lunes, 15 de diciembre de 2014

La luz al final del túnel y toda la marimorena


1. CALLE CIUDAD. EXT. NOCHE.
Está lloviendo. Un CURA anciano deambula por la calle notablemente inquieto, casi jadeante. Mira hacia todos lados, como buscando algo. Sus ojos se posan en un bar abierto. Se dirige hacia allí.

2. BAR. INT. NOCHE.
El local, de tonos ocres, está tenuemente iluminado. Hay unos pocos clientes en la barra y otros en las escasas mesas que hay junto a la pared. El cura se santigua y se queda en la puerta mirando a su alrededor, empapado. El BARMAN lo observa con curiosidad.

BARMAN: ¿Puedo hacer algo por usted, padre?
El cura duda antes de responder.
CURA: Estoy buscando a…
El cura hace una pausa. Los presentes lo miran en silencio.
CURA: ¿A… alguno de ustedes ha visto… a Dios?
Los parroquianos ríen quedamente. El cura está desconcertado.
BARMAN: Bueno, padre, lamento decirle que el Buen Señor no es precisamente uno de mis clientes habituales.
CURA (después de unos segundos): Pero… ¿no sabe dónde está? Alguien tiene que saberlo. Yo… (traga saliva) …llevo toda la vida esperando este momento y… y…(agacha la cabeza, con los ojos humedecidos).
BARMAN (amablemente): Ande, acérquese, que le sirvo algo.
Desde una mesa, dos hombres observan al cura. MANOLO, de poco más de 50 años, de cabello más bien escaso y con bigote, bebiéndose un gin-tonic, y RAMÓN, rondando los 40, rubio y bien peinado, con un botellín de cerveza en la mano.
RAMÓN (mirando al cura): Pobre mamón.
MANOLO (molesto): Eh, eh. Un respeto, que es un sacerdote, y además el pobre se acaba de llevar un palo muy gordo.
RAMÓN: Ya te digo. Toda la vida rezando a un Dios que se hace el tonto, y cuando por fin se muere…
MANOLO: Oye, Ramón, me da igual que seas ateo, pero me toca mucho los cojones que hables así de Nuestro Señor.
RAMÓN: Agnóstico. Soy agnóstico.
MANOLO: Sí, bueno, lo que sea.
RAMÓN: No. Lo que sea, no. Que yo no digo que no haya Dios, ojo. Lo único que digo es que, si existe, cuánto le cuesta ser sociable, cojones.
MANOLO: Ya empezamos. Mira, Ramón, tú no tienes ni idea de cómo es Dios.
RAMÓN: ¿Y tú? Oye, Manolo, ¿cuánto tiempo llevas muerto?
MANOLO: Yo qué sé. Lo mismo cuatro años, o cinco. El tiempo es relativo, ¿no dicen eso? Sobre todo aquí. Aquí el tiempo es relativo que te cagas (da un trago a su gin-tonic).
RAMÓN: ¿Y tú has visto al Creador alguna vez en todos estos años? ¿O conoces a alguien que lo haya visto?
MANOLO: Ya sabes que no. Pero eso no quiere decir que no se encuentre en alguna parte.
RAMÓN: ¿Dónde? ¿En su residencia de la costa?
MANOLO: Mira, Ramón. Estamos muertos, ¿verdad? A mí me pegaron un tiro. Y tú… tú saltaste por el balcón de un décimo piso. Lo recuerdas, ¿verdad?
RAMÓN: Cómo olvidarlo. Mi psicoanalista lo menciona cada día. “A ver, Ramón, ¿usted por qué se quitó la vida? Si la vida era bella”. Hay que joderse.
MANOLO: ¿Estás yendo al psicoanalista?
RAMÓN: Sí, sí. Empecé a ir hace dos semanas o tres, no sé. A uno especializado en suicidas.
MANOLO (no sale de su asombro): ¿Y… y de qué te sirve ahora?
RAMÓN: Bueno, en algo tendré que entretenerme. La muerte es muy larga.
MANOLO: Volviendo al tema… ¿Qué te estaba contando?
RAMÓN: A ti te habían pegado un tiro, yo había saltado por el balcón…
MANOLO: Ah, ya. Total, que nos hemos muerto y aquí estamos. ¿Entiendes lo que te quiero decir?
RAMÓN: ¿Que esto es el Cielo? ¿A eso te refieres?
MANOLO: ¿Qué si no?
RAMÓN: ¿Cómo que qué si no? Oye, ¿sabes dónde desperté después de matarme y de la luz al final del túnel y toda la marimorena? En una cuneta. Y allí no apareció para recibirme ni San Pedro Bendito ni la madre que lo parió.
MANOLO: ¿Y qué esperabas? Te quitaste la vida. Rechazaste el regalo más preciado del Señor. A Él le sientan mal esas cosas, hombre.
RAMÓN: Precisamente. Me suicidé, así qué, ¿no debería estar en el Infierno? ¿O es que el Creador ha modificado su código penal y no nos hemos enterado?
MANOLO: ¿A ti esto te parece el Infierno?
RAMÓN: ¿Y a ti el Cielo?
MANOLO: Bueno, no puedo decir que me lo imaginara así, pero...
Un borracho acodado en la barra se desliza y cae al suelo.
RAMÓN (mirando hacia el borracho): Hala, a dormir junto a los leones y las gacelas.
