viernes, 27 de junio de 2008

Si no tenemos sitio ni para la bicicleta, ¿dónde vamos a meter la Luna?

Estimados cosmonautas:
Las novias son un artefacto de funcionamiento misterioso. Una maquinaria impredecible que lo mismo te desarma con una sonrisa a traición que desvanece tus vagas y libidinosas esperanzas con un hachazo en forma de jaqueca; eso que tienes pegado a ti y que no eres tú pero a fin de cuentas. Hoy es el cumpleaños de la mía. Hace poco más de un mes, entre lingotazo y lingotazo de Judas, le pregunté si había algo que le gustaría que le regalara.
-Regálame la Luna -me dijo. No estoy seguro, pero supongo que fue después del segundo chupito de tequila.
Tengo que confesar que por un instante creí que se trataba de una broma; estaba convencido de habérsela regalado ya el año pasado. Me aclaró que el año pasado le regalé un silbato de platino y diamantes (siempre he sabido cómo agasajar a una dama), así que empecé a sopesar seriamente las dificultades logísticas de obsequiarle un presente de tal magnitud. Al fin y al cabo, ella me trajo hace unos años un Recuerdo de Marte; no iba yo a ser menos. Os presento a continuación y en exclusiva el detallado relato de cómo llevé a cabo tamaña empresa:
Día1: Salto de la cama y me lanzo a la calle. Vuelvo a casa porque una anciana repara en que he salido en gayumbos. De nuevo en la calle, enfilo hasta el Registro de la Propiedad. Quería averiguar si algún otro avispado mercanchifle se me había adelantado en eso de la compra de la Luna; había escuchado rumores de que el Gobierno de Estados Unidos tenía una opción sobre el satélite. Desgraciadamente, era domingo y el Registro estaba cerrado, así que me dirigí a la tasca de enfrente para rebajar los efectos de las Judas y los tequilas de la noche anterior con un zumo de tomate y unas cervecitas de graduación media. Si llego a sospechar que iba a encontrar tantos impedimentos en mi delicada misión, le habría sugerido a mi amada unos zapatos de tacón de aguja y una cena romántica en un desguace, algo que siempre le ha hecho mucha ilusión. Aproveché para indagar un poco sobre la disponibilidad de la Luna, pero me dio la impresión de que los parroquianos eludían el tema gracias al ingenioso método de caer inconscientes de sus taburetes debido a la intoxicación etílica. ¡Astutos cabrones! Cuando estaba a punto de marcharme, un tipo que acababa de salir de misa y cuyo nivel de sobriedad sólo podría calibrarse en términos relativos se acercó a mí.
-Eh, jefe, parece muy interesado en la Luna -dijo misteriosamente el individuo.
-Como cualquiera, supongo. ¿Sabes tú si la Luna tiene dueño?
-No tan rápido, poeta. Mmm...¿Si la Luna tiene dueño?... No recuerdo bien... Quizá usted tenga algo que me refresque la memoria, ya me entiende...
Después de media hora de Brain Training y tres cuartos de botella de Anís del Mono, el tipo me confesó:
-No, jefe, no me refería a esto. Estas secuencias numéricas me resultan fascinantes, pero si lo que quiere es información de confianza tendrá que... ya sabe...
-¿Hacerte una mamada?
