Estimados cronopiazos:
La acojonante revista digital Impracabeza Magazine (¡pinchad, malditos!) me ha publicado el relato titulado "El hombre apenas visible" en su número 5, firmado con mi seudónimo de nacimiento (digo esto para acallar los absurdos rumores que corren por ahí y que aseguran que mi verdadero nombre es Klaus von Strindberg). Como el cuento en cuestión es bastante de la cuerda del resto de cosas que suelo colgar en este blogarito, ahí os lo dejo para vuestro uso y disfrute, o para que me dejéis un comentario cagándoos en todo lo que se menea. A mi plim, oigan.
El hombre apenas visible
En contra de la opinión general, el Sr. X aceptó aquel trabajo como conejillo de Indias no por ansias de notoriedad, no por ser el primer hombre invisible de la Historia, ni tampoco por el tazón de chocolate y el merengue gratis, sino por motivos puramente circunstanciales. En honor a la verdad, debemos aclarar que el Sr. X ni siquiera había considerado el hecho de ser él mismo el objeto del experimento; la intención inicial de nuestro protagonista consistía en hacer invisible a su mujer, por cuanto esta experiencia supondría una notable mejora en su vida sexual. Desgraciadamente, los análisis previos demostraron que la sangre de la Sra. X, rica en azúcares y grasas saturadas, no aceptaría de buen grado el suero de la Invisibilidad, así que el Sr. X, un ejemplo de sentido común y sensibilidad práctica, se ofreció voluntario para la prueba, alegando que ya que estaban allí y que hay que ver lo lejos que quedaban del centro estas Bases Científicas Subterráneas Ultrasecretas del Gobierno y la de vueltas que había dado el taxista para llegar. El Sr. X (al que los científicos de la Base se referían como “Sujeto X”) resultó ser una cobaya ideal gracias a la escasez de hierro y vitaminas de todas las letras en su organismo y a su peculiar complexión, que cabría calificar de escuchimizada tirando a birriosa. “No es absolutamente necesario ser canijo, pálido y bajito para que no lo vean a uno”, decían los científicos, “pero ayuda bastante”. Se podría decir que la primera prueba de la fórmula de la Invisibilidad supuso un éxito moderado; los científicos no habían logrado hacer invisible al Sr. X, pero resulta indudable que pasaba bastante desapercibido. La gente preguntaba por él aunque se encontrara en la misma habitación, y el Sr. X tenía que hacer considerables esfuerzos para hacerse ver, como ponerse tres albornoces uno encima de otro. La voz más crítica respecto a los resultados del experimento fue curiosamente la de la Sra. X, que alegó que no era la primera vez que un desconocido confundía la coronilla de su marido con un cenicero, y que ella misma se había sentado en varias ocasiones por equivocación encima del Sr. X con resultados rayanos en el siniestro total. El segundo jarro de agua fría se precipitó justo después del plato de sopa caliente: los participantes en el experimento no habían ni empezado con el segundo plato cuando el Gobierno comunicó la aplicación de un recorte de presupuesto en la partida destinada a Estudios Científicos Ultrasecretos. Decepcionado por la súbita interrupción del experimento y por no haber podido hincar el diente a las bratwurst con salsa tártara, el Sr. X volvió a casa caminando, y la Sra. X, que extrañamente olvidó que había llegado acompañada, en el coche de uno de los empleados de la Base. Los días siguientes transcurrieron con tolerable normalidad para el Sr. X; su escasa relevancia en la vida de todos los demás no parecía haberse acentuado. Pero justo una semana después del experimento el Sr. X comenzó a reparar en ciertos extraños comportamientos que profesaban sus conciudadanos ante su, ya relativa, presencia; sus vecinos le cerraban la puerta del ascensor en las narices, sus compañeros de trabajo le robaban las grapas delante de las anteriormente mencionadas, su perro le retiró el hocico del trasero y con ello el saludo y la Sra. X denunció en una ocasión la desaparición de su marido mientras él hacía un agujero en la pared para colgar un cuadro. La comprensible indignación inicial empezó a transformarse en una especie de sorda zozobra un día que tuvo que esperar casi tres minutos delante de las puertas automáticas del supermercado a que saliera o entrara algún comprador, ya que la célula fotoeléctrica no alcanzó a reconocerle. La gota que colmó el vaso llegó un lunes por la tarde, cuando un niño (con esa capacidad que tienen los niños de poner de manifiesto las cosas verdaderamente importantes de la vida), señalando a los pies del Sr. X, le dijo a su madre: “Mira, mamá, una caca dando saltos”. El comentario provocó que el Sr. X tuviera que restregar con vehemencia la suela del zapato contra un bordillo y que hiciera nota mental de fijarse mejor dónde pisaba; es cierto que últimamente había desarrollado la inconveniente costumbre de meter los pies en los sitios menos indicados: charcos, vómitos, animales domésticos de poca envergadura, pies de otras personas; como si le costara calcular el perímetro exacto donde iban a aterrizar sus mocasines. A la mañana siguiente, frente al espejo del aseo, el Sr. X advirtió en su rostro unas manchas blancuzcas parecidas a la cal verdaderamente persistentes; tardó unos instantes en caer en la cuenta de que estaba confundiendo su reflejo con el de la manguera de la ducha situada a sus espaldas. Minutos después, presa del nerviosismo y con un afeitado que sólo merecería el apelativo de lamentable, el Sr. X salió a comprar tabaco y a día de hoy nadie le ha vuelto a ver. Por su parte, la Sra. X sospecha que el perro ha empezado a fumar, aunque todavía no tiene pruebas suficientes para demostrarlo, aparte de unas colillas repartidas por la casa y un vago olor a cigarrillos mentolados.
5 comentarios:
