martes, 24 de febrero de 2009

El inventor que fue un día a patentar algo y por poco no lo hace

OFICINA DE PATENTES. INT. DÍA.
Un PATENTADOR, o bien PATENTISTA o PATENTERO está en el escritorio de su oficina leyendo el Marca y esperando a que alguien entre por la puerta a patentar algo, no sé, lo que sea. En ese momento la puerta se abre de repente y aparece un INVENTOR.

INVENTOR: ¡Oiga!
PATENTADOR: ¡Coño, que susto me ha dado!
INVENTOR: ¿Es aquí lo de la oficina de patentes?
PATENTADOR: No sé. ¿Qué pone en la puerta?
INVENTOR: “Se venden cocodrilos”, en letras grandes y verdes, con el dibujo de un cocodrilo arquetípico al lado.
PATENTADOR: ¿En serio? Con razón en quince años que llevo trabajando aquí no ha venido un alma a patentar nada.
INVENTOR: ¿Y ha vendido usted algún cocodrilo?
PATENTADOR: Uy, no sabe usted lo mal que está el tema de los cocodrilos últimamente. La gente ya no quiere cocodrilos.
INVENTOR: Sí, qué lejos queda el tiempo en que el cocodrilo era considerado un artículo de primera necesidad.
PATENTADOR: Ya le digo. ¿Y usted qué quería?
INVENTOR: Patentar un invento revolucionario.
PATENTADOR: ¿No quiere un cocodrilo?
INVENTOR: Pero, hombre, cómo me pregunta eso así, en frío. No es una decisión que un hombre pueda tomar a la ligera. Tendré que consultarlo con mi señora. Es ella quien lleva la economía doméstica, ¿sabe? Y ahora vamos a apuntar al niño a la academia y la cosa está muy malamente.
PATENTADOR: Se lo vendo por doscientos leuros. Menos de lo que le cuesta un colchón de viscolátex, que no sé ni lo que es pero suena asqueroso, por Dios bendito.
INVENTOR: No, si el bicho no sale caro. Pero habría que alimentarlo, ¿no?
PATENTADOR: Hombre, si le gusta que los cocodrilos caminen y respiren y muevan la cola lentamente y den mucho susto cuando se quedan mirando fijamente a un punto pensando en quién sabe qué y esas cosas que suelen hacer los cocodrilos cuando están razonablemente alimentados, pues sí.
INVENTOR: ¿Y qué come un cocodrilo?
PATENTADOR: Uy, de todo. No sé. La verdad es que no le hacen ascos a nada. No son de los que apartan los guisantes cuando se están comiendo un guisadillo, ni mucho menos.
PATENTADOR: En mi casa es que somos muy poco de guisadillo. Y, la verdad, tener que preparar un guisadillo sólo para el cocodrilo con lo laborioso que es pues como que…
INVENTOR: No se preocupe; ya le digo que comen de todo. Castañas. Focas. Pan con aceite y tomate restregado. Personas. De todo.
INVENTOR: ¿Personas?
PATENTADOR: ¿He dicho personas? Quise decir cereales. Pero, ¿por qué no se sienta? Me ha caído usted bien. Parece usted un buen cereal.
INVENTOR: ¿Cereal?
PATENTADOR: ¿He dicho cereal? Quise decir persona.
INVENTOR: Oiga, no sé si me conviene hacer tratos con un tipo que confunde a la gente con cereales.
PATENTADOR: Oh, por favor, no se haga una idea equivocada de mí, copo de maíz inflado. Digo, caballero.
INVENTOR (se sienta porque ha perdido dos autobuses y viene caminando desde bastante lejos y el ascensor del edificio está descacharrado y ha tenido que subir cuatro pisos a pata): No sé. No estoy convencido. Si pudiera enseñarme primero la mercancía…
PATENTADOR: Es razonable. (Abre un cajón del escritorio) María Angustias, ¿estás ahí?
INVENTOR: ¿Tiene un cocodrilo en el cajón?
PATENTADOR: Digo. Y una grapadora, también.
INVENTOR: Si cabe en un cajón debe ser muy joven.
PATENTADOR: Bueno, todavía no fuma, si es a eso a lo que se refiere.
INVENTOR: No me refiero a eso ni de lejos. Lo que quiero decir es que debe ser bastante pequeño.
PATENTADOR: ¿El tamaño del cocodrilo supone un problema para usted? Observe las ventajas, buen hombre. Lo puede transportar en una fiambrera debajo del sobaco.
