sábado, 2 de mayo de 2020

Los anteriormente conocidos como Legión

Follow the fucking leader

El Apocalipsis según se mire. Capítulo 34.

—¿De la bombona blanca o de la naranja? —pregunté al otro lado de la puerta.
—¡¡Que no somos los del butano, nene!! —bramó Plutón—. ¡¡Que llevo media hora intentando explicarte que somos Legión!!
—¡Agárreme un cojón!
—¿Qué ha dicho? —dijo Minos.
—Yo que sé. Al parecer, pretende que le practique una torsión testicular —respondió Plutón—. Me da la impresión de que nuestro interlocutor está intentando cambiar sibilinamente de tema.
—Te pierden las buenas maneras, jefe —opinó Flegias—. Sugiero que pasemos al plan B.
—Ah, claro, el plan B —dijo Plutón rebuscando en sus bolsillos—. ¿Dónde lo habré metido?
—No te lo habrás dejado en casa…
—Creo que no… Voy a mirar en la cartera… No, menuda contrariedad… Para mí que lo había metido…  El móvil… Las llaves… El pañuelo… Un agujero en el bolsillo… ¡Mierda!
—¿Alguien tiene un plan B que le sobre? —preguntó Ciacco a los soldados.
—Chisssst —chistó Plutón—. ¡Calla, gafe! ¿Quieres que el enemigo se entere de que no tenemos un plan B?
—¿No tienen un plan B? —pregunté.
—¿Qué? Claro que sí, no seas ridículo.
—¿Has buscado dentro del calcetín? —preguntó Minos.
—¿Tienen el plan B en un calcetín? —pregunté de nuevo.
—No, que va, qué disparate. —Plutón bajo la voz—. Muchachos, ¿Podríamos discutir el plan B lejos de la puerta?
—Yo digo que echemos la puerta abajo con el ariete —dijo Flegias.
—Valiente mierda de plan B —opiné.
—¿Y a ti quién te ha preguntado, niño? —dijo Plutón—. Pero tiene razón; ese plan B es una cagada. Seguro que nuestras grandes mentes criminales pueden idear una solución que no prescinda necesariamente de la retorcida poética del Mal.
—Yo tengo Goma-2, que rima con tos —dijo Ciacco.
—¿Podría alguien cerrarle la boca a este gilipollas? —sugirió Plutón. 
—“Goma—2, fuego, humo y tos” —declamó Ciacco.

—¿Han entrado ya Plutón y su cohorte? —preguntó el Minotauro al vernos regresar al Salón Verde.
—Qué va. Lo harán cuando descubran que solo tienen que girar el pomo —dije—. No te preocupes, tengo un plan infalible para cuando entren. ¿Alguien quiere orujo?
—Para mí solo un culito —dijo Marcia desde un sillón, todavía surcando el espacio aéreo de Narcotilandia.
—Marcia, cariño, ¿por qué no haces algo productivo, como echar la papa o…?
—Tú tranquilo, que yo controlo. —Y se quedó grogui.
—No quiero que parezca que te estoy sermoneando, pero antes era una buena chica —me susurró el Minotauro. Había en su mirada un matiz de moderado reproche, como si me hubiera sorprendido depilando a una cría de gato—. Quiero decir, es una diablesa del Infierno, y no es que haya limpiado mucho petróleo de las playas o lo que sea que hagan las buenas personas, pero tú ya me entiendes.
—Sí, como no. Pero yo nunca he depilado a una cría de gato.
—No lo pongo en duda. ¿Me estás prestando atención?
—Sí, sí, naturalmente. Yo también soy de la opinión de que deberíamos comer menos trigo —dije mientras miraba a Marcia dormir la mona.
—¿En qué estás pensando, amigo mío?
—En que cuando despierte tendré que acompañarla al baño y apartarle los pelos de la cara mientras está arrodillada frente al inodoro.
—Qué tonterías hacen los hombres por amor —sentenció Asterión.
—Bueno, tampoco te pases. Ella el otro día me quitó una legaña y no lo interpreté como una proposición de matrimonio.
—¿Crees que no sé que se te ha entregado? Que soy el Minotauro, bribón, y huelo a una virgen a diez kilómetros de distancia. —Y me dio un codazo.

