lunes, 28 de septiembre de 2009

Confesiones de un poltergeist güeno güeno de verdad auténtico del Líbano

Como nuestro archivo no dispone de imágenes de un poltergeist auténtico, les dejamos con una instantánea de Pin.
Detrás podemos observar a Pon.

Estimadas víctimas de la incredulidad:
Que sí, hombre, que esta vez va en serio. Que el investigador jefe de nuestro Departamento de Investigaciones sobre Esto y Aquello nos dijo el lunes durante el almuerzo “He conseguido una piscofonía de esas de un porterguei auténtico, canijo”, y después añadió “Pásame la salsa Goloñesa”, sin que viniera a cuento. La escalofriante psicofonía registra claramente una voz masculina diciendo “¡Coñocoñocoño!” y, acto seguido, un gran estruendo. Nuestro investigador nos aseguró que la voz provenía de una presencia incorpórea. “Os juro por mi madre que allí no había ni Dios. Inequívocamente, se trata de la voz de un ente de ultratumba”. Desgraciadamente, tras un concienzudo examen posterior, descubrimos que el sonido registrado por la grabadora no provenía del más allá, sino de la habitación contigua. “Me encontraba arrastrando un armario”, explica el jefe de albañiles Marcial Escómbrez, “pero no reparé en la caja de herramientas que reposaba sobre él, y vi que se me venía encima. De ahí el enfático Coñocoñocoño que puede escucharse, y el pifostio posterior”, aclara con sorprendente desenvoltura. Pero, como no hay mal que por bien no venga, el escándalo despabiló al señor Fausto Capelotas, espectro residente de la Mansión de las Sombras. “Hay dos formas de despertar a un muerto”, explica el difunto Capelotas una vez se hubo lavado la cara y quitado los ectoplasmas de los ojos. “Una es robarle algo que le perteneció en vida: Un grimorio, una efigie exótica, unos pantalones bombachos, o alguna otra cosa que ya no se estile. La otra forma es que alguien abra un armario de la cocina y se le caiga al suelo la perola del puchero. Las dos nos ponen de una hostia que para qué”. Le preguntamos si ése era el origen de las infames maldiciones de ultratumba. “Ya le digo. Al contrario que los seres vivos, las maldiciones de los muertos tienen la cosa de que se hacen realidad. Usted no le dice a alguien “¡Ojalá te caiga encima una gramola!” esperando que tal cosa vaya a ocurrir. Con nosotros es muy diferente; basta que uno se levante diciendo “¡Me voy a cagar en todo!” para que se arme la de Dios es Cristo: manos cercenadas que persiguen a la gente, retratos que te siguen con la mirada, espejos en los que te ves la coronilla, antenas parabólicas que sólo reciben la señal de cadenas locales, frascos de pepinillos que no se abren ni a la de tres…”. Al preguntarle por qué nosotros no nos hemos llevado un rapapolvo de ultratumba, el señor Capelotas, que llevaba siete meses durmiendo, responde, “Ya le digo que el tema de las maldiciones depende del improperio que sueltes al despertar. Si te levantas diciendo, por ejemplo, “¡Su puta madre!” es probable que tu cortadora de césped acabe persiguiéndote por todo el living; pero en este caso yo sólo he dicho “¡¿Pero qué cojones…?! y lo único que ha pasado es que un tipo ha venido a explicarme qué estaba ocurriendo para después enseñarme los genitales. Y, de todas formas, siete meses de sueño para un muerto es una siestecita. Estaba viendo un documental cuando me quedé traspuesto”, revela. Y continúa, “El nivel de cabreo al despertar de repente es directamente proporcional al tiempo que el fantasma lleve durmiendo. Yo conocí a una momia que volvió de entre los muertos después de cuatro mil años de descanso, y que ya en vida tenía mal despertar, así que imagínese. Se lió a zapatazos con los profanadores de su tumba, con eso se lo digo todo”. ¿Se considera el señor Capelotas