto me ha dado, caballero.
INVESTIGADOR: No era mi intención.
POLTERGEIST: ¿Qué? Espere, que me quito lo auriculares.
INVESTIGADOR: Sí, eh, buenas noches.
POLTERGEIST: Buenas. ¿Qué se le ofrece?
INVESTIGADOR: Verá, soy un investigador paracientífico.
POLTERGEIST: Ah, pues mira qué bien. ¿Y a qué se dedica?
INVESTIGADOR: Investigo fenómenos paranormales y esas tonterías.
POLTERGEIST: Ya. Qué contentos deben de estar sus suegros con usted.
INVESTIGADOR: ¿Le importaría contestarme unas preguntas?
POLTERGEIST: ¿Quién, yo? Uy, si yo no sé nada de fenómenos paranormales. Nunca me ha sucedido nada raro. Bueno, miento. Una vez se me apareció el fantasma de Alejandro Magno y me quitó una pestaña que se me había metido en el ojo. Al principio me dio un susto de muerte, pero después no vea usted qué alivio.
INVESTIGADOR: ¿No es usted un portergüei de esos?
POLTERGEIST: ¿Un qué?
INVESTIGADOR: Un portergüei. Como el de la película.
POLTERGEIST: Me va a disculpar…
INVESTIGADOR: No, discúlpeme usted a mí. Es que soy del sur y, como sabe, en el sur nos comemos las ezes.
POLTERGEIST: ¿Que en el sur se comen ustedes las heces? Pues no, no lo sabía. Pero no se las comerán así al natural, ¿verdad? Les echarán orégano o algo.
INVESTIGADOR: No, jaja, creo que me ha entendido. Las eses. Nos comemos las eses. Coño, qué difícil de pronunciar.
POLTERGEIST: Oh, qué bochorno. Había entendido que a ustedes les gustaba comer mierda. Jaja, qué susto me he llevado. Como la dieta mediterránea está en expansión, ¿sabe? Cualquier día se pone de moda y estamos todos comiendo boñigos, yo qué sé, a la boloñesa. Boloñiguesa, podrían llamarlo. O hamburguesas de boñigos, boñiguesas. O bollos de boñigo, bollogos. O, rizando el rizo, bollos de higo con boñigos, bolligos. Que digo yo que a lo mejor no va mal para el tránsito intestinal. ¿No dicen que lo que se come, se cría? Ahí lo tiene. Pero, en fin, cosas más raras se han visto. Si hay gente que come hormigas fritas y saltamontes cubiertos de colacao y no le da un cólico en el frítico ni nada. Que no critico sus gustos culinarios, quiero decir. Por mí como si revientan todos ustedes.
INVESTIGADOR: ¿Un cólico dónde?
POLTERGEIST: En el frítico. Un órgano que tenemos por aquí, que te duele cuando te da un cólico. No sé si sirve para algo más, no soy anatomista. ¿Por qué no me deja en paz?
INVESTIGADOR: Un cólico nefrítico, querrá decir.
POLTERGEIST: Sí, eso, un cólico en el frítico. Lo que pasa es que ustedes se comen las eles. Entonces, usted lo que quiere saber es si yo soy…
INVESTIGADOR: Un poltergeist. ¿Lo he dicho bien? Es que la palabra tiene tema.
POLTERGEIST: Desde luego. Es que es un término alemán y, como la mayoría de los términos alemanes, tiene muy mala pipa.
INVESTIGADOR: O mala follá, también se dice. Desaborido, para entendernos.
POLTERGEIST: Claro, claro. Fíjese en otras palabras alemanas, fíjese. Achtung, por ejemplo.
INVESTIGADOR: Uf, Achtung, qué palabra tan antipática. Es la primera vez que la escucho y ya me cae mal. Y eso que no me ha hecho nada, pero es que yo soy muy de primeras impresiones. ¿Sabe usted que significa Achtung?
POLTERGEIST: Sí, es algo así como “Cuidado, no vayas a tropezar con esa cacerola”.
INVESTIGADOR: ¿Todo eso?
POLTERGEIST: Los alemanes es que son muy sintéticos, como el poliéster. Es una palabra que se suele utilizar mayormente en la cocina. Note que la terminación “tung” tiene una connotación muy cacerolesca. Nadie suele utilizar “Achtung” lejos de los fogones.
INVESTIGADOR: Ahora que lo dice, no creo haber escuchado jamás a un alemán exclamar “Achtung” mientras se rasca la espalda, o lo que sea que le pique a un alemán.
POLTERGEIST: ¿Insinúa que a los alemanes no les pican las mismas partes del cuerpo que al resto de la gente?
INVESTIGADOR: Sí, bueno; entre usted y yo, siempre evito sacar ese tema en público.
POLTERGEIST: Me hago cargo. Un asunto polémico, el de los picores.
INVESTIGADOR: No lo sabe usted bien. Estoy haciendo un estudio sobre el tema.
POLTERGEIST: ¡Qué me dice! Cuénteme usted algo, hombre, no me deje con la intriga.
INVESTIGADOR: Cómo no. ¿Sabía usted, por ejemplo, que durante la Dinastía Edo los japoneses evitaban rascarse la entrepierna delante de las tumbas de sus parientes? Les parecía una falta de respeto para con sus difuntos más cercanos.
POLTERGEITS: ¡Oh! ¡Qué anécdota!
INVESTIGADOR: Eso no es nada. Los noruegos, por ejemplo, sólo se rascan los sobacos en presencia de un notario.
POLTERGEIST: ¡Caramba! ¿Y a qué se debe tal comportamiento?
INVESTIGADOR: Vaya usted a saber. Anda, que menudos son los noruegos. Cualquiera les pregunta nada. Los noruegos es lo que tienen.
POLTERGEIST: ¿Que son muy reservados?
INVESTIGADOR: Que se pasan el día hablando en noruego. Y yo no entiendo ni papa de noruego. El noruego se parece mucho al alemán, ¿sabe? Ninguno de los dos se entiende si no se conoce.
POLTERGEIST: ¿Y el sueco? ¿Conoce usted el sueco?
INVESTIGADOR: No lo sé. ¿Eso qué es?
POLTERGEIST: Otro idioma que tampoco se entiende si no se conoce.
INVESTIGADOR: ¿Otro? Vaya por Dios. Hay más idiomas que no conozco de los que yo imaginaba. A ver si a alguien le da por inventar idiomas que conozcamos. Uno con palabras como “encimera”, “falacia” o “retornable”.
POLTERGEIST: Interesante. ¿Y cómo llamaría usted a ese nuevo idioma?
INVESTIGADOR: No sé. Lo llamaría… “Mindungo”, a lo mejor. ¿Hay algún idioma que se llame Mindungo?
POLTERGEIST: No sé. Me parece harto improbable, de todas formas.
INVESTIGADOR: Mindungo, entonces. ¡Ja! Ya verá cuando se me acerque un noruego y le empiece a hablar en Mindungo. Se va a cagar. Él me va a preguntar cualquier cosa en noruego, y yo le voy a decir “La encimera retornable es una falacia”. Se va a quedar de una pieza.
POLTERGEIST: ¿Qué quiere decir?
INVESTIGADOR: De una pieza, así, no de dos ni de tres piezas, ni de doscientas treinta y siete, pongamos por caso. De una sola, vamos.
POLTERGEIST: No, no. “La encimera retornable es una falacia”. ¿Qué quiere decir?
INVESTIGADOR: Ah, disculpe. Creí que usted entendía el Mindungo.
POLTERGEIST: ¿Yo? No, no. ¿Le he dado esa impresión?
INVESTIGADOR: Sí, bueno; como parece usted un hombre de mundo…
POLTERGEIST: Oh, no crea; los poltergeists salimos muy poco. Coño, sí que es difícil pronunciarlo en plural. Poltergeists.
INVESTIGADOR: Hum, sí. Le diré lo que vamos a hacer. Vamos a crear una palabra que signifique portergüei de esos en Mindungo.
POLTERGEIST: ¿Haría usted eso por mí?
INVESTIGADOR: Faltaría más, hombre. Quiero decir, poltergeist.
POLTERGEIST: ¿Y qué palabra podía ser?
INVESTIGADOR: ¿Qué le parece, no sé, “Estengcrackensk”?
POLTERGEIST: Uy; muy complicada me parece ésa. Imagínese que doblan la película “Poltergeist” al Mindungo. “Dos entradas para Estengcrackensk para la sesión de las diez menos cuarto”. La gente no iría a verla por miedo a quedar en ridículo delante de la taquillera. Preferirían ver una película con un título más fácil de pronunciar, como, no sé, “El apio”, por ejemplo.
INVESTIGADOR: No sé usted, pero yo no iría a ver una película titulada “El apio”. Digamos que como título tiene una fuerza dramática más bien limitada. ¿De qué podría tratar una película titulada “El apio”? De poltergeists seguro que no. O estengcrackensk, como se les conoce ahora.
POLTERGEIST: Yo veo el argumento muy claro. Un hombre va a comprar apio, ¿vale? Digamos que ese día hace frío y a nuestro protagonista se le apetece una sopa de verduras bien calentita. Eso es lo que se conoce en el lenguaje cinematográfico como “motivación del personaje”.
INVESTIGADOR: No, si tiene su lógica, pero de todas formas, ¿por qué querría nadie hacer una película sobre un tipo que va a comprar verduras?
POLTERGEIST: ¿Por qué no? ¿Acaso no hicieron una trilogía sobre un pintor de brocha gorda? ¿Cómo se llamaba?
INVESTIGADOR: Ah, sí. “Pintor de Brocha Gorda”, “El Regreso del Pintor de Brocha Gorda” y “El Pintor de Brocha Gorda Ya No Vive Aquí”.
POLTERGEIST: No, no. Me refiero a Poltergeist 1, 2 y 3.
INVESTIGADOR: Permítame sacarlo de su error, caballero. La saga Poltergeist no trataba sobre pintores de brocha gorda en absoluto. Lo remarcan en los créditos finales. “Cualquier parecido con cualquier pintor de brocha gorda…”, etc. “Ningún pintor de brocha gorda ha resultado herido…”, etc.
POLTERGEIST: Considéreme sacado. ¿Debo deducir que el término “poltergeist” no significa “pintor de brocha gorda” en alemán?
INVESTIGADOR: Eeeeeh, no, creo que no. No sé lo que significa. Ah, sí. “Fenómenos extraños”, me parece. Oiga, me he dado cuenta de que estoy empezando a entender el alemán.
POLTERGEIST: Entonces supongo que ni soy un poltergeist ni nada.
INVESTIGADOR: Ahora que lo dice, ya me parecía a mí raro encontrar a un portergüei encalando una pared.