INVENTOR: Pero después crecerá, ¿no?
PATENTADOR: Hombre, después me parece un poco pronto. Espérese un rato.
INVENTOR: Con “después” me refiero a dentro de unos meses.
PATENTADOR: Ah, no, eso sí, desde luego. Después alcanzará la longitud de un cocodrilo estándar.
INVENTOR: ¿Y eso cómo de largo es?
PATENTADOR: Pues como la mesa del salón de alguien que tenga una mesa del salón muy larga.
INVENTOR: ¿Cómo de larga?
PATENTADOR: No sé… Como para veinte o veinticinco comensales, más o menos, la mitad de ellos con un ligero sobrepeso. Y una señor muy gorda, tal vez. Pero a ésa la pueden sentar en un extremo y aquí no pasa nada.
INVENTOR: Buf, eso es demasiado largo para mi salón. Podría suponer un problema.
PATENTADOR: Hombre, si está pensando en comprar un piano, yo le rogaría que abandonara la idea. O el cocodrilo o el piano. Lo dos no le caben en el salón. Y el cocodrilo le roería las patas al piano. Y pintar un piano le puede salir caro, porque tendría que echarle cuatro o cinco manos. Y, en el peor de los casos, una capa de barniz.
INVENTOR: Encima eso. ¿Sabe? Creo que voy desestimar la oferta del cocodrilo.
PATENTADOR: ¿Y qué me dice del piano? Porque le puedo vender un piano.
INVENTOR: Bueno, al piano no habría que darle de comer…
PATENTADOR: A éste sí. Está poseído por el espíritu del Vizconde de no sé qué coño.
INVENTOR: ¿Un piano maldito? Sería una adquisición de lo más original. ¿Resulta muy problemático?
PATENTADOR: No, que va. Éste también come de todo. Brócoli. Pistachos. Ñus. Fabes con almejas. Pianistas. De todo.
INVENTOR: ¿Pianistas?
PATENTADOR: ¿Dije pianistas? Quise decir lomo en manteca. No se preocupe; nosotros, los cereales, no tenemos nada que temer. ¿Dije cereales?
INVENTOR: Ya, pero, ¿hace cosas raras? Ya sabe, moverse solo o…
PATENTADOR: ¿Moverse solo? ¡Ja! Ésa sí que es buena. Una vez intentamos moverlo entre mi hermano y yo y no hubo huevos; qué se va a mover solo. Los pianos es lo que tienen; una total ausencia de músculos y huesos y esas asquerosidades que tenemos los demás y que permiten a nuestro organismo rayar un poco de queso cuando nos sale de los cojones.
INVENTOR: ¿Sólo sabe comer? Pues vaya mierda de maldición. ¿No hace el tipo de cosas que hacen los típicos pianos encantados de toda la vida? Ya me entiende, ponerse a tocar solo por las noches o algo así.
PATENTADOR: Eeeeh, sí. Algunas noches se pone a tocar solo. Sobre todo cuando está borracho. Que toca fatal, por cierto. Una noche se agarró una tranca de aguardiente y se puso a tocar la Polonesa Opus 53 de Chopin y no dio pie con bola.
INVENTOR: Pues si lo único que hace es comer, emborracharse y tocar mal, qué quiere que le diga, no me sale a cuenta. Lo mínimo que puedes esperar de un piano encantado es que asuste a las visitas y a los parientes gorrones que vienen de lejos y paran a pernoctar en casa.
PATENTADOR: La verdad es que asustar, lo que se dice asustar, asusta poco. Lo cierto es que es bastante educado.
INVENTOR: Por si fuera poco.
PATENTADOR: Haga la prueba, si no me cree. Móntelo alguna vez en el autobús, ya verá como les cede el asiento a los ancianos. No es mala gente, el piano encantado este.
INVENTOR: Me lo pensaré. Déjeme su número y ya le llamo si eso.
PATENTADOR: Como quiera, ojazos. ¿Qué es lo quería patentar?
INVENTOR: Un invento revolucionario (se saca un invento revolucionario del bolsillo). Tome, tome.
PATENTADOR (coge el invento revolucionario, impresionado): ¡Jesucristo! ¿Es lo que creo que es?
INVENTOR: Por supuesto que no; lo acabo de inventar.
PATENTADOR: Pero parece, parece…
INVENTOR: Pero no lo es.
PATENTADOR: ¿Qué es, pues?
INVENTOR: Es…


Tarí-tarirorarí-tará...

lunes, 23 de febrero de 2009

El autor hace un anuncio importantísimo

Estimados zarandajas:
Me he comprado un pollo de plástico.

El Sr. Pollo culturizándose de lo lindo

¿No es genial?
-Acojonante, oiga.
-Noto un ligero matiz sarcástico en sus palabras, caballero.
-Sí, bueno. Es un puto pollo de plástico para perros comprado en un chino.
-¡Sí! Y suena cuando lo aprietas. Hace “mogui-mogui”.
-“Mogui-mogui”. Ya. Puta madre.
-…
-¿Algo más que añadir?
-Eh… Mañana publico otra cosa.
-Bien, bien. Y…
-…el pollo no manda en mí.

lunes, 16 de febrero de 2009

“A mí me gusta dormir con la picha mirando pa’ arriba”. Conversaciones con un pollo asado, entre otros asuntos no menos transgresores.

Estimados cronopios:

¡¡¡He vuelto!!

...y el auditorio se vino abajo
-¿Y qué? –preguntó uno que toma y toma pastillas de goma y no son pa’ la tos y con sólo el aroma ya pasa de tó. ¡Tocotó!
-Eh, pues nada, que ya estoy aquí. Piruriiiiii….
-¡Hala! ¿Y esa trompeta de plástico? –dijo uno de mis discípulos más impresionables.
-¿Te gusta? La he encontrado en el suelo, encima de un boñigo.
-Ya empezamos con la escatología… -comentó uno de mis críticos más recalcitrantes.
-Muchachos, muchachos, que alegría me da veros.
-Creo que hablo en nombre de todos cuando digo que el sentimiento es mutuo –dijo uno que siempre cree que habla en nombre de todos.
-¿A qué hora empieza a hablar del tema, oiga? –dijo un pollo asado que se encontraba entre los asistentes.
-¿Qué tema, eh, caballero?
-¿Usted no estaba esta mañana en la parroquia repartiendo panfletos sobre su conferencia?
-¿Esta mañana? Siento comunicarle que probablemente se ha equivocado de persona.
-Sí, hombre, ¿no se acuerda? Apestaba a alcohol de garrafa. Si hasta le he dado una limosna y todo.
-Le repito que usted se confunde. Hoy no me he despertado hasta la una de la tarde, después de un sueño reparador sobre un charco de mi propio vómito en medio de una carretera comarcal. Y, para demostrarlo, puedo traer como testigo al amable agente de la Menetérica que ha accedido a pasar por alto una amonestación más que merecida merced a la calderilla que misteriosamente había llegado a mis bolsillos.
-¿Entonces no va a hablar sobre “Nuevos tratamientos capilares”? –un atisbo de decepción se asomaba a sus ojos de pollo.
-¿Le puedo hacer una pregunta?
-Si no es demasiado personal…
-No he podido evitar fijarme en que… bueno, en que es usted un pollo asado.
-Un Pollo Asado Inmortal, para ser fieles a la verdad.
-¡Qué extraordinario!
-Tampoco es para tanto.
-¿Sabe? Siempre he querido preguntarle una cosa…
-¡Pero si me acaba de conocer!
-¿Por qué cruzó usted la carretera?
- ¡Y dale molino! ¡Que ése no fui yo! ¿Pero de dónde sacan ustedes la idea de que los pollos cruzamos la carretera?
-¿Se trata de algún tipo de leyenda urbana, acaso?
-Oiga, amigo, he conocido a muchos pollos a lo largo de mi vida, no por nada soy pollo, y además inmortal, y le puedo asegurar que no sé de uno sólo que haya cruzado jamás la carretera. Es un tópico. “Lo catalanes, agarrados, los andaluces, vagos, y los pollos, cruzan la carretera”. Hay que joderse.
-¿Me está diciendo que nunca ha sentido curiosidad por saber qué hay al Otro Lado?
