jueves, 26 de mayo de 2011

Secreto de Estado encontrado en un buzón

Instantánea del infame líder terrorista momentos después de su deceso



Ítem: Cinta de casete BASF de 60 minutos, 30 por cada cara.
Contenido: Conversación telefónica entre dos personas de identidad desconocida, que bien podrían estar en pijama. En la cara B, cinco éxitos de Rafael Farina (‘Por Dios que me vuelve loco’, ‘A Barcelona llegan los olés’, ‘Piensa ser buena y honrá’, ‘Un fandango informativo’ y ‘Como una jaca campera’).
Remitente: Incierto. Los primeros indicios apuntan a Julián Lasáñez, Fontanero Económico, según la papeleta fotocopiada que encontramos en el buzón junto a la cinta de casete.
Transcripción:

¡RIIIIIING!
-Buenas tardes, dígame.
-Buenos días. ¿Son los malos?
-¿Los malos, nosotros? No, qué disparate.
-Pues me han dado este número. ¿Está usted seguro, oiga?
-Segurísimo. Nosotros somos los buenos.
-Ah. Debo de estar llamando a un número interno, entonces.
-Me extraña, porque aquí sólo tenemos un teléfono y es de góndola, no le digo más.
-Pues aquí tenemos muchos. Yo mismo tengo dos, fíjese, uno de ellos inalámbrico.
-Vamos a ver si nos aclaramos. ¿Desde dónde llama usted?
-¿Yo? Desde el Mundo Libre.
-Ah, ya. Pues nosotros somos los Integristas.
-Ah, ¿ve usted? Si ya decía yo que este prefijo no me sonaba de nada.
-Bueno, hombre. ¿Y qué tal?
-Pues nada, aquí, tirando. ¿Y ustedes?
-Como siempre.
-Bien, bien.
-¿Nos llamaban por algún asunto en particular?
-Naturalmente, naturalmente. Eeeh… que si se han enterado de que hemos matado a su líder.
-¿Ah, sí? Mmm…
-Oiga, ¿me está prestando atención?
-Usted disculpe, es que estaba chateando. ¿A quién dice que han matado?
-A su líder.
-¿A nuestro líder? Qué raro. Si me acaba de enviar un power point.
-¿Cómo dice?
-Ah, no disculpe, que es de ayer.
-Pues menos mal, oiga. Menudo susto me ha dado.
-Culpa mía. Creía que hoy era lunes.
-No, no. Es martes. Uf, qué alivio.
-¿Sí?
-Hombre, figúrese. Ya le hemos dicho a todo el mundo que su líder está muerto. Imagínese usted que tuviéramos que rectificar, ahora que ha salido por la tele. “Que no está muerto, que está enviando un power point”. Qué bochorno.
-Sí, jaja.
-Pues eso, que sepan que hemos descabezado a su organización terrorista.
-Jajajaja.
-¿Le hace gracia?
-No, no; me río con el power point.
-¿Tan gracioso es?
-Ni se lo imagina. ¿Quiere que se lo envíe?
-Si no es mucha molestia…
-Qué va, hombre, para nada. ¿Se lo envío a la cuenta de correo donde les mandamos los comunicados de reivindicación de los atentados?
-No, a ésa no, que no la miramos nunca. Se llena de spam, ¿sabe?
-Voy a ver si tenemos otra… ¿mundolibre1776 es de ustedes?
-Sí, sí.
-Espere, que se lo envío.
-Bien, bien. Mmm… mmm… Strangers in the night…
-¿Le ha llegado?
-Sí, sí. Le estoy pasando el antivirus.
-Qué desconfiados son ustedes, caramba.
-Hombre, como para fiarse. Como no nos han hecho ustedes putadas ni nada...
-Pues anda, que ustedes a nosotros...
-Lo estoy abriendo. Ah, jajaja, qué bueno.
-¿A que sí?
-Buenísimo. Se lo voy a reenviar al presidente, con eso se lo digo todo.
-Oiga, ¿y cómo ha sido?
-¿El qué?
-Lo de matar a nuestro líder. ¿Cómo lo han encontrado? Si llevaba años dándoles esquinazo.
-¿Sabe lo que pasa? Que es un asunto de Estado y está clasificado como alto secreto.
-Entiendo.
-Pero mire, me ha caído usted bien, así que se lo voy a contar, qué cojones.
-Cuente, cuente.
-Como sabrá, llevábamos mucho tiempo dando palos de ciego, pero la semana pasada la Ramona nos informó de que su líder se estaba ocultando en una cueva en medio del desierto.
-¿La Ramona? ¿Es una rama de sus servicios secretos?
-No, no, qué va; es nuestra frutera, que lleva pa’lante la vida de todo el mundo.
-Pues tenía razón la frutera esa, ¿sabe? Pasó mucho tiempo escondido en una cueva.
-Ya verá lo contenta que se va a poner la Ramona cuando se lo diga.
-Anda, que no era nadie nuestro líder ocultándose. Un hacha, era.
-Sí, claro, porque a ustedes les convenía, pero a nosotros nos tenía fritos. ¿Sabe lo que más temíamos? Que un día se le ocurriera afeitarse.
-No crea que no se lo sugerimos. Le decíamos, “Líder, seguro que si se quitara la barba pasaría desapercibido”. Pero decía que no, que llevaba mucho tiempo dejándosela crecer y que le daba lástima.
-Normal.
-Continúe, que nos estamos desviando del tema.
-Ah, sí, sí. ¿Por dónde iba?
-La cueva. La Ramona.
-Ah, ya. Pues eso, que le hicimos caso a la Ramona, porque, total, de perdidos al río, así que cogimos y nos fuimos a su tierra de usted…
-¿Ha visitado usted mi tierra?
-Sí, sí.
-¿Qué le ha parecido? Sea sincero.
-Ah, muy bien. Muy bien todo, sí.
-¿En serio?
-De verdad. Hombre, mucho calor, eso sí.
-Qué me va usted a contar.
-Y eso que íbamos en pantalones cortos. Nos daban las siete cosas nada más de verlos a ustedes, con las túnicas hasta los pies y los turbantes. Deben de ir todo el día escocidos.
-Imagínese. Se nos irritan las ingles una barbaridad.
-¿Qué pomada utilizan? A mí es que hay algunas que me dan alergia.
-Pomada no, ninguna.
-Eso, ahí, con dos cojones. Oiga, ¿no les interesaría entrar en nuestros servicios secretos, o en nuestro ejército? Necesitamos hombres como ustedes, de los que se afeitan en seco.
-Jajaja, qué gracioso es usted. No, ¿sabe lo que pasa? Que nuestro libro sagrado nos prohíbe el uso de cualquier pomada o ungüento para mitigar los escozores.
-Qué libro sagrado tan tonto tienen ustedes.
-Oiga, no empecemos. Con lo bien que íbamos, hombre.
-Disculpe, disculpe. Pues eso, que en su tierra muy bien, pero ya le digo, la próxima vez me llevo las bambas y un gorro con visera.
-Si es que han venido en muy mala época. La próxima vez consulten la previsión meteorológica, que se puede mirar por el ordenador.
-No, si ya. Nosotros nos hubiéramos esperado hasta mediados de otoño, que refresca y eso, lo que pasa es que teníamos bulla, ¿sabe? Por lo de matar a su líder, digo.
-Claro, claro. Entonces, vinieron a mi tierra…
-Sí, sí. Total, que llegamos y estuvimos buscando cueva por cueva… Que anda que no hay cuevas en su tierra ni nada.
-Ni que lo diga. Ahora estamos planteándonos cerrar unas cuantas cuevas y abrir un chino.
-El avance de la civilización es imparable. ¿Y va a ser muy grande su chino?
-Es pronto para decirlo. Todavía hay que acondicionar las cuevas y eso. Lo que no queremos es que entre una señora en busca de una espumadera de plástico y salga con la rabia por culpa del mordisco de un murciélago.
-Sí, claro. Eso aquí nunca pasa.
-Así que imagínese el follón de logística que tenemos ahora.
-¿Sabe? Yo siempre había pensado que los chinos los abrían los chinos propiamente dichos. Nunca había oído hablar de un chino abierto por un integrista.
-Bueno, se podría decir que el nuestro es un proyecto pionero en ese sentido.
-Contratarán a algún chino, qué menos.
-Ah, ni hablar. Nosotros no vamos a meter a trabajar a ningún chino en nuestro chino. Lo que tenemos en mente se parece más a un chino sin chinos, o un chino desachinado, si lo prefiere.
-Ya. Lo que pasa es que abrir un chino sin chinos es como hacerse un bocadillo de chorizo sin chorizo.