MANOLO: Entonces, según tú, ¿dónde estamos? ¿En el Purgatorio?
RAMÓN: Podría ser. ¿O es que no has entrado al lavabo de este antro? 
MANOLO: Mira, no me calientes el tarro. Lo único que sé es que aquí nadie sabe nada. Dejémoslo estar.
RAMÓN: Oye, ¿tú no eras detective?
MANOLO (enfatizando): Inspector de policía. Detective… No hay detectives en la policía. ¿Tú en qué mundo vives?
RAMÓN: Eso mismo es lo que me gustaría saber. ¿Nunca has intentado…?
MANOLO: ¿Seguirle la pista al Señor? Sí, claro que estuve investigando cuando llegué aquí, pero… (niega con la cabeza)
RAMÓN: Ya. Tus pesquisas te llevaron a un callejón sin salida. ¿No es eso lo que decís vosotros?
MANOLO: Yo no he dicho eso en mi puta vida. Oye, tú estás muy mal, ¿eh?
RAMÓN: Así que ni rastro de Dios.
MANOLO: Ni de Dios, ni del Espíritu Santo, ni de San Pedro Bendito.
RAMÓN: Y, a pesar de su reticencia a dejarse mostrar, sigues creyendo en Él porque…
MANOLO: Porque tengo fe. ¿Nunca te han explicado qué es la fe? La fe es… creer en algo, pero de verdad, ¿me entiendes? Sin medias tintas. Creer en algo a saco.
RAMÓN: Ajá. ¿Eso es lo que le vas a decir si te encuentras con Él alguna vez? (Golpeándose el pecho con el puño cerrado) “Señor, creo en ti a saco”.
MANOLO: Si alguna vez lo veo… no sé, le daría las gracias por darme la vida, supongo. Ya sé que tú no lo harías, porque crees que la que te dio a ti era una mierda, pero…
RAMÓN: Y la vida después de la muerte también es una mierda. ¿Sabes qué me gustaría? Me gustaría que alguien me invocara en una sesión de espiritismo, y que me preguntara por el Más Allá. Me encantaría eso. “Ramón, ¿puedes decirnos cómo es el Más Allá?”. ¿Sabes qué le contestaría? “¿El Más Allá? El Más Allá es una puta mierda, hombre”. Qué asco, joder. Si pudiera matarme otra vez, lo haría.
MANOLO: ¿Te estás escuchando? No puedes morir otra vez. El alma es inmortal.
RAMÓN: Inmortal, sí. Inmortal e intangible, dicen. Pues a mí me ha salido un forúnculo. Un forúnculo en el alma, hay que joderse. Y al segundo o tercer día de llegar pisé una piedra y me torcí el tobillo. Estuve una semana cojeando. Así que intangible, los cojones. Seguro que al final ni es inmortal ni nada.
MANOLO: Oye, aquí no te sirve de nada pensar de una manera lógica y racional. Los caminos de Dios es lo que tienen. Que son inescrutables.
RAMÓN: ¿Conoces a alguien que haya muerto estando aquí?
MANOLO: No. No de viejo, ni de enfermedad, ni por accidente, ni nada de eso. ¿Adónde quieres ir a parar?
RAMÓN: Escucha, ¿y si tu Dios se encontrara en el siguiente nivel?
MANOLO: ¿Pero tú qué te has creído que es la otra vida? ¿Un puto videojuego?
RAMÓN: Oye, no voy a quedarme aquí el resto de la eternidad sin hacer nada. Estoy muerto, y exijo una explicación (decidido). Voy a matarme otra vez, hombre.
MANOLO: Mira que dices gilipolleces cuando estás borracho.
RAMÓN: No estoy borracho. ¿Guardas tu vieja pistola?
MANOLO: Claro, siempre la llevo encima. Pero, oye, ¿por qué no te olvidas de la pistola y pruebas a ahorcarte? Si después de unos minutos vemos que no pasa nada, te descuelgo y apenas te quedarán marcas.
RAMÓN: ¿Sabes cómo he deseado morir siempre, que no lo puede hacer la primera vez? Aplastado por un piano. Aunque soy consciente de la dificultad de todo el embolado. Tendríamos que enterarnos de alguien que se mudara y que tuviera un piano, y que lo metiera por la ventana de su piso con una polea.
MANOLO: ¿Qué me has dicho, que no estás borracho, o que sí?
RAMÓN: Oye, ¿por qué no lo intentamos? Anda, pégame un tiro.
MANOLO: ¿Ahora?
RAMÓN: Sí, ¿qué pasa? ¿No estás de humor?
MANOLO: Oye, oye, a mí no me metas. Si quieres matarte, ya eres mayorcito, pero apáñatelas tú solo.
RAMÓN: (alarga la mano hacia Manolo): Anda, dame la pistola.
MANOLO: Ramón, esto es absurdo.
RAMÓN: Que sí, hombre, que sí. Dame la pistola.
Manolo suspira. Saca la pistola y se la pasa a Ramón, que quita el seguro y se la pone en la sien.
BARMAN (a Ramón): ¡Oiga! ¿Qué coño está haciendo?
RAMÓN: Tranquilo, Bartolo. Es solo un experimento; será un momentito.
BARMAN: ¿Y después quién lo va a limpiar? ¿Tu amigo?
Ramón mira a Manolo.
MANOLO: A mí no me mires, que mañana quiero levantarme temprano para ir a misa.