-Yo paso. Seguro que el Otro Lado es una cochambre.
-No, que va, no está tan mal el Otro Lado. Hace buena temperatura y te ponen unas patatas con mojo picón que te cagas.
-¿De esas de gajo?
-Naturalmente.
-No me tiente, Yago, más que Yago –creo que, por mucho que viva, jamás llegaré a entender del todo a los Pollos Asados Inmortales-. Cruzar la carretera va en contra de nuestro credo. Lo prohíbe El Sexto Mandamiento de la Sagrada Ley del Excelentísimo Pollo Primigenio, “No Cruzarás la Carretera”.
-Mandamiento que todos ustedes siguen a rajatabla.
-Sí, bueno, todos menos esos herejes de la Iglesia Reformista de los Pollos Fritos Inmortales de Kentucky, que se pasan el Sexto Mandamiento por los testículos. ¡Cabrones! Deberían sexarlos a todos.
-Discúlpeme si me pongo pesado, caballero, pero su caso me inspira una acuciante curiosidad. ¿De verdad es usted inmortal?
-Bueno, no sabría decirle exactamente el grado de inmortalidad que ostentamos los Pollos Asados Inmortales, pero se podría decir que somos Bastante Inmortales. Un Pollo Asado Inmortal sólo puede morir cuando se le corta la cabeza.
-Pues vaya cosa. A los Pollos de Corral Normales les ocurre lo mismo.
-Pues que se jodan, que se ponen muy chulitos con eso de que son el Pueblo Elegido. Anda que no les queda nada por pasar…
-Y, si me apura, arrancar la cabeza es un método bastante eficaz de acabar con la vida de cualquier hijo de vecino.
-Ya le digo –dijo uno que estaba allí pero lo mismo podía no haber estado y no pasa nada.
-Gracias por su inestimable aportación a este debate, caballero –dije desde mi mal disimulada repugnancia.
-Disculpe que me entrometa, oh, Maestro, pero no he podido evitar sentirme identificado con sus palabras. Verá, yo soy Cualquier Hijo de Vecino.
-¿Usted es Cualquier Hijo de Vecino?
-Bueno, mi padre es vecino de mucha gente. Por lo menos de cuarenta o cincuenta personas, con eso se lo digo todo.
-Así que puede hablar con propiedad.
-Sin duda.
-Tengo entendido que ustedes, los Cualquier Hijo de Vecino, tienen una vida muy perra.
-Hombre, imagínese. Todo el mundo conoce eso de “eso le pasa a cualquier hijo de vecino”. Pues sí que nos pasa, sí. Nos pasa de todo. ¿A usted le han puesto alguna vez una multa por aparcar en zona azul? A nosotros también.
-Ajá. Hum.
-Sí, no es que sea una vida particularmente trepidante.
-Menos que un concierto de Kraftwerk, si me permite la observación.
-Jaja, sí.
-Y…
-¿Sí?
-¿Algo más que añadir?
-Eeeh… no. Bueno, sí. Creo que he vuelto a perder el bonobús.
-Qué putada.
-¡Oiga! –pregonó mi Crítico Más Recalcitrante-. Permítame decirle que esta conferencia es, con diferencia, la peor de las que ha dado.
-No me pitufe, que le meto una pitufa que le pongo los pitufos de corbata.
-¡A mí eso no me lo pitufa en la calle! ¡Mierda, ya he vuelto a caer en el viejo truco de hablar en Pitufo!
-Oiga, esto es un despropósito –dijo el P. A. I. (Pollo Asado Inmortal).
-No me diga. Pues bienvenido a la familia de Un beso de buenas noches de mil demonios. A ver, ¿quién quiere que le refreguemos un níspero por la cara?
-¡Yo! ¡Yo! –dijo uno que acababa de llegar.

Nuestro nuevo contertulio. "Si les interesa saber mi opinión..."