sábado, 15 de agosto de 2015

Traumatólogo afirma que el 95% de las lesiones se producen por hacer el gilipollas

Impresión diagnóstica: Tú estás fatal de la cabeza

“Que ninguno de mis colegas lo haya dicho antes no significa que no sea verdad”, dice Ramiro Turpin, antiguo Jefe de Traumatología y Medicina Deportiva del Hospital Virgen del Boquete. “Yo ya estoy jubilado y me suda la polla todo, pero resulta comprensible que un médico en activo no quiera jugarse su prestigio profesional admitiendo en público que la mayoría de sus pacientes son subnormales”, afirma. “Las lesiones no son siempre culpa del lesionado, naturalmente. Si un trozo de meteorito te produce un traumatismo cráneo-encefálico, tú y tu incompetencia no habéis tenido nada que ver, pero estos casos son los menos frecuentes. Los más frecuentes son aquellos en los que te haces daño por gilipollas”. Según el doctor Turpin, la crisis económica es un factor determinante en el actual aumento de la precariedad ósea de la población. “La gente no tiene un puto duro para salir a cenar y pegarse viajes, así que le ha dado por matar el aburrimiento practicando deporte al aire libre. Te has pasado la juventud bebiendo litronas en el parque y a los treinta años te entra la picada de apuntarte a una maratón campo a través. Así nos luce el pelo”. La situación económica no es lo único que mueve a la población a despegar los huevos del sofá y calzarse las zapatillas de tenis, aclara el doctor. “En algunos casos, el llamado ‘afán de superación’ es un factor importante a la hora de decidirte a hacer el soplapollas, pero no en todos; a veces lo único que el deportista aficionado pretende, sobre todo si es joven, es impresionar a una pibita mostrando su imaginaria destreza con el monopatín o la bicicleta. Lo que pasa es que, en la mayoría de las ocasiones, en vez de novia, lo que acaba consiguiendo es un desplazamiento del tabique nasal”. Señalamos al doctor Turpin que lo médicos siempre nos han insistido en los beneficios para la salud que acarrea el deporte. “Si estás preparado”, matiza el doctor. “A mi consulta han llegado pacientes que se han roto tres dedos del pie por pegarle una patada a un bordillo sin querer. Esa clase de gente debería huir del deporte como de la peste”. Le preguntamos al doctor qué deberíamos hacer para mantenernos en forma y a la vez evitar lesiones graves. “Camina. Sé que suena patético… y, bueno, es que es patético, pero mírate: No es que lleves entrenando desde crío, ahí, sudando la gota gorda, como esos cracks del baloncesto o esos fenómenos del patinaje artístico; eres un adulto fondón que, después de echar una pachanguita con los amigos, acaba desguarnecido y echando las túrdigas por la boca, y, a lo mejor, con un bien merecido esguince. Y otra cosa: no hagas el capullo si estás rodeado de rocas”, aconseja. “Y no solo de rocas; los troncos de los árboles también duelen. Parece una perogrullada, pero, por lo visto, no lo es, a tenor de la cantidad de aspirantes a escalador con las piernas partidas que he tenido que atender a lo largo de mi carrera”, dice el doctor. “Así que hazme caso y camina. ¿Te has fijado en esos imbéciles que cogen el coche hasta para ir al gimnasio? Después se pasan tres horas machacándose lo músculos cosa mala, pero, eso sí, hasta allí llegan en coche, que andando se cansan. Valiente panda de flojos”. Nosotros hemos visto gente que coge el coche hasta para ir a echar gasolina, aunque les pille la gasolinera al lado de casa, apostillamos.

sábado, 1 de agosto de 2015

El desconocido que llamó a mi puerta a unas horas que vaya, vaya (Cuento de Navidad Cutre)

La prima Mary Jo a punto de ponerse cerda

INT. SALÓN. NOCHE.
El salón de un piso pequeño, mal iluminado por una lámpara barata y con una mesa y una silla en el centro de la habitación como único mobiliario. Un TIPO de treinta y tantos está sentado leyendo el periódico, visiblemente aburrido. Alarga la mano distraídamente hacia una lata de aceitunas abierta que hay encima de la mesa y rebusca en su interior, pero no saca ninguna aceituna. Aparta la vista del periódico y agarra la lata para mirar en su interior. Está vacía. Suelta la lata, disgustado. Alguien pega a la puerta, situada a su izquierda. Perplejo, levanta la vista del periódico.