3. CALLEJÓN. EXT. NOCHE.
Ha dejado de llover. Ramón tiene la pistola en la sien y los ojos fuertemente cerrados. Traga saliva. Manolo se encuentra a cinco metros frente a él.
MANOLO (un tanto nervioso): Apunta al pecho, mejor.
RAMÓN (abriendo un ojo): ¿Eh?
MANOLO: Imagínate que falla. ¿Qué te hace pensar que quiero cuidar de un puto tío inmortal con media cabeza el resto de la eternidad?
RAMÓN: Ah (coge la pistola con las dos manos y se apunta al centro del pecho).
MANOLO (impaciente): Un poco más a la izquierda, joder.
RAMÓN: Oye, ¿qué quieres? Es solo la segunda vez que me suicido. Y la primera no precisaba tanta técnica.
MANOLO: ¿Quieres acertar en el corazón, o no?
RAMÓN: Manolo, hazlo tú.
MANOLO: ¿Qué? Ni hablar.
RAMÓN: Venga, Manolo, tú sabes cómo va esto.
MANOLO: ¿El qué? ¿Lo de pegarle un tiro en el pecho a un amigo? Pues no.
RAMÓN: Siempre hay una primera vez para todo.
MANOLO: No me hagas esto, Ramón.
RAMÓN: Lo que pasa es que no tienes huevos.
MANOLO (levantando el dedo): No me calientes, Ramón, no me calientes.
RAMÓN: Cagón.
MANOLO: ¡Oye, que no tengo dieciséis años!
RAMÓN (ofreciendo la pistola a Manolo): Venga, Manolo. Hazme ese favor. Será lo último que te pida.
MANOLO: Ni siquiera eso me puedes asegurar.
Ramón mira a Manolo con ojos suplicantes y con la pistola tendida. Manolo suspira y coge la pistola a disgusto. Apunta a Ramón, que cierra los ojos y alza la cabeza.
MANOLO: Ramón… (Ramón  vuelve a abrir un ojo). Que… que para ser un hereje que sólo merece la hoguera, no eres mal tipo.
RAMÓN (conmovido): Gracias, Manolo. Tú tampoco (vuelve a cerrar los ojos con fuerza, temblando).
Manolo aprieta los labios y dispara. Ramón se desploma. Manolo baja lentamente la pistola, horrorizado. Ramón está agonizando.
MANOLO (corriendo hacia Ramón): ¡Ramón! ¡Ramón! (se arrodilla junto a Ramón). Ramón, dime algo. ¿Cómo estás?
RAMÓN (sin resuello): Ahí andamos (tose).
MANOLO: ¿Qué sientes? ¿Ves algo?
RAMÓN: Hay… hay una luz al final de un túnel.
MANOLO: Coño, ¿otra vez?
RAMÓN: Me huele a mí que esto va a ser otra mierda (gime).
MANOLO: ¡Ramón! ¡ Ramón! (Ramón muere). Ramón…