Próximamente: Una entrevista con un poltergeist güeno güeno de verdad auténtico del Líbano en el post titulado “Entrevista con un poltergeist güeno güeno de verdad auténtico del Líbano”. Coming soon: An interview with a truly gud gud poltergeist authentic from Libano in the post entitled “Interview with a truly gud gud poltergeist authentic from Libano”.
Además: La verdadera historia detrás de la realización de “El Apio”, una de las joyas recientes más desconocidas de la cinematografía nacional, y con razón.

viernes, 10 de julio de 2009

El Distinguido Arte de Rascarse las Pelotas (The Gentle Art of Scratching Balls)

Después de hacer saltar la chapa de su botellín de cerveza con notable delectación y con un abridor “Homer Simpson”, podemos observar cómo nuestro espécimen acerca la mano que le queda libre a sus genitales, pausada pero inexorablemente.

-¡Oiga!
-Mierda, Manolo, se ha dado cuenta.
-¿Se puede saber, si no es mucho preguntar, qué cojones hacen ustedes en mi casa?
-Verá, caballero, somos unos documentalistas de esos del canal Diosea, especializado en documentales para pijos.
-¿Y a mí qué me cuenta?
-Pues nada, que, atendiendo a las demandas de nuestros espectadores, nos encontramos lo que se dice ahora mismito realizando un reportaje sobre la exótica especie conocida como machus ibericus vulgaris, a la que usted pertenece, no nos cabe la menor duda.
-Eh, eh –dije-. Eh –enfaticé-. Que entiendo perfectamente lo que dice. No se deje engañar por el aspecto más bien desguarnecido de mis calzoncillos; tengo algunas nociones de latín. Lo suspendí cuatro veces.
-Magnífico, magnífico. Oiga, ¿le importaría cambiar esa botella de cerveza de importación por un cartón de vino peleón? Es para infundir un poco de verosimilitud a la escena, sabe usted.
-Pero, hombre, qué dice. Que es una birra de las buenas buenas. En el Hipercor la he comprado, fíjese.
-Lo que usted diga. ¿Podría seguir haciendo eso que estaba haciendo antes de que usted reparara en nuestra presencia?
-¿El qué?
-Estaba aproximando su roñosa zarpa a sus testículos.
-¿Van a grabar cómo me rasco las pelotas para emitirlo en su canal?
-Si no es mucha molestia.
-Pero, hombre, póngase en mi lugar.
-Quite, quite.
-Que me van a ver un montón de pijos, ahí, tocándome los huevos.
-Eso debería ser un motivo de orgullo para usted, infeliz.
-No me diga.
-Le digo, le digo. Pijos. El más alto escalafón en la evolución humana. El Pueblo Elegido por Dios. Los pijos heredarán la Tierra. Ah, pijos. ¿Puedo decirlo una vez más? Pijos.
-¿Sabe usted cómo llamamos a los pijos los que no somos pijos? Pijos de mierda.
-Oiga, déjese de bromas, que se me acaba de cortar el gazpachuelo.
-En serio. Pijos de mierda.
-Como lo vuelva a repetir le meto un sopapo.
-Pijos de mierda.
-Cambiemos de tema, que se me está empezando a abrir la fístula. ¿Por qué se disponía a rascarse las pelotas, como dicen graciosamente ustedes los normales?
-¿Por qué cree? Hoy dan comienzo mis vacaciones.
-Oh, qué proletario tan afortunado ¿Y dónde piensa disfrutar estos días de ocio y solaz esparcimiento? En Saint-Tropez seguro que no.
-No, no. Tiene que haber un montón de pijos de mierda allí.
-Oiga, ¿ha pensado en pasar una temporada en Guarromán? Allí le recibirían con los brazos abiertos.
-Mire, ésa es la ventaja de vivir en Málaga; no tenemos por qué hacer turismo.
-O sea, que ya se ha gastado la paga extra en vino, ¿verdad? Anda que no les gusta empinar el codo a ustedes ni nada.
-Sí, bueno; estadísticamente hablando, en esta ciudad hay un bar por cada dos habitantes.
-Y dos bibliotecas para todos los habitantes.
-¿A los pijos les interesan mucho las bibliotecas?
-¿Las drogas de diseño, dice? Uy, un montón.
-No, no; las bibliotecas.
-Ah, eso no. Le había entendido mal.
-¿Se van ya, o tengo que sacar el trabuco?
-No, no, ya nos vamos, que me he dejado a un parroquiano en el horno. ¿Se va a dedicar a algo en estas vacaciones, o qué?
-Bueno, colgaré algún capítulo de ¿Conoce usted su ojete?, eso seguro.
-Mierda.
-¿Qué pasa?
-No estoy muy seguro de que se pueda decir “ojete” en este canal. Bueno, después lo arreglamos en la mesa de edición, si eso. ¿Algo más que añadir?
-¡Pues nada, que la administración de Un beso de buenas noches de mil demonios les desea a sus cuatro o cinco lectores un feliz verano!
-¿Nada más?
-Nada más. Bueno, sí, un consejo veraniego: Que mira que en esta época se escuecen mucho las ingles por culpa del calor y el efecto de las uñas en el escroto, y que os echéis Nivea. ¿Qué pasa? A mí me funciona.
Saint-Tropez, los cojones