-Eso para nosotros no es nada raro. Nosotros los bocadillos de chorizo los hacemos sin chorizo. A ustedes, que son todos muy modernos, les sonará patético, pero es así. Como no podemos comer chorizo, ¿entiende?
-Disculpe, había olvidado que el chorizo les sienta mal a ustedes. De todas formas, imagínese que pudiera comer chorizo y pretende hacerse un bocadillo, pero, en vez de meter un chorizo entre rebanada y rebanada, coloca una salchicha. Y entonces sale a la calle y le dice a todo el mundo “Menudo bocata de chorizo me estoy metiendo entre pecho y espalda”, con la punta de la salchicha sobresaliendo del bocadillo, porque, para qué nos vamos a engañar, siempre sobra salchicha, y más en un bocadillo de chorizo. Total, que la gente lo va a ver con su bocadillo de chorizo con salchicha en vez de chorizo y va a pensar, “O este tío es tonto, o sabe algo que nosotros no sabemos”.
-¿Adónde quiere usted ir a parar?
-Hombre, que si la gente ve un cartel que pone “Chino”, y entra y no hay ningún chino, pues a lo mejor se siente estafada.
-Oiga, ¿pues sabe que tiene usted razón? No habíamos caído en ello. ¿Sabe lo que pasa? Que nosotros de atentar y suicidarnos lo que usted quiera, pero de marketing poquito. ¿Qué nos sugiere?
-Digo yo que, en vez de un cartel que diga “Chino”, les vendría mejor colgar uno que dijera “Integrista”. Así la gente que lea “Integrista” y entre y lo vea a usted con su turbante y su metralleta y sus uñas de los pies comidas de mierda de andar todo el día en chanclas por el desierto, dirá “Pues sí, esto está bien”, y no les pondrá una hoja de reclamaciones ni nada, a no ser que un murciélago le pegue un bocado a una clienta, porque entonces se les va a caer el pelo a todos ustedes.
-Ya, pero, mire, es que he pensado que si colgamos un cartel que diga “Integrista”, a lo mejor no entra nadie. Quiero decir, pongamos por caso que una señora va con su hija la casada por el desierto y encuentra nuestro chino y lee “Integrista” en el cartel y dice “Niña, vámonos de aquí, a ver si nos ponen una bomba”, aunque la señora vea que tenemos fuera un expositor con los paraguas y otro con los manteles de hule.
-Ay, qué malos son los prejuicios.
-Y nos lo dicen ustedes, cabrones.
-Bueno, bueno, no nos vamos a chinar ahora. Jajaja…
-Jajaja, qué jodío.
-¿Y cuándo tienen pensado inaugurar el negocio?
-Hombre, el proyecto está ahora mismo muy paradete, la verdad. Nuestros líderes religiosos aún están estudiando si nuestro libro sagrado prohíbe convertir las cuevas en chinos o algo parecido. El contratista está ya que se sube por las paredes.
-Hombre, yo no sé mucho sobre su libro sagrado, pero no creo yo que sea tan específico.
-Pues, mire, ahora que estamos en confianza, entre usted y yo… ¿Hay alguien más escuchando esto?
-No, pero estoy grabando la conversación. Apago el cacharro, si quiere.
-Pues, si no es mucha molestia…
-Qué va, hombre, qué va. Le doy al stop y a tomar por culo.
-No sabe cómo se lo agradezco.
-Hala, ya está. Diga, diga.
-Como le iba diciendo, que esto quede entre nosotros, nuestro libro sagrado está lleno de prohibiciones incomprensibles, por lo visto. Yo es lo que me han contando, porque nunca me ha dado por leerlo, pero el caso es que a nosotros, por ejemplo, no se nos permite ponernos bizcos mientras miramos fijamente un ano, porque eso sería como si miráramos dos anos bajo el mismo techo, y eso es pecado, vaya usted a saber por qué.
-Pero, por lo que sé, su libro sagrado tiene también cosas buenas. ¿No dice que su dios pone no sé cuántas vírgenes a su disposición cuando se mueren?
-No se crea que lo de las vírgenes es para todo el mundo. Eso es sólo para algunos, los que se atan una bomba a la barriga y tíos así, que están más salidos que el pico de una plancha. Pero si te mueres por enfermedad, de paperas o porque te pique un bicho o lo que sea, qué vírgenes ni que ocho cuartos; como mucho, nuestro dios permite que te casques una manola en el más allá, y ahí te las ventiles.
-Pues sí que los tiene puteados a ustedes, su dios.
-Ay, sí, pero hablemos de otro tema, no vaya a ser que nos esté escuchando y me seleccione para un atentado suicida ahora que acabo de pagar la última letra del ciclomotor. Estaban ustedes buscando en cuevas.
-Sí, bueno, pues miramos en un montón de cuevas, como le decía, y no encontrábamos nada. Bueno, en una encontré un billete de mil pesetas.
-Qué suerte.
-Sí. Entonces llegamos a una cueva que olía a tabaco y dijimos “Aquí ha estado alguien”, pero la registramos y estaba vacía, y al salir me pegué un cabezazo con una estalagmita, o una estalactita, que no me acuerdo nunca de cuál es la de arriba y cuál la de abajo.
-Yo tampoco, y eso que vivo aquí.
-Total, que, una vez fuera, le preguntamos a un chiquillo que estaba jugando con un balón de trapo que si en esa cueva vivía alguien, y el chaval me preguntó a su vez que si yo conocía a Maradona, y yo otra vez que si la cueva estaba habitada, y me dijo que sí, pero que los inquilinos se habían ido a su residencia de verano, y fuimos preguntando, pin, pon, pin, pon, y allí que nos plantamos. Y nada, aprovechamos que su líder salió a tirar la basura para calzarle un tiro en la frente. No vea el susto que se llevaron los vecinos.
-Natural. Es que no se lo esperaban.
-Sí, después nos dio cargo de conciencia. Un señor que estaba paseando al perro cambió de acera y todo.
-¿Y qué han hecho con el cadáver?
-Huy, el cadáver, ya verá qué risa.
-Cuente, cuente.
-Bueno, pues nos lo llevábamos a nuestra tierra, ¿sabe usted?, para que nuestra gente lo viera y eso, porque no podíamos llegar allí con las manos vacías y decir, “Lo hemos matado”, porque nos iban a decir, “¿Sí, tú? Venga ya. ¿Con quién te vas a quedar? Vacilón, que eres un vacilón”. Pero claro, íbamos para allá en nuestro barco, y ahora va el cadáver y se cae por la borda.
-Jajaja. Menudos pringaos. ¿Pero cómo se les ocurre dejar el cadáver en la cubierta, hombre?
-¿Sabe lo que pasa? Que llevábamos la bodega llena de fruta. No íbamos a meter el cadáver allí, al lado de los aguacates, para que se pusieran malos. No es higiénico, hombre.
-¿Ve? A nosotros eso nos da igual. Si llegamos a ser nosotros, lo metemos en la bodega y que digan lo quieran.
-Y eso es todo. Pues nada, para que lo sepan. ¿Van a tomar represalias o algo?
-Pues, hombre, me pilla usted en frío. Es que no soy yo el que toma esas decisiones, ¿sabe?, así que ahora mismo no podría decirle. Tendría que consultarlo. Digo yo que, antes de vengarnos, dios o el que sea tendrá que decirnos quién es nuestro nuevo líder. Lo cierto es que no sé muy bien cómo va el rollo de los líderes aquí. Yo de metralletas y eso muy bien, pero de política empresarial...
-Bueno, pues nada, ya nos dirán ustedes algo cuando se aclaren, si eso.
-Cuenten con ello.
-Buenos días.
-Buenas tardes.
-¿Perdone?
-Que buenas tardes. Es que aquí es por la tarde. Por lo de la diferencia horaria, digo.
-Ah, claro. Disculpe que desconfíe. Es que, claro, como siempre están ustedes llevándonos la contraria...
-Claro, claro.
-Buenas tardes.
-Buenos días.

