viernes, 17 de abril de 2009

El hombre apenas visible

Estimados cronopiazos:
La acojonante revista digital Impracabeza Magazine (¡pinchad, malditos!) me ha publicado el relato titulado "El hombre apenas visible" en su número 5, firmado con mi seudónimo de nacimiento (digo esto para acallar los absurdos rumores que corren por ahí y que aseguran que mi verdadero nombre es Klaus von Strindberg). Como el cuento en cuestión es bastante de la cuerda del resto de cosas que suelo colgar en este blogarito, ahí os lo dejo para vuestro uso y disfrute, o para que me dejéis un comentario cagándoos en todo lo que se menea. A mi plim, oigan.

El hombre apenas visible

En contra de la opinión general, el Sr. X aceptó aquel trabajo como conejillo de Indias no por ansias de notoriedad, no por ser el primer hombre invisible de la Historia, ni tampoco por el tazón de chocolate y el merengue gratis, sino por motivos puramente circunstanciales. En honor a la verdad, debemos aclarar que el Sr. X ni siquiera había considerado el hecho de ser él mismo el objeto del experimento; la intención inicial de nuestro protagonista consistía en hacer invisible a su mujer, por cuanto esta experiencia supondría una notable mejora en su vida sexual. Desgraciadamente, los análisis previos demostraron que la sangre de la Sra. X, rica en azúcares y grasas saturadas, no aceptaría de buen grado el suero de la Invisibilidad, así que el Sr. X, un ejemplo de sentido común y sensibilidad práctica, se ofreció voluntario para la prueba, alegando que ya que estaban allí y que hay que ver lo lejos que quedaban del centro estas Bases Científicas Subterráneas Ultrasecretas del Gobierno y la de vueltas que había dado el taxista para llegar. El Sr. X (al que los científicos de la Base se referían como “Sujeto X”) resultó ser una cobaya ideal gracias a la escasez de hierro y vitaminas de todas las letras en su organismo y a su peculiar complexión, que cabría calificar de escuchimizada tirando a birriosa. “No es absolutamente necesario ser canijo, pálido y bajito para que no lo vean a uno”, decían los científicos, “pero ayuda bastante”. Se podría decir que la primera prueba de la fórmula de la Invisibilidad supuso un éxito moderado; los científicos no habían logrado hacer invisible al Sr. X, pero resulta indudable que pasaba bastante desapercibido. La gente preguntaba por él aunque se encontrara en la misma habitación, y el Sr. X tenía que hacer considerables esfuerzos para hacerse ver, como ponerse tres albornoces uno encima de otro. La voz más crítica respecto a los resultados del experimento fue curiosamente la de la Sra. X, que alegó que no era la primera vez que un desconocido confundía la coronilla de su marido con un cenicero, y que ella misma se había sentado en varias ocasiones por equivocación encima del Sr. X con resultados rayanos en el siniestro total. El segundo jarro de agua fría se precipitó justo después del plato de sopa caliente: los participantes en el experimento no habían ni empezado con el segundo plato cuando el Gobierno comunicó la aplicación de un recorte de presupuesto en la partida destinada a Estudios Científicos Ultrasecretos. Decepcionado por la súbita interrupción del experimento y por no haber podido hincar el diente a las bratwurst con salsa tártara, el Sr. X volvió a casa caminando, y la Sra. X, que extrañamente olvidó que había llegado acompañada, en el coche de uno de los empleados de la Base. Los días siguientes transcurrieron con tolerable normalidad para el Sr. X; su escasa relevancia en la vida de todos los demás no parecía haberse acentuado. Pero justo una semana después del experimento el Sr. X comenzó a reparar en ciertos extraños comportamientos que profesaban sus conciudadanos ante su, ya relativa, presencia; sus vecinos le cerraban la puerta del ascensor en las narices, sus compañeros de trabajo le robaban las grapas delante de las anteriormente mencionadas, su perro le retiró el hocico del trasero y con ello el saludo y la Sra. X denunció en una ocasión la desaparición de su marido mientras él hacía un agujero en la pared para colgar un cuadro. La comprensible indignación inicial empezó a transformarse en una especie de sorda zozobra un día que tuvo que esperar casi tres minutos delante de las puertas automáticas del supermercado a que saliera o entrara algún comprador, ya que la célula fotoeléctrica no alcanzó a reconocerle. La gota que colmó el vaso llegó un lunes por la tarde, cuando un niño (con esa capacidad que tienen los niños de poner de manifiesto las cosas verdaderamente importantes de la vida), señalando a los pies del Sr. X, le dijo a su madre: “Mira, mamá, una caca dando saltos”. El comentario provocó que el Sr. X tuviera que restregar con vehemencia la suela del zapato contra un bordillo y que hiciera nota mental de fijarse mejor dónde pisaba; es cierto que últimamente había desarrollado la inconveniente costumbre de meter los pies en los sitios menos indicados: charcos, vómitos, animales domésticos de poca envergadura, pies de otras personas; como si le costara calcular el perímetro exacto donde iban a aterrizar sus mocasines. A la mañana siguiente, frente al espejo del aseo, el Sr. X advirtió en su rostro unas manchas blancuzcas parecidas a la cal verdaderamente persistentes; tardó unos instantes en caer en la cuenta de que estaba confundiendo su reflejo con el de la manguera de la ducha situada a sus espaldas. Minutos después, presa del nerviosismo y con un afeitado que sólo merecería el apelativo de lamentable, el Sr. X salió a comprar tabaco y a día de hoy nadie le ha vuelto a ver. Por su parte, la Sra. X sospecha que el perro ha empezado a fumar, aunque todavía no tiene pruebas suficientes para demostrarlo, aparte de unas colillas repartidas por la casa y un vago olor a cigarrillos mentolados.

