Un tipo muy desagradable que se ha dejado caer por aquí
El Departamento de
Estudios Lingüísticos, Auditivos y Nasofaríngeos de Un beso de buenas noches de
mil demonios tiene el placer de ofrecerles en exclusiva Quédate tú
con La Cabeza de Alfredo García, relato
inédito del célebre escritor ruso de ciencia-ficción Konstantin Turulenko. El
manuscrito, cuyos derechos fueron amablemente cedidos a esta casa por un nieto
del autor a cambio de una dosis de heroína, no fue incluido en la edición
definitiva de las Obras Completas del escritor, dado que Alexei Tostonov,
editor de Turulenko, mostró serias dudas acerca de la autenticidad del
documento, que al parecer fue dictado por el autor después de su muerte a un
fan a través de un tablero ouija. “Yo no sé ustedes, pero yo no me fío un pelo
de esos espíritus de ultratumba”, afirmó Tostonov en el número de diciembre de
1971 del magazine cultural La Dolce Moscovita. “Según mi astrólogo y vidente personal, el Profesor Aleksandr “Xander”
Kamelov, el más allá está atestado de impostores que se hacen pasar por
personalidades fallecidas, y me ha asegurado que el cuento es un fraude.
Acuérdense del ridículo que hizo la editorial británica esa hace unos años
publicando una supuesta obra de Shakespeare obtenida gracias a una psicofonía. Ricardo
III en patines, creo que se titulaba”. Nosotros,
después de un concienzudo análisis, creemos haber logrado verificar la
autenticidad del original, que a todas luces ejemplifica admirablemente las
constantes temáticas y estilísticas de Turulenko. Dicho sea de paso, nada nos
satisface más que llevarle la contraría al Profesor Kamelov, que hace la tira
de años vaticinó que un día de estos nos invitaría a una mariscada y todavía
estamos esperando, así reviente con todos sus muertos. La traducción del cuento
al castellano corre a cargo de nuestro colaborador Ganímedes Pisto, que cursó
dos meses de ruso en la Escuela Oficial de Idiomas hasta que fue expulsado
cuando la dirección del centro descubrió no solo que Ganímedes no había formalizado
su matrícula, sino que se quedaba a dormir todas las noches en los lavabos de
profesores junto a su madre y sus cinco hermanos.
La Cabeza de Alfredo García, más allá de lo evidente (esto
es, que se trataba de la cabeza de un tal Alfredo García) era, además, un
planeta de considerable tamaño. Un planeta habitado, para ser más exactos. Por
piojos. [Nota del editor: Hombre, no va a
estar habitado por gente pequeña. No puede vivir mucha gente pequeña encima de
la cabeza de alguien sin que ese alguien acabe notándolo, aunque se trate de un
solo señor pequeño que calce un 25 y se agache rápidamente cada vez que su
huésped se disponga a pasar por una puerta. Pero la gente pequeña que vive encima
de la cabeza de otra gente es otra historia y será contada en otra ocasión, a
no ser que la Asociación de Gente Pequeña que Vive encima de la Cabeza de Otra
Gente amenace con demandarnos por injurias y calumnias con toda la razón,
porque aquí somos muy de injuriar y calumniar gratuitamente]. La Cabeza de
Alfredo García estaba coronada con una espesísima vegetación denominada Mata de
Pelo, y su nivel de enmarañamiento y suciedad era tal que sólo habría podido
ser extraída quirúrgicamente, según palabras de un peluquero con cierta
propensión al desánimo y a las pastillas para dormir. Como es natural, sus
piojos desconocían el hecho de tener un señor debajo. Esto se debe a que los
piojos son aún un pueblo primitivo y lleno de miedos atávicos: la mayoría de
ellos cree que caerá al vacío si se aventura más allá del Cogote, las Patillas
o el Flequillo, así que su conocimiento sobre el Universo colindante era harto
limitado. Si los piojos de La Cabeza de Alfredo García hubieran sabido
escribir, leer, o acordarse de las cosas, sus libros de Historia narrarían el
caso del explorador Cristóbal Piojo, que, convencido de que el mundo tenía
forma de vaso puesto boca abajo, desapareció en la línea del Flequillo y fue
devorado por un mono. Los piojos de La Cabeza de Alfredo García tenían su
propia religión: creían en unos seres superiores que les enviaban desde Más
Allá de la Mata de Pelos mensajes indescifrables del tipo “Brown Sugar” y “Won’t
get fooled again”. La frondosa
vegetación que cubría La Cabeza de Alfredo García impedía la adecuada recepción
de luz y sonido, por lo que sus habitantes se comunicaban cotidianamente a
cabezazos. Huelga decir que la población, como el resto de piojos de otros
planetas, vivía de la agricultura.