lunes, 29 de junio de 2009

¡¡El Agente 0’05 contra el Doctor Nosé, a lo mejor!!

Sí, bueno, es Perry el ornitorrinco. Ya aprenderé a dibujar mis propios agentes secretos un día de estos, caramba.

DORMITORIO. INT. NOCHE.
Al principio no se ve un pimiento. Un teléfono suena. La lámpara de una mesita de noche se enciende y vemos a ¡CEROCOMACEROCINCO, el más discreto de los agentes secretos del Servicio Ídem! A su lado se encuentra su santa esposa ANGUSTIAS MÍGUEZ, antigua reina de las fiestas patronales de Valdebadajo de Abajo, que ahora se dedica a sus labores y a dejar engordar su culo. A CEROCOMACEROCINCO le hace ilusión llamarla ANGIE, vaya usted a saber por qué.

ANGIE (descolgando el auricular): ¿Quién es?
ARBOGAST (off): Ejem. ¿Qué hace usted cuando caga fuera de casa?
ANGIE: ¿Que qué? Oiga, son las cuatro de la mañana.
CEROCOMACEROCINCO (desperezándose): ¿Quién es?
ANGIE: No sé. Debe ser un vualler de esos.
CEROCOMACEROCINCO: ¿Un qué?
ANGIE: Un vualler. Sí, hombre, esos que llaman por teléfono para decir picardías.
CEROCOMACEROCINCO: Eso no es un voyeur. Un voyeur es una persona que disfruta contemplando actitudes íntimas o eróticas de otras personas.
ANGIE: Bueno, lo que sea. Un pervertido. Oye, a lo mejor hasta se está haciendo una manola. (Al auricular) Oiga, no se estará usted meneando el manubrio, ¿verdad?
ARBOGAST (off): ¿Eh? Ejem. ¿Qué hace usted cuando caga fuera de casa?
ANGIE: Y dale. (A CEROCOMACEROCINCO) Que digo yo si no va a ser una encuesta telefónica, y le estoy preguntando al pobrecillo ecuatoriano este si se está meneando el manubrio.
CEROCOMACEROCINCO: ¿Es ecuatoriano?
ANGIE: Pues no sé. (Al auricular): ¿De dónde es usted, señor? ¿En su tierra se dice eso de menearse el manubrio, o cómo le dicen? (A CEROCOMACEROCINCO) Al mejor no se ha molestado porque en su país no entienden lo del manubrio. ¿Cómo le dicen, que lo vi en una telenovela? El prespurcio, me parece. (Al auricular) Oiga, no se estará usted meneando el prespurcio, ¿eh?
ARBOGAST (off): Ah… ¿Qué hace usted cuando caga fuera de casa?
ANGIE: Hay que ver lo pesado que se está poniendo usted con lo de cagar fuera de casa.
CEROCOMACEROCINCO (ligeramente sobresaltado): Es la contraseña. Pásame el teléfono. (Angie obedece) ¿Sí?
ARBOGAST (off): Ejem. ¿Qué hace usted cuando caga fuera de casa?
CEROCOMACEROCINCO: Nunca cago fuera de casa. Prefiero reventar como un siquitraque.
ARBOGAST (off): Buenas noches, Cerocomacerocinco.
CEROCOMACEROCINCO: Buenas noches, jefe.
ANGIE: Dile a tu jefe que me perdone por haberle confundido con un ecuatoriano pervertido.
ARBOGAST (off): Disculpe que le llame a estas horas tan intempestivas, agente, pero tenemos una emergencia.
CEROCOMACEROCINCO (frotándose los ojos): No me diga. ¿Y por qué no llama a Rita?
ARBOGAST (off): ¡¿Cómo dice?!
CEROCOMACEROCINCO: A Rita Sanguedolce, digo. Nuestra nueva agente.
ARBOGAST (off): Ah. No. La agente Sanguedolce se encuentra en Tierra del Fuego en una misión de alto secreto. La verdad es que me muero de ganas de contarle de qué se trata, pero me hizo prometer que no lo haría.
CEROCOMACEROCINCO: Me hago cargo.
ARBOGAST (off): Bueno, se lo contaré. Pero, si la agente Sanguedolce pregunta, yo no le he dicho nada.
CEROCOMACEROCINCO: No, jefe, déjelo.
ARBOGAST (off): Le daré una pista.
CEROCOMACEROCINCO: Que no, jefe, que no hace falta. ¿No decía no se qué de una emergencia?
ARBOGAST (off): Ah, sí. Cerocomacerocinco, espero que tenga a mano su querida Magnum 44.
CEROCOMACEROCINCO: ¿”La Perjudicial”? Sí, claro. ¿Tan grave es el asunto?
ARBOGAST (off): Verá, agente; parece ser que su archienemigo ha vuelto a las andadas.
CEROCOMACEROCINCO: ¿Octavius Starkweather?
ARBOGAST (off): ¿Starkweather es su archienemigo? No, no. Me refiero al Doctor Nosé, el científico loco que pretende dominar el mundo cualquier día de estos, si eso. Creía que él era su archienemigo.
CEROCOMACEROCINCO: ¿Nosé? No, ya no. Nos distanciamos. Tuvimos una charla hace unos meses para aclarar las cosas y, bueno, ahora es sólo un enemigo más. Prefiero no hablar del tema.
ARBOGAST (off): Lamento oírlo. Con lo mal que se llevaban ustedes…
CEROCOMACEROCINCO: Bueno, estas cosas pasan. Un día tu enemigo mortal se te escapa de las manos cuando acabas de frustrar sus planes diabólicos y, en vez de despedirse con un “La próxima vez, la victoria será mía”, lo hace con un “Oye, a ver si me pegas un toque y ya nos vemos y tal”.
ARBOGAST (off): Así que ahora Starkweather es su principal enemigo.
CEROCOMACEROCINCO: Bueno, todavía no estamos en ese nivel. Una relación así no se construye de un día para otro, como usted sabrá. Pero, vamos, yo calculo que en cuanto detenga sus siniestras maquinaciones un par de veces más…
ARBOGAST (off): Pero aún sentirá algo por el Doctor Nosé, ¿no?
CEROCOMACINCO: Hombre, un poquito de rabia sí que me da todavía.
ARBOGAST (off): Magnífico. Verá, al parecer esta tarde se ha levantado de la siesta un poco tontito, y va diciendo por ahí que a lo mejor da un golpe de estado esta semana o la que viene. En un mes a lo sumo, dice.
CEROCOMACEROCINCO: El Doctor Nosé siempre ha sido un villano muy indeciso. La última vez que me atrapó no sabía qué máquina mortal utilizar contra mí. Qué tío, el Doctor Nosé. ¿Conoce ese artefacto en que te tumbas y un rayo láser se acerca lentamente a tus pelotas?
ARBOGAST (off): Sí, sí. Es cojonudo, ése.
CEROCOMACEROCINCO: Sí. Bueno, pues cuando me tenía allí tumbado resulta que a la máquina le faltaba una pieza que había olvidado encargar a Hong Kong.
ARBOGAST (off): Lo recuerdo. Ahora se rumorea que está construyendo una máquina que hará saltar todas las alarmas de todos lo coches del mundo al mismo tiempo. Imagínese el cipote que se va a liar.
CEROCOMACEROCINCO: ¿Quién le ha contado eso?
ARBOGAST (off): Sam el Faroles.
CEROCOMACEROCINCO: ¿El soplón mudo esquizofrénico adicto al crack?
ARBOGAST (off): Ya, ya. Tenemos que renovar nuestras fuentes de información.
CEROCOMACEROCINCO: ¿Cuándo cree que se dispone a atacar, jefe?
ARBOGAST (off): Según sus propias declaraciones, antes del martes seguro que no, que le viene fatal. Tiene que ir a hacer unas gestiones al banco y a empadronarse y no se qué más.
CEROCOMACEROCINCO: Buf, con lo despistado que es, seguro que se le olvida el D. N. I o algo en casa y tiene que volver al día siguiente. No creo que empiece a amenazar al mundo hasta el jueves, como pronto.
ARBOGAST (off): Eso sin contar la lentitud de la burocracia en este país.
CEROCOMACEROCINCO: Encima eso. Le digo yo que éste no pone en marcha ninguna operación maquiavélica hasta el viernes.
ARBOGAST (off): Dudo que empiece un viernes. Ya van dos veces que ha interrumpido la conquista del mundo el fin de semana.
CEROCOMACEROCINCO: Sí, es cierto, que el domingo tiene abono para los Toros.
ARBOGAST (off): Sí, bueno, para qué nos vamos a dar tanta prisa en perseguirle, si lo mismo...
CEROCOMACEROCINCO: Ya empezamos la semana que viene, ¿no?
ARBOGAST (off): O la otra. Total…
CEROCOMACEROCINCO: Mañana hablamos. Buenas noches, jefe.
ARBOGAST (off): Buenas noches, Cerocomacerocinco.
ANGIE (cuelga el auricular que le devuelve su marido): ¿Qué quería tu jefe, Cerocoma?
CEROCOMACEROCINCO (acomodándose): Ya mañana te lo cuento, si me acuerdo. Y no me llames Cerocoma, coño, que sabes que no aguanto los diminutivos.

