jueves, 10 de febrero de 2011

El Crepúsculo de los Pollos

Estimados acólitos anónimos:
En estos días aciagos en que los hombres que andaban encorvados como plátanos han perdido su platanidad y los grandes oradores ya no saben ni lo que dicen…

-¡Más alto! –dijo uno desde la última fila.
-¡No, por favor! – dijo otro desde la primera fila sujetándose las sienes.
-¡Jean-Claude! ¡Jean-Claude! –dije yo desde el estrado.
-¿Llamaba, milord? –mi adusto mayordomo pareció haber salido de una trampilla en el suelo.
-Jean-Claude, ¿cómo se te ocurre sentar a los duros de oído en la última fila y a los resacosos en la primera?
-Sólo sigo sus instrucciones, señor –dijo Jean-Claude-. Y no está de más recordarle que anoche le parecía una idea excelente.
-Me temo que soy demasiado indulgente con mis ocurrencias cuando abuso del láudano, Jean-Claude. Anoche me habría parecido una idea excelente chuparle el nabo a un puma.
-De hecho, sugirió tal práctica durante la cena, señor.
-Vaya por Dios. Espero que ninguno de mis invitados se molestara.
-A decir verdad, Sir Cedric se mostró bastante ofendido, señor.
-¿Por esa tontería del puma? Menudo mojigato está hecho ese Sir Cedric.
-Por lo del puma, no –aclaró Jean-Claude-. Se mostró ofendido más tarde, cuando lo sorprendió a usted escupiendo en su copa.
-Recuérdame que después lo llame para pedirle disculpas, Jean-Claude. Si puedo aguantar la risa, quiero decir. ¿Cuándo se marcharon?
-En cuanto Lady Whitmore recuperó la consciencia, señor.
-¿Lady Whitmore sufrió un desvanecimiento?
-Me temo que se llevó una fuerte impresión cuando usted se empeñó en interpretar su célebre performance.
-No me digas que anoche volví a cagarme encima del clavicordio.
-Eso me temo, amo.
-Ah, bueno, qué más da. Tampoco es que me hiciera tanta falta ese puesto de diplomático. ¿Tenemos algo que ofrecerles a estos caballeros que han venido a escucharme?
-Creo que sólo nos queda una lata de guisantes, milord.
-Pues vuélcala en un cuenco y di que son aceitunas enanas de Madagascar o algo así.
-¡Maestro! ¡Oh, alabado maestro! –dijo un notas. A juzgar por su desastrado aspecto, pensé que iba a empezar su próxima frase con un “Estoy aquí de milagro; por poco no lo cuento”.
-Dígame, despojo humano –dije con una sonrisa no menos que beatífica.
-¡Oiga, cómo se atreve a juzgarme por mi apariencia externa!
-Es que lleva usted una camiseta interior de manga sisa con agujeritos debajo de la americana, caballero.
-¡Usted también!
-Cierto. Pero si nos colocaran a usted y a mí uno al lado del otro y alguien preguntara “¿Cual de estos caballeros dirían ustedes que ha pasado peligrosamente cerca de un tren de mercancías?”, sospecho que no me señalarían a mí.
-¡Yo soy de los que piensa que la belleza está el interior!
-¡Yo también! –dijo otro que a todas luces acababa de saltar de una ambulancia en marcha.
-Pues están todos equivocados, señorías –mi inesperadamente respetuoso tratamiento dejó a mi audiencia estupefacta. Una señora que tenía un nieto drogadicto salió de su sopor y me miró como si yo acabara de meterme desnudo en su cama y aún no hubiera decidido si aprobaba la idea.
-¿Qué quiere decir con su tajante aseveración, oh, sabio? –dijo uno de mis más antiguos seguidores, que esperaba que cualquier día de estos lo invitara a comer.
-Tomemos a los pollos de hipermercado… -empecé a decir.
-¡Callaos, que el Maestro va a contar una parábola! –dijo uno con un tabique nasal de futuro incierto.

