viernes, 8 de mayo de 2020

De cómo el Nuevo Mesías trató de expulsar de su casa a un demonio coñazo

¡Oiva!

El Apocalipsis según se mire. Capítulo 40.


Y aquel que sería conocido en todo el mundo como Nuevo Mesías en breve, dos semanas a lo sumo me calculo yo, tiró distraídamente de un hilo que colgaba de la manga de su camiseta y proclamó:

—¡Los cojones vas a venir tú! —le dije al demonio Pandulfo mirándole fijamente a los ojos.
De hecho, intenté por todos los medios restringir mi campo visual a sus ojos, porque el resto de su jeta me causaba el mismo efecto que la visión del cadáver de un babuino putrefacto, decapitado y con los intestinos asomando por el ano. Se podría decir que era tan feo que ni el abismo le devolvía la mirada.
—¡Pero, hombre, sé razonable! ¡Soy un demonio, os puedo ser de mucha utilidad! —afirmó Pandulfo.
—Sí, resultaría de lo más razonable pedir audiencia al Papa acompañados de una criatura del Averno. Razonable que te cagas —dictaminé—. Además, no sé por qué te ha dado esa perra de repente. ¿Tú no pretendías matarnos a todos?
—¡Es que no os dejáis! —Su tono de voz me dio la impresión de que estuvo tentado a rematar la frase con un “¡Jo!” y un zapatazo.
—Ahí el muchacho tiene razón —dijo el Narrador Omnisciente—. Debe sentirse muy frustrado, el pobre.
—Que hubiera estudiado otra cosa —respondí—. O que se apunte a Engendros Anónimos; su presencia no aporta nada a Los que Traen el Apocalipsis.
—¿Los que Traen el Apocalipsis? —preguntó el Poli Cabrón—. ¿Qué cojones es eso?
—El nombre de nuestro equipo —aclaré—. ¿A que mola?
—Es horroroso. No voy a pertenecer a ningún grupo que se haga llamar “Los que Traen el Apocalipsis”.
—Yo creo que es bastante comercial —dije—. Agresivo a la par que sexualmente atractivo. Seguro que hasta tú tienes oportunidad de tirarte a una chavala borracha treinta años más joven si le dices que perteneces a un grupo llamado “Los que traen el Apocalipsis”.
—Claro. Y vivir mi sueño frustrado de estrella del rock, no te jode —dijo nuestro amable Poli Cabrón—. ¡Qué equipo ni qué polla en vinagre! ¡Esto es un despropósito!
—Me gustaría solicitar formalmente un examen de acceso —dijo Pandulfo.
—Ah, no, ni hablar —dije—. ¿Yo a ti qué te he dicho?
—Si os interesa mi opinión, “Los que Traen el Apocalipsis” suena demasiado teatral y un tanto demodé —opinó el Narrador Omnisciente, que no reparó en que no había nada más demodé que la palabra “demodé”—. Deberíamos apelar a la sencillez con un nombre contundente y misterioso, como “El Equipo A”. “A” de “Apocalipsis” —remató en un alarde de ingenio probablemente inducido por dos horas escasas de sueño y un persistente colocón de aguardiente—. ¿Votos a favor?
El demonio Pandulfo levantó la mano.
—¡Que tú no vienes! —grité.
—Pero, jefe… —suplicó Pandulfo.
—¡No me llames jefe! —Aunque debo reconocer que mi ego experimentó una erección—. ¿No tienes otra cosa que hacer, como, no sé, como poseer a una niña de trece años?
—¡¿Por qué clase de pervertido me has tomado?! —Parecía realmente ofendido—. ¡Eso es ilegal! ¡¡Joder, qué daño nos ha hecho esa puta película!! ¡¡Por su culpa, todo el mundo cree que los demonios somos unos degenerados!!
—¿Y no es así?
—¡Claro que no! —negó Pandulfo— ¡A mí me gustan las maduritas jamonas!
—¿Y alguna vez has poseído a alguna? —pregunté con un interés que iba más allá de la mera cortesía.
—¡Es que no se dejan! —Esta vez hizo un amago de zapatazo, pero se contuvo.
—Pero, hombre, cómo se van a dejar, con lo mal que os lo montáis —dije—. Un demonio posee a una tía y la deja llena de costras y ronchas y con los ojos de color amarillo. Ya sé que sois una manifestación del Infierno y tal, pero si, yo qué sé, si les aumentarais la talla del sujetador o el volumen labial seguro que más de una no le haría ascos a una posesión diabólica. —Mi añorada Marcia me habría clavado la lengua a la mesa con una estaca por ese comentario.