Y en el próximo episodio, o en el otro: ¡El Doctor Nosé decide no aparecer, que está muy liado, cojones!

martes, 16 de junio de 2009

Un nuevo fracaso de nuestro patrocinador

¡Atención, niños! Arale recomienda un poco de diviersión sana al aire libre de vez en cuando
Estimados incontinentes:
-Ya tenemos los resultados de la encuesta puesta en marcha por esta santa casa la semana pasada más o menos a la hora del pan con chocolate, que es lo que toma para merendar la alegre muchachada de hoy día. ¿Me equivoco, Jean-Claude?
Mi adusto mayordomo, mostrando un interés inusitado por el tema, levantó una ceja.
-Según tengo entendido, milord, el pan con chocolate está siendo lenta pero inexorablemente sustituido en el corazón de los jóvenes por un artículo de bollería conocido como "madalena".
-Sin duda, debe tratarse de algún tipo de aberración procedente de Corea o de otro sitio raro como ése -proclamé-. La verdad es que cada vez me resulta más difícil conectar con nuestro público joven, sirviente mío. ¿Siguen coleccionando a escondidas de sus padres postales de mujeres enseñando las enaguas?
-Algunas costumbres nunca pierden su vigencia, señor -dijo Jean-Claude levantando la ceja por segunda vez consecutiva. Tan inaudito despliegue de expresividad facial me llevó a pensar que mi mayordomo había consumido a mis espaldas una cantidad indeterminada de speed.
-Eso mismo pienso yo. Ahora pásame el sobre con los resultados, lacayo.
-Guarde cuidado de no mancharse con el lacre, señor.
-Qué nervios -ras, ras, hizo el sobre-. ¡Ejem! Y el número de participantes en nuestra encuesta "¿Qué haces cuando cagas fuera de casa?" asciende a... ¿ocho?
-¿Esperaba menos, amo?
-De hecho, esperaba algunos más.
-¿Puedo preguntar cuántos más, milord?
-Unos veintitrés mil, chispa arriba, chispa abajo.
-Siento que haya errado en sus estimaciones aproximadas, señor.
-Es una gran diferencia, ¿verdad?
-Al menos lo parece, milord.
-De ocho a veintitrés mil. Sí que parece una gran diferencia, sí. Quiero decir, no estoy licenciado en Matemáticas ni nada de eso. Es sólo una opinión. A lo mejor me equivoco.
-Le otorgaremos el beneficio de la duda, señor.
-Oh, pues muchas gracias. Déjalo encima de la cómoda, que ya lo cojo yo luego, si eso.
Y ahora, redoble de tambor, prrrorompopó, porompom, porompompero, peró, el resultado de vuestras votaciones:
¿Qué haces cuando cagas fuera de casa?
1-. Forro el asiento del inodoro con papel higiénico: 2 votos. Lining the seat of the toilet with hygienic paper: Two Points. Eh... Forrè le sentè, y tal y cuè: Tù puà. La segunda opción más popular, indicada para usuarios sin miedo a los inevitables restos de orina de origen desconocido.
2-. Me coloco en cuclillas apoyando las manos en las paredes: 1 voto. I am placed squatting supporting the hands in the walls: One point. Ah... Moi colocque dans cuclillè y no se quoi: Un puà. La más popular entre aquellos que no temen las habituales salpicaduras de semen que visten los muros de los lavabos públicos.
3-. Nunca cago fuera de casa. Prefiero reventar como un siquitraque: 1 voto. I never shit abroad. I prefer to burst like a sick truck: One point. Jamais déféquer hors de maison. Je préfère éclater comme un siquitraquè: On puá. El método más adecuado para los usuarios con dos cojones.
4.- ¿Y a usted qué coño le importa?: 4 votos. And to you what cunt matters?: Four points. Vous quel cogne importe?: Cuatge puá. La respuesta ganadora y la elegida por los usuarios que prefieren mandarme donde picó el pollo y dejar sus hábitos evacuatorios para la intimidad de la alcoba.

martes, 9 de junio de 2009

¿Y a usted qué coño le importa?

23 de febrero de 2139: El primo Rodolfo minutos antes de incorporarse a su puesto de trabajo


Estimadas víctimas:
Hoy estrenamos una nueva sección titulada ¿Y a usted qué coño le importa?, cuya continuidad no podemos asegurar, dentro de nuestra habitual etiqueta Seamos Serios, que a día de hoy no sabemos exactamente qué aglutina.