¿Qué es lo que verdaderamente os importa cuando vais al hipermercado a comprar un pollo congelado? ¿Realmente tenéis en cuenta que ese pollo haya sido en vida un buen pollo, un pollo ejemplar? Quizá ese pollo nunca le haya robado el alpiste a otro pollo, quizá haya sido caballeroso y galante con las gallinas, quizá jamás le haya picado la minga a su dueño mientras éste tomaba el sol en bolas en su parcela… ¿Influye en vuestra decisión que ese pollo congelado que os disponéis a comprar para su posterior disfrute gastronómico haya sido el mejor de los pollos, amigo de sus amigos pollos, un miembro respetado de su granja o corral?

-Evidentemente no, maestro –respondió uno con cierta incómoda propensión a contestar preguntas retóricas utilizando la lógica-. La mayoría preferimos escudarnos en la distancia emocional resultante de ingerir un pollo anónimo.
-No tengo ni la más remota idea de lo que has querido decir, pero por tus horrorosas gafas intuyo que debe de tratarse de algo realmente remarcable. ¿Por qué no sales y se lo explicas a una farola?
-No era mi intención interrumpir su inspirado discurso, oh, gran iluminado –dijo el menda bajando la vista y con un ligero rubor en sus mejillas. Me enternecí. Era la clase de tipo que nada más mirarlo sabes que va a recibir una patada en la cabeza antes de la puesta de sol.

¿Qué espera el consumidor medio de un pollo congelado y envasado al vacío? Un reciente estudio publicado por el Departamento de Consumo Avícola de la Universidad de Wisconsin revela que:

-El 95% de los encuestados valora el buen aspecto del pollo. En palabras literales de un señor de Antequera que pasaba ese día por Wisconsin: “Que el pollo tenga buena cara”. Por otro lado, los científicos encargados del estudio consideraron que “tener buena cara” era un concepto en exceso generoso como para aplicárselo a un animal decapitado, pero entendieron el subtexto general de la frase, a pesar de que el ciudadano de Antequera escupía trozos de pistachos al hablar.
-El 2% de los encuestados cree que “Pollo” es un país de América del Sur. De hecho, la mitad de ese dos por ciento está convencido de que el resto del mundo se encuentra en América del Sur. Los investigadores decidieron no volver a contar con el Estado de California a la hora de confeccionar sus estadísticas.
-Otro 2% de los encuestados había salido a disparar a alguien.
-El 0’7% de los encuestados no sabe/no contesta/ pone voz de pito por el teléfono y dice “No, el señor no se encuentra en casa en estos momentos y no sé cuando volverá”.
-El 0’2% sólo espera que el pollo no se trate de su propio cuerpo o el de alguno de sus conocidos en una reencarnación anterior. Esta contestación ha supuesto toda una relevación para los científicos, por cuanto creen haber descubierto una nueva y rarísima fobia para la que aún no tienen nombre, porque intuyen que “Reticencia a devorar un ave de corral congelada y envasada al vacío por temor a que se trate del propio cuerpo de uno o el de alguno de sus conocidos en una reencarnación anterior” también será larguísimo en latín. Por este motivo, la Universidad ha solicitado ayuda al Papa, que aprobó latín con un seis y medio. Desafortunadamente, cuando los investigadores llamaron al Vaticano, un señor con voz de pito les comunicó que Su Santidad no estaba en ese momento y que no sabía cuándo volvería.
-El 0’1% de los encuestados eran perros. Sus respuestas no fueron valoradas en la conclusión final del estudio.

Ya lo han visto, cacho ceporros. El consumidor medio, que responde a la configuración general de:

A) Un señor bajito, con gafas, tirando a calvo y con poco tiempo que dedicar a sus hijos, y
B) Una señora gorda que cada vez se pela más corto y que siempre se explica fatal cuando rellena una hoja de reclamaciones

valora principalmente que un pollo de hipermercado “le entre por los ojos”, en palabras de una oriunda de Alabama con restos de mantequilla de cacahuete en las pestañas.

