miércoles, 1 de abril de 2020

El local de alterne de Dios

Mira, mamá; aquí sirven zumos naturales

El Apocalipsis según se mire. Capítulo 4.

Las puertas del Club no estaban a más de un metro a nuestras espaldas; una distancia pequeña, pero aparentemente insalvable para un tipo que está a punto de ser fusilado.
            —¿Sabes, Señor? En el fondo, siempre he querido acabar así. Cosido a tiros en la puerta de una whiskería.
—Ejem. —Dios tenía un concepto muy clásico del carraspeo—. En realidad, yo esto lo veo más como un club de recreo.
El Poli Cabrón empezaba a impacientarse. A pesar de que era el único que no nos estaba apuntando con un arma, el fuego de sus ojos me había convencido de que era capaz de encontrar la manera de matarme con el megáfono.
—¡A ver, vosotros dos, hippies apestosos! ¿Queréis dejar de hablar y venir hacia aquí a la mayor brevedad posible?
—Tú estás más acostumbrado a verte en estos follones —dijo el Hacedor con las manos en alto—. ¿Tienes algún plan?
—Digo yo que por una vez podrías saltarte tu política de no intervención y salvarnos el culo con un milagro de los tuyos —sugerí—. Yo creo que una plaguita de langosta más o menos no desentonaría mucho en medio de este desmadre.
—Para langostas estoy yo, con el dolor de cabeza que tengo.
Bien porque mi sola sugerencia hubiera accionado algún tipo de resorte con el cartel “Maniobra de distracción de nivel bajo” en el subconsciente del Todopoderoso, bien porque era su forma de exteriorizar una resaca, del cielo empezó a caer una fina lluvia.
—Las puertas de este sitio son abatibles, ¿verdad? —pregunté.
—Naturalmente. Como las de cualquier, eh, peña recreativa.
—¡Me cago en la sota de bastos! —dijo el Poli Cabrón, el tipo de persona que parece hablar siempre entre signos de exclamación—. ¡Pues no se pone a llover!
—No se preocupe, Sargento —dijo un joven madero—. Solo son cuatro gotas, y la verdad es que hace falta que llueva, por los campos y eso, y el ambiente, que está muy cargado por la maldita contaminación, ya sabe...
—¡¿Pero tú te crees que yo no quiero que llueva?! ¡¿Por qué clase de mamón inconsciente me has tomado?! ¡Si ha de llover, que lo haga en condiciones, pero no esta mierda, que lo único que hace es enguarrar los coches patrulla! ¡Y los habremos lavado esta mañana! ¡Menuda putada!
Después de que el tanteo del terreno arrojara unos resultados satisfactorios, la lluvia pareció ganar confianza y empezó precipitarse con más brío.
—¡Sargento! Está empezando a apretar. ¿Podemos apuntar a esos dos a cubierto en el coche? Es que se nos van a empapar los chalecos antibalas, señor, y no vea usted lo que tardan en secarse.
—Ya te digo —dijo otro madero—. Y lo que pesan cuando están mojados, señor. El otro día que llovió tanto, mi mujer puso el chaleco a secar y se cayó el tendedero con toda la colada del día, señor, sí, señor, y hala, toda la ropa esparcida por el ojo patio, las toallas, un juego de sábanas nuevo, las bragas de mi parienta, ahí, venga, a tomar por culo.
El trueno que estalló a continuación sonó como si un camión cisterna volador cargado de gasolina hubiera sufrido una colisión frontal con un zepelín, haciendo saltar las ventanillas de los coches patrulla.
—¡¡Joder!! —exclamó un joven agente que un segundo antes estaba comprobando frente al espejo retrovisor si la lluvia había desestabilizado la composición química de su fijador y ahora tenía la cara cubierta de cristales.
—¡Pero, coño! —dijo el Poli Cabrón—. ¿Estáis bien, muchachos?
—No hemos sufrido ningún daño destacable, señor —informó un agente que parecía considerar el lóbulo de su oreja izquierda una parte prescindible de su cuerpo.
—No sabes cómo me alivia escucharlo, hijo. Ahora, vamos a trincar a esos dos cabrones y... ¡Un momento! ¡¿Dónde coño se ha metido el barbas?!