TIPO (malhumorado, como si hubieran interrumpido una labor de suma importancia): ¡Lárguese! (Vuelve al periódico).
(Vuelven a sonar golpes en la puerta. El tipo se hace el sordo. Insisten. El tipo suelta el periódico en la mesa y se levanta a regañadientes).
TIPO: Hay que joderse… (Llega hasta la puerta y mira por la mirilla). ¿Quién es?
SEÑOR (con voz calmada y profunda): Un amigo.
TIPO: ¿Un amigo que se planta a las once de la noche en mi rellano a oscuras?
SEÑOR: La luz no funciona.
TIPO (cayendo repentinamente en la cuenta): Ah, sí. Llevamos una semana esperando al electricista de la comunidad.
SEÑOR: Entiendo.
TIPO: ¿Podría encender un mechero o algo para que pueda ver su cara por la mirilla?
SEÑOR: Eh… Pues déjeme ver… Creo que no llevo ninguno encima…
TIPO (aparta el ojo de la mirilla): ¿Qué quiere?
SEÑOR: Verá, traigo un regalo para usted.
TIPO: No me lo diga. He ganado un concurso, ¿verdad?
SEÑOR: Pues… no. No, que yo sepa.
TIPO: Mierda. Bueno, de todas formas, no recuerdo haber participado en ninguno.
SEÑOR: No lo pongo en duda.
TIPO: A no ser que lo haya hecho mientras andaba sonámbulo. A veces me ocurre, ¿sabe? Una noche entré en un bar y recuperé la conciencia a las tres de la tarde del día siguiente en un polígono industrial. A lo mejor en ese lapso de tiempo participé en un concurso. Quizá me conoce usted de aquella vez.
SEÑOR: No, mire…
TIPO (interrumpiendo): ¿Tiene su empresa una división para captar sonámbulos que participen en sus concursos? Seguro que todas la tienen. Comerciales que esperan en la calle en mitad de la noche, esperando a que un pobre inocente que anda dormido pase a su lado y cogerle los datos. Astutos hijos de puta… ¿Qué vende usted?
SEÑOR: Nada. Oiga, me parece que ha habido un malentendido… muy raro. No ha ganado usted ningún concurso, y tampoco pretendo venderle nada.
TIPO: No, claro; al principio, no. Al principio iniciará una charla cordial y distendida, y luego, poco a poco, desviará sibilinamente la conversación hacia las magníficas prestaciones de un robot de cocina. Ya sé cómo va esto, ¿sabe? Yo también he sido comercial. No en la división de sonámbulos, pero… Licuadoras Megamax. ¿Se acuerda de ellas?
SEÑOR: Oiga…
TIPO: Eran fantásticas. Podían hacer puré dos plátanos de una tacada. Dos plátanos verdes; ni siquiera hacía falta que estuvieran maduros. Imagínese, ¡dos plátanos a la vez! Ahorraban tiempo y, además, eran muy fáciles de limpiar. Se desmontaban enteras. Me dieron una, ¿sabe? En concepto de finiquito, cuando la empresa quebró. Mire, se la dejo a buen precio. Está casi sin usar. No tomo mucha fruta últimamente. Sí, sé que está mal; que la fruta es esencial para una correcta alimentación y está a reventar de antioxidantes y todo eso, pero…
SEÑOR: Escuche, considere mi regalo como un gesto de buena voluntad, ¿de acuerdo?
TIPO: Ay, joder. No vendrá a predicar, ¿verdad? ¿Pertenece a una iglesia o algo? Si es así, pase el folleto por debajo de la puerta y piérdase. Ya les avisaré yo con lo que sea.
SEÑOR (con un deje de impaciencia en su tono de voz): Escuche… ¿Ha cenado ya?
(El tipo guarda silencio durante unos segundos).
TIPO (interesado): ¿Trae algo de comer?
SEÑOR: Sí.