Desafortunadamente, el pollo de hipermercado ha visto decaer progresivamente su popularidad durante los últimos treinta años o así debido a la manifiesta incompetencia del infame Sr. Crypa, antaño todopoderoso magnate de los centros comerciales CRYPA (acrónimo de Crema y Paciencia), cuyos pollos congelados han ofrecido durante años un aspecto tan desmejorado que indujeron a toda una generación a popularizar el chascarrillo “Tienes más mala cara que los pollos del Crypa”.

Siempre constantes en nuestro empeño de tomar el agónico pulso de una Sociedad decadente y desnaturalizada y, sobre todo, meternos donde no nos llaman, resultar ofensivos sin motivo aparente y gastar ingentes cantidades de energía para montar deslumbrantes embolados que no le importan a nadie, y menos a nosotros, la Administración de Un beso de buenas noches de mil demonios ha creado el Departamento de Investigación sobre Cosas de Pollos, que se ha marcado como primer objetivo desenmarañar el turbio asunto de los pollos del Crypa, y como segundo objetivo comprar un loro y hacerlo enfadar a base de pegarle tirones de la cola (objetivo que ha provocado una intensa polémica dentro de la Administración, por cuanto algunos miembros dudan de la pertinencia de asignar al Departamento de Pollos el tema del loro y se preguntan si no sería más conveniente dejar el asunto en manos de la Sección de Compra y Cabreo Sistemático de Loros, rama aún no existente en nuestra Organización pero que, conociéndonos, no descartamos crear en breve).

Es de conocimiento público que el misterioso Sr. Crypa, cuyo rostro casi nadie ha visto porque tenía la costumbre de caminar de espaldas y darse la vuelta rápidamente cuando alguien le dirigía la palabra, dejó hace años todo su imperio en manos de su Consejo de Administración, que al día siguiente decidió fusionar la empresa con la multinacional VAYRE (acrónimo de Vaselina y Resignación) y salir a cenar sushi para dárselas de hombres de mundo. Desde entonces, el Sr. Crypa se encuentra en paradero desconocido, aunque sus familiares y amigos sospechan que, o bien se ha caído dentro de un hoyo y no puede salir por sus propios medios, o bien está disfrutando de una jubilación de oro en un sitio soleado y con mala combinación de autobuses. Después de laboriosas gestiones, que han incluido numerosas llamadas desde el móvil de un señor que estaba bajando al perro e incontables agasajos a hombres eminentes que se sintieron halagados porque nunca se habían comido un rosco, nuestro Departamento ha logrado contactar con Bernardo Pérez Crypa, sobrino del empresario, que ha accedido a hablar con nosotros a cambio de fotografiarnos sosteniendo un conejito. Como la cámara de vídeo se la prestamos el otro día a un cuñado nuestro para grabar a su hijo haciendo de acelga en una función escolar y la grabadora está llena de pelos por razones que no vamos a explicar aquí, pasamos a transcribirles de memoria la reveladora conversación resultante del encuentro con el Sr. Pérez Crypa.

Buenos días, Sr. Pérez Crypa. ¿Le importaría hacer la entrevista de pie? Es que el perro se ha quedado dormido en su silla y no nos gusta despertarlo.
No, no, me da igual. Mientras no me deje la casa llena de pelos…

¿Qué recuerdos guarda de los hipermercados de su tío?
Hombre, le voy a ser sincero, porque no sé qué me pasa esta mañana que me he levantado borracho perdido; fue una época muy entrañable, mire usted. Recuerdo como si hubiera pasado el sábado por la mañana el día que mi tío inauguró su primer hipermercado. Yo era sólo un chiquillo, ¿sabe usted? Y para un niño de corta edad, un hipermercado es la repera. Era la primera vez que veía un cortacésped de cerca, con eso se lo digo todo.