—¡Ajá! ¡Aquí estáis, cobardes ignominiosos! —gritó Plutón al entrar en la estancia—. Porque están aquí, ¿no, Minos?
—No, Plutón —dijo Minos—. A no ser que tengas por costumbre llamar “cobardes ignominiosos” a los botes de fruta en almíbar.
—¡Mierda! Es la séptima vez que nos equivocamos de habitación. ¿Dónde se esconden nuestros adversarios, camarada?
—¿Se han perdido, señores? —dijo Jean-Baptiste.
—¿Quién ha dicho eso?
—Parece el típico centauro vestido de criado —aclaró Minos.
—Oh. ¿Tu hijastro tiene un mayordomo mitad hombre y mitad caballo?
—Sí, sí —afirmó Minos—. Antiguamente había muchos de estos deambulando por aquí. Un ama de llaves con cabeza de mujer y cuerpo de león, un cocinero con cabeza y cuerpo de marsopa y patas de oso, un barman con cuerpo de babuino y culo de un mono normal… Tenía un montón de extrañas abominaciones mutantes en nómina, el cabrón.
—Debo reconocer que me produce cierta envidia. Siempre he querido tener un criado al que se le pudiera adosar un carro. —Plutón suspiró—. Dime, lacayo, ¿serías tan amable de conducirnos al señor de la casa?
—¿A quién tengo el dudoso honor de anunciar, señor?
—Di que somos Legión, insolente.
—Un nombre muy altisonante para una comitiva tan exigua, si me permite la observación.
—¿Exiguos nosotros, lacayo? —Plutón soltó una carcajada—. ¿Habéis oído, soldados? ¿No es divertido, Flegias? ¿Ciacco? Eh… ¿Conserje? Esto, Minos, ¿cuántos somos?
—A ver… estamos tú… yo… el mayordomo…
—El mayordomo no es miembro de nuestra venerable hermandad.
—Ah. Entonces empiezo de nuevo. Tú… yo… ¿El castor con pinzas de cangrejo venía con nosotros?
—No me suena.
—Me temo que es el encargado de mantenimiento, señor —aclaró Jean-Baptiste.
—¿Dónde está la fuga de agua, Jean—Baptiste? —preguntó el encargado de mantenimiento.
—En la galería ciento treinta y cuatro, Nelson —contestó Jean-Baptiste—. Aguas fecales, me temo.
—Empiezo otra vez —dijo Minos—. Sin contar al mayordomo ni al encargado de mantenimiento, estamos tú, yo… Espera, ¿me he contado a mí?
—Te dije que te tomaras un zumo de tomate antes de salir, joder.
—Tú y yo, entonces. ¡No! Espera… Tú. Y yo. Sí, está bien.
—¡¿Y dónde están los demás?!
—Inspeccionando el terreno, creo.
—¡¿Inspeccionando un laberinto?!
—No te alteres —tranquilizó Minos—. Hemos quedado en la fuente del patio interior dentro de media hora, por si alguien se pierde.
—Ah, bueno; me dejas más tranquilo si me dices que hemos quedado en la fuente, como si estuviéramos en la puta Feria de Abril. ¡¡Pues claro que se van a perder, soplapollas!! ¡¡Es el jodido laberinto del Minotauro!!
—¿De qué te preocupas? Somos Plutón y Minos, los tíos más duros del Infierno. Podemos cepillarnos a cualquiera entre los dos.
—¡Yo soy ciego y tú estás borracho, joder! ¡Y en alguna parte de este apestoso lugar nos espera el hijo de tu mujer, que, por si lo has olvidado, pesa doscientos cincuenta kilos y tiene dos pitones de medio metro en la cabeza!
—Sí, hombre; cómo lo voy a olvidar. —Se dirigió a Jean—Baptiste—. No se puede imaginar qué parto más largo. El cordón umbilical se le quedó enrollado en un cuerno; no vea usted qué mal rato.
—Me hago cargo, señor.
—Debo reconocer que al principio sentí un poco de rechazo —siguió contando Minos—. Pero después, cuando la matrona lo trajo limpito y con los pitoncitos limados…
—Eh, eh, Minos —interrumpió Plutón—. Si no te importa, estaba gritando.
—Te repito que mi hijastro no supone ningún problema.
—¿Cómo que me lo repites? ¿Cuándo me lo has dicho?
—¿No lo he dicho? Mmm… Entonces debo de haberlo pensado…
—¿Y la *#$%& Marcia Hellstrom, la &!$% que me arrancó los ojos? —dijo Plutón—. ¡¿Ella tampoco supone ningún problema?!
—¿Cómo la has llamado?
—Me autocensuro cuando insulto a una mujer —explicó Plutón—. Un caballero es siempre un caballero, aunque esté encabronado.
—No me gustaría parecer grosero, señores, pero se me están enfriando las infusiones —dijo Jean-Baptiste, dando la vuelta con uno de sus gráciles “piticlops”.
—¿Has oído eso? —dijo Plutón siguiendo a Jean-Baptiste—. Daría cualquier cosa por tener un mayordomo altanero e impertinente como este, con su actitud condescendiente y su fino humor británico… ¡¡Joder!! ¡¡Maldito lacayo!! ¡¡Te has cagado a propósito para que yo pise el boñigo!!
—Ruego disculpe mi fino humor británico, señor —se disculpó Jean-Baptiste.
—Joder, joder… Minos, dime que la mierda no me ha llegado al calcetín…
—¿Y cómo se te ocurre llevar calcetines blancos a la batalla, con lo que te sudan a ti los pies?
—Ay, joder, siento una especie de humedad pringosa dentro del zapato…
—Aquí es, caballeros —dijo Jean-Baptiste—. Hagan el favor de esperar mientras les anunció.
—¿Ya? —dijo Plutón—. Coño, qué nervios. ¿Tengo bien el nudo de la corbata, Minos? ¿Estoy despeinado?
—No, pero acabas de meter el pie en un montón de estiércol de caballo.
—¡No me lo recuerdes!
—No me has entendido. Acabas de meter el OTRO pie en OTRO montón de estiércol de caballo.
—¡¡¡Joder!!!
—Pueden pasar, caballeros —anunció Jean-Baptiste.
—¿De verdad que no pillamos al señor de la casa en mal momento? —preguntó Plutón—. Que nosotros ya nos pasamos otro día, si eso.
—Vamos, Plutón; es nuestra oportunidad de ajustarle las cuentas a ese mindundi de Nuevo Mesías —razonó Minos—. ¿Vas a echarte atrás ahora?
—¡Minos, estoy de mierda hasta las pantorrillas! Ay, joder, que se me están empezando a entumecer los dedos de los pies. ¡Que tengo pie de atleta, Minos, y el excremento de caballo escuece una barbaridad!