Los piojos de La Cabeza de Alfredo García formaban una
comunidad pacífica y bien avenida; se podría decir que era un buen sitio donde
vivir, salvo un par de días en semana en que todo el planeta olía a marihuana y
de vez en cuando una litrona, objeto celeste conocido en lengua pioja como
“meteorito”, impactaba sobre su superficie, impacto que era mayormente
amortiguado por la espesa Mata de Pelos. Pero he aquí que un día el Mando Mayor
de la Región Parietal del Planeta, formado por el piojo más gordo, recibió una
alarmante noticia: los habitantes de la Región Occipital, despectivamente
llamados colodrilleros, habían iniciado una lenta pero segura invasión debido a
la escasez de espacio en su zona. El Mando Mayor, al que a partir de ahora
llamaremos General Piojo MacArthur, recordó entonces las palabras de su hombre
de confianza, el gran sociólogo Piojo Wiesengrund Adorno, que le alertaba sobre el problema de
superpoblación que iba a sufrir el planeta de ahí a nada, anticipando un
conflicto territorial sin precedentes en la historia del planeta. Piojo
MacArthur maldijo el momento en que se quedó dormido en medio de la teoría de
P. W. Adorno, que era muy complicada y constaba de muchos cabezazos, y, dejando
a medio comer su generosa ración de sangre con guarnición de caspa con costra,
ordenó a sus ejércitos defender la Coronilla, orden que en lengua pioja
consiste en tres cabezazos suaves, uno de magnitud moderada y escupir algo de
sangre. Todos los piojos a su cargo fueron llamados a filas; solo unos pocos
fueron exonerados de su deber militar alegando que sus liendres estaban a punto
de eclosionar. Poco rato después, el planeta entero estaba enfrascado en una
batalla que sería recordada como Las Guerra de las Dos Horas, en el caso de que
una persona pequeña hubiera cohabitado junto a los piojos encima de La Cabeza
de Alfredo García, hubiera observado la revuelta con la ayuda de un microscopio
o una lupa gorda y se le hubiera ocurrido llamarla La Guerra de las Dos Horas,
no dándose ninguna de estas circunstancias. La campaña militar se saldó con un
absoluto fracaso, ya que, como hemos apuntado más arriba, el pueblo piojo es
más bien tirando a pacífico; después de propinarse algunos empujones poco
entusiastas, más que nada por motivos de protocolo, parietales y occipitales
descubrieron que tenían mucho en común y se dedicaron cabezazos corteses e
invitaciones a compartir sangre, y, como una cosa lleva a la otra, al poco rato
piojos y piojas ya estaban todos copulando como locos. Una bacanal que, en caso
de que la misma persona pequeña con lupa, etc, etc, hubiera seguido allí, se
habría conocido como La Orgía de los Diez Minutos, porque los piojos no son precisamente
conocidos por la larga duración de sus coyundas. Después del refocile comunitario,
todos los piojos se sintieron bastante bien, menos el General Piojo MacArthur,
que comprobó abatido cómo sus días de gloria como gran estratega militar
pertenecían definitivamente al pasado, y, en su desesperación, intentó
ahorcarse de un pelo; tentativa de suicidio que también resultó una debacle
dado lo escaso de su peso corporal. El General Piojo MacArthur se quedó
colgando del pelo veinticuatro horas, al final de las cuales murió de hambre,
lo que en los estamentos militares del pueblo piojo se considera una muerte
deshonrosa. Las consecuencias de La Orgía de los Diez Minutos no se hicieron
esperar; las miles de crías resultantes acabaron por superpoblar La Cabeza de
Alfredo García, y sus habitantes se debatieron entre una triste disyuntiva: o
malvivir por culpa de la escasez de alimento y espacio, o emigrar a otros
planetas. Los piojos comenzaron a rezar a sus deidades esperando una respuesta,
y he aquí que su silenciosa letanía pareció surtir efecto. El renombrado
astrónomo Galileo Piojei descubrió con alborozo que, o bien una serie de
planetas con características similares al suyo se estaba acercando, o bien era
La Cabeza de Alfredo García la que se aproximaba a los otros; no lo tenía muy
claro. Los piojos no podía saberlo, pero lo cierto es que Alfredo García había
asistido a un festival de rock atestado de frondosos planetas, algunos de ellos
milagrosamente deshabitados. Los habitantes de La Cabeza de Alfredo García
comenzaron así un rápido éxodo, descubriendo de paso que podían saltar bastante
lejos cuando la necesidad apremiaba. Algunos de ellos incluso alcanzaron a
atisbar durante el salto a uno de sus dioses vociferando sus incomprensibles mensajes. Dios que, curiosamente, tenía el aspecto
de Mick Jagger.
¿Sabía
usted que…? El celebrado cineasta norteamericano Sean Kepinckepah tuvo
acceso al manuscrito original de este relato a principios de los años 70,
cuando llegó a Moscú un día a las cuatro de la mañana buscando localizaciones
para su siguiente película y una licorería abierta. El director quedó
impresionado por las posibilidades cinematográficas de la historia, y se la
ofreció a todos los estudios de Hollywood. Solo la Warner Bros se mostró
interesada en un principio, pero dio marcha atrás en cuanto Warren Beatty, el
actor elegido para dar vida al General Piojo MacArthur, se apeó del proyecto,
alegando que el disfraz de piojo le había provocado un sarpullido. Durante un
tiempo se rumoreó incluso que Kepinckepah llegó a entablar conversaciones con Disney
con el objetivo de convertir el guión en una película de animación, rumor que
fue rápidamente desmentido por un tendero de la ciudad de Orlando, que fue
testigo de cómo el director, en evidente estado de embriaguez, se pasó una hora
explicándole el proyecto a una coliflor envasada al vacío a la que había confundido con el
cerebro congelado de Walt Disney. La falta de interés de los grandes estudios
supuso un revés para Kepinckepah, que durante un año estuvo intentando sacar
adelante la adaptación de Qúedate tú con La Cabeza de Alfredo García, en parte
para paliar el mal sabor de boca producido por el varapalo crítico obtenido por
su anterior película, Pat Garrett y
Karate Kid (1973), cuya polémica sobre si fue o no una decisión acertada
asignar a Bob Dylan el papel de maestro de kung fu perdura hasta nuestros días.
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