jueves, 14 de mayo de 2020

De cómo el Nuevo Mesías se estrenó como predicador

"Y en verdad os digo que la picha es p'al higo"

El Apocalipsis según se mire. Capítulo 46.

Y el Nuevo Mesías, que no tenía ni idea de dónde se había metido el Antiguo, se hizo a un lado en el backstage y dijo:

—Menudo truño de evangelio nos va a salir. “Backstage”. Anda, que a San Marcos o a alguno de esos se les iba a ocurrir meter la palabra “backstage” en el Nuevo Testamento…
—Que Marcos no escribió ningún evangelio, que fui yo —recordó el Narrador—. Y, de todas formas, no es que Cristo tuviera nunca la oportunidad de preparar un sermón en ningún backstage. Terminaba de comer e iba a ensayar su Palabra a un descampado, sentado en una piedra y rodeado de boñiga de cabra.
Prácticamente acabábamos de llegar del aeropuerto, y todavía me encontraba tocado por la fiesta que celebramos la noche anterior en mi habitación del hotel, sobre la que no me extiendo porque guardo de ella recuerdos difusos. Solo sé a ciencia cierta que el Poli Cabrón subió con una dominatriz muy simpática que le dejó el culo hecho un Cristo, que metimos de cabeza en el inodoro a un señor calvo que vino a quejarse del ruido, que Pandulfo vomitó por la ventana encima de un cochecito de bebé y que tuvimos que llevar al Espíritu Santo al veterinario de urgencias en lo que fue el momento más amargo de la noche; la veterinaria de guardia me acusó de irresponsable y dijo que era la primera vez que tenía que tratar a una mascota por intoxicación de cocaína. Una agradable velada que convinimos en llamar “La Última Cena”.
—Vaya pantalones, vaya pantalones, vaya pantalones —me dijo Ramone haciendo referencia a los vaqueros que había lucido orgullosamente en mis tres últimos accidentes de moto—. Qué rotos, qué lamparones. Cada día te pareces más a Cristo, hijo.
—¿Y no se supone que debe ser así? Soy el puto Mesías. ¿No debería ofrecer una imagen de austeridad?
—Una cosa es la austeridad y otra bien diferente que se te salga un huevo delante de ocho mil personas y cinco cámaras de televisión. Qué horror, qué horror, qué horror.
El marco de mi presentación oficial como Salvador de la Humanidad era la primera edición del Diarrock, el “Festival de Rock Hecho con las Tripas”, según rezaban los carteles. Entre las ilustres bandas invitadas que poblaban la programación, se encontraban el grupo de rock urbano Pescuezo, la banda de death metal Prolapso Intestinal, y los punkis de la vieja escuela Los Cabrones Malparidos, que presentaban su antología “La puta que os parió a todos”. Esta impresionante muestra contracultural y antisistema estaba patrocinada por la Comunidad Autónoma y varias cajas de ahorros. El organizador del evento, que era además propietario de una constructora, había conseguido reunir a ocho mil almas contestatarias y a algunas de las bandas de rock más salvajes y reivindicativas del país en un recinto controlado. Y lo había hecho, básicamente, porque resultaba más sencillo y estaba mejor visto tenerlos vigilados que fusilarlos a todos.
—Eh, Jean-Claude —le dije a mi fiel mayordomo, que siempre estaba a mi lado cuando tenía que hablar en público por si a alguno de los asistentes le apetecía un refresquito—. ¿Esa no es la vocalista de Tu Sangre en mi Boca?
—No estoy muy familiarizado con la nueva hornada de bandas nacionales de goth metal, milord. Puedo acercarme a preguntar, si lo desea, pero, si me permite el comentario, preferiría compartir bañera con un leproso.
No es que Jean-Claude haya nunca abominado abiertamente de las tendencias juveniles ni se haya mostrado jamás contrario a las tribus urbanas (de hecho, tiene un mentalidad muy abierta para tratarse de un hombre que ha salido a la calle tocado por un bombín hasta 1999); sencillamente, considera que ya no tiene edad para averiguar en qué tono debe dirigirse a una chica a la que se le adivinan piercings en los pezones a través del corpiño. Afortunadamente, a esas alturas yo conocía perfectamente la manera adecuada de iniciar una conversación con una gótica.
