Los Plátanos (The Bananas, Albert Hugecock, 1963)
Sinopis… Sinotis… Nisoptis… ¡Ejem! Resumen de la película: Janice (interpretada por Pippi Liendren) es una frutera que observa alarmada que los plátanos de su tienda están empezando a comportarse de manera poco ortodoxa, cuando antes no le daban ninguna guerra. Al principio decide no contárselo a nadie e intenta por todos los medios que sus clientes compren melocotones, mejor; pero un buen día, harta de una situación que está a punto de acabar con sus nervios (es famosa la tensa escena donde un plátano se cae al suelo sin motivo aparente), contacta con el profesor Atticus Flanders, catedrático de Agricultura y Ciencias Hortícolas de la Universidad de Wisconsin, y le expone el caso. El profesor Flanders le explica que su especialidad son las chirimoyas (es el autor del extenso ensayo Todo lo que sé sobre las chirimoyas, considerada la obra más completa y mejor documentada sobre el mundo de las chirimoyas, además de ser colaborador habitual de la prestigiosa publicación bianual Cherimoya Life & Times), pero de todas formas accede a echar un vistazo con la esperanza de llevarse a Janice al huerto y de camino comprar dos kilos de pomelos. Para desesperación de Janice, Atticus dictamina que los plátanos de su frutería siguen a rajatabla el patrón de comportamiento estándar de la fruta, que consiste básicamente en no moverse por sí sola. El profesor intenta tranquilizar a la frutera diciéndole que un problema que se puede solucionar con una licuadora no es realmente un problema. A pesar de todo, Janice deja de solicitar plátanos a su proveedor habitual, conocido como El Jacinto (Jack en la versión original). Una vez a salvo de la frutal amenaza, Janice se deja agasajar por Atticus, que consigue llevársela al huerto. Desgraciadamente, una vez en el huerto Janice cree estar siendo espiada por la platanera de Atticus, por lo que sale corriendo, pisoteando los nabos en su huida. A continuación llega la que quizá sea la escena más célebre de la película: Arrepentida de su comportamiento, Janice se acerca a una cabina telefónica y llama a Atticus para disculparse por su huida y por lo de los nabos, pero, inesperadamente, un camión que transporta varias toneladas de plátanos derrapa y esparce su contenido por toda la calle, provocando resbalones masivos con las consiguientes contusiones y fracturas de cadera. Janice se cree a salvo dentro la cabina… y realmente lo está, porque, por mucha velocidad que llegue a alcanzar un plátano, lo más que va a hacer cuando se tope con una mampara de cristal es espachurrarse. Janice, conmocionada, va a ver a Atticus y trata de convencerle de empezar una nueva vida juntos en Alaska, mundialmente famosa por su escasez de plátanos e higos chumbos (El personaje de Janice en ningún momento hasta ahora había demostrado excesiva aversión por los higos chumbos, así que la referencia podría deberse a una aportación personal del propio Albert Hugecock. En el célebre libro de entrevistas que le dedicó Francine Trugnot, al ser preguntado respecto al tema de los higos chumbos, el genial gordo cabrón respondió enigmáticamente: “A los higos chumbos que se las pique un pollo”). Por respeto a los espectadores que aún no la han visto, no vamos a destripar el final; sólo añadiremos que las posibilidades escalofriantes de una compota jamás habían sido tan profundamente exploradas como en esta película…
Comentario (fuera de tono): Tras el estreno de esta película, el mundo no volvió a mirar a los plátanos de la misma manera. Rodada después de una abrumadora sucesión de éxitos de público y crítica, como Vahído (Faint, 1958), El Hombre que no se Enteraba de un Pimiento (The man who didn’t notice a pepper, 1959) y Disuria (Dysuria, 1960), Los Plátanos suscitó división de opiniones entre los críticos. Mientras algunos especialistas quisieron ver en ella una mal disimulada parábola sobre la represión sexual, otros se equivocaron de sala y asistieron a la proyección de un western. De ahí la reseña que hizo el temido Paulie Kent en el Delaware Post: “El señor Hugecock debería haber titulado su película Los Frijoles. No sé a que viene esa tontería de Los Plátanos. He visto muchas películas con pocos plátanos, pero ésta se lleva la palma”. Otros fueron más moderados en su valoración: “La película tiene una primera mitad excelente”, dijo un crítico del Idaho Globe que solía quedarse dormido en medio de las proyecciones porque se levantaba muy temprano para llevar a sus chiquillos a la natación. Como casi siempre, fueron los críticos franceses quienes colocaron esta obra maestra en el lugar que le corresponde: “Los Plátanos representa la más prístina sublimación de la angustia finisecular”, dijo Jean-Luc Kojak justo antes de cortarse cuatro dedos de la mano izquierda con un hacha.
Por supuesto, en esta película no podía faltar el habitual cameo de Hugecock haciendo un calvo; si se fijan bien, podrán ver al gran director con los pantalones bajados en la puerta de la frutería.