-Es que ustedes son un preclaro ejemplo de irregularidad e indecisión, caballero –opinó uno de los asistentes arriesgándose a acabar en la tinaja de brea.
-Le felicito por la amplitud y vivacidad de su léxico, soplapollas –dije manteniéndome fiel a mi costumbre de dar una de cal y otra de arena.
-¿Y de qué trata esta nueva sección, oh, Maestro? –preguntó uno que levantó el dedo para solicitar su turno en vez de introducírselo por el ano; decisión esta última que nos habría hecho la vida más fácil a todos los presentes.
-¿Y a usted qué coño le importa?
-Bueno, bueno; tampoco es para ponerse así.
-No, no, jaja; usted no me ha entendido. ¿Y a usted qué coño le importa? es el nombre de la nueva sección.
-Ah, jaja, ya veo. Comercial a la par que contundente. Como si el conocido grupo pop Las Ojeras de Bajón escribiera una canción sobre cimientos o sobre los pilares de un viaducto.
-O sobre las vigas máster. ¿Sabe usted lo que es una viga máster?
-Sí, hombre, cómo no.
-Pues yo tampoco. Pero como encuentre una le voy a reventar la cabeza, imbécil.

Como iba diciendo antes de que me interrumpieran estos dos subnormales, Un beso de buenas noches de mil demonios se enorgullece en presentar su nueva sección ¿Y a usted qué coño le importa?, que no es más que una encuesta situada aquí a su derecha, o a su izquierda si se colocan de espaldas. Yo es que a veces me coloco de espaldas al ordenador para simular que soy un blog.

-Permítanos que finjamos piadosamente no haber escuchado lo que acaba de decir, oh, Sabio –dijo el tercer tarado de la tarde-. Y yo me pregunto, ¿hacía falta escribir un post para anunciar una encuesta?
-¿Tú eres nuevo por aquí, no?
-Sí, bueno. Estaba buscando información sobre vigas máster y he dado con su página. Imagínese el chasco.
-Entonces no sabrá que aquí hacemos posts sobre cualquier cosa, caballerete. Ayer mismo se me metió una piedrecita en una ranura de la suela del zapato, y ya llevo escritas cinco páginas sobre el tema. No quiero adelantar nada; sólo diré que mi verbo incendiario deja a la Madre Naturaleza en una situación muy comprometida.

¿Y cual es el tema de la encuesta?, se preguntarán ustedes con cicatera curiosidad. Yo se lo diré.

-No se moleste; si total, a nosotros nos la sopla.

¿No se han visto nunca en la perentoria necesidad de defecar lejos de sus hogares? Qué mal rato, ¿eh? Tendrán que reconocer que no es un tema del que se hable muy a menudo, y menos en un ascensor. Usted se encuentra a la vecina del segundo, ésa que tiene tantos gatos como lamparones de mostaza en la bata de felpa, y le dice algo así como “Hay que ver el viento tan tonto que se ha levantado”, no va y le dice “Esta mañana he tenido que cagar en un bar”. Que no es que no sea verdad, pero tampoco es forma de comenzar una conversación. Que no es normal, hombre, que se lo decimos nosotros. A veces la sinceridad resulta innecesaria. No es lo mismo cuando se lo dices a una madre o una esposa. “No he tenido más remedio que jiñar en la oficina. No veas qué mal rato”.

-No te habrás sentado en la tapa- dice como un acto reflejo una madre que pasaba por allí buscando al borracho de su hijo.

Que no, coño. [De todas formas, nadie negará, y al que lo niegue lo hincho a hostias, que Cagar Fuera de Casa, en particular, y Cagar, en general, se está convirtiendo en un hábito cada vez más inusual. Este país está estreñido. Lo hemos probado todo para mejorar nuestro tránsito intestinal: supositorios, enemas, fibra, soja, aloe vera, harina sin refinar, cocaína, Bífidus Activo y, por supuesto, yogur normal caducado, también conocido como “El Bífidus del Pobre”. “Un yogur caducado y te vas de varilla volado”, dice una popular spot publicitario del Ministerio de Sanidad y Consumo de Estupefacientes protagonizado por el piloto de Fórmula 1 Peppino Cagandolatte].

Lo que nos parece importante saber, lectores, es cómo se las apañan ustedes cuando tienen que evacuar en un ambiente hostil [No nos pregunten por qué nos parece importante. Ayer nos parecía importante saber por qué la mayoría de la población ha dejado de ingerir gomas de borrar, que a todas luces nos parece un alimento muy completo].

¿Y a usted qué coño le importa? es una marca registrada de Un beso de buenas noches de mil demonios. Cualquier intento de copia, plagio u homenaje no está sometido a las leyes vigentes en el Código Penal, pero le hará sentirse como un gilipollas cuando se vaya a dormir.

jueves, 28 de mayo de 2009

Joyas del cine español que no le importan a nadie: De Aquí a Sebastopol (1966)

Estimados sarandongas:
Mi entrañable amigo Ruiz, El Pequeño Freak, además de ser un gran conocedor de su propio pene, dato que no viene al caso pero que mencionamos sólo por cuestiones ornamentales, es todo un experto en todo lo que es ese cine español que la mayoría del populacho, o bien no conoce, o bien se la trae al fresco.

-No te imaginas la cantidad de grandes películas que no ha visto casi nadie –me comentó en cierta ocasión con la perilla llena de restos de patatas fritas “Casa Paco”.
-¿A ti cómo te gustan los pezones?

Tengo que reconocer que nuestra conversación de aquel día no nos condujo a ninguna conclusión satisfactoria, pero semanas más tarde, cuando tuve que guardar cama por culpa de una infección provocada por un agujero de bala en el hombro, y sumido en el más profundo de los aburrimientos, eché mano de algunos vetustos VHS que mi buen amigo me había prestado, después de firmarle un recibí y dejarle en prenda la pierna ortopédica de mi tío abuelo Jacinto.
Entre la impresionante colección de rarezas que atesoraba el buen Ruiz, me llamó la atención la titulada El Muerto que Pasó a Saludar (1972) que, hasta hace bien poco, arrastraba una leyenda negra: algunas fuentes indican que la noche de su estreno en Madrid murió un joven de Leganés, a la postre único espectador en la sala, aterrado por los horrendos sucesos narrados en la película. En consecuencia, el filme se retiró de cartel al día siguiente. Sin embargo, una reciente investigación llevada a cabo por el historiador y crítico Ernesto Flamenking puso al descubierto que quien había muerto durante la proyección era el ciudadano ucraniano Bilbil Tezenko, que falleció a los ciento dos años en su casa de Kiev debido a una obstrucción intestinal. Por si el chasco fuera pequeño, unos días después se supo que el deceso no se había producido en la misma franja horaria que la citada proyección, sino tres años antes.
Pero la película de la que os quiero hablar hoy es De Aquí a Sebastopol, protagonizada por la folklórica Manolita Tocotó, hoy tristemente caída en el olvido pero que en sus tiempos de gloria llegó a recibir hasta tres y cuatro cartas semanales de su prima la de Badajoz. Manolita fue un descubrimiento del avispado productor discográfico Ulises Nodoyuna, un donostiarra de carrera más bien errática que a principios de los sesenta compuso y produjo temas para grupos pop como Los Desconocidos o Don Nadie y sus Mindundis, ambos de muy escasa repercusión. Decidido a tomar un nuevo rumbo que levantase su carrera, Nodoyuna tomó bajo su manto a Manolita, con la que primero contrajo matrimonio y después la sífilis. Por razones meramente comerciales, Nodoyuna cambió el apellido de nacimiento de Manolita, Schenkelbrüegel-Schenkelbrüegel, de los Schenkelbrüegel-Schenkelbrüegel de Triana de toda la vida de Dios, por el más sonoro de Tocotó. El ascenso de Manolita al estrellato es narrado por Nodoyuna en su inédito libro de Memorias, cuyo manuscrito fue hallado por la señora Conchi Norro en no sé dónde y utilizado para detener una fuga de agua de su lavadora:

Yo conocía a un operador de cámara del NODO que me debía algunos favores, y cuando llegó el momento de promocionar a Manolita, supe que había llegado la hora de cobrárselos. Él quería pagarme mi peso en calzoncillos, pero le convencí de que me dejara asistir al rodaje de uno de sus reportajes. Estaba decidido a convertir a Manolita en una estrella de la noche a la mañana, así que cuando llegamos allí la empujé contra Franco en el momento en el que el Generalísimo se disponía a salvar a un bebé de una casa en llamas [Como todo el mundo sabe, estas imágenes se perdieron durante la misteriosa y tristemente célebre plaga de langosta que arruinó buena parte de los archivos del NODO, junto a otras de igual o mayor valor, como la llegada del Caudillo a la Luna]".

Según cuenta Nodoyuna, Franco se quedó a la vez prendido de una tramoya y prendado de la muchacha: “Estaba tan embelesado viéndola taconear que hasta se le olvidó fusilarnos”. Y continúa: “En ese momento supe que el Generalísimo en persona iba a ayudar a Manolita a introducirse en el mundo del cine. Que Dios lo bendiga”. El Caudillo, echando mano de su genio estratégico, le presentó a Manolita a José Luis de Castro Armendáriz, que al parecer estaba muy relacionado en la industria cinematográfica. Desafortunadamente, dos meses después Nodoyuna se enteró de que el tal de Castro, “era acomodador. ¿Quién iba a imaginarlo, con semejante nombre y con la importancia que se daba? Nosotros creíamos que el andoba era productor de cine, porque una vez nos comentó que había probado la carne de pato”.
Viendo que la carrera de Manolita no levantaba el vuelo, Nodoyuna vendió la mansión señorial de sus padres para disgusto de estos, que tuvieron que mudarse a un albergue utilizado como residencia habitual por varios millones de piojos. Con el dinero reunido, Nodoyuna financió una película independiente a mayor gloria de Manolita. Según relata en sus Memorias: “Hacer cine independiente en aquella época era algo tremendamente irregular y dificultoso. Hay que tener en cuenta que la censura cinematográfica era realmente dura; una vez tuve una discusión muy fuerte con un censor a causa de una secuencia de mordisquitos en el lóbulo de la oreja; la verdad es que yo no pensaba dar mi brazo a torcer, pero aquella noche encontré una cabeza de caballo en mi cama y decidí reescribir la secuencia durante unas vacaciones en el Pirineo Francés”.
La película resultante se tituló Te espero en Pernambuco (1964), y resultó un aplastante fracaso de crítica y público. “Estaba desolado”, recuerda Nodoyuna. “Pero no estaba dispuesto a tirar la toalla, y envié una copia de la cinta al Festival de Cannes. Estaba totalmente convencido de la calidad de la película”, afirma el productor, que sufría episodios de enajenación mental transitoria desde los seis años de edad. Entre el jurado de aquella edición del Festival se encontraba el afamado realizador japonés Hitano Ozu, que había empezado su carrera como ayudante del oscarizado cineasta Akira Karakiwi y que el año anterior había conseguido un éxito considerable con su ópera prima El Mar de las Flores de Loto, distribuida en España con el erróneo título de El Mal de las Floles de Roto. Ozu, impresionado por las dotes interpretativas y la mirada considerablemente bizca de Manolita, viajó a España para conocer a la diva. “Cuando se presentó en mi casa, lo eché a empujones”, rememora Nodoyuna. “¿Qué otra cosa iba a hacer? Era un chino, por amor de Dios”. Después de aclarar el malentendido, Ozu le propuso a Nodoyuna rodar una película juntos protagonizada por Manolita. “Cerramos el trato en una whiskería”, explica innecesariamente Nodoyuna. El guión resultante, titulado tentativamente La Niña del Azafrán, narraba la odisea de Harry, un periodista americano que viaja a Madrid desoyendo los consejos del director de su magazine, que le asegura que nuestro país ha sido recientemente invadido por una tribu vecina. Nada más llegar, el periodista se siente subyugado por las costumbres españolas, como la de beber hasta caer inconsciente. En un tablao conoce a la renombrada bailaora Manolita Vargas, La Niña del Azafrán, que primero le tira un coñac a la cara y después le besa apasionadamente. Aturdido por el temperamento de la mujer española, el periodista propone a Manolita hacer un reportaje sobre el día a día de una artista del tablao. Manolita acepta, no sin antes tirarle otro coñac a la cara, éste con dos cubitos de hielo. El periodista tiene que vencer el recelo de la tía de ésta, que tiene una salud delicada y no ve con buenos ojos al americano.

TÍA: ¿Y de dónde dices que es el periodista ése?
MANOLITA: De… ¿de dónde me ha dicho? Es que habla muy mal el cristiano. (Haciendo memoria) De Chin… De Chin…
TÍA: ¿De China? No será de China. Mira que en cuanto lo vea aparecer lo echo de aquí a empujones…
MANOLITA: No, tía, de China no. De Chin… ¡De Chinchinati!
TÍA (removiendo la perola del potaje): Uy, de Chinchinati. Hay que ver los nombres tan raros les ponen los americanos a sus pueblos. Anda que aquí no hay nombres de pueblos bonitos, como Valdemorillo, o Navalagamella…

Por si fuera poco, el representante de Manolita, Pacorro Gámez, está perdidamente enamorado de la artista y no soporta que el americano la ronde.

PACORRO (agarrando a Manolita de ambos brazos): Anda, chata, dame un besito. ¡Que me tienes loco, Manolita!
MANOLITA: Suéltame, Pacorro, que me haces daño.
PACORRO: No seas tonta, mujer…
MANOLITA (liberándose de las garras de Pacorro): ¡Toma! (le suelta una galleta). Eso por fresco.
PACORRO: Manolita, mi Manolita. ¿Por qué no me quieres?
MANOLITA: Porque eres mezquino y ruin.
PACORRO: ¿Eso qué es? ¿Quién te ha enseñado esas palabras? ¿Tu novio el inglés?
MANOLITA (desairada): No es inglés, es americano. Y no es mi novio. Aunque no me importaría. Es mucho más hombre que tú.
PACORRO: ¿Ése, más hombre que yo? ¡Ja! ¡Donde esté el producto español, que se quite todo lo demás! ¡Que el otro día lo vi en la piscina, Manolita! ¡Que no tiene ni un pelo en la espalda!