-¡No, hombre, no! ¿Qué clase de enfermo eres tú? ¡Aflojar la mosca, tío!
-Aaaaah, coño. Haber empezado por ahí. A ver, ¿cuánto quieres?
-El tipo me lo susurró al oído.
-¡Coño! ¿Tanto?
-Un hombre de mundo como yo tiene vicios caros, jefe. Y no vea usted cómo se han puesto las entradas de la ópera. Por las nubes, oiga.
No era la primera vez que me topaba en mi vida con un yonqui de la lírica. La desesperación dibujaba sus duros contornos en la mirada de aquel hombre; no había que fijarse mucho para darse cuenta que el tipo necesitaba un aria como el comer. Así que le solté la guita a cambio de una información nada desdeñable: me aseguró que la Luna no tenía propietario conocido pero que, eso sí, le iba a tener que echar un pastón en reformas.
Día 2: Me pasé el día haciendo indagaciones para asegurarme que la información del tipo era fiable. Me entrevisté en la cárcel con un estafador de poca monta que había intentado subastar la Luna a través de eBay. El tipo, un tal Piero Piccialassia, estuvo a punto de timar a un ganadero de Oklahoma con todo el embolado.
-La Luna no está en venta, jefe. Se lo digo yo -me dijo Piccialassia a través del telefonillo de la sala de visitas-. ¿Y su novia no preferiría algo más manejable, como, no sé, como la Abadía de Westminster? Si la quiere, se la podría conseguir por un precio módico.
-Mmm… suena tentador, pero no, gracias; una vez se me ocurrió sugerírselo y se mostró muy ofendida. De todas formas, si el satélite no pertenece a nadie, no veo qué problema puede haber.
-Bueno, a lo mejor tendría que avisar a alguien, o algo. Quiero decir, usted no puede llegar a la Luna y decir, "A ver, ¿dónde construyo la alberca?" y esperar que nadie tenga nada que objetar al respecto.
Sabias palabras las de Piccialassia. Esa misma tarde me puse en contacto con los de la NASA para advertirles que me liaría a escopetazos con el primer astronauta que osara dar un pequeño paso en mi nueva y rutilante propiedad privada.
Día 3: Lo de amenazar a la NASA no fue una decisión muy astuta. Nada más levantarme descubrí que mi periquito había estirado la pata. El veterinario forense me dijo que su súbita muerte había sido provocada por una pequeña cantidad de veneno casi irrastreable mezclado en el alpiste.
Día 4: Me entero de que al veterinario le han endilgado no se qué feo asunto relacionado con el tráfico ilegal de mofetas y está cumpliendo condena en Guantánamo; sospeché en seguida que la CIA, alertada por esos cabrones de la NASA, estaba cerrando el cerco en torno a mí. Aprovecho la coyuntura para coger un avión con dirección a Tijuana.
Día 5: "Por el culo te la hinco", me dice a modo de saludo el insigne poeta mejicano Rigodón Pinchecabrón, uno de los mayores expertos en temas lunares de Centroamérica. Llego con la firme intención de alojarme en su casa hasta que pase la tormenta, pero me echa a la calle dos horas después tras haberle incendiado todo el piso superior, cagándose en mis difuntos y jurándome que jamás volvería a dejarme organizar una fiesta. En tan escaso tiempo, lo único que conseguí sacarle acerca de la Luna son estos inspirados versos:

Yo de la Luna no sé nada,
hijo de la gran chingada,
pero este tequila de fabricación propia
está padrísimo.

Día 6: Me reúno con un viejo compañero de escuela en las afueras de Roswell, donde trabaja como mecánico, no sin antes tirar unos huevos y hacer un calvo en la misma puerta de Cabo Cañaveral. Le cuento mi plan de viajar a la Luna para ver cómo anda el potaje y me confiesa entusiasmado que le parece una idea brillante; a continuación y sin previo aviso se pega un tiro en el pie. Cuando salimos del hospital, mi amigo me lleva a su desguace extraterrestre secreto, donde ha ido acumulando con el paso de los años un montón de chatarra del espacio exterior. Me parece perfecto; construir mi propia nave espacial es una de esas cosas que siempre he querido hacer pero nunca he visto el momento.
Día 7: Después de trabajar durante toda una larga noche, en la que sólo nos mantenía despiertos nuestra ilusión y cuatro gramos de farlopa, teníamos terminada nuestra nave, provista de casi todas las comodidades. La falta de tiempo nos obligó a descartar la idea del jacuzzi y la sala de masajes, pero, por lo demás, estaba muy completita: barra de bar, sillones de cuero, bola de espejos, un escenario... A mediodía nos damos cuenta de que lo que hemos construido tiene todas las características de un puticlub, siendo la más llamativa la de no servir para viajar por el espacio. Nos ponemos de nuevo manos a la obra y, a eso de las tres de la mañana, tenemos listo un coqueto cohete biplaza.
Día 8: Compruebo por Internet las condiciones meteorológicas lunares, por si tengo que llevarme una rebequita o algo. Me despido de mi amigo y le digo que apunte la nave en mi cuenta (no es la primera vez que me hace un favor; hace apenas un año le pedí que me construyera una costosa máquina del tiempo para viajar al pasado y evitar que me cascaran una multa por aparcar en zona azul). Coloco en la luna trasera un cartelito de esos de coña que dice, "Si puedes leer esto, es que te estoy derritiendo el fuselaje". La nave arranca a la segunda y salgo disparado hacia la estratosfera.
Día 9: Paro en la Estación Espacial Internacional para repostar y comprar tabaco.
Día 10: Alunizo en batería y me coloco mi traje de astronauta comprado hace un par de años en las rebajas porque, bueno, nunca sabes cuándo te va a hacer falta. Como en el fondo soy el típico friki nostálgico, quería que mis primeras palabras al poner el pie en la Luna fueran esas de "Es un pequeño paso para el hombre...", pero en vez de eso me salió un rotundo"¡Me voy a cagar en la puta que parió!" porque nada más salir de la nave pisé una boñiga. Ya sé que existe la opinión generalizada de que la Luna no está habitada (a pesar de lo cuál los americanos en su primer vuelo tripulado dejaron instalada una máquina de Coca-Cola, por si las moscas), así que imaginaos mi sorpresa cuando, mientras buscaba un cráter confortable donde plantar la tienda de campaña, una comitiva de selenitas salió a darme la bienvenida. Los selenitas, dicho sea de paso, serían físicamente idénticos a nosotros en el caso de que nosotros nos asemejáramos a un gato gigante con alas. Durante la opípara cena preparada en mi honor, el Excelentísimo Alcalde de la Luna me comenta que la escasez de agua en el satélite ha provocado la marcha de los más jóvenes a otros planetas con más recursos naturales. Y yo, sensibilizado desde mi más tierna infancia con los problemas de las zonas rurales intergalácticas y ahora mismo con la olorosa evidencia de que los selenitas llevan varios días sin ducharse, propongo un trato a los habitantes de la Luna: si me permiten regalar el satélite a mi novia, yo me comprometo a transportar regularmente unas garrafitas de ocho litros desde la Tierra, aunque me pilla muy a trasmano. El Alcalde apunta que si, aparte de las garrafas, puedo agregar un par de botellas de absenta de vez en cuando, el trato está cerrado.
Día 11, hoy mismo: Observo mi planeta natal desde aquí arriba y no veo el momento de partir hacia allá y mostrar a mi amada su regalo. Nena, ¿no te parece la Luna un sitio maravilloso donde mudarnos?

2 comentarios:

Silderia dijo...

Cariño, ya puedes estar bajando de la luna con la escritura de propiedad y algunas fotos de recuerdo.
Y yo pensando que te habías ido con alguna pelandusca. shif, shif,... ¡Eres adorable!, menos cuando te pones pesado claro, de todas formas el colgante con forma de media luna me valía también aunque no se le pueden pedir peras al olmo ¿no?.
De todas formas te veo esta tarde, que sepas que las garrafas de agua y las botellas de absenta corren de tu cuenta y los gastos del viaje y transporte hacia la luna tambien.

Te quiero.

sangreybesos dijo...

Nena, los selenitas son unos tipos cabales y para ellos un contrato verbal es algo sagrado, no como esos cabrones de la Tierra que lo tienen que tener todo firmado porque no se fían ni de su madre.