Diez minutos mal contados de discusión escatológica más tarde.

—...y la bosta de vaca le iba muy bien para el cutis —contó Minos—. Siempre elogiaba las virtudes sus propiedades exfoliantes.
—¿Tu mujer se saneaba los poros faciales con boñiga de vaca?
—Cada noche antes de acostarse, desafortunadamente. ¡Ja! Y encima se quejaba de mis ronquidos, la muy cínica. Pues anda que ella, con el pestazo a mierda que le echaba la cara…
—Ejem, señores… —interrumpió Jean-Baptiste.
—Ah, sí, sí —dijo Plutón—. Ya se me ha secado la mierda de los pies, y ahora huele menos… Joder, jamás había llegado a imaginar que semejante frase brotaría algún día de mis labios…
—Valor, amigo Plutón, valor.
—¡¡¡Ajá!! —exclamó Plutón al entrar en la habitación—. ¡¿Creíais haberos librado de Legión, ratas inmundas?! ¡No hay sitio en el Infierno donde podáis esconderos de nosotros!
—¡Nadie amenaza a ese perchero en mi presencia! —exclamé.
—Minos, ¿estoy amenazando a un perchero?
—Digamos que desde que te quedaste ciego tu sentido de la orientación se encuentra notablemente desmejorado —repuso Minos.
—¿Quién es el insensato que ha osado replicarme?
—A simple vista parece un ser mitad… eeeh… y mitad… esto… En realidad, parece un tipo embutido en un disfraz de pollo.
            —Espero por tu bien que hayas preparado un plan B —me susurró el Minotauro.

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