miércoles, 13 de mayo de 2020

De cómo el Nuevo Mesías cruzó el Mar Rojo y llegó al otro lado


El Apocalipsis según se mire. Capítulo 45.


Y aquel que respondía al nombre de Sargento Jerónimo Castaña pero era conocido por unos pocos hijos de puta como Poli Cabrón descolgó su teléfono móvil y preguntó:

—Dígame.
—Buenos días, señor. Le llamo de PhoneStar para ofrecerle un teléfono móvil con un montón de polladas.
—No, gracias; yo, con que llame y reciba llamadas y me sirva como despertador,  voy que ardo —contestó el Sargento—. Todas las demás tonterías modernas me traen por culo.
—Pero, oiga, que el que le estamos ofreciendo tiene rayos X.
—No le veo la utilidad. ¿Por qué querría llevar yo una mierda de artefacto radiactivo pegado a los huevos?
—No, hombre; no rayos X de verdad. Tiene rayos X, pero rayos X de los guays; de esos de ver las tetas a la gente.
—Ya. Oiga, ¿y no tienen uno con rayos láser? Para hacer boquetes en las paredes, quiero decir; no esos que proyectan un punto rojo y se utilizan para poner de los nervios al gato y a los que pasan debajo de tu ventana —explicó el Poli Cabrón—. Que no lo critico, entiéndame; cada uno puede hacer con su puntero láser lo que le salga de la punta de la minga, pero como que a mí esas soplapolleces me soplan la polla. —Que, por otra parte, es el cometido habitual de las soplapolleces.
—Veo que es usted un hombre eminentemente práctico. Verá, el modelo que solicita lo teníamos antes, pero ese tipo de tecnología la prohibieron por ilegal.
—No la pueden prohibir por ilegal —afirmó el Poli Cabrón—. Si algo es ilegal, está intrínsecamente prohibido, no sé si me entiende.
—¿Y a mí que me cuenta? A ver si se ha creído que soy Perry Mason.
—Oiga, le voy a colgar, ¿vale? Porque veo que si sigo hablando con usted voy a tener que salir a comprar una pomada antiinflamatoria para los cojones. —Y el Poli Cabrón colgó. Y, medio minuto después…
—¡Me cago en la sota de bastos! —gritó el Sargento al teléfono—. ¿Es que no me explico con claridad meridiana?
—Ah, jaja, si serás pringado —dije al otro lado de la línea.
—¿Eras tú? No había reconocido tu número con el prefijo. ¿Dónde te metes?
—En Arabia Saudí.
—¿Y me llamas desde Oriente Medio para gastarme una puta bromita telefónica?
—Pregúntale si come bien y si se está abrigando —oí decir a Pandulfo.
—Y ya que estamos —siguió diciendo el Poli Cabrón—, ¿qué cojones estás haciendo allí? ¿Tú no estabas en Egipto?
—Hasta hace un rato, sí —contesté—. Pero me apetecía andar, y bueno.
—¿Debo deducir que el milagrito de los huevos te ha salido bien?
—Ni te lo imaginas. Es lo más emocionante que me ha pasado desde que vi a aquellas dos lesbianas enrollándose a lo lejos.
—Sí, bueno, casi lamento habérmelo perdido —confesó el Poli Cabrón—. Que las aguas del Mar Rojo se partan por la mitad no debe ser algo que se vea todos los días.
—Creo que el Papa lo ha grabado con el móvil. Lo mismo a estas horas ya está colgado en Internet.
—Yo de esas cosas no entiendo. A mí que me lo grabe en una cinta y a tomar por culo.