TIPO (frotándose la manos, nervioso): Eh, mire, no se moleste. La verdad es que soy de cenar poco y, y… Ya he picado algo (vuelve su mirada hacia la lata de aceitunas vacía que reposa encima de la mesa). Anchoas. Me he hinchado de anchoas. Y no debería, porque tengo el ácido úrico por las nubes. No crea que tengo la conciencia tranquila… Tanta gente pasando hambre en el mundo, y yo aquí con la enfermedad de los reyes.
SEÑOR: ¿Debo suponer que ya no tiene apetito?
TIPO: Estoy completamente saciado, créame (traga saliva).
SEÑOR: Guarde la comida para mañana. Puede meterla en el frigorífico, si quiere, que no le pasa nada.
TIPO (echando un vistazo a su desnudo piso): En el frigorífico, claro…
SEÑOR: Porque tiene frigorífico, ¿verdad?
TIPO: ¡Naturalmente! Sí, que tengo frigorífico, sí… No aquí, pero…
SEÑOR: ¿Cómo que no aquí? ¿Dónde lo tiene?
TIPO (improvisando): En el… taller.
SEÑOR: ¿En el taller?
TIPO: Sí, sí… Se le estropeó el… el cacharro ese… lo que enfría… y lo llevé a arreglar.
SEÑOR: Al taller.
TIPO: Sí al… al taller de frigoríficos. Al, ¿cómo le dicen? Frigotaller. No…
SEÑOR: ¿Servicio técnico?
TIPO: Ahí estamos.
SEÑOR: ¿Y por qué no vino el técnico a su casa, en vez de llevar usted el frigorífico?
TIPO: ¡Ah! ¿Eso se puede hacer?
SEÑOR: ¿En serio tiene usted frigorífico?
TIPO: ¡Oiga, amigo! ¿A qué viene este interrogatorio? ¿Acaso me intereso yo por su… lavadora?
SEÑOR: Bueno, bueno; no se ponga así.
TIPO: Pues claro que me pongo así. ¿Cómo se pondría usted si me presento en su casa y empiezo a preguntarle por su frigorífico? Porque tendrá usted frigorífico, ¿verdad?
SEÑOR: Sí, claro.
TIPO: ¿Y licuadora? No todo el mundo tiene licuadora. Mire, le diré lo que vamos a hacer. Le cambio mi licuadora por su frigorífico… ¡Mierda! ¿Pero qué coño hago yo hablando de electrodomésticos con este tío? Ha empezado a tirarme de la lengua y me ha sacado lo que tengo y lo que no. ¡Coño, pero si ya sabe más que mi propia familia! (Nervioso) Oiga, amigo, hágame un favor, ¿quiere? No se lo cuente a mi madre.
SEÑOR: ¿Que no lo cuente qué?
TIPO: Que no tengo frigorífico. Ella no lo sabe. Me manda comida para toda la semana, ¿comprende usted? Y no me da tiempo a comérmela toda antes de que se ponga mala y… y bueno, me da pena tirarla, y al final la comparto con un mendigo amigo mío. Bueno, entre usted y yo, a él le doy lo que menos me gusta… la coliflor con bechamel y cosas así. Los callos, no, por ejemplo. Los callos es lo que me como primero. Pero… pero no siempre es así. No siempre comparto la comida con este mendigo que le digo. A veces es él quien me invita a comer a mí. Pero sospecho que hace lo mismo que yo; me invita a lo que menos le gusta, como a ese jamón cocido… ese del normal, el que no va horneado a la leña, ¿sabe a cuál me refiero? El horneado a la leña seguro que se lo guarda para él solo, el muy cabrón.
SEÑOR: Oiga, para empezar, yo no conozco a su madre.
TIPO: Ni yo a la suya, ya que estamos. Cuénteme, ¿es tan indiscreta como usted?
SEÑOR: Quiero decir que no podría decirle a su madre que no tiene usted frigorífico, porque no sé quien es.
TIPO (como si fuera obvio): ¡Ah! La Loli de Carretera de Cádiz.
SEÑOR: Me temo que no tengo el gusto.
TIPO: ¿Cómo que no? ¡Si es muy conocida! Así bajita, con el pelo corto teñido de negro, que habla por los codos… Esa expresión, la de hablar por los codos, no la entendía yo de niño… Me imaginaba a gente con bocas en los codos, y me daba un repelús… Siempre me han dado asco las partes del cuerpo que no están donde se supone que deben estar. Es una especie de fobia. A lo mejor tiene un nombre técnico, no sé, nunca lo he consultado con un psicólogo. Escribí un cuento sobre el tema en el instituto, ¿sabe? Iba sobre una mujer de mediana edad que se levantaba una mañana y descubría que la boca le había desaparecido de la cara y le había salido una boca chiquitita en cada codo. El profesor de literatura se sorprendió de que a mi edad hubiera leído a Kafka. Yo no sabía aún quién era Kafka. A mí Kafka me sonaba a marca de mayonesa. Mayonesa Kafka. Coño, con tanto hablar de Kafka, se me ha abierto el apetito…
SEÑOR: ¿Le apetece cenar, entonces?
TIPO: Sí, no sé… ¿Y dice que es gratis?
SEÑOR: Totalmente.
TIPO: Venga, ¿cuál es el truco? Porque alguno tiene que haber. Nadie se presenta en mitad de la noche a ofrecer comida gratis a un desconocido. ¿Qué quiere a cambio? Porque si lo que pretende es lo que yo pienso… No vendo mi cuerpo a cambio de un plato de canelones, ya los haya traído usted de la mejor trattoría de Nápoles.
SEÑOR: ¡Pero, oiga! ¿Qué está insinuando?
TIPO: Usted ya me entiende.
SEÑOR: Lo que yo entiendo es que tiene usted el cerebro muy sucio.
TIPO (repentinamente alarmado): ¡Un momento! Viene de parte de Marcelo, ¿verdad?
SEÑOR: ¿Quién cojones es Marcelo?
TIPO: ¡No se haga el tonto conmigo! Mire, dígale que pagaré, ¿de acuerdo? La cantidad que me prestó más los intereses. Todavía no sé nada de la indemnización por lo de las licuadoras, pero yo creo que, en dos meses, tres a lo sumo… Y… y sigo en paro, ¿sabe? Pero a lo mejor pronto me llaman. Hice una entrevista la semana pasada. Creo que fue un puto desastre, pero solo es una opinión subjetiva. La entrevistadora se asustó un poco cuando le arranqué la falda al ponerme de rodillas. Yo solo quería implorarle, pero me temo que se llevó una impresión equivocada. La culpa la tienen esos cinturones que hacen ahora, que no agarran nada. Es lo que yo digo: si es solo para adornar, no le pongas un cinturón, ponle un moño, o…
SEÑOR (interrumpiendo): Yo no sé nada de ningún Marcelo ni de ningún préstamo… Solo vengo a traerle la cena.
TIPO: ¿Me jura que no me va a partir las piernas?
SEÑOR: No le voy a partir las piernas.
TIPO: Júremelo.
SEÑOR: Le juro que no le voy a partir las piernas.
TIPO: ¿Ni los dedos de la mano poco a poco y con delectación?
SEÑOR: ¿Qué?
TIPO: Júremelo.
SEÑOR (suspira): Ni los dedos de la mano poco a poco y con delectación.
TIPO (después de unos segundos de agitado debate interno): Mire, no me fío.
SEÑOR: ¡Joder!
TIPO: Compréndalo; se escucha cada cosa por ahí… ¿Cómo sé que no es un asesino en serie?
SEÑOR: ¿De qué esta hablando ahora?
TIPO: ¿Trae la comida en una fiambrera?
SEÑOR: Sí, sí; completamente hermética, para preservarla de…
TIPO (altisonante, marcando en el aire un titular imaginario con las manos): El asesino de la fiambrera. A mí me suena convincente. Parece algo que pueda leer en los periódicos. (De nuevo marcando un titular imaginario con las manos) Otra nueva víctima del asesino de la fiambrera…
SEÑOR (impaciente): ¡¿Acaso ha visto en las noticias algo sobre un asesino de la fiambrera?!