Pues el Creador había sido arrastrado por el cogote hacia el local por una mano que se me antojaba del tamaño de una bandeja de pasteles. Yo, dejado a mi suerte, salté hacia atrás y abrí las puertas del Club con la coronilla antes de que el Poli Cabrón y sus agentes pudieran volver a organizarse. Este tipo de entradas causa bastante conmoción entre los parroquianos, pero no es demasiado recomendable si pretendes que tu masa encefálica se siga manteniendo dentro de los límites de tu cráneo. Una fracción de segundo después me encontraba tirado en el suelo, mirando unas bragas rojas de encaje que harían que cualquier fetichista de la lencería se tragara la lengua. Por suerte, había caído justo entre las piernas de la tía con la falda más corta a este lado del Meridiano de Greenwich.
—Al cura de mi pueblo le va a dar un infarto cuando le cuente esto —comenté.
—¿Vas a levantarte del suelo o te vas a quedar toda la noche mirándome el potorro? —dijo la morena de piernas largas.
—¿Podrías arrodillarte un poco? Es que desde aquí abajo no te escucho bien.
En ese momento experimenté una sacudida tan violenta que casi me hizo echar la papa encima de la túnica del venerable anciano de barba gris y prominentes entradas en la cabeza que me había agarrado por las chaquetilla del traje de luces y me había elevado a treinta centímetros del suelo.
—¡¿Molestando a la chicas?! —dijo el anciano, que me lanzó una mirada que hablaba por sí sola. En concreto, esta decía "Te voy a clavar un punzón en las tripas".
—Joder, abuelo, está usted hecho un toro —observé.
El encolerizado anciano no parecía albergar la intención de dejarme en tierra firme, así que, desechando la idea de un enfrentamiento directo, pensé que resultaría más prudente quedarme quietecito y esperar que el peso de mi cuerpo le abriera alguna vieja hernia.
—¡Petrus, déjalo en el suelo! —exclamó el Señor—. ¡Eso que estás zarandeando es el Nuevo Mesías!
El hercúleo anciano me soltó después de lanzar un gruñido.
—¡Es verdad, soy el Mesías! —El recordatorio de mi nuevo estatus me había envalentonado—. ¡Soy el Redentor! ¡El que Parte la Pana! ¡Así que tú, a la puta calle!
—No puedes despedir a Petrus, hijo. Es el Guardián de la Puerta —dijo Dios.
—¿Este carcamal es vuestro gorila? —pregunté.
—Petrus lleva siglos realizando su trabajo de forma impecable —aseguró el Señor.
—Petrus debería estar dando de comer a las palomas.
—¡Cómo te atreves, sabandija! —dijo Petrus.
—Muchachos, muchachos, dejaos de chiquilladas —dijo el Todopoderoso.
—¿Qué vamos a hacer con nuestro pequeño problema de ahí fuera, Señor? —pregunté.
—¿Qué pretendes que hagamos? Esto es la antesala del Cielo; aquí dentro estamos a salvo —aseguró el Creador—. Ningún ser vivo puede entrar.
—Yo estoy vivo.
—Tú eres el Nuevo Mesías.
—¡Coño, es cierto! —Me entusiasmé—. ¡Soy el Redentor! ¡Soy el Cordero! ¡Soy el Vino!
—Eres la Hostia —repuso Petrus, también conocido como Simón Pedro, según a quién preguntes.
—¡Tú, a la puta calle!
—Que no puedes... ay. —Dios suspiró—. Mira, voy a darme una ducha y a tomarme algo para la jaqueca. No hagas el ganso. Nada de chatis y nada de bebercio. —Se volvió a Petrus—. Petrus, vuelve a tu puesto, a ver si se nos van a amontonar las almas en la puerta.
—Tranquilo, jefe —respondió Petrus, que se dirigió hacia la entrada no sin antes dedicarme una mirada impropia de un Papa jubilado.
 Aproveché que me habían dejado solo para echar un vistazo al lugar, que ofrecía pocas innovaciones en el campo del interiorismo de puticlubs: luces de colores, columnas con espejos, un pequeño escenario circular vacío, una larga barra y un suelo que estaba pidiendo a gritos un poco de queroseno.
—¿De verdad eres el sustituto de Cristo? —preguntó de forma seductora la morena de piernas largas agarrándome del brazo—. Eso suena muy sexy.
—¿Sabes? Me encantan las perturbadas —confesé—. Anda, vente conmigo, que nos vamos a meter unos lingotazos. ¡Bartolo, dos chupitos de tequila!
—¡Eh, Mesías! —dijo Petrus a mi espalda.
—Petrus, ¿no ves que estoy ocupado?
—Ya, bueno; es que me dio la impresión de que te interesaría saber que el que parece el jefe de los polis de ahí fuera ha sufrido un percance —dijo Petrus.
—¿El Poli Cabrón? ¿Qué le ha pasado?
—Que ha caído un rayo en su coche y creo que se ha electrocutado.
—¿Y? —dije con impaciencia
            —¿Tú eres tonto o qué te pasa? ¡¿Qué hacemos si está muerto y quiere entrar?!

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