Sabemos que es un tema incómodo para toda su familia, pero no podemos evitar sacar a colación los infames pollos que vendía su tío en la sección de congelados…
Ya, ya, los pollos (suspira). Mire, yo creo que todo este asunto de los pollos se ha sobredimensionado un poco. Se han dicho muchas tonterías al respecto; que si los pollos tenían un color inapropiado, que si olían raro, que si eran ignífugos, que si tenían el sida y no sé qué más. Pero yo pasé mi niñez y mi adolescencia alimentándome de esos pollos y no me ha pasado nada. Si me faltan dientes es a causa de extraña enfermedad de los huesos, y las patatas que me crecen en la barba me las estoy tratando con láser. Por otro lado, la alimentación exclusivamente intravenosa se debe sencillamente a que vomito todo lo que como. Con la edad me he vuelto un melindre con el tema de la comida. El especialista griego en desórdenes alimentarios que me está tratando, Dr. Aristóteles Tikismikis, opina que lo mío no tiene nada que ver con los pollos y que a lo mejor he pillado un parásito raro por sentarme en el váter de un puticlub.

Una pregunta que se estarán haciendo todos nuestro lectores; ¿ha sido usted siempre así de paticorto?
¡¡Eso cómo se lo van a estar preguntando sus lectores, si no pueden verme!!

Ya que elude el tema, pasaremos a la siguiente pregunta. ¿Sabe usted dónde se encuentra su tío? Se dice que se quitó de en medio cuando saltó el escándalo de los pollos para evitar posibles acciones legales.
¿Ve cómo todo se tergiversa? Mi tío no se quitó de en medio; simplemente se fue un día sin avisar y nunca más volvimos a saber nada de él. A eso no lo llamo yo quitarse de en medio. Para mí, quitarse de en medio significa echarte a un lado cuando sabes que estás estorbando el paso.

Eh, eh, no nos vacile, compadre. Que somos periodistas; qué nos va contar usted sobre lingüística, etimología o como coño se diga.
Es que no se han explicado ustedes con acierto.

Que si sabe dónde está su tío.
Pues pasándolo bien, supongo, por no ha llamado ni nada. La mejor noticia es que no hay noticias. ¿No dicen ustedes eso?

¿Quién, nosotros? No.
Entonces lo dirá alguien que se parece a ustedes.

Que no le aseguramos que no lo hayamos dicho alguna vez. Decimos muchas cosas a lo largo del día. A veces sin darnos cuenta.
A mí también me pasa de vez en cuando. El otro día, mi mujer me dijo que nada más levantarme había expresado una opinión negativa sobre el peinado de Stalin, aunque yo no recuerdo haber comentado nada al respecto.

Sr. Pérez Crypa…
Por favor, llámeme Bartolo.

¿Pero no se llama usted Bernardo?
Sí, es verdad. No importa.

Nos da la impresión de que usted posee algún dato sobre el paradero de su tío y pretende ocultarlo a la opinión pública, caballero.
¿Quién, yo? No, que va, cómo puede decir eso… ¡¡Miren, un gitano leyendo!!

¡¿Dónde?! ¡¿Dónde?!

No obtuvimos respuesta. Tuvimos que dar por concluida la entrevista a causa de las argucias del astuto Sr. Pérez Crypa que, después de distraer nuestra atención, saltó por una ventana y se hizo daño en el cuello. Lo atrapamos, pero se hizo pasar por jardinero sordomudo y nos dimos por vencidos. Volvimos a nuestro cuartel general desanimados y con pocas ganas de recoger los cartones de vino vacíos de la noche anterior, pero nada más llegar nuestra telefonista nos dijo que un pollo estaba dispuesto a hablar. Al principio la noticia no nos impresionó demasiado, porque teníamos indicios de que nuestro perro también quería hablar pero no podía, porque era un perro, aunque sospechábamos que tenía serias dudas sobre su identidad y habíamos hablado dos o tres veces de llevarlo al psicólogo, pero lo vas dejando, lo vas dejando, y al final ves que el perro tiene algunos días mejores que otros y total, que Mari Puri nos dijo que el pollo quería aportar nuevos datos a nuestra investigación y nos pusimos en marcha un rato después, porque era justo nuestra hora de cagar.