—Amable Jean-Claude, ¿tienes a mano algún tipo de medicamento analgésico? —dijo el Narrador Omnisciente.
—¿Cuántas píldoras calcula que va a necesitar, señor?
—Vamos a empezar con seis. Si no funciona, probaremos con todas las que quepan en una cabeza nuclear.
—Eh —dijo el Poli Cabrón mirando su reloj—, sois conscientes de que el Papa que actualmente ostenta el cargo tendrá que morirse algún día, ¿verdad? Solo faltaba llegar allí en medio de una puta fumata blanca.
—Qué razón tienes, Cabrón —concedí.
—¡¿Que qué?!
—Disculpa; como en mis pensamientos siempre me refiero a ti como Poli Cabrón, a veces olvido que el apelativo te resulta brutalmente ofensivo.
—¡¡Sargento Jerónimo Castaña para ti, bazofia!!
—Espíritu Santo, vas a venir con nosotros, ¿verdad? —dije poniendo ojitos. El Espíritu dio un respingo.
—Bueno, hijo mío, sé que te gustaría que compareciera ante el Papa en calidad de Representante de la Santísima Trinidad, pero…
—En realidad había pensado que vinieras en calidad de Pájaro Parlanchín que Cuando se Pimpla Gusta de Contar Chistes Verdes, que nunca viene mal para amenizar una excursión.
—Nunca dejo de preguntarme qué ha visto Dios en ti —remarcó el Espíritu Santo.
—¿Te vienes o no?
—No. Eres el Elegido y tienes que currártelo un poco.
—Ajá. Entonces, pretendes que me plante en la Santa Sede con mi chupa de cuero y mis patillas y convenza al Papa de que desmantele la Iglesia Católica.
—Tú eres el Mesías, él es el Papa. Si su fe es verdadera, te creerá.
—No me va a creer.
—Claro que no.
—¿Entonces?
—Te pondrá a prueba, supongo.
—¿Un milagro?
—Seguramente.
—Bueno, no hay problema —aseguré—. Narrador, anota en la lista de la compra una barra de pan, para tener algo que multiplicar cuando llegue el momento.
—Lo cual no quiere decir que acceda a tu petición —prosiguió el Espíritu.
—Joder, que tío tan quisquilloso —dije—. Pues no sé qué milagro hacer. Como no le enseñe la cicatriz de apendicectomía y le diga que es un estigma…
—Escucha, hijo; ser el capo de la Iglesia es un chollo. Tienes que tener en cuenta que Su Santidad se va a agarrar como una lapa a su puesto; ni él ni ninguno de sus predecesores ha querido oír hablar jamás del Apocalipsis ni de la Segunda Venida; les entran sudores fríos nada más pensar que algo así pueda ocurrir durante su mandato. Porque, sinceramente, el fin del mundo es un marrón para cualquier Papa. No importa que le expliques a tu rebaño que el Apocalipsis es voluntad de Dios; se van a cagar en tu estampa igualmente, y los supervivientes y sus descendientes te van a recordar por los siglos de los siglos como el Papa Gafe —dijo el Espíritu—. Así que no esperes que por ser el Redentor te van a recibir en la Santa Sede con los brazos abiertos, un jabalí asado, cinco gramos de farlopa y un par de putas. Ten por seguro que vas a estar en el punto de mira desde el mismo momento en que plantes allí tus sucias botas militares.
—Me lo temía —afirmé.
—Si es que en el fondo no eres tan tonto.
—Lo decía mi horóscopo: “Serás objeto de celos y envidias en tu entorno laboral”.
—Con todo el respeto, Espíritu —dijo el Poli Cabrón—, mis expectativas de futuro no contemplaban encontrarme en medio de una monstruosa intriga de carácter apocalíptico. De hecho, a estas alturas ya debería haberme prejubilado, así que te puedes imaginar la ilusión que me hace todo este pifostio.
—Sargento, solo te puedo decir que, por algún motivo que escapa a mi comprensión, pareces ser una pieza insustituible de este engranaje cósmico.
—Aquí nadie me explica nunca una mierda —se quejó el Poli Cabrón.
—Tranquilo, Poli Cabrón —dijo Pandulfo—, saldremos de esta si trabajamos en equipo.
—¡¡Sargento Jerónimo Castaña para ti, cabronazo!!
—Ah, disculpa, como todo el mundo te llama Poli Cabrón…
—¡¡El único que me llama así es este desgraciado!! —El Poli Cabrón me lanzó una mirada tan incendiaria que temí por la integridad de sus pestañas.
—¡¡Que te vayas a tomar por culo!! —le grité a Pandulfo, cambiando convenientemente de tema e insultando de paso al pobre mamón.
—Si me deja ir —me dijo Pandulfo confidencialmente—, le proporcionaré una información que le resultará jugosa en grado sumo.
—Dudo que tú sepas algo que me interese lo más mínimo —afirmé—. A no ser que conozcas algún sitio donde arreglen cremalleras por un precio módico.
—Mejor que eso —dijo tras superar un breve momento de perplejidad, como si de verdad dudara de que hubiera algo mejor que un mecánico cremallero económico—. Sé cómo sacar a Marcia Hellstrom del Infierno.
—¿Por qué… por qué crees que me interesa Marcia Hellstrom?
—Porque me lo dijo usted anoche.
—Permíteme que lo dude. Me conozco como si me hubiera parido, y no soy el tipo de Salvador de la Humanidad que le confesaría a un demonio su intención de sacar a Lucifer del Infierno. No doy tantas confianzas a nadie.
—Estaba muy borracho.
—Ah —comprendí—. Eso explicaría por qué tienes escrito el número secreto de mi tarjeta de crédito en la frente.
—Me agarró por los hombros y me dijo “¿Sabes? Eres un demonio asesino sanguinario de puta madre y te quiero un montón”.
—¿En serio puedes sacar a Marcia del Averno?
—Y no se enteraría nadie —aclaró—. Bueno, a lo mejor Dios sí que se da cuenta. Como lo ve todo y tal…
—Claro. Solamente podría percatarse de ello el único ser que conozco que puede convertirme en un bote de desodorante lavanda nada más pensarlo. Pandulfo, eres un fenómeno.
—Creía que le gustaba asumir riesgos.
—Ten por seguro que no me importaría enfrentarme a Dios si no fuera por el asunto de la omnipotencia.
—¿Qué estáis cuchicheando? —preguntó el Poli Cabrón.
—Eh… Cremallera rota. Arreglar. Barato —dije atropelladamente.
            —¿Alguno de los presentes sabe cambiarle el procesador a un androide? —dijo el Sargento.
—Jean-Claude, ve arriba a despertar a Uriel, que ya va siendo hora de que nos vayamos moviendo. Señores —adopté una actitud solemne—, ha llegado la hora de difundir la Palabra de Dios, aunque a algunos no les guste oírla. ¿Has anotado eso, Narrador?
—Mmm… ¿Qué? —musitó el Narrador, que se había mantenido ocupado mermando con su peso la nutrida población de ácaros que residía en mi alfombra desde tiempos inmemoriales (en honor a la verdad, mi alfombra era ampliamente reconocida como el único ecosistema habitado por el raro ejemplar denominado Ácaro Sapiens. Hace unos años me llevé un susto de muerte cuando la alfombra empezó a arder de repente, por lo que creí encontrarme ante un caso único de combustión espontánea en objetos inanimados de felpa; más tarde un científico amigo mío llegó a la conclusión de que los ácaros de mi moqueta habían descubierto el fuego).
—Valiente evangelista que me he buscado, que ni siquiera está consciente cuando su Mesías dice cosas enjundiosas.
—Solo a ti se te ocurre montar una bacanal la noche antes de una peregrinación —recalcó el Espíritu Santo.
—¿Puede prestarme alguien un inhalador para el asma? —preguntó el Narrador, incorporándose con la ayuda del Poli Cabrón.
—¿Unas palabras de aliento antes de partir, Espíritu? —solicité.
—Ahora mismo el único aliento que te puedo proporcionar apesta a ginebra, pero te daré un consejo —dijo Aquel que una Vez se Cepilló a la Virgen—. Deja de pensar con la polla y olvídate de esa fulana de la Hellstrom. Esa chica no te conviene.
—Sí, bueno, ya sé que es Satanás y todo eso, pero ya cambiará cuando estemos casados.
—¿Sabes? En cierta forma, tu actitud es admirable, aunque sea más propia de un deficiente mental profundo.
—Sí, gracias.
—Y, ya que estamos, podrías cambiarte de ropa, que por una vez que te pongas corbata no se te van a caer los huevos al suelo.
Me pareció que mi sigiloso lacayo se materializaba a mis espaldas.
—Amo, el señorito Uriel me ha solicitado que le preguntara si no podría quedarse en la cama un ratito más.
—¡Ni hablar! Tenemos que comparecer ante el Papa. ¿Alguien sabe dónde vive el mamón ese?

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