En un intento de librarse del nuevo y molesto pretendiente, Pacorro lía a Harry para que debute como novillero en la Plaza de las Ventas, experiencia de la que se salva por los pelos y que da lugar a numerosos momentos cómicos. Después de un hilarante dúo musical entre Manolita y un peluquero mariquita y un paseo en sidecar por la Gran Vía a ritmo de dabadabadá, el mezquino Pacorro miente a Manolita sobre la enfermedad que padece su tía; Pacorro le asegura que la única forma de salvar la vida de la anciana es llevándola a un especialista americano. Para reunir el dinero necesario, el taimado representante le consigue a Manolita un bolo en Sebastopol, donde, al parecer, la bailaora es toda una celebridad. Manolita, con lágrimas en los ojos, se despide de Harry en el aeropuerto, no sin antes dedicarle la canción “Tu recuerdo me seguirá de aquí a Sebastopol”. Harry, desolado, echa mano de sus contactos en Estados Unidos y descubre que el pretendido especialista americano no es más que un camelo; además, la tía de Manolita empieza a encontrarse bastante mejor en cuanto le extirpan la vesícula y medio pulmón en la casa de socorro. Harry saca un billete de avión para Sebastopol, dispuesto a reencontrarse con Manolita. Cuando llega allí, nadie parece tener noticias de la bailaora. Harry empieza a desesperarse; cuando está a punto de darse por vencido, encuentra por casualidad a Manolita pidiendo limosna en la puerta de una iglesia y postrada en una silla de ruedas. Manolita le cuenta a su amado que había sufrido un terrible accidente de tráfico cuando se dirigía a realizar un espectáculo; Pacorro ha muerto en el siniestro, y Manolita ha perdido las dos piernas. Harry, conmovido, le dice a Manolita que la seguirá amando con o sin piernas; entonces aparece la Virgen de Fátima y le devuelve las piernas a la bailaora como premio por su bondad.
Reconozco que la historia se nos fue un poco de las manos al final”, confiesa Nodoyuna. “En un primer borrador del guión, la tía de Manolita se enteraba del accidente de su sobrina y moría del disgusto, pero sólo aparentemente. Cuando Manolita recuperaba las piernas, su tía volvía de la muerte y los médicos le diagnosticaban catalepsia”, revela Nodoyuna. “Fue idea del chino […] O, bueno, japonés; la verdad es que no me quedó muy claro. El Comité de Actividades Antiespañolas nos dijo que ni hablar, que en España no volvía de la muerte ni Dios. Que en Francia, que eran todos unos liberales apestosos y todo el mundo hacía lo que le daba la gana, vale, pero lo que era aquí…
La película se estrenó con el título definitivo de De Aquí a Estambul en el Cine Humedades de la capital española en sesión doble con la comedia El Hombre, Como el Oso. Al día siguiente, el exhibidor y propietario de la sala se declaró en quiebra por razones que se desconocen, pero que se intuyen.Tras este nuevo fiasco, Nodoyuna abandonó el cine y alcanzó un moderado éxito como empresario de puticlubs. Manolita Tocotó, al año siguiente de De Aquí a Estambul, se embarcó en una gira mundial que empezó en Ciudad de México y finalizó diez kilómetros a las afueras. Manolita sólo llegó a participar en una película más, El Karateca y la Cupletista (1974), de deprimente recuerdo. Por su parte, Hitano Ozu, enamorado de España, se cambió el nombre por el de Ozú Hitano y se quedó a vivir diez años en nuestro país hasta que una noche volvió a Tokio mostrando evidentes signos de intoxicación etílica.

martes, 5 de mayo de 2009

El autor y sus MEMEces

Pero, hombre; ¿aquí, delante de todo el mundo?
Estimados bandarras:
Mi amada Silderia me ha lanzado un MEME de esos que los llaman y con ello me ha brindado la oportunidad de escribir un post exento de mis habituales y jocosos chistes sobre boñigas, aunque intentaré colar alguno en cuanto vea la oportunidad para que la cosa no decaiga.
Para los que no estén familiarizados con el término ‘meme’, ahí os dejo la definición que he encontrado en la Wikipedia, para que luego digáis que en Un beso de buenas noches de mil demonios primamos los chistes sobre boñigas en detrimento del propósito pedagógico:

Mem (od gr. mimesis – naśladownictwo). W memetyce to nazwa jednostki ewolucji boñiga kulturowej, analogicznej do genu będącego jednostką ewolucji biologicznej. Termin został wprowadzony przez biologa Richarda Dawkinsa w książce Samolubny gen.

Ahora que ha quedado todo meridianamente claro, podemos pasar a las preguntas:

¿Un lugar para relajarme?
Cualquier sitio donde se vuelquen mesas y se lancen botellas. Mi club de ajedrez, por ejemplo.

¿Te echas la siesta?
Sólo una vez, en 1992. Desperté en un camión de ganado. Debo reconocer que la experiencia no satisfizo mis expectativas.

¿Quién ha sido la última persona a la que has abrazado?
A mi amada Silderia, para evitar que se liara a mamporros con la presidenta de la comunidad de vecinos. Y el pasado sábado a una farola, a la que confundí con un entrañable amigo.

¿La última cosa que has comprado?
Dos botellas de absenta y cinco gramos de farlopa. Y un desfibrilador, por si la fiesta se anima.

¿Qué escuchas ahora mismo?
“¡Yeraiiiiii, súbete a la acera, que te va a pillar un coche!” La vecina de al lado, deduzco. “¡Como baje p’abajo te vi’arrancar la cabeza!”, añade.

¿Tu estación favorita del año?
¿Sabéis esa en que, incluso si te sudan los pies un taco y se te escuecen las ingles, estás contento? ¿Verano, dices? Pues será.

¿Qué tienes en tu armario del baño?
Como bien aclara mi amada Silderia, no tenemos armarios en el baño. De hecho, no tenemos ni baño. No se me caen los anillos por mear desde el balcón. La orina revitaliza las plantas, refresca el asfalto, abrillanta los coches y regenera los folículos capilares.

Di algo de la persona que te pasó este meme.
Esperad, que la tengo aquí al lado.
-Cariño, ¿qué digo de ti?
-¿Dónde?
-En el meme este que me has pasado.
-Lo que me dices siempre: “Las estrellas, a tu lado, son una puta mierda”.
Pues eso, que las estrellas, a su lado, son una puta mierda.

Si pudieras tener una casa totalmente amueblada, gratis, en cualquier parte del mundo, ¿dónde te gustaría que estuviera?
En la luna, que para eso se la regalé a mi amada por su pasado cumpleaños. Yo me abrigo y a tomar por culo.

¿Lugar favorito de vacaciones?
La luna, nuevamente. Ya sé que en Marte hace más calorcito, pero no veas lo que hay que andar allí para comprar un kilo de nísperos.

¿Cómo tomas el café?
Con azúcar de sobre, así me imagino que es cicuta y que soy el objetivo de una pérfida conspiración en la corte de Luis XIV. ¿Cómo que eso no es normal?

¿Qué le pides a la vida?
Que me siga señalando con el dedo.

¿Qué echas de menos?
El Renacimiento. Estaba todo más barato.

¿Qué estás leyendo ahora mismo?
Hoy mismo me he terminado de leer un post-it que empecé la semana pasada, “Comprar leche”. Ahora estoy buscando otra obra del mismo autor, “Comprar cuchillas de afeitar”.

¿Cuál es tu comida favorita?
Las quiero a todas por igual. Bueno, entre vosotros y yo, la niña de mis ojos es el solomillo de buey a la piedra.

¿Vivirías tu vida de otra manera a como la vives ahora?
Si tuviera una segunda oportunidad, pasaría menos tiempo en el suelo y más encima de los muebles. Y todas las tardes me pondría un rato cabeza abajo, que es algo que he hecho muy poco en esta vida. Como todos, supongo.