Nos reunimos con el pollo en el Asador de Ídems donde trabaja. Su labor consiste, básicamente, en sostener un cartel que reza “ANTES” sentado en el mostrador, junto al cadáver ya procesado y salpimentado de un conocido suyo que ostenta el cartel de “DESPUÉS” a su izquierda y un bote de encurtidos sin etiquetar a su derecha. Por razones de seguridad, nuestro pollo desea seguir en el anonimato y prefiere que nos dirijamos a él con el sobrenombre de Reginald, porque está convencido de que en su anterior reencarnación fue un gangsta de Harlem con los pelos a lo afro fallecido a causa de un corte de digestión.



ANTES


DESPUÉS

BOTE DE ENCURTIDOS PARA ACOMPAÑAR

Buenos días, Reginald.
Buenos días. (Dirigiéndose a una señora que pasa en ese momento junto a la puerta) ¡¡Al rico pollo asado, señora!! (la señora se lleva un susto de muerte y deja caer al suelo dos barras de viena y un pack de seis yogures de esos de cagar, que no son yogures ni son ná).

Jajaja, por poco le da un infarto a la vieja. Qué jodío.
Bueno, algo tengo que hacer para pasar el rato. Esto de sujetar el cartel ocho horas al día es un auténtico coñazo.

Nos hacemos cargo. Reginald, usted afirma haberse librado por los pelos de acabar convertido en un pollo del Crypa…
Sí, sí. Por aquel entonces yo era un pollo joven y brioso. Ahora estoy a punto de jubilarme para dejar paso a las nuevas generaciones.

¿Dónde los criaban?
En un corral que, bueno, nadie lo ha dicho hasta ahora, pero estoy convencido de que era propiedad del mismísimo Sr. Crypa. Lo sospecho porque ese sucio bastardo venía de vez en cuando por allí para echar un vistazo y comprobar que todo estaba en orden. No entiendo mucho de gestión empresarial, pero dudo mucho que el Sr. Crypa se tomara tantas molestias con el resto de sus proveedores. Quiero decir que yo jamás he oído que el Sr. Crypa se haya pasado a visitar al tío que le fabricaba los maceteros, ni al de los balones de rugby, ni al de los cortacéspedes.

Vendían unas cosas absurdas allí.
Sí, sí; era un pandemónium.

Que bien se expresa usted para pesar menos de kilo y medio.
Gracias. Como le iba diciendo, aquel corral era un sitio horripilante. De hecho, su construcción databa de los años cincuenta y en principio era utilizado por el régimen de Franco para albergar presos políticos, ¿sabe? No fue construido para criar pollos. Llamarlo corral es, en puridad, un eufemismo.

Ajá. Entonces, ¿usted diría que el corral era incómodo y muy feísimo?
Eso lo diría usted, que está alelado. Yo he dicho “eufemismo”. Es un término que no le voy a explicar, porque dudo que tenga usted capacidad para comprenderlo.

Diga que sí. ¿Cómo los trababan allí?
Con la punta del pié, como podrá imaginar. Nos servían gachas en un plato de hojalata que tiraban al suelo de muy mala manera y, cuando llovía, nos sacaban al patio a revolcarnos en el barro. Nos despertaban de noche pasando sus porras por la alambrada mientras reían entre dientes. Cada vez que me acuerdo me pongo malo. Por no hablar de los experimentos. Trajeron a un granjero que trabajaba para el Tercer Reich, ¿sabe? Probaba conservantes experimentales de invención propia con nosotros, nos daba a comer maíz transgénico, nos aplicaba descargas eléctricas en los genitales… eso último nunca lo entendí… Algunos compañeros fueron incapaces de sobrevivir.