TIPO: No, aún no. Pero, quién sabe, a lo mejor soy la primera víctima. El pionero. Y llámeme delicado si quiere, pero no me gustaría pasar a la historia solo por eso. Que el en futuro me recuerden únicamente por ser la primera víctima del asesino de la fiambrera, pues… No sé, no le veo ningún mérito. Si además de eso, no sé, inventara algo… (marcando otro titular) “Inventor del teletransporte, hallado muerto cerca de una fiambrera de procedencia desconocida”. Mucho mejor, dónde va a parar... A usted lo empezarían a llamar “El Asesino de la Fiambrera” ya a partir del segundo asesinato.
SEÑOR: Mire, ya no sé cómo decírselo. Lo único que quiero es entregarle la comida, esperar a que se la coma y después marcharme. Si lo desea, no abriré la boca en todo el rato.
TIPO: Ah, bueno. Es usted un fetichista de esos, ¿verdad?
SEÑOR: Oiga, amigo, me está usted poniendo enfermo.
TIPO: Le pone cachondo ver cómo otros se comen lo que usted ha cocinado. Le va ese rollo, ¿verdad?
SEÑOR: Usted está fatal, eh.
TIPO: Le diré lo que vamos a hacer. Abro la puerta con la cadena echada, me pasa la fiambrera y usted se queda fuera, escuchando cómo disfruto de la comida. ¿Eso no le excita?
SEÑOR: Pero, hombre…
TIPO: Si no es suficiente, puedo dejar la puerta entreabierta, y luego enseñarle la comida a medio masticar. ¿Le da morbo eso?
SEÑOR: ¡¿Quiere dejar el tema de una puñetera vez, que me están dando arcadas?!
TIPO: Mire, no voy a dejarle entrar. Lo toma o lo deja.
SEÑOR (después de unos segundos): Está bien. Abra la puerta.
(El tipo echa la cadena y después abre la puerta. El Señor le pasa la fiambrera a través e la rendija).
SEÑOR: Que aproveche.
TIPO (cogiendo la fiambrera): Y usted que lo escuche. (Se queda mirando la fiambrera unos segundos). Ahora que nos conocemos un poco, ¿puedo ser sincero con usted?
SEÑOR: Como le parezca.
TIPO: En realidad no he cenado. Es viernes; ya no me queda comida de la que prepara mi madre. Estaba picando aceitunas. Sin anchoas. (Traga saliva, desolado) Estaban completamente vacías por dentro.
SEÑOR: Eh… Lo lamento.
TIPO: Así que… bueno, lo cierto es que su regalo es como maná caído del cielo… (Abre la tapa de la fiambrera) ¡Coño, croquetas! (suelta una risilla).
SEÑOR: ¿Qué le pasa ahora?
TIPO (cogiendo una croqueta): Nada, se me ha ocurrido que habría sido muy extraño que Dios hubiera hecho llover croquetas sobre el pueblo elegido durante su travesía por el desierto. Imagínese… Cuarenta años comiendo croquetas (muerde la croqueta).
SEÑOR: Impensable.
TIPO (con la boca llena): Hum. Tengo una teoría al respecto, ¿sabe?
SEÑOR: ¿Sobre qué?
TIPO: Todo ese asunto del maná y los israelitas. Creo que, en realidad, eran las sobras del día anterior.
SEÑOR: No me diga.
TIPO: Le digo. Imagínese las perolas de potaje tan grandes que tiene que hacer en el Cielo, porque allí todo es a lo bestia. Va un ángel y dice, “Señor, su pueblo elegido está cruzando el desierto y no tiene nada que llevarse a la boca”. Y el Señor, “A ver, ¿qué cenamos ayer?”. Y el ángel, “Sopa de puchero, Señor”. “¿Con pollo?”. “Con pollo y papas gordas, Señor”. “Pues haced unas croquetas y se las tiráis abajo”. ¿Entiende lo que le quiero decir? Ahí, como el pan duro a los cerdos. Porque… porque, ¿sabe usted que el ser humano comparte con el cerdo exactamente… el noventa y tantos por ciento o algo así de ADN?
SEÑOR: Oiga, ¿le gustan las croquetas?
TIPO: Ay, sí. Casi lo olvido, disculpe. (Se lleva una croqueta a la boca y empieza a mascullar exageradamente, intentando parecer libidinoso). Hum. Hummmm. Qué ricas, pirata.