un poltergeist? “Nosotros preferimos que nos llamen ‘Fenómenos Extraños’, porque estamos hartos de tanto germanicismo en el ámbito de lo sobrenatural”. Hostia, que bien habla este fenómeno extraño. “A ver si se creen ustedes que el acopio de conocimientos termina con la muerte”, revela. “Ahora mismo formo parte de una comisión de investigación constituida por eminentes científicos del más allá que está estudiando una forma satisfactoria de resucitar a los muertos sin que se les caiga la picha a cachos”. No nos joda. “Lo que les digo”, afirma. “Nuestro objetivo es crear un zombi que huela un poquito mejor y que coma más variado, que una ensaladita de vez en cuando no está de más. Un poquito de rúcula, unos canónigos… Los cerebros y la carne cruda van fatal para el ácido úrico. Lo ideal es comerlos uno o dos veces en semana, a lo sumo, acompañados de un huevo y unas papas fritas, si se quiere”. Hicimos notar al señor Capelotas que nos estábamos desviando del tema, y quisimos saber si lo retenía en la Mansión de las Sombras alguna tarea inconclusa. “Un sudoku”, contesta cípticamente. “Qué momento tan estúpido para morir, ¿verdad? Aunque peor fue lo de un amigacho mío, cuyas últimas palabras fueron ‘Y tiro porque me toca’”, revela. “En fin, que no me puedo mover de aquí hasta que termine el puto sudoku. Debo reconocer que, a veces, las reglas para acceder al plano astral me resultan incomprensibles. El espíritu de un antepasado mío estuvo veinte años atrapado en el mundo de los vivos porque murió antes de pagar el último plazo del piano. Estuvo casi la mitad de ese tiempo apareciendo todas las noches a los pies de la cama de su viuda, repitiéndole, “El piano, el piano”. Hasta que un día su mujer, harta de su difunto marido, se mudó por sorpresa. Mi antepasado fue a visitarla aquella noche y se quedó con un palmo de narices. Como su señora no dejó señas y puso en venta la casa, mi antepasado estuvo dándoles la murga con el jodido piano a los nuevos inquilinos a diario, que, claro, no tenían ni idea de lo que les estaba hablando. ‘¿Pero qué dice éste? ¿Qué piano?’, le preguntaba el propietario a su esposa, y así todas las noches. Total…”. Ejem. “Lo siento”. A continuación quisimos saber qué diferencia a un poltergeist de otros tipos de fantasmas menos destructivos. “La habilidad psicomotora”. Ah, qué bien. “A ver”, explica, “la gente se cree que los poltergeist somos unos cabrones porque vamos tirando la porcelana al suelo por la puta cara, y no es así. Es que somos torpes. No es nuestra intención asustar a nadie; la mayoría de los ruidos extraños que se oyen en una casa encantada está provocada por nuestra impericia. Los últimos propietarios de esta mansión la abandonaron despavoridos después de oír un gran estruendo que no fue intencionado. Lo que pasa es que tropecé con la alfombra y me caí rodando por las escaleras. La gente cree que hacemos ruidos por la noche para incordiar. ¡Nada más lejos de la realidad! ¿Cómo no vamos a hacer ruido si no vemos un pimiento y dejan las sillas en cualquier sitio? ¿Piensan que los fantasmas disponemos de visión infrarroja, o qué?” Entonces, ¿los fantasmas no son intangibles? “Cuando tenemos el día bueno, sí. Pero cuando estamos de bajón, nos vamos tropezando con las esquinas de las mesas y metiendo el pie en el cubo de la fregona”. Para finalizar, le preguntamos al señor Fausto Capelotas por sus futuros proyectos. “Estoy escribiendo el guión de una película”, afirma. “Es un thriller psicológico donde, a causa de una apuesta, un fantasma se va a pasar la noche a una casa supuestamente habitada. Creo que va a quedar muy bien, porque al principio no se sabe si de verdad hay alguien viviendo allí o el protagonista se está volviendo loco”.