4. CAMPO ABIERTO. EXT. DÍA.
Ramón despierta como de un sueño, apoyado contra el tronco de un árbol. El día es radiante; el silencio, absoluto. Cierra los ojos e inspira profundamente, con una leve sonrisa en los labios. Parece en paz consigo mismo. Entonces, recibe una pedrada en la frente.
RAMÓN (llevándose las manos a la frente): Pero… ¡¡Coño!!
Abre los ojos y ve a escasos metros de distancia a un NIÑO de unos 10 años con pantalón corto parado frente a él.
RAMÓN: ¡Niño! ¡En tu puta madre me cago!
NIÑO (a todas luces escasamente arrepentido): Perdone. No sabía si estaba…
RAMÓN (levantándose): Ya, ya. Joder. Oye, niño, ¿tú sabes dónde estamos?
NIÑO: En… ¿el campo?
RAMÓN: Cojonudo.
Manolo aparece detrás de Ramón, un tanto soliviantado.
MANOLO: ¡Ramón!
RAMÓN (se lleva un susto de muerte): ¡Hostia! (ve a Manolo). ¡Manolo! ¿Qué coño haces tú aquí?
MANOLO: No sé, me entró pánico y, bueno, me… me volé la cabeza.
RAMÓN (molesto): Ah, conque la cabeza. Tu sí, ¿no? Yo no puedo volarme la cabeza, pero tú sí. Yo tengo que recibir un disparo en el pecho. ¿Tú sabes el mal rato que he pasado, lo que duele eso, cojones?
MANOLO: Hombre, ya que he visto que funcionaba, he ido a lo seguro.
RAMÓN: A lo seguro, a lo seguro… ¡Contento me tienes!
MANOLO: Bueno, ¿dónde estamos?
RAMÓN: Y yo qué sé (al niño): Chaval, ¿Dios está por aquí?
NIÑO: ¿Quién?
RAMÓN: Dios. Uno así con barbas.
El niño encoge los hombros.
MANOLO: Pero, hombre, dale más datos.
RAMÓN (no muy convencido): Así, con una túnica blanca… que siempre va en sandalias… vamos, digo yo…
NIÑO: No me suena. Vivo en un pueblo pequeño, y allí se conoce todo el mundo.
RAMÓN (para sí): Anda que estamos aviados.
MANOLO: ¿Y ahora qué hacemos?
RAMÓN: ¿Tienes la pistola?
MANOLO: Pero, hombre, ¿otra vez?
RAMÓN (suspira): Niño, ¿queda muy lejos tu pueblo?
NIÑO: Que va. Aquí al lado.
RAMÓN (a Manolo): Vamos a tomar algo y luego ya veremos. (Al niño) ¿Nos llevas allí?
El niño asiente y echa andar. Manolo y  Ramón lo siguen.
RAMÓN (mientras se alejan): Así que un tiro en la cabeza. ¿Sentiste algo?
MANOLO: No, que va. Fue algo instantáneo.
RAMÓN: Serás cabrón.

lunes, 8 de diciembre de 2014

Un post del blog gastronómico de Clodomiro Morcillo


Transcripción del discurso de aceptación del Premio Miguelín al Mejor Chef de 2014