jueves, 10 de febrero de 2011

El Crepúsculo de los Pollos

Estimados acólitos anónimos:
En estos días aciagos en que los hombres que andaban encorvados como plátanos han perdido su platanidad y los grandes oradores ya no saben ni lo que dicen…

-¡Más alto! –dijo uno desde la última fila.
-¡No, por favor! – dijo otro desde la primera fila sujetándose las sienes.
-¡Jean-Claude! ¡Jean-Claude! –dije yo desde el estrado.
-¿Llamaba, milord? –mi adusto mayordomo pareció haber salido de una trampilla en el suelo.
-Jean-Claude, ¿cómo se te ocurre sentar a los duros de oído en la última fila y a los resacosos en la primera?
-Sólo sigo sus instrucciones, señor –dijo Jean-Claude-. Y no está de más recordarle que anoche le parecía una idea excelente.
-Me temo que soy demasiado indulgente con mis ocurrencias cuando abuso del láudano, Jean-Claude. Anoche me habría parecido una idea excelente chuparle el nabo a un puma.
-De hecho, sugirió tal práctica durante la cena, señor.
-Vaya por Dios. Espero que ninguno de mis invitados se molestara.
-A decir verdad, Sir Cedric se mostró bastante ofendido, señor.
-¿Por esa tontería del puma? Menudo mojigato está hecho ese Sir Cedric.
-Por lo del puma, no –aclaró Jean-Claude-. Se mostró ofendido más tarde, cuando lo sorprendió a usted escupiendo en su copa.
-Recuérdame que después lo llame para pedirle disculpas, Jean-Claude. Si puedo aguantar la risa, quiero decir. ¿Cuándo se marcharon?
-En cuanto Lady Whitmore recuperó la consciencia, señor.
-¿Lady Whitmore sufrió un desvanecimiento?
-Me temo que se llevó una fuerte impresión cuando usted se empeñó en interpretar su célebre performance.
-No me digas que anoche volví a cagarme encima del clavicordio.
-Eso me temo, amo.
-Ah, bueno, qué más da. Tampoco es que me hiciera tanta falta ese puesto de diplomático. ¿Tenemos algo que ofrecerles a estos caballeros que han venido a escucharme?
-Creo que sólo nos queda una lata de guisantes, milord.
-Pues vuélcala en un cuenco y di que son aceitunas enanas de Madagascar o algo así.
-¡Maestro! ¡Oh, alabado maestro! –dijo un notas. A juzgar por su desastrado aspecto, pensé que iba a empezar su próxima frase con un “Estoy aquí de milagro; por poco no lo cuento”.
-Dígame, despojo humano –dije con una sonrisa no menos que beatífica.
-¡Oiga, cómo se atreve a juzgarme por mi apariencia externa!
-Es que lleva usted una camiseta interior de manga sisa con agujeritos debajo de la americana, caballero.
-¡Usted también!
-Cierto. Pero si nos colocaran a usted y a mí uno al lado del otro y alguien preguntara “¿Cual de estos caballeros dirían ustedes que ha pasado peligrosamente cerca de un tren de mercancías?”, sospecho que no me señalarían a mí.
-¡Yo soy de los que piensa que la belleza está el interior!
-¡Yo también! –dijo otro que a todas luces acababa de saltar de una ambulancia en marcha.
-Pues están todos equivocados, señorías –mi inesperadamente respetuoso tratamiento dejó a mi audiencia estupefacta. Una señora que tenía un nieto drogadicto salió de su sopor y me miró como si yo acabara de meterme desnudo en su cama y aún no hubiera decidido si aprobaba la idea.
-¿Qué quiere decir con su tajante aseveración, oh, sabio? –dijo uno de mis más antiguos seguidores, que esperaba que cualquier día de estos lo invitara a comer.
-Tomemos a los pollos de hipermercado… -empecé a decir.
-¡Callaos, que el Maestro va a contar una parábola! –dijo uno con un tabique nasal de futuro incierto.