martes, 14 de abril de 2009

Lo que no está en los escritos

¡La administración de de Un beso de buenas noches de mil demonios se tira a la calle y acaba con restos de asfalto bajo el prepucio!

Estimados murciélagos hindúes que comen feliz cardillo y kiwi:
El periódico de la localidad de Ganillas del Cagar, El Bollo, ha publicado hoy en sus páginas una noticia que nos ha dejado tan, pero tan epatados que la gente que pasaba por allí hasta se ha dado cuenta. “Coño, que epatados que estáis, zagalones”, nos ha dicho un señor que después se ha sonado los mocos con los faldones del traje. Es que nos es para menos, oiga. Según el rotativo, el filólogo y Doctor en Literatura José Zones, Pepe para los amigos, entre los que nos contamos porque una vez le limpiamos un excremento de paloma del cogote con un kleenex, después de una abracadabrante investigación que ha abarcado cuatro lustros, sea lo que sea lo que signifique eso, ha descubierto, al fin, Lo que no está escrito. Después de haber leído todo lo habido y por haber, el Doctor Pepe Zones nos ha jurado por su santa madre que nadie, nunca, en ninguna parte, ha escrito la siguiente línea de diálogo:

-Dame el almanaque, mamón –dijo el Vizconde.

Como era de esperar, la Academia de la Lengua ha desviado su adusta mirada hacia este inaudito descubrimiento cuando estaba a punto de pedirle al camarero cambio para la máquina de tabaco. “Oiga, ¿me da cambio para…?”, y ahí se ha quedado la Academia del Lengua, de la sorpresa. Por su parte, la Academia de los Dientes ha rechazado hacer cualquier tipo de declaración al respecto, añadiendo que al que se le ocurra preguntar le va a soltar cuatro frescas. Para subsanar esta lamentable omisión, la administración de Un beso de buenas noches de mil demonios, a falta de un Departamento de Estudios sobre Arte y Literatura, ha puesto a trabajar en el caso a su recién formado Departamento de Estudios sobre Danza Femenina Dentro de una Jaula, cuya creación se nos antojaba más perentoria.

INVESTIGADOR: Nos encontramos ante el Presidente de la Academia de los Dientes Ignacio Mino, Nacho para los amigos.
MINO: ¿Quién es usted? ¿Cómo ha entrado?
INVESTIGADOR: Dígame, profesor Mino, ¿qué opina del inaudito descubrimiento del doctor Zones?
MINO: Oiga, ¿de qué me habla? Como no se vaya ahora mismo, llamo a mi sobrino, que es Teniente Coronel.
INVESTIGADOR: ¿Tiene la Academia de los Dientes alguna postura oficial al respecto?
MINO: ¿Quiere salir y cerrar la puerta, que se me está quedando el culo helado?
INVESTIGADOR: ¿A qué se debe esta reticencia a hablar del tema? ¿Teme acaso levantar polémica?
MINO: Oiga, ahora mismo no puedo ni levantar el trasero del retrete. Para polémicas estoy yo.
INVESTIGADOR: ¿Quiere decir eso que la Academia de los Dientes no va a hacer declaraciones?
MINO: ¡¿Quiere salir de mi cuarto de baño de una puta vez?!