—Hola, soy el Nuevo Mesías. He estado en el Infierno.
—Y yo soy Dolores del Alma, y ahí fuera hay miles de pervertidos a los que les encantaría que me pasara la noche apagando cigarrillos en sus nalgas, así que tendrás que currártelo un poco más si quieres follar conmigo.
—No, no; qué va. Si tengo novia formal. Se llama Marcia, aunque los mortales la conocéis como Lucifer.
—Ah, tú eres el cómico, ¿no?
—¿Eh?
—El telonero de Los Cabrones.
—Sí, sí. —Ya ajustaría cuentas después con Ramone—. Oye, solo quería preguntarte si podías presentarme. A ti te escucharán, o, por lo menos, te mirarán tus voluminosas y turgentes tetas. Necesito captar su atención, ¿sabes?
—Es tu primera actuación, ¿no?
—Como Mesías, sí —confesé—. Antes tocaba el contrabajo en un grupo de psychobilly llamado The Escayola Cats. Salíamos a tocar con los ojos vendados. Teníamos grandes expectativas, pero se podría decir que la operación fue un fiasco; al finalizar nuestra primera actuación, en vez de una gran ovación y un contrato discográfico, tenía dos costillas rotas, una brecha en la frente que necesitó once puntos de sutura y un navajazo en la pierna derecha que alguien me endiñó mientras yacía inconsciente. El tipo de cosas que le quitan las ganas de seguir adelante a un artista con ambiciones, vamos. ¿Te he contado ya que el Papa quiere matarme?
—¿Todo esa retahíla forma parte de tu espectáculo?
—No, no; qué disparate. No, yo estoy aquí porque el mundo se acaba y me han mandado a mí para que lo comunique.
—¡Un minuto para salir, tarado! —me informó amablemente un miembro del staff.
Dolores me dedicó una mirada capaz de hacer caer la noche de repente.
—Mira, te voy a presentar porque me das pena. —Un tanto a favor del Resplandeciente Elegido del Señor.
—No sabes cómo te lo agradezco. Si tuviera ganas de perforarme los labios, te besaría las manos —le dije a Dolores antes de que saliera al escenario con un bufido.
—¿Quién era esa putita? —me preguntó Ramone—. Qué pintas, qué pintas, qué pintas. Si sus padres siguen vivos, seguro que quieren morirse.
—¿Me has vendido como cómico, mamonazo? ¡Valiente mierda de manager!
—Vamos, vamos, vamos; no seas quisquilloso. ¿Tú no querías seguir la senda de Jesucristo? El Hijo de Dios era un guasón. Metía cada morcilla en los sermones que no veas. ¿No te lo contó Uriel?
—¿Te estás quedando conmigo?
—Nonononono; en serio. Lo que pasa es que cuando lo mataron se le agrió el carácter.
—Niños —dijo Dolores al micrófono. La muchedumbre comenzó a berrear—. Con vosotros, un hombre que está dispuesto a morir por vuestros pecados ahora mismo. Así que, si alguno de vosotros ha colado una pistola en el recinto, dad la bienvenida a ¡El Nuevo Mesías!
Allá iba yo, dispuesto a enfrentarme a un público que en su mayor parte tenía las glándulas salivales excepcionalmente bien entrenadas.
—¡Que se suicide, que se suicide! —coreó un nutrido grupo de la primera fila nada más verme llegar al micrófono.
—Buenas tardes —dije.
—¡Te voy a arrancar la cabeza, cabrón! —contestó uno que al parecer no otorgaba ninguna importancia al hecho de estar sangrando por ambos oídos.
—Hermanos, soy el Enviado del Señor —continué leyendo el sermón que me habían preparado el Espíritu Santo y el Narrador—. En estos días aciagos…
—¡Que te follen! —recomendó un greñudo que se habría ganado mi voto en el concurso Míster Eslabón Perdido, aunque solo fuera por su destacada participación en la prueba “Intentar mantenerse erguido”.
—¡Jean-Claude! ¡Jean-Claude! —bramé, guiado por la fuerza de la costumbre. Mi leal mayordomo apareció a mi lado.