¿Qué es lo que verdaderamente os importa cuando vais al hipermercado a comprar un pollo congelado? ¿Realmente tenéis en cuenta que ese pollo haya sido en vida un buen pollo, un pollo ejemplar? Quizá ese pollo nunca le haya robado el alpiste a otro pollo, quizá haya sido caballeroso y galante con las gallinas, quizá jamás le haya picado la minga a su dueño mientras éste tomaba el sol en bolas en su parcela… ¿Influye en vuestra decisión que ese pollo congelado que os disponéis a comprar para su posterior disfrute gastronómico haya sido el mejor de los pollos, amigo de sus amigos pollos, un miembro respetado de su granja o corral?

-Evidentemente no, maestro –respondió uno con cierta incómoda propensión a contestar preguntas retóricas utilizando la lógica-. La mayoría preferimos escudarnos en la distancia emocional resultante de ingerir un pollo anónimo.
-No tengo ni la más remota idea de lo que has querido decir, pero por tus horrorosas gafas intuyo que debe de tratarse de algo realmente remarcable. ¿Por qué no sales y se lo explicas a una farola?
-No era mi intención interrumpir su inspirado discurso, oh, gran iluminado –dijo el menda bajando la vista y con un ligero rubor en sus mejillas. Me enternecí. Era la clase de tipo que nada más mirarlo sabes que va a recibir una patada en la cabeza antes de la puesta de sol.

¿Qué espera el consumidor medio de un pollo congelado y envasado al vacío? Un reciente estudio publicado por el Departamento de Consumo Avícola de la Universidad de Wisconsin revela que:

-El 95% de los encuestados valora el buen aspecto del pollo. En palabras literales de un señor de Antequera que pasaba ese día por Wisconsin: “Que el pollo tenga buena cara”. Por otro lado, los científicos encargados del estudio consideraron que “tener buena cara” era un concepto en exceso generoso como para aplicárselo a un animal decapitado, pero entendieron el subtexto general de la frase, a pesar de que el ciudadano de Antequera escupía trozos de pistachos al hablar.
-El 2% de los encuestados cree que “Pollo” es un país de América del Sur. De hecho, la mitad de ese dos por ciento está convencido de que el resto del mundo se encuentra en América del Sur. Los investigadores decidieron no volver a contar con el Estado de California a la hora de confeccionar sus estadísticas.
-Otro 2% de los encuestados había salido a disparar a alguien.
-El 0’7% de los encuestados no sabe/no contesta/ pone voz de pito por el teléfono y dice “No, el señor no se encuentra en casa en estos momentos y no sé cuando volverá”.
-El 0’2% sólo espera que el pollo no se trate de su propio cuerpo o el de alguno de sus conocidos en una reencarnación anterior. Esta contestación ha supuesto toda una relevación para los científicos, por cuanto creen haber descubierto una nueva y rarísima fobia para la que aún no tienen nombre, porque intuyen que “Reticencia a devorar un ave de corral congelada y envasada al vacío por temor a que se trate del propio cuerpo de uno o el de alguno de sus conocidos en una reencarnación anterior” también será larguísimo en latín. Por este motivo, la Universidad ha solicitado ayuda al Papa, que aprobó latín con un seis y medio. Desafortunadamente, cuando los investigadores llamaron al Vaticano, un señor con voz de pito les comunicó que Su Santidad no estaba en ese momento y que no sabía cuándo volvería.
-El 0’1% de los encuestados eran perros. Sus respuestas no fueron valoradas en la conclusión final del estudio.

Ya lo han visto, cacho ceporros. El consumidor medio, que responde a la configuración general de:

A) Un señor bajito, con gafas, tirando a calvo y con poco tiempo que dedicar a sus hijos, y
B) Una señora gorda que cada vez se pela más corto y que siempre se explica fatal cuando rellena una hoja de reclamaciones

valora principalmente que un pollo de hipermercado “le entre por los ojos”, en palabras de una oriunda de Alabama con restos de mantequilla de cacahuete en las pestañas.

Desafortunadamente, el pollo de hipermercado ha visto decaer progresivamente su popularidad durante los últimos treinta años o así debido a la manifiesta incompetencia del infame Sr. Crypa, antaño todopoderoso magnate de los centros comerciales CRYPA (acrónimo de Crema y Paciencia), cuyos pollos congelados han ofrecido durante años un aspecto tan desmejorado que indujeron a toda una generación a popularizar el chascarrillo “Tienes más mala cara que los pollos del Crypa”.

Siempre constantes en nuestro empeño de tomar el agónico pulso de una Sociedad decadente y desnaturalizada y, sobre todo, meternos donde no nos llaman, resultar ofensivos sin motivo aparente y gastar ingentes cantidades de energía para montar deslumbrantes embolados que no le importan a nadie, y menos a nosotros, la Administración de Un beso de buenas noches de mil demonios ha creado el Departamento de Investigación sobre Cosas de Pollos, que se ha marcado como primer objetivo desenmarañar el turbio asunto de los pollos del Crypa, y como segundo objetivo comprar un loro y hacerlo enfadar a base de pegarle tirones de la cola (objetivo que ha provocado una intensa polémica dentro de la Administración, por cuanto algunos miembros dudan de la pertinencia de asignar al Departamento de Pollos el tema del loro y se preguntan si no sería más conveniente dejar el asunto en manos de la Sección de Compra y Cabreo Sistemático de Loros, rama aún no existente en nuestra Organización pero que, conociéndonos, no descartamos crear en breve).