¿Volverías a crear el blog?
Ya te digo. Sobre todo si lo borrara por accidente.

No podrías vivir sin…
Los órganos vitales. Ésa estaba tirada.

¿Con qué celebridad te identificas?
Con Jesucristo. Tengo entendido que, al igual que yo, él tampoco podía orinar cuando había gente a su alrededor. Entraba un apóstol en el baño preguntando “Eh, Jesús, ¿qué quieres de guarnición?” y se le cortaba la meada. Que sí, que lo contó San Mateo en no sé dónde.

¿Qué prenda (ropa, calzado o complemento) tienes en casa que tenga mucho valor sentimental para ti y explica por qué?
Pues no sé; la verdad es que no me visto muy a menudo. ¿Una mancha de Nocilla en el smoking es un complemento? Mmm, no sé… Cuando voy a alguna fiesta en el club de golf, suelo llevar conmigo un enano de jardín, para parecer el más interesante de los dos.

¿Cuál es tu color favorito?
El que vino del espacio. Combina con todo.

¿Cambiarías algo de ti mismo?
Hay momentos en que tengo problemas por culpa de mi doble personalidad, así que cualquier día de estos me lío a hostias y me quedo solo.

Un sueño…
Vez coherente una alguna escribir frase.

¿Cuál es tu olor o perfume favorito?
El verde.

¿Te consideras una persona positiva?
Una de mis personalidades opina que sí, la otra habla muy poco del tema.

¿Qué le pides a un amig@?
Que me diga si es hombre o mujer. La intolerable dictadura de la arroba me toca los cojones, vuesa merced.

¿Dónde tienes el corazón?
En un frasco.

viernes, 17 de abril de 2009

El hombre apenas visible

Estimados cronopiazos:
La acojonante revista digital Impracabeza Magazine (¡pinchad, malditos!) me ha publicado el relato titulado "El hombre apenas visible" en su número 5, firmado con mi seudónimo de nacimiento (digo esto para acallar los absurdos rumores que corren por ahí y que aseguran que mi verdadero nombre es Klaus von Strindberg). Como el cuento en cuestión es bastante de la cuerda del resto de cosas que suelo colgar en este blogarito, ahí os lo dejo para vuestro uso y disfrute, o para que me dejéis un comentario cagándoos en todo lo que se menea. A mi plim, oigan.

El hombre apenas visible

En contra de la opinión general, el Sr. X aceptó aquel trabajo como conejillo de Indias no por ansias de notoriedad, no por ser el primer hombre invisible de la Historia, ni tampoco por el tazón de chocolate y el merengue gratis, sino por motivos puramente circunstanciales. En honor a la verdad, debemos aclarar que el Sr. X ni siquiera había considerado el hecho de ser él mismo el objeto del experimento; la intención inicial de nuestro protagonista consistía en hacer invisible a su mujer, por cuanto esta experiencia supondría una notable mejora en su vida sexual. Desgraciadamente, los análisis previos demostraron que la sangre de la Sra. X, rica en azúcares y grasas saturadas, no aceptaría de buen grado el suero de la Invisibilidad, así que el Sr. X, un ejemplo de sentido común y sensibilidad práctica, se ofreció voluntario para la prueba, alegando que ya que estaban allí y que hay que ver lo lejos que quedaban del centro estas Bases Científicas Subterráneas Ultrasecretas del Gobierno y la de vueltas que había dado el taxista para llegar. El Sr. X (al que los científicos de la Base se referían como “Sujeto X”) resultó ser una cobaya ideal gracias a la escasez de hierro y vitaminas de todas las letras en su organismo y a su peculiar complexión, que cabría calificar de escuchimizada tirando a birriosa. “No es absolutamente necesario ser canijo, pálido y bajito para que no lo vean a uno”, decían los científicos, “pero ayuda bastante”. Se podría decir que la primera prueba de la fórmula de la Invisibilidad supuso un éxito moderado; los científicos no habían logrado hacer invisible al Sr. X, pero resulta indudable que pasaba bastante desapercibido. La gente preguntaba por él aunque se encontrara en la misma habitación, y el Sr. X tenía que hacer considerables esfuerzos para hacerse ver, como ponerse tres albornoces uno encima de otro. La voz más crítica respecto a los resultados del experimento fue curiosamente la de la Sra. X, que alegó que no era la primera vez que un desconocido confundía la coronilla de su marido con un cenicero, y que ella misma se había sentado en varias ocasiones por equivocación encima del Sr. X con resultados rayanos en el siniestro total. El segundo jarro de agua fría se precipitó justo después del plato de sopa caliente: los participantes en el experimento no habían ni empezado con el segundo plato cuando el Gobierno comunicó la aplicación de un recorte de presupuesto en la partida destinada a Estudios Científicos Ultrasecretos. Decepcionado por la súbita interrupción del experimento y por no haber podido hincar el diente a las bratwurst con salsa tártara, el Sr. X volvió a casa caminando, y la Sra. X, que extrañamente olvidó que había llegado acompañada, en el coche de uno de los empleados de la Base. Los días siguientes transcurrieron con tolerable normalidad para el Sr. X; su escasa relevancia en la vida de todos los demás no parecía haberse acentuado. Pero justo una semana después del experimento el Sr. X comenzó a reparar en ciertos extraños comportamientos que profesaban sus conciudadanos ante su, ya relativa, presencia; sus vecinos le cerraban la puerta del ascensor en las narices, sus compañeros de trabajo le robaban las grapas delante de las anteriormente mencionadas, su perro le retiró el hocico del trasero y con ello el saludo y la Sra. X denunció en una ocasión la desaparición de su marido mientras él hacía un agujero en la pared para colgar un cuadro. La comprensible indignación inicial empezó a transformarse en una especie de sorda zozobra un día que tuvo que esperar casi tres minutos delante de las puertas automáticas del supermercado a que saliera o entrara algún comprador, ya que la célula fotoeléctrica no alcanzó a reconocerle. La gota que colmó el vaso llegó un lunes por la tarde, cuando un niño (con esa capacidad que tienen los niños de poner de manifiesto las cosas verdaderamente importantes de la vida), señalando a los pies del Sr. X, le dijo a su madre: “Mira, mamá, una caca dando saltos”. El comentario provocó que el Sr. X tuviera que restregar con vehemencia la suela del zapato contra un bordillo y que hiciera nota mental de fijarse mejor dónde pisaba; es cierto que últimamente había desarrollado la inconveniente costumbre de meter los pies en los sitios menos indicados: charcos, vómitos, animales domésticos de poca envergadura, pies de otras personas; como si le costara calcular el perímetro exacto donde iban a aterrizar sus mocasines. A la mañana siguiente, frente al espejo del aseo, el Sr. X advirtió en su rostro unas manchas blancuzcas parecidas a la cal verdaderamente persistentes; tardó unos instantes en caer en la cuenta de que estaba confundiendo su reflejo con el de la manguera de la ducha situada a sus espaldas. Minutos después, presa del nerviosismo y con un afeitado que sólo merecería el apelativo de lamentable, el Sr. X salió a comprar tabaco y a día de hoy nadie le ha vuelto a ver. Por su parte, la Sra. X sospecha que el perro ha empezado a fumar, aunque todavía no tiene pruebas suficientes para demostrarlo, aparte de unas colillas repartidas por la casa y un vago olor a cigarrillos mentolados.