Qué horror. ¿Qué hacían luego con sus cadáveres?
Desplumarlos y congelarlos. Eran aves de corral. ¿Qué se supone que debían hacer? ¿Darles santa sepultura?

Qué vida más perra, la de ustedes.
Mire, la mayoría de los pollos aceptan su destino con resignación. Saben que son criados para servir de alimento a los seres humanos y están orgullos de formar parte de la Dieta Baja en Calorías del Universo. El karma y todo ese rollo, ya sabe.

¿Cómo se las ingenió para escapar?
Bueno, algunos compañeros y yo empezamos a protestar por el trato abusivo que recibíamos, y el Sr. Crypa intentó acallarnos pagándonos gallinas de compañía, que no vea usted lo putas que son.

Hemos oído rumores.
Las tensiones se aliviaron un tiempo, pero entonces algunos compañeros contrajeron sífilis.

Dios santo. ¿Cómo se trata a un pollo con una enfermedad venérea?
Desplumándolo y congelándolo. Aves de corral, recuerde.

Ahora que lo dice, recuerdo haber comprado algún congénere suyo cuya postura daba a entender que se estaba rascando las pelotas en el momento de su muerte.
¿Se lo está inventando?

Sí. La fuga, Reginald.
Ah, sí. Total, que éramos pollos estresados, maltratados, intoxicados, mal alimentados y algunos teníamos la sífilis. Un día, para distraernos, los cuidadores nos pusieron una película… estoy seguro que no leyeron el argumento en la contraportada… No sé si la habrá visto; iba sobre un pollo que se escapa de una granja.

Sí la hemos visto, sí. “Tiburón 4. La Venganza”.
¿Esa no va de tiburones?

No. Bueno, el tiburón sale un rato. La trama principal trata de un pollo que intenta escapar de una granja.
Si usted lo dice… En fin, que “Tiburón 4. La Venganza”, si hablamos de la misma película, que no estoy seguro, resultó muy inspiradora para mí, y tomé la determinación de hacer lo mismo que el protagonista.

¿Devorar a unos bañistas?
Darme a la fuga. ¿No habíamos quedado en que el tiburón sale sólo un rato?

Suponemos que pasó un largo período de tiempo elaborando su plan de huída.
No fue complicado; se la piqué al vigilante y crucé la carretera. Soy un pollo, por amor de Dios. No se supone que sepa hacer muchas más cosas.

Creíamos que el sexto mandamiento de los pollos prohibía cruzar la carretera.
¿Sabe? Usted me asusta.

Es que nosotros entendemos un rato de cosas de pollos. ¿Alguna vez ha sentido deseos de vengarse del Sr. Crypa?
Antes sí, pero esa época ya pasó. Ahora estoy en paz conmigo mismo. Lo que no quiere decir que no me vaya a alegrar si alguna vez alguien asfalta por error al Sr. Crypa, naturalmente.

¿Qué planes tiene para el futuro, Reginald?
Como le he comentado, estoy a punto de jubilarme, y ya me encuentro un poco duro para menesteres alimentarios. Ahora tengo entre manos un prometedor proyecto musical para la plataforma “Save the Chicken”. He compuesto una canción para concienciar a la sociedad del trato denigrante que algunas corporaciones infligen a sus aves de corral. El estribillo dice así: “We are the woooorld, we are the chicken…”

Qué pegadiza.
Sí. Contamos con la colaboración de grandes artistas internacionales, como Pollingo, Los Pollos Cantores de Híspalis y Herbie Hancock. Este último no es un pollo, pero como lleva la palabra “cock” en su apellido, que, como sabe, significa en inglés “pollo”, nos hizo gracia y lo llamamos.

Cock” también significa en inglés “cipote”.
¿Le parece esta una manera bonita de acabar una entrevista?