Quién me iba a decir a mí hace treinta años, cuando achicharré mi primer huevo frito, que un día iba a estar encima de esta tarima aceptando el Premio Miguelín al Mejor Chef del Año delante de todos ustedes. Se lo comenté a mí mujer esta mañana mientras rascaba los restos de un boñigo seco de las suelas de mis zapatos de bonito: “Quién me lo iba a decir, ¿eh, Maru?” “¿Quién te iba a decir qué? Esta cinta de correr de segunda mano hace tanto ruido que no me entero de un pimiento. A ver si para Reyes me compras una nueva, que no sueltas un duro así te maten, mala puñalá te den”.
La tarea de un chef no es fácil, amigos, y el que diga lo contario, o bien miente, o bien tiene una opinión diferente a la mía. Un amigo mío, artificiero de profesión, me dijo un día: “Hombre, no te quito méritos, pero tendrás que reconocer que tu trabajo se sobrelleva mejor que el mío. Vale que un comensal te puede amargar el día criticando la textura de tu crujiente de almendras, pero tú al menos no te levantas todos los lunes sin saber si vas a volar en pedazos antes de la hora del aperitivo”.  Craso error, y así se lo hice notar a mi amigo. Porque cabe recordar aquí y ahora que yo, Clodomiro Morcillo, he elevado la tarea de cocinero a la categoría de profesión de riesgo. No olviden que aún ostento el Record de Restaurantes Calcinados de la Civilización Occidental –porque a nivel global todavía anda por ahí cierto chef hindú que ha reducido a cenizas más casas de comidas que yo, Shiva se cague en su casta. Este título ha servido a algunos de mis críticos para cebarse con mis revolucionarios métodos culinarios. Al igual que todos los innovadores de este planeta, he sufrido el acoso de “creadores de opinión” con mentes estrechas y conservadoras, y no solo porque algunos de ellos han salido de mis locales envueltos en llamas antes del postre, hecho que, según los expertos, no contribuye a una correcta digestión. ¿Acaso dije alguna vez que cocinar con plutonio líquido estuviera exento de riesgos? Jamás, pero eso no fue óbice, ¿se dice así?, para que algunos me pusieran a parir. Escuchen, escuchen la crítica que cierto cronista de medio pelo me hizo una vez en su periodicucho: “Anoche estuve cenando en el nuevo restaurante del Chef Morcillo, Le Petit Hiroshima, que ha suscitado una gran atención mediática gracias a su novedosa técnica del plutonio líquido. Nada que objetar respecto al menú –una sugestiva combinación de platos de inspiración oriental-, pero esta mañana me he levantado con una oreja menos”. A mí las personas con una sola oreja siempre me han parecido muy cómicas, pero el asunto no se prestaba a bromas. ¿Me estaba acusando de algo aquel botarate? Afortunadamente, el cabreo ante tamaña insinuación se me pasó en seguida y me invadió un sentimiento parecido a la compasión; tengo entendido que aquellos que pierden una oreja se vuelven muy envidiosos de repente. Circunstancia que, curiosamente, también se da en las personas que pierden la nariz. Pero bueno, yo llevo cejas postizas desde el incendio de mi primer restaurante hace más de veinte años y no siento envidia de aquellos que todavía se las pueden recortar, aunque cada uno es como es.
En fin, no me gustaría dejar pasar la oportunidad de dedicar este premio a la memoria de mi maestro, el gran chef Herminio Nomeolvides, un hombre por el que sentía un gran respeto, aunque una vez le partí seis piezas dentales y el labio inferior con un pavo congelado. Y es que Herminio era un gran profesional, pero como mentor a veces podía resultar un tanto cargante. Todavía me duele recordar cómo se vio envuelto en aquel feo asunto de la Mafia del Arroz con Costra, la llamada Costra Nostra. Seguro que lo recuerdan; Herminio presumía de hacer el mejor arroz con costra de Europa, África del Norte y la Cuenca Amazónica. Una vez le pregunté si lo de la Cuenca Amazónica iba en serio, y me contestó, “¿Tú te vas a desplazar hasta allí para comprobarlo? ¿No? Entonces te callas”. Así se la gastaba Herminio. Lo cierto es que su plato era tan bueno que una renombrada revista del corazón le ofreció una suculenta suma de dinero por publicar la receta en su suplemento culinario. La oferta llegó a oídos de la Costra Nostra, que, temerosa de que sus secretos gastronómicos quedaran al descubierto, amenazó a Herminio con secuestrar a su proveedor de costra. Recuerden que en aquellos tiempos –les hablo de hace treinta años- no resultaba tan sencillo como hoy encontrar costra de calidad. Había que patear muchas leguas para dar con una costra siquiera digna, y algunos proveedores sin escrúpulos no vacilaban en vender mercancía adulterada, que daban al arroz una textura totalmente inadecuada y resultaba imposible de maridar con un buen vino blanco. Finalmente, Herminio cedió a las presiones y devolvió el cheque a la revista, para disgusto de su esposa, que tenía previsto reformar el cuarto de baño y comprarse una piscina hinchable.        
           Para terminar, me gustaría dar la gracias al jurado del Premio Miguelín y recordarles a todos ustedes que este galardón coincide con la apertura de mi vigésimo séptimo restaurante, Le Cordon du Police. Visítenos ya. No, en serio. Mañana podría estar hecho una ruina.