Es de conocimiento público que el misterioso Sr. Crypa, cuyo rostro casi nadie ha visto porque tenía la costumbre de caminar de espaldas y darse la vuelta rápidamente cuando alguien le dirigía la palabra, dejó hace años todo su imperio en manos de su Consejo de Administración, que al día siguiente decidió fusionar la empresa con la multinacional VAYRE (acrónimo de Vaselina y Resignación) y salir a cenar sushi para dárselas de hombres de mundo. Desde entonces, el Sr. Crypa se encuentra en paradero desconocido, aunque sus familiares y amigos sospechan que, o bien se ha caído dentro de un hoyo y no puede salir por sus propios medios, o bien está disfrutando de una jubilación de oro en un sitio soleado y con mala combinación de autobuses. Después de laboriosas gestiones, que han incluido numerosas llamadas desde el móvil de un señor que estaba bajando al perro e incontables agasajos a hombres eminentes que se sintieron halagados porque nunca se habían comido un rosco, nuestro Departamento ha logrado contactar con Bernardo Pérez Crypa, sobrino del empresario, que ha accedido a hablar con nosotros a cambio de fotografiarnos sosteniendo un conejito. Como la cámara de vídeo se la prestamos el otro día a un cuñado nuestro para grabar a su hijo haciendo de acelga en una función escolar y la grabadora está llena de pelos por razones que no vamos a explicar aquí, pasamos a transcribirles de memoria la reveladora conversación resultante del encuentro con el Sr. Pérez Crypa.

Buenos días, Sr. Pérez Crypa. ¿Le importaría hacer la entrevista de pie? Es que el perro se ha quedado dormido en su silla y no nos gusta despertarlo.
No, no, me da igual. Mientras no me deje la casa llena de pelos…

¿Qué recuerdos guarda de los hipermercados de su tío?
Hombre, le voy a ser sincero, porque no sé qué me pasa esta mañana que me he levantado borracho perdido; fue una época muy entrañable, mire usted. Recuerdo como si hubiera pasado el sábado por la mañana el día que mi tío inauguró su primer hipermercado. Yo era sólo un chiquillo, ¿sabe usted? Y para un niño de corta edad, un hipermercado es la repera. Era la primera vez que veía un cortacésped de cerca, con eso se lo digo todo.

Sabemos que es un tema incómodo para toda su familia, pero no podemos evitar sacar a colación los infames pollos que vendía su tío en la sección de congelados…
Ya, ya, los pollos (suspira). Mire, yo creo que todo este asunto de los pollos se ha sobredimensionado un poco. Se han dicho muchas tonterías al respecto; que si los pollos tenían un color inapropiado, que si olían raro, que si eran ignífugos, que si tenían el sida y no sé qué más. Pero yo pasé mi niñez y mi adolescencia alimentándome de esos pollos y no me ha pasado nada. Si me faltan dientes es a causa de extraña enfermedad de los huesos, y las patatas que me crecen en la barba me las estoy tratando con láser. Por otro lado, la alimentación exclusivamente intravenosa se debe sencillamente a que vomito todo lo que como. Con la edad me he vuelto un melindre con el tema de la comida. El especialista griego en desórdenes alimentarios que me está tratando, Dr. Aristóteles Tikismikis, opina que lo mío no tiene nada que ver con los pollos y que a lo mejor he pillado un parásito raro por sentarme en el váter de un puticlub.

Una pregunta que se estarán haciendo todos nuestro lectores; ¿ha sido usted siempre así de paticorto?
¡¡Eso cómo se lo van a estar preguntando sus lectores, si no pueden verme!!

Ya que elude el tema, pasaremos a la siguiente pregunta. ¿Sabe usted dónde se encuentra su tío? Se dice que se quitó de en medio cuando saltó el escándalo de los pollos para evitar posibles acciones legales.
¿Ve cómo todo se tergiversa? Mi tío no se quitó de en medio; simplemente se fue un día sin avisar y nunca más volvimos a saber nada de él. A eso no lo llamo yo quitarse de en medio. Para mí, quitarse de en medio significa echarte a un lado cuando sabes que estás estorbando el paso.

Eh, eh, no nos vacile, compadre. Que somos periodistas; qué nos va contar usted sobre lingüística, etimología o como coño se diga.
Es que no se han explicado ustedes con acierto.

Que si sabe dónde está su tío.
Pues pasándolo bien, supongo, por no ha llamado ni nada. La mejor noticia es que no hay noticias. ¿No dicen ustedes eso?

¿Quién, nosotros? No.
Entonces lo dirá alguien que se parece a ustedes.

Que no le aseguramos que no lo hayamos dicho alguna vez. Decimos muchas cosas a lo largo del día. A veces sin darnos cuenta.
A mí también me pasa de vez en cuando. El otro día, mi mujer me dijo que nada más levantarme había expresado una opinión negativa sobre el peinado de Stalin, aunque yo no recuerdo haber comentado nada al respecto.

Sr. Pérez Crypa…
Por favor, llámeme Bartolo.

¿Pero no se llama usted Bernardo?
Sí, es verdad. No importa.

Nos da la impresión de que usted posee algún dato sobre el paradero de su tío y pretende ocultarlo a la opinión pública, caballero.
¿Quién, yo? No, que va, cómo puede decir eso… ¡¡Miren, un gitano leyendo!!

¡¿Dónde?! ¡¿Dónde?!

No obtuvimos respuesta. Tuvimos que dar por concluida la entrevista a causa de las argucias del astuto Sr. Pérez Crypa que, después de distraer nuestra atención, saltó por una ventana y se hizo daño en el cuello. Lo atrapamos, pero se hizo pasar por jardinero sordomudo y nos dimos por vencidos. Volvimos a nuestro cuartel general desanimados y con pocas ganas de recoger los cartones de vino vacíos de la noche anterior, pero nada más llegar nuestra telefonista nos dijo que un pollo estaba dispuesto a hablar. Al principio la noticia no nos impresionó demasiado, porque teníamos indicios de que nuestro perro también quería hablar pero no podía, porque era un perro, aunque sospechábamos que tenía serias dudas sobre su identidad y habíamos hablado dos o tres veces de llevarlo al psicólogo, pero lo vas dejando, lo vas dejando, y al final ves que el perro tiene algunos días mejores que otros y total, que Mari Puri nos dijo que el pollo quería aportar nuevos datos a nuestra investigación y nos pusimos en marcha un rato después, porque era justo nuestra hora de cagar.