—¿Milord?
—¿De dónde ha salido ese alborotador?
—¿Cuál de los ocho mil, señor?
—¡El muy hijoputa tiene un mayordomo! ¡Capitalista! ¡Negrero! ¡Al paredón! —dijo el greñudo, cuyos piojos, a buen seguro, se encontraban en medio de un encarnizado conflicto territorial (saltaba a la vista que se trataba del tipo de persona que prefiere comprarse un mono a lavarse la cabeza. Por la desparasitación, digo. Si la maniobra no daba resultado, siempre se podía recurrir al napalm).
—Así no voy a conseguir nada —dije lanzando el sermón por encima de mi hombro—. ¡Oíd la Palabra del Señor, cabrones!
Tomé aire. La muchedumbre me miró.
—Vengo a vosotros en voto de humildad y con el estómago vacío, porque mi representante me ha dicho que un hombre hambriento es un hombre convincente. Soy el Elegido del Señor y vengo a traeros la buena nueva, y la mala también. ¿Cuál queréis que os diga primero? Oigo por ahí a un apestoso hippie bañando en LSD decir “La mala, la mala”. Pues bien, hermanos, la mala es que el fin del mundo se acerca. Y la buena es que probablemente ocurrirá antes de la revisión de vuestra libertad condicional. Aún así, os queda algo de tiempo. Tiempo para redimir vuestros pecados. Tiempo para que dejéis las drogas, o para que acabéis prontito con la que os queda. Tiempo para que le pidáis perdón a vuestra madre por vender el televisor para comprar heroína.  Las madres, qué grandes sufridoras. Todavía recuerdo cuando le dije a mi madre que iba a unirme a Dios. Me dijo, “Hijo mío, tú haz lo que quieras, pero ¿no es demasiado mayor para ti?”. Decidí hacer oídos sordos, naturalmente; mi progenitora ya había arruinado anteriormente otra de mis relaciones, en este caso por motivos raciales. Me cogió por banda y me dijo, “Hijo mío, me consta que lo vuestro es amor verdadero, pero no te puedes casar con un perro”. Pero no he venido a hablaros de mi madre, sino de vuestro Padre. No de vuestro padre el borracho, quiero decir, sino del Otro. El Padre de Todas las Cosas, incluida la foca narizona, que mira que es fea, la cabrona. Sí, hermanos; la foca narizona también es Obra del Señor, aunque cuando se le pregunta al respecto recuerda repentinamente que tiene mucho que planchar. Y todos vosotros también sois Obra Suya, aunque no sé en qué estaría pensando cuando hizo al gordo cabezón ese de la cuarta fila. Y como Obra Suya que sois, Dios os ama. “¿Y si nos ama, porque quiere mandar a la Humanidad a Donde Picó el Pollo?”, os estaréis preguntando. Porque hay amores que matan, os respondo yo de su parte, que tiene el cesto de la plancha hasta arriba y no ha podido venir personalmente. Os va a destruir porque no soporta veros sufrir. “Si yo me encuentro muy bien”, dirá alguno que se encuentre muy bien. Y el Señor dice: “Pues te jodes”. O todos moros, o todos cristianos; a ver si ahora el Apocalipsis va a ser el Coño de la Bernarda. Es cierto que unos pocos virtuosos van a sobrevivir, pero me juego el cuello a que ninguno de los afortunados se encuentra entre vosotros, con la cara de hijos de puta que tenéis todos. Sí, hermanos, muy pocos bienaventurados veo yo aquí esta tarde; seguro que a más de uno os han interpuesto una orden de alejamiento sin venir a cuento. Pero Dios jamás os hará una cosa así, si os acercáis a Él de buena fe y con el alma limpia de roña. Acercaos a Él, pero sin intermediarios. No os fiéis de aquellos que aseguran hablar en Su nombre pero mueven las manos nerviosamente bajo la sotana. Porque, aunque no lo parezca, el Creador es un tipo razonablemente accesible. Ya sé que algunos diréis: “A mí Dios no me ha escuchado en su puta vida”. Eso es porque solo os acordáis de Él cuando vais a examinaros por quinta vez del carnet de conducir, mamones. No os pido que recéis; al Altísimo, las oraciones se la traen floja. Os pido que penséis en Él la próxima vez que vayáis a robar una moto, o vayáis a pegar una paliza al camello que os vendió la farlopa cortada con speed, o la próxima vez que os dispongáis a romper algo en la cabeza de alguien. Dios os vigila, y le tenéis contento. ¿Acaso os da igual ir al Infierno? Os diré una cosa; yo he estado en el Infierno, y es un muermo del copón. Vais listos si creéis que nada más llegar allí os van a meter cosas por el culo y a dar descargas eléctricas en los genitales; el Infierno no es tan divertido en absoluto. En el Infierno hay salas de espera, y colas, y hay que decir una contraseña que nadie conoce para entrar en cualquier bar. Pero el Cielo no; el Cielo tiene un montón de cosas chulas. Sol. Bancos para sentarse. Futbolines. Monedas de cinco duros por un tubo. Y un montón de famosos muertos. Y si no me creéis a mí, tal vez creáis a… ¡Aníbal Smith del Equipo A!
—¡Me encanta que los planes salgan bien! —dijo a modo de saludo el fantasma de Aníbal cuando apareció a mi lado. Mi as en la manga.
—Gracias por venir, Aníbal —dije sacando el micrófono de su pie.
—Siempre es un placer, Mesías.
—Le estaba contando a estos muchachos las ventajas de ir al Cielo cuando te mueres —introduje.
—El Cielo es un lugar fantástico.
—Sí, sí. Oye, Aníbal, aunque ellos ya lo saben, ¿por qué no le cuentas a los chicos a qué te dedicabas antes de morir?
—Era soldado de fortuna, Mesías.
—Un mercenario.
—Un mercenario. Capitaneaba un grupo de soldados de élite que se alquilaba al mejor postor, si el trabajo nos parecía justo.
—Pero eso fue antes de encontrar a Dios, ¿verdad?
—Sí, sí. Antes de abrazar la fe, mi vida estaba sumida en la violencia, ¿sabes?
—Aunque tengo entendido que nunca mataste a nadie.
—No, no. Disparábamos a las ruedas y nadie salía gravemente herido. Tengo que reconocer que esa filosofía de vida facilitó mi acceso al Reino de los Cielos.
—¡Aníbal Smith no es una persona real! —exclamó un hippie. Curiosa afirmación para una tipo que tenía aspecto de llevar varios días viviendo en Saturno—. ¡Ese es el fantasma del actor que lo interpretó, George Peppard!
—¡Farsantes! —gritó otro.
—Este amo tuyo es muy tonto —le dijo Ramone a Jean-Claude entre bastidores—. Le sugerí que podía invocar a un muerto para infundir algo de verosimilitud a su discurso, y no se le ocurre otra cosa que invitar a un personaje de ficción.
—Lo siento, Mesías; al principio iba tan bien… —se disculpó George Peppard.
—No te preocupes, George Peppard; tú has estado colosal. La culpa es mía. Hace una hora que abrieron las puertas; supuse que a estas alturas ya habrían asesinado a todos los frikis.
El público de las primeras filas empezó a escupir hacia el escenario; señal de protesta que marca el comienzo de la ruptura de las relaciones, según el manual de estilo del cuerpo diplomático del Imperio Mongol.
—Esto, Mesías, si me disculpas, creo que algún retrasado de Wisconsin me está invocando con una ouija —dijo Peppard.
—Me hago cargo. Gracias por venir —dije apesadumbrado y cubierto de escupitajos.
Y entonces, sin previo aviso, mi cabeza fue golpeada por algo blandito. Intenté vislumbrar al responsable de semejante porquería de agresión entre mi inflamado público. Otra cosa blandita cayó en la cabeza de una de las asistentes, que enseguida dejó de enseñar las tetas. Miré al cielo. Estaban lloviendo pequeños objetos blanditos de color amarillo que hacían “¡mogui!” cuando caían en la cabeza de alguien.
El Apocalipsis acababa de comenzar, pero en aquel primer momento no supe ver las señales. Nadie en su sano juicio habría relacionado el fin del mundo con una plaga de pollos de goma.

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