La negativa del Presidente de la Academia de los Dientes a habar del asunto nos hizo sospechar que se estaba cocinando algo turbio en los círculos académicos y que después iban a volcar la olla a un lado de la carretera y encargar unas pizzas. Para despejar esta controversia nos pusimos en contacto con un respetado miembro de la Academia del Frenillo. Este eminente erudito prefirió mantener su verdadero nombre en el anonimato por si la gente le reconocía por la calle y le tiraba escupitajos desde los balcones, así que hemos decidido adjudicarle el seudónimo de Augusto Pichaflójez.

PICHAFLÓJEZ: ¡¡Pero, oiga!! ¡¿No se les ha ocurrido un sobrenombre más innecesariamente grosero?!
INVESTIGADOR: Pues puede darse con un canto en los dientes, caballero, que nuestra primera opción era Ataulfo Comemiérdez.
PICHAFLÓJEZ: ¡¡No te jode!!
INVESTIGADOR: Vamos al lío. ¿Qué nos puede contar sobre el apabullante descubrimiento del doctor Zones, profesor Pichaflójez?
PICHAFLÓJEZ: ¡¡Que no me llame así, cojones!!
INVESTIGADOR: Pero qué susceptible es usted, Pichaflójez.
PICHAFLÓJEZ: ¡¡Me voy a cagar en todo!! ¡¡Coño ya!!

Desafortunadamente, no pudimos sacar nada en claro del tema porque el profesor Pichaflójez decidió súbitamente interrumpir la entrevista con la inestimable ayuda de su trabuco, así que llamamos al doctor Zones desde una cabina a la que después pegamos fuego por equivocación.

ZONES: Hombre, muchacho, qué alegría me da verte. No sabes lo que te agradezco que me limpiaras aquella caca de paloma del cogote. Creo que te estaré eternamente agradecido, fíjate.
INVESTIGADOR: A mandar, hombre. Dígame, doctor, ¿cómo se siente después de tamaño descubrimiento?
ZONES: Hombre, imáginate. Después de todos estos años, de todo el sufrimiento… Que se me han caido hasta los pelos de las nalgas, del estrés. Yo antes tenía muchos pelos en el culo, ¿sabe? Tenía más pelos en el culo que todos ustedes. Y mi padre tenía más pelos en el culo que yo. Una cosa bárbara.
INVESTIGADOR: Me hago cargo.
ZONES: Ah, los pelos del culo. Como tantas otras cosas en la vida, no los valoras hasta que los pierdes.
INVESTIGADOR: Ejem, su descubrimiento, doctor.
ZONES: Ah, sí, sí. Pues verá, en un principio, la línea de diálogo “-Dame el almanaque, mamón –dijo el Vizconde” a mí no me interesaba en absoluto. Yo lo que quería descubrir era que nadie jamás había escrito “Estoy suelta como gavete”, pero después lo leí en alguna parte… Dostoievski, creo… “Estoy suelta como gavete, estimado Dmitri Fiodorovich”, algo así. Entonces me lancé a investigar algo que no se hubiera escrito incluyendo las palabras “arcotangente” y “carraspera” en la misma frase; desgraciadamente el insigne poeta John Keats ya lo había hecho a principios del siglo XIX con notable soltura. Total, que después no me acuerdo lo que hice… una tortilla de papas, creo… y por la tarde seguí investigando. Y al final, ¡Bum!, averigüé que “-Dame el almanaque, mamón –dijo el Vizconde” no estaba escrita en ningún lado. Anda que no me quedé a gusto ni nada.

La próxima semana en “Ocupaciones Anormales”: El increíble caso de Ignasi Potón, un tipo que predice cuándo se te va dormir un pié a través de la numerología.