Nos reunimos con el pollo en el Asador de Ídems donde trabaja. Su labor consiste, básicamente, en sostener un cartel que reza “ANTES” sentado en el mostrador, junto al cadáver ya procesado y salpimentado de un conocido suyo que ostenta el cartel de “DESPUÉS” a su izquierda y un bote de encurtidos sin etiquetar a su derecha. Por razones de seguridad, nuestro pollo desea seguir en el anonimato y prefiere que nos dirijamos a él con el sobrenombre de Reginald, porque está convencido de que en su anterior reencarnación fue un gangsta de Harlem con los pelos a lo afro fallecido a causa de un corte de digestión.



ANTES


DESPUÉS

BOTE DE ENCURTIDOS PARA ACOMPAÑAR

Buenos días, Reginald.
Buenos días. (Dirigiéndose a una señora que pasa en ese momento junto a la puerta) ¡¡Al rico pollo asado, señora!! (la señora se lleva un susto de muerte y deja caer al suelo dos barras de viena y un pack de seis yogures de esos de cagar, que no son yogures ni son ná).

Jajaja, por poco le da un infarto a la vieja. Qué jodío.
Bueno, algo tengo que hacer para pasar el rato. Esto de sujetar el cartel ocho horas al día es un auténtico coñazo.

Nos hacemos cargo. Reginald, usted afirma haberse librado por los pelos de acabar convertido en un pollo del Crypa…
Sí, sí. Por aquel entonces yo era un pollo joven y brioso. Ahora estoy a punto de jubilarme para dejar paso a las nuevas generaciones.

¿Dónde los criaban?
En un corral que, bueno, nadie lo ha dicho hasta ahora, pero estoy convencido de que era propiedad del mismísimo Sr. Crypa. Lo sospecho porque ese sucio bastardo venía de vez en cuando por allí para echar un vistazo y comprobar que todo estaba en orden. No entiendo mucho de gestión empresarial, pero dudo mucho que el Sr. Crypa se tomara tantas molestias con el resto de sus proveedores. Quiero decir que yo jamás he oído que el Sr. Crypa se haya pasado a visitar al tío que le fabricaba los maceteros, ni al de los balones de rugby, ni al de los cortacéspedes.

Vendían unas cosas absurdas allí.
Sí, sí; era un pandemónium.

Que bien se expresa usted para pesar menos de kilo y medio.
Gracias. Como le iba diciendo, aquel corral era un sitio horripilante. De hecho, su construcción databa de los años cincuenta y en principio era utilizado por el régimen de Franco para albergar presos políticos, ¿sabe? No fue construido para criar pollos. Llamarlo corral es, en puridad, un eufemismo.

Ajá. Entonces, ¿usted diría que el corral era incómodo y muy feísimo?
Eso lo diría usted, que está alelado. Yo he dicho “eufemismo”. Es un término que no le voy a explicar, porque dudo que tenga usted capacidad para comprenderlo.

Diga que sí. ¿Cómo los trababan allí?
Con la punta del pié, como podrá imaginar. Nos servían gachas en un plato de hojalata que tiraban al suelo de muy mala manera y, cuando llovía, nos sacaban al patio a revolcarnos en el barro. Nos despertaban de noche pasando sus porras por la alambrada mientras reían entre dientes. Cada vez que me acuerdo me pongo malo. Por no hablar de los experimentos. Trajeron a un granjero que trabajaba para el Tercer Reich, ¿sabe? Probaba conservantes experimentales de invención propia con nosotros, nos daba a comer maíz transgénico, nos aplicaba descargas eléctricas en los genitales… eso último nunca lo entendí… Algunos compañeros fueron incapaces de sobrevivir.

Qué horror. ¿Qué hacían luego con sus cadáveres?
Desplumarlos y congelarlos. Eran aves de corral. ¿Qué se supone que debían hacer? ¿Darles santa sepultura?

Qué vida más perra, la de ustedes.
Mire, la mayoría de los pollos aceptan su destino con resignación. Saben que son criados para servir de alimento a los seres humanos y están orgullos de formar parte de la Dieta Baja en Calorías del Universo. El karma y todo ese rollo, ya sabe.

¿Cómo se las ingenió para escapar?
Bueno, algunos compañeros y yo empezamos a protestar por el trato abusivo que recibíamos, y el Sr. Crypa intentó acallarnos pagándonos gallinas de compañía, que no vea usted lo putas que son.

Hemos oído rumores.
Las tensiones se aliviaron un tiempo, pero entonces algunos compañeros contrajeron sífilis.

Dios santo. ¿Cómo se trata a un pollo con una enfermedad venérea?
Desplumándolo y congelándolo. Aves de corral, recuerde.

Ahora que lo dice, recuerdo haber comprado algún congénere suyo cuya postura daba a entender que se estaba rascando las pelotas en el momento de su muerte.
¿Se lo está inventando?

Sí. La fuga, Reginald.
Ah, sí. Total, que éramos pollos estresados, maltratados, intoxicados, mal alimentados y algunos teníamos la sífilis. Un día, para distraernos, los cuidadores nos pusieron una película… estoy seguro que no leyeron el argumento en la contraportada… No sé si la habrá visto; iba sobre un pollo que se escapa de una granja.

Sí la hemos visto, sí. “Tiburón 4. La Venganza”.
¿Esa no va de tiburones?

No. Bueno, el tiburón sale un rato. La trama principal trata de un pollo que intenta escapar de una granja.
Si usted lo dice… En fin, que “Tiburón 4. La Venganza”, si hablamos de la misma película, que no estoy seguro, resultó muy inspiradora para mí, y tomé la determinación de hacer lo mismo que el protagonista.

¿Devorar a unos bañistas?
Darme a la fuga. ¿No habíamos quedado en que el tiburón sale sólo un rato?

Suponemos que pasó un largo período de tiempo elaborando su plan de huída.
No fue complicado; se la piqué al vigilante y crucé la carretera. Soy un pollo, por amor de Dios. No se supone que sepa hacer muchas más cosas.

Creíamos que el sexto mandamiento de los pollos prohibía cruzar la carretera.
¿Sabe? Usted me asusta.

Es que nosotros entendemos un rato de cosas de pollos. ¿Alguna vez ha sentido deseos de vengarse del Sr. Crypa?
Antes sí, pero esa época ya pasó. Ahora estoy en paz conmigo mismo. Lo que no quiere decir que no me vaya a alegrar si alguna vez alguien asfalta por error al Sr. Crypa, naturalmente.