Sinopis… Sinotis… Nisoptis… ¡Ejem! Resumen de la película: Janice (interpretada por Pippi Liendren) es una frutera que observa alarmada que los plátanos de su tienda están empezando a comportarse de manera poco ortodoxa, cuando antes no le daban ninguna guerra. Al principio decide no contárselo a nadie e intenta por todos los medios que sus clientes compren melocotones, mejor; pero un buen día, harta de una situación que está a punto de acabar con sus nervios (es famosa la tensa escena donde un plátano se cae al suelo sin motivo aparente), contacta con el profesor Atticus Flanders, catedrático de Agricultura y Ciencias Hortícolas de la Universidad de Wisconsin, y le expone el caso. El profesor Flanders le explica que su especialidad son las chirimoyas (es el autor del extenso ensayo Todo lo que sé sobre las chirimoyas, considerada la obra más completa y mejor documentada sobre el mundo de las chirimoyas, además de ser colaborador habitual de la prestigiosa publicación bianual Cherimoya Life & Times), pero de todas formas accede a echar un vistazo con la esperanza de llevarse a Janice al huerto y de camino comprar dos kilos de pomelos. Para desesperación de Janice, Atticus dictamina que los plátanos de su frutería siguen a rajatabla el patrón de comportamiento estándar de la fruta, que consiste básicamente en no moverse por sí sola. El profesor intenta tranquilizar a la frutera diciéndole que un problema que se puede solucionar con una licuadora no es realmente un problema. A pesar de todo, Janice deja de solicitar plátanos a su proveedor habitual, conocido como El Jacinto (Jack en la versión original). Una vez a salvo de la frutal amenaza, Janice se deja agasajar por Atticus, que consigue llevársela al huerto. Desgraciadamente, una vez en el huerto Janice cree estar siendo espiada por la platanera de Atticus, por lo que sale corriendo, pisoteando los nabos en su huida. A continuación llega la que quizá sea la escena más célebre de la película: Arrepentida de su comportamiento, Janice se acerca a una cabina telefónica y llama a Atticus para disculparse por su huida y por lo de los nabos, pero, inesperadamente, un camión que transporta varias toneladas de plátanos derrapa y esparce su contenido por toda la calle, provocando resbalones masivos con las consiguientes contusiones y fracturas de cadera. Janice se cree a salvo dentro la cabina… y realmente lo está, porque, por mucha velocidad que llegue a alcanzar un plátano, lo más que va a hacer cuando se tope con una mampara de cristal es espachurrarse. Janice, conmocionada, va a ver a Atticus y trata de convencerle de empezar una nueva vida juntos en Alaska, mundialmente famosa por su escasez de plátanos e higos chumbos (El personaje de Janice en ningún momento hasta ahora había demostrado excesiva aversión por los higos chumbos, así que la referencia podría deberse a una aportación personal del propio Albert Hugecock. En el célebre libro de entrevistas que le dedicó Francine Trugnot, al ser preguntado respecto al tema de los higos chumbos, el genial gordo cabrón respondió enigmáticamente: “A los higos chumbos que se las pique un pollo”). Por respeto a los espectadores que aún no la han visto, no vamos a destripar el final; sólo añadiremos que las posibilidades escalofriantes de una compota jamás habían sido tan profundamente exploradas como en esta película…
Comentario (fuera de tono): Tras el estreno de esta película, el mundo no volvió a mirar a los plátanos de la misma manera. Rodada después de una abrumadora sucesión de éxitos de público y crítica, como Vahído (Faint, 1958), El Hombre que no se Enteraba de un Pimiento (The man who didn’t notice a pepper, 1959) y Disuria (Dysuria, 1960), Los Plátanos suscitó división de opiniones entre los críticos. Mientras algunos especialistas quisieron ver en ella una mal disimulada parábola sobre la represión sexual, otros se equivocaron de sala y asistieron a la proyección de un western. De ahí la reseña que hizo el temido Paulie Kent en el Delaware Post: “El señor Hugecock debería haber titulado su película Los Frijoles. No sé a que viene esa tontería de Los Plátanos. He visto muchas películas con pocos plátanos, pero ésta se lleva la palma”. Otros fueron más moderados en su valoración: “La película tiene una primera mitad excelente”, dijo un crítico del Idaho Globe que solía quedarse dormido en medio de las proyecciones porque se levantaba muy temprano para llevar a sus chiquillos a la natación. Como casi siempre, fueron los críticos franceses quienes colocaron esta obra maestra en el lugar que le corresponde: “Los Plátanos representa la más prístina sublimación de la angustia finisecular”, dijo Jean-Luc Kojak justo antes de cortarse cuatro dedos de la mano izquierda con un hacha.
Por supuesto, en esta película no podía faltar el habitual cameo de Hugecock haciendo un calvo; si se fijan bien, podrán ver al gran director con los pantalones bajados en la puerta de la frutería.