—Pues la última vez que lo vi estaba echando espuma por la boca y creo que tenía la pretensión de torturarme hasta la muerte en una brutal sesión de exorcismo, así que esperaré un par de semanas para llamarle, si eso.
—No se ha tomado bien lo de tu prodigioso falo, ¿eh?
—No, hombre, se ha alegrado un montón. Creo que le ha dado una angina de pecho, de la emoción.
—¿Y ahora qué vas a hacer?
—Pues no sé; voy a ver si puedo teleportarme de vuelta —confesé sin rubor—. ¿Está el Espíritu Santo por ahí? A ver si me puede echar una mano…
—No, no. Suele quedarse en su habitación y esperar a que le subamos la bebida del bar. Además, ahora mismo está corrigiendo tu borrador de sermón con el Narrador Omnisciente.
—¿Qué cojones le pasa a mi sermón? Yo creo que está bien como está.
—Sí, bueno; eso mejor lo hablas con él. A mí no me calientes la cabeza.
—¿Y Ramone no está por ahí?
 —Creo que está concertando el sitio para el sermón.
—Joder. Bueno, a ver si encuentras a Uriel para que me diga cómo coño salgo de aquí.
—Pandulfo quiere hablar contigo.
—No, déjalo…
—Oye —dijo Pandulfo.
—Pandulfo, me quedan menos de tres euros de saldo y estoy llamando desde Arabia Saudí, así qué…
—¿Qué tiempo hace por allí?
—Ha estado lloviendo toda la mañana, pero ahora parece que está aclarando… Oye, pásame al Sargento Castaña, ¿quieres?
—¿Me vas a traer algo? ¿Algo del tipo “Estuve en Arabia Saudí y me acordé de ti”?
—¿Me quieres pasar al Poli Cabrón de una puta vez?
—Por alusiones: ¡¡¡Cabrón tu puto padre!!! —exclamó el Sargento.
—Acabo de poner el manos libres —dijo Pandulfo.
—No, ya.
—Bueno, que tengas cuidado y que no llegues tarde —se despidió Pandulfo—. Y que no te fíes de nadie, ¿eh? Si uno se acerca y te dice que quiere enseñarte una cosita, tú no le hagas caso.
—Que sí, hombre, que sí, que te jodan.
—Aquí viene Uriel —dijo el Poli Cabrón desactivando el puto manos libres.
—¿Sí? —dijo el exarcángel al teléfono.
—Uriel.
—¿Señor?
—Eh, Uriel, ¿nos vemos luego en el spa? —preguntó a lo lejos una sugerente voz femenina.
—Claro, Verónica —contestó Uriel.
—¿Quién es Verónica? —inquirí.
—Una amiga, señor.
—¿Una amiga? ¿Y cómo es?
—Muy simpática, la verdad.
—Ya, ya. ¿Le has visto las tetas?
—Eh, no, señor. ¿Cree que debería hacerlo?
—Hay que ver —suspiré—. Nuestro Uriel se nos está despabilando. Y pensar que hasta hace unos días no tenía ni polla…
—¿Qué se le ofrece, señor?
—Ah, sí, mira, sé que ya no soy un ángel y eso, pero, ¿todavía puedo hacer lo de las apariciones?
—Pues no lo creo —dijo Uriel—. Pero, oiga, se me ocurre que, como es hijo putativo del Creador, a lo mejor tiene el don de la ubicuidad.
—Hostias, sería cojonudo, eso. Podría pasarme toda la tarde jugando al Grand Theft Auto y mandar a una réplica mía al baño cuando me entraran ganas de cagar.
—No sé si funciona exactamente así, señor —dijo Uriel.
—Espera un momento, Uriel, que acabo de recibir un mensaje.
—¿Sigue ahí, señor? —preguntó Uriel al cabo de unos segundos.
—Sí, sí —contesté—. Es el Creador, que quiere que me reúna con él en un restaurante cercano.