¿Qué planes tiene para el futuro, Reginald?
Como le he comentado, estoy a punto de jubilarme, y ya me encuentro un poco duro para menesteres alimentarios. Ahora tengo entre manos un prometedor proyecto musical para la plataforma “Save the Chicken”. He compuesto una canción para concienciar a la sociedad del trato denigrante que algunas corporaciones infligen a sus aves de corral. El estribillo dice así: “We are the woooorld, we are the chicken…”

Qué pegadiza.
Sí. Contamos con la colaboración de grandes artistas internacionales, como Pollingo, Los Pollos Cantores de Híspalis y Herbie Hancock. Este último no es un pollo, pero como lleva la palabra “cock” en su apellido, que, como sabe, significa en inglés “pollo”, nos hizo gracia y lo llamamos.

Cock” también significa en inglés “cipote”.
¿Le parece esta una manera bonita de acabar una entrevista?

miércoles, 19 de enero de 2011

El descubrimiento del suelo

Llevaban dos años saliendo juntos, y Daniel, harto de que Marta le acusara cada dos por tres a veces de escasez, a veces de ausencia total de romanticismo, estaba convencido de haber preparado una velada de aniversario acorde al significado y alcance que conferían algunas mujeres al término “inolvidable”. Había dispuesto su apartamento de tal manera que cualquier rincón susceptible de recibir el impacto de una mirada a bocajarro dijera alto y claro “Te quiero un montón” con palabras infinitamente mejor escogidas: Pétalos de rosa, globos rojos y blancos, velas, incienso, champán, flores en la mesa, servilletas que combinaban sorprendentemente bien con el mantel, Luis Miguel, Celine Dion. Cuando Marta llegó justo a la hora pactada, una casi virginal expresión de asombro asomó a su rostro nada más cruzar la puerta, y dos perfectas lágrimas de emoción, excepcionalmente bien formadas a causa de dos años de concienzuda preparación e interminable espera, brotaron de sus ojos con la humilde pero profunda satisfacción del ganador de un premio honorífico y bajaron por sus mejillas exhibiéndose, como si desfilaran por una pasarela de cálida piel. Marta se volvió hacia Daniel y, tras cinco segundos de extática, casi diríase catatónica mirada admirativa, recibió el beso más prolongado y preñado de promesas que había recibido en su vida. Daniel se desprendió de sus labios perezosamente, como el que se levanta rezongando de un sofá especialmente cómodo para contestar el portero electrónico, y se dispuso a hablar, convencido de que nada en el mundo podría deshacer el hechizo del momento.
-Oye, ¿te importaría quedarte luego para ayudarme a limpiar todo esto?

lunes, 17 de enero de 2011

Todavía te amaré un rato (Radionovela). Capítulo 647.

'Todavía te amaré un rato', ahora también en fascículos, por si fuera poco.



Cortinilla musical chunguilla, de esas de violín, tipo “Piruriruriiiiiii…”. Se oye un portazo de esos de ¡POM!