SEÑOR: ¡Oiga, ¿quiere dejar eso de una vez?!
TIPO: Vale, vale. Es que no sé cómo satisfacerle.
SEÑOR: Me conformo con que le gusten, Jesús.
TIPO (dejando de comer): ¿Jesús?
SEÑOR: Jesús de Haro Montilla, natural de Algarrobo, el menor de cinco hermanos, estudió auxiliar administrativo en un instituto público… Eso es lo que tengo aquí apuntado.
TIPO: No ha dado usted ni una (sigue comiendo).
SEÑOR (después de unos segundos): Mierda.
TIPO (alarmado): ¿Se ha equivocado de destinatario? No pretenderá que le devuelva las croquetas, ¿verdad? Ya quedan pocas. Y no se va a presentar en la puerta del tal Jesús con cuatro… (muerde una croqueta)… con tres croquetas y media… Quedaría usted como un tío muy cutre.
SEÑOR: No, no… No pasa nada. Es que…
TIPO: Qué.
SEÑOR: Que creo que hoy era su cumpleaños, pero, bueno, da igual.
TIPO: Oiga, me está usted dando cargo de conciencia.
SEÑOR: No es mi intención.
TIPO: Ya verá que al final me van a sentar mal las croquetas (se echa otra a la boca). Joder, qué buenas están.
SEÑOR: No, no. Está bien, no se preocupe. Mientras usted se ajuste a mi perfil, que parece que sí… Quiero decir, si realmente es usted una persona con pocos recursos y no ha cenado todavía… Por lo que me ha dado a entender, es usted una persona humilde.
TIPO: ¡Huy, sí! Un mierda.
SEÑOR: Bien, bien; con eso me basta.
(El tipo sigue comiendo. Durante unos segundos, ninguno de los dos habla).
TIPO: ¿Por qué lo hace?
SEÑOR: ¿Eh?
TIPO: Esto, lo de llevar croquetas a mier… a personas humildes como yo.
SEÑOR: No tiene mayor importancia. Me da por ahí de vez en cuando.
TIPO: ¿Es una especie de… obra de caridad?
SEÑOR: Eh… Sí, algo así.
TIPO: ¿Le sale de dentro, o es una forma de acallar su conciencia? (El señor guarda silencio). Disculpe, no pretendía ofenderle…
SEÑOR: No pasa nada.
TIPO: ¿Cómo se llama, señor?
SEÑOR: Bueno… qué importancia tiene el nombre. La gente me llama de diferentes maneras. Podría decirse que tengo muchos nombres.
TIPO: Ah, bien. Yo le llamaré, si no le importa (piensa mientras mastica)… “Lisensiado” Carlos Alfonso. ¿He acertado? Son muchos nombres.
TIPO (sécamente): Como quiera.
TIPO: Bueno… (se chupa los dedos) Ya he terminado. ¿Quiere que le lave la fiambrera, “Lisensiado” Carlos Alfonso?
SEÑOR: No, no; no se moleste. Quédesela.
TIPO: Vaya, gracias. Hoy es mi día de suerte.
SEÑOR: Eh, bueno, tengo que irme.
TIPO: Bien, muchas gracias, “Lisensiado”. Creo que sería justo que al menos le diera la mano (Tarda unos segundos en decidirse. Finalmente, quita la cadena y abre la puerta). ¡Coño! ¡Ha desaparecido como un fantasma!
SEÑOR (su voz suena más lejana): Eh… No; estoy bajando las escaleras.
TIPO: Ah, claro. Vaya con cuidado, ¿de acuerdo? El rellano de abajo sí tiene luz.
SEÑOR: Sí, sí. Lo sé.
TIPO: ¿Volverá a visitarme algún día? No tiene por qué traerme nada. La próxima vez invito yo. Venga un lunes, que mi madre me acaba de preparar la comida de la semana y todavía no la he repartido. ¿Le gusta la coliflor con bechamel?
(El tipo no obtiene respuesta. Después de unos instantes, cierra la puerta, un tanto decepcionado. Se dirige hacia la mesa con la fiambrera en la mano. Suelta la fiambrera, se sienta y vuelve a su periódico).
FIN.