El Señor me había dado instrucciones muy precisas de cómo llegar a una recoleta casa de comidas de Jeddah, la ciudad adonde había ido a parar en mi precipitado éxodo. Cuando aparté la cortina de cuentas de colores de la entrada vi al Hacedor sentado en una mesa para dos. Su indumentaria no se diferenciaba mucho de la que solía llevar cuando no iba de incógnito, con el único añadido de un turbante blanco que recogía su por lo común indomable melena cana. Ni siquiera levantó la vista de su faláfel cuando me senté.
—Hay que ver lo buenas que hacen estas cosas aquí —comentó el Creador—¿Te apetece uno de estos y un té negro?
—Oye, gracias por lo de partir en dos el Mar Rojo para mí y eso —dije sin rodeos.
—No me lo recuerdes —espetó Dios—. Estoy deslomado.
—¿En serio? Creía que con el asunto de la omnipotencia a ti esas cosas no te costaban nada.
—Mira, hijo —dijo tras tragar su último bocado de pasta de garbanzos—, no sé si a estas alturas te habrás dado cuenta de que ya no soy el que solía.
—Eh, lo cierto es que no sabía mucho de ti antes de que te presentaras en mi casa —aclaré—. Así que no estoy muy seguro de que esa historia de lo cachas que estabas antes no sea una fantasmada.
—Bueno, pues ahora soy viejo y me encuentro muy cansado. —A decir verdad, el Hacedor parecía un poco deprimido aquella tarde.
—¿Sabes? Nunca pensé que Dios pudiera tener uno de esos días.
—¡Shhh! —chistó el Altísimo—. Calla, bocachancla. Aquí me conocen como Alá.
—No me digas —dije mirando a mi alrededor—. Pues no veo que nadie se haya levantado a saludarte.
—Sí, bueno; en eso tienes razón —dijo el Creador—. No me reconocen aunque me tengan delante.
Dios dio un sorbo a su té y suspiró.
—¿Sabes en qué consiste la ubicuidad? —prosiguió—. Es la facultad divina de estar en todos los sitios a la vez. Y ni así lográis verme. Preferís peregrinar al Vaticano, mirar hacia la Meca, rezar frente al Muro de las Lamentaciones. Vagos espejismos, excusas para no mirarme directamente a los ojos. Desde que os creé no hago más que preguntarme, ¿qué es lo que tengo que hacer? ¿Ponerme una nariz roja y tocar una bocina?
Asentí comprensivamente, pero decidí que compadecerme de Él no le haría ningún bien.
—Mira —dije—, no me gusta ser el que te lo diga, pero, bueno, la culpa es tuya. No se puede decir que en estos últimos dos mil años hayas puesto mucho en práctica tus habilidades sociales. ¿Por qué sencillamente no apareces en los cielos de todo el mundo y dices eso tan tuyo de “Contento me tenéis”?
—Creé la fe para no tener que demostrar que existo —dijo el Creador, ceñudo.
—Joder, te quebraste un huevo con el esfuerzo, ¿eh? —apostillé—. Convendrás conmigo en que la fe no ha resultado un invento precisamente infalible.
—¿Y qué pretendes que haga a estas alturas? ¿Rectificar?
—Sí —afirmé—. Tragarte el orgullo y hacer una aparición espectacular llena de fanfarrias y efectos especiales. Es lo que yo haría si fuera Tú.
—Es lo que haría un niño de doce años si fuera yo —dijo el Señor—. Es lo que haría cualquiera de vosotros, pequeñas criaturas ignorantes, si estuvierais en mi lugar.
—Lo único que digo es que, si yo fuera un dios, probablemente mis caminos no serían tan inescrutables como los tuyos.
—No, no. —El Alfa y el Omega se rascó la frente—. Mira, ya es tarde para eso. No puedo aparecer de repente y… Bueno, no quiero coaccionaros.
—Ya. Prefieres matarnos horriblemente.
—No es eso, es qué… —El Señor suspiró—. Mira, cuando anuncies el fin del mundo vas y dices de mi parte que no sois vosotros, que soy yo.
—¿Me puedes repetir eso? —pregunté agarrando una servilleta de papel y echando mano de mi pluma.
—Bueno, ¿tienes algo que hacer esta tarde? —dijo el Señor, una vez superada súbitamente la fase “mi novio pasa de mí”.
—Había pensado que quizá me mandarías de vuelta con los demás —dije mirando a mi alrededor, nervioso—. Entre tú y yo, parece que los parroquianos están intentando recordar qué dijo Mahoma respecto a los tipos vestidos de color berenjena.
—Sí, vale, pero dentro de un rato —dijo el Señor levantándose de su mesa—. Vayamos a dar una vuelta por la ciudad y a hacer unas compras. ¿O es que te da vergüenza pasear en compañía de tu Padre?
Un par de horas más tarde, el Creador me dejó en el bar del hotel, borracho, fumado y con el traje embarrado y hecho cisco.
—¿Dónde te habías metido? —preguntó el Poli Cabrón.
—Pues nada, es que unos colegas me han liado y… —Me senté a su lado.
—¿Unos colegas? ¡Estabas en Arabia Saudí! ¿A quién coño conoces tú en Arabia Saudí?
—¿Me has traído algo? —dijo Pandulfo.
—Sí, sí. Te he comprado costo.
—¿Has pillado droga? ¡¿En Arabia Saudí?!—exclamó el Poli Cabrón.
—Espero que sea mejor que esa mierda de agua bendita que tienen en la Santa Sede, que ni coloca ni nada —dijo Pandulfo.
—¿Intentaste emborracharte con agua bendita? —pregunté.
—Hombre, como soy un demonio y eso, pues me dije “voy a beber un poco de agua bendita, a ver si tengo suerte y me sienta mal”, pero nada.
—Estoy rodeado de subnormales —comentó el Poli Cabrón, poco dado a ejercer la crítica constructiva.
—Señor —se acercó Uriel—. El Espíritu Santo reclama su presencia.
—Mierda. ¿Tengo los ojos muy colorados?
—No te preocupes por tus ojos. Pareces un quinqui, así, en general —observó el Poli Cabrón.
—Ah, bueno; a tomar por saco —me levanté tambaleante—. Los mesías van siempre hechos un asco.

—¡¿De dónde vienes así?! —bramó el Espíritu Santo una vez llegué a mi habitación.
—El Papa me quiere matar —dije a modo de excusa.
—¡No cambies de tema! ¡Desecho! ¡Yonqui!
—Es que me ha debido sentar mal el kebab.
—¡Basura! ¡Piltrafa!
—¿Me has oído? El Papa cree que soy un enviado de Satanás.
—¿Y qué esperabas, con la pinta de… de enganchado que tienes? ¡Drogata! ¡Tío mierda!
—¡Eh! ¡Eh! ¡No te pases!
—Anda, date una ducha, que estás… que estás… enyonkadito perdido.
—Que no, coño, que estoy bien. —Afirmación rápidamente desmentida por el mocarro que colgaba de mi nariz—. ¡Snif! ¿Ya has corregido las faltas de ortografía de mi sermón?
—¿Las faltas de ortografía? ¡El Narrador y yo lo hemos tenido que rehacer entero! ¡Anda que no nos ha costado trabajito ni nada!
—¿Qué le pasaba? Yo lo encuentro muy inspirado.
—Huy, sí, inspirado que te cagas. ¿No te diste cuenta de que en el primer párrafo habías escrito tres veces la palabra “cojones”?
—Ya veo —vi—. Quieres decir que me repito demasiado. Mmm… Quizá debería incluir un “cipote” entre “cojones” y “cojones”.
—¡Qué cipote ni cipote, mala puñalada te den! ¡Es un sermón religioso, descerebrado! ¡¿Cómo se te ocurre poner las palabras “Dios” y “cojones” en la misma frase?!
—Es para dar énfasis a mi discurso —afirmé—. Sencillamente, he sustituido la palabra “Amén” por “Cojones”. “Alabemos al señor, Cojones”. Dicho así, te sientes como obligado a alabar al Señor, no sé si captas el matiz.
—Sí, bueno, pues tus recursos estilísticos no me convencen una mierda. Y también tengo ciertos reparos con tu enfoque de la sodomía.
—Bueno, me dijiste que metiera cosas de la Biblia —me defendí.
—¡Pero, coño, es que le dedicas cincuenta líneas al sexo anal! ¡Cincuenta líneas! ¡¡En un discurso sobre la Salvación de las Almas!! —Y añadió—: ¡¡Capullo!!
—Sí, bueno; es que, cuando un tema me entusiasma, me cuesta echar el freno. Digamos que mi pluma se desbocó. —Miré hacia atrás, no fuera a ser que anduviera Ramone rondando por allí.
—Pues lo hemos suprimido —dijo el Espíritu Santo—. Ah, y no puedes empezar con un “Me ha pasado una cosa muy graciosa mientras venía hacia aquí”.
—Es para quitarle un poco de hierro a todo este rollo del fin del mundo —me justifiqué—. Llámame soñador, si quieres, pero, si el noventa y nueve por ciento de la Humanidad tiene que morir de una forma horrible, al menos que lo haga con una sonrisa en los labios.
—“Me ha pasado una cosa muy graciosa mientras venía hacia aquí” —leyó el Espíritu—. “He pisado un boñigo”. Para descojonarse.
—Bueno, es que pienso pisar un boñigo cuando vaya hacia allí y enseñárselo a la gente —aclaré—. Eso es lo que en mi pueblo se conoce como “performance”.
—¡¡No le vas a mostrar una ñorda a nadie!! ¡¡Vas a hablar de las ventajas de creer en Dios y a venderles el Cielo!! ¡¡Y punto!!
En ese momento entró Ramone sin pegar a la puerta, como era su costumbre.
—¡¡Ayvirgensantísima!! ¡¡¿Qué le pasado a tu anteriormente divino traje?!!
—¿Has visto cómo me viene? —dijo el Espíritu Santo—. Ahí, hartito de crack, el mamón.
—Ay Dios, ay Dios, ay Dios… ¡¿Qué te vas a poner ahora para predicar?!
—Lo de siempre: la chupa de cuero, las botas militares, los vaqueros rotos… —sugerí.
—Bueno, a lo mejor te viene al pelo… —murmuró Ramone.
—¿Le has conseguido el sitio para el sermón? —graznó el Espíritu Santo.
—Oh, sisisisisí. Muy cerquita de su casa, además. Va a estrenarse como predicador en el estadio de fútbol delante de ocho mil asistentes.
—Anda, mira qué bien —convino el Espíritu Santo.
—Pasado mañana a las seis de la tarde —me comunicó Ramone—. Eres el telonero de un grupo punk llamado “Los Cabrones Malparidos”.
—Ah, muy bien. —El Espíritu Santo me miró—. Así, de paso, te culturizas.

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