ADALBERTO: ¡Angelines!
ANGELINES (sobresaltada): ¡Jesús!
ADALBERTO: Disculpa, Angelines. No pretendía asustarte.
ANGELINES: No me has asustado, Adalberto. Creí que eras Jesús.
ADALBERTO: ¿Quién es Jesús?
ANGELINES: ¿Cómo que quién es? Jesús, el de las escrituras.
ADALBERTO: ¿El Hijo de Dios?
ANGELINES: El notario. Caramba, qué espesito has vuelto del África.
ADALBERTO: Hija, Angelines, como siempre has sido tan enigmática…
ANGELINES: Ya ves.
ADALBERTO: Angelines…
ANGELINES: ¿Sí, Adalberto?
ADALBERTO: Como puedes comprobar, no estoy muerto.
ANGELINES: Ya, ya. Yo tampoco.
ADALBERTO: Sí, bueno, pero lo mío es diferente.
ANGELINES: ¿Sí, Adalberto? ¿En qué se diferencia tu no muerte de la mía?
ADALBERTO: Mujer, que yo soy un explorador del África Negra. Tengo todas las papeletas para caer en un agujero con pinchos al fondo antes que tú.
ANGELINES: ¡Ay, Adalberto! ¿Cómo puedes decir eso? ¿Acaso no recuerdas lo desgraciada que soy?
ADALBERTO: Sí, bueno, un poco gafe sí que eres, pero vaya, no vayas a comparar. Que yo me paso el día rodeado de leones, cocodrilos, tribus caníbales y extrañas enfermedades infecciosas. ¿Tú has estado a punto de morir de una manera interesante últimamente?
ANGELINES: No, no. Bueno, ahora que me acuerdo, hace un mes me picó un bicho y entré en coma. ¿Y tú?
ADALBERTO: ¿Eh? No, bueno. Hace dos días me levanté con tortícolis. Ya sabes lo dura que es la vida de un explorador del África Negra. Dormimos en el suelo y tal. Y, bueno, también está el asunto de la caspa, que antes no tenía y ahora tengo un montón. Estoy empezando a preocuparme.
ANGELINES: Pues yo te veo muy buen color.
ADALBERTO: Pues no creas que me encuentro yo muy católico desde que llegué. Yo creo que he contraído alguna enfermedad exótica. Otitis, a lo mejor. ¿No ves cómo me rasco la oreja?
ANGELINES: Sí, Adalberto, no hace falta que lo subrayes.
ADALBERTO: Me pica una barbaridad.
ANGELINES: Mi pobre Adalberto…
ADALBERTO: Sí, no puede decirse que la vida haya sido muy amable conmigo últimamente.
ANGELINES: Lo mismo pensé yo cuando me enterraron viva por segunda vez.
ADALBERTO: ¿Cuándo fue eso? Sólo te habían enterrado viva una vez antes de partir hacia África.
ANGELINES: Me dieron por muerta cuando el asunto del coma, pero, por lo demás, bien.
ADALBERTO: Vaya por Dios.
ANGELINES: Cuéntame cosas del África, Adalberto.
ADALBERTO: Bueno, ya sabes. El Continente Negro es terrible. He tenido que afrontar un montón de peligros. Hace un año, sin ir más lejos, un salvaje estuvo a punto de partirme la cabeza en dos de un machetazo.
ANGELINES: ¡Oh, Adalberto! ¿Te hirió? Porque si lo hizo, cicatrizas muy bien.
ADALBERTO: No. Afortunadamente, salí ileso.
ANGELINES: ¿Esquivaste su fiero ataque?
ADALBERTO: Sí, no, bueno, no exactamente. No es que llegara a atacarme. Pero tenía esa intención, ¿sabes? Lo vi en sus ojos. ¡No sabes cómo son los ojos de esos salvajes, Angelines! ¡Tienen la cornea muy blanca y el iris muy negro!
ANGELINES: ¡Ah! Casi se me olvida. ¿Sabes que me secuestraron hará un par de semanas?
ADALBERTO: ¿Cómo? Dios santo, Angelines, no me lo digas. Te enamoraste de tu captor.
ANGELINES: No digas tonterías, Adalberto. Si estaba cojo.
ADALBERTO: Seguro que no tenía un mentón cómo el mío.
ANGELINES: No entiendo la tontería que os ha dado a los hombres con el tamaño de vuestro mentón.
ADALBERTO: Un hombre debe tener el mentón grande, Angelines. Es muy varonil. Y los pies también. Seguro que tu secuestrador no calzaba un cuarenta y cinco.
ANGELINES: ¿Estás celoso, Adalberto?
ADALBERTO: ¡Sí, Angelines, estoy celoso! ¿Acaso tenía tu captor la frente más ancha que yo?
ANGELINES: No lo sé, Adalberto. Estaba encerrada en una celda de dos metros cuadrados. No se me ocurrió medirle la frente cuando venía a traerme el pan y el agua.
ADALBERTO: Pero, mujer, así a ojo de buen cubero…
ANGELINES: No me presiones, Adalberto. No sabía si iba a salir con vida de allí. Para comparar frentes estaba yo.
ADALBERTO: Perdóname, Angelines. Qué desconsiderado he sido. Has debido de pasar por un auténtico infierno.
ANGELINES: Ni te lo imaginas. Todavía me entran sudores fríos cuando recuerdo aquellas manos callosas agarrándome de los brazos…
ADALBERTO: ¡Qué animal! ¡Qué bestia! ¿Tenía las manos callosas, dices?
ANGELINES: Sí, Adalberto, muy callosas.
ADALBERTO: Pero sé más específica, mujer. Del uno al diez, ¿cual dirías tú que era el nivel de callosidad de sus manos?
ANGELINES: Ay, pues no sé, Adalberto. Un ocho, a lo mejor.
ADALBERTO: ¡¿Tanto?!
ANGELINES: Ay, pues un seis, chico, no sé.
ADALBERTO: Antes has dicho un ocho. ¿En qué quedamos?
ANGELINES: Un ocho, un seis… ¿Pero a ti qué más te da?
ADALBERTO: Mira mis manos. ¿Dirías que tenía las manos mas callosas que yo? Porque no sé tú, pero yo a las mías les daría un ocho y medio, por lo menos. Puedo coger un tazón de sopa hirviendo sin quemarme. ¿Acaso podía tu captor coger un tazón de sopa hirviendo sin quemarse?
ANGELINES: ¡Ay, no sé Adalberto! ¡Nunca le vi coger un tazón de sopa hirviendo! Era un secuestrador. Tendría las manos callosas de apretar sogas para atar a la gente, supongo.
ADALBERTO: Yo he apretado muchas sogas también, allá en el África, para hacer cabañas en los árboles y eso. Si es sólo por apretar sogas, seguro que mis manos son mucho más callosas que las suyas.
ANGELINES: No lo sé, Adalberto. Sólo sé que tenía las manos bastante callosas y unos brazos muy fuertes.
ADALBERTO: Para brazos fuertes, los míos. No sabes la fuerza que hay que tener para remar en esos endemoniados ríos del África. Fluyen con tanta furia que, si te descuidas, te dan la vuelta a la canoa y acabas remando de espaldas. Yo estuve remando de espaldas los primeros cuatro meses de mi estancia allí. Pero no porque no tuviera suficiente fuerza para controlar la canoa; es que al principio pensaba que se hacía así. Después el médico de la expedición me dijo que remaba al revés, y bueno, ya sabes lo orgulloso que soy, así que seguí remando al revés un par de meses más, hasta que sufrí un terrible accidente.
ANGELINES: ¡Oh, Adalberto! ¿Te precipitaste por una catarata?
ADALBERTO: No, no. Me desvié hacia la orilla y golpeé la canoa de un salvaje. No sabes qué miedo pasé. Por un momento creí que iba a comerme vivo. Estaba colérico, y abrió mucho la boca, como para morderme. ¡Y tú no sabes la boca que tienen esos salvajes, Angelines! ¡Tienen la campanilla muy roja y los dientes muy blancos! Me pregunto con qué se limpiarán los dientes, si no salen de la selva en todo el día, y aquello está más sucio… Bueno, total, que al final todo se quedó en una amonestación.
ANGELINES: Qué peripecia tan atribulada, Adalberto.
ADALBERTO: Dantesca, sin duda. Por cierto, ¿cómo está tu padre?
ANGELINES: ¡Ay, Adalberto! ¡Mi padre! ¡Mi pobre padre!
ADALBERTO: ¿Le ha ocurrido algún percance al Mayor?
ANGELINES: Oh, Adalberto. ¡Mi padre ahora va en silla de ruedas!
ADALBERTO: Sí, bueno. Tú padre ha sido siempre un tanto excéntrico.
ANGELINES: ¡Qué tonto estás hoy, Adalberto! ¡Se cayó de su montura favorita y se ha quedado inválido! ¡Ay, qué desgracia!
ADALBERTO: ¿Te he contado que yo una vez pise un rastrillo y casi me parto la nariz con el mango?
ANGELINES: ¿En el África, Adalberto? ¿Pisaste un rastrillo en el África?
ADALBERTO: No, no. En la hacienda de mi tía Eduvigis. Qué miedo pasé. No me causó ninguna fractura, pero durante unos días se me movía el tabique nasal. Me lo tocaba así, ¿ves? Y se movía.
ANGELINES: Ay, Adalberto, para. Qué angustia me está dando.
CRIADA: ¡Señorita! ¡Señorita!
ANGELINES: ¡Marcela! ¡Marcela!
CRIADA: ¡Señorita! ¡La habitación de su padre está en llamas con su padre dentro!
ADALBERTO: Qué cosas tiene este hombre.
ANGELINES: ¡Adalberto, tienes que sacar a mi padre de allí! ¡Con tus callosas manos no notarás el calor si se ha quemado un poco!
ADALBERTO: Si, bueno, mujer, pero no puedo hacerlo así, de sopetón, hala; de tener las manos a temperatura ambiente a meterlas de repente en el fuego. Tendré que aclimatarlas primero. ¡Marcela, hazme un tazón de sopa bien caliente!

(Sube la música)

LOCUTOR: Han escuchado ustedes el capítulo seiscientos cuarenta y siete del serial radiofónico ‘Todavía te amaré un rato’, original de Renata Campoamor. ‘Todavía te amaré un rato’ les ha sido ofrecido por Jabones La Tota, jabones para lavarse las manos. Ahora también Jabón La Tota Especial Cuello. La Tota, jabones para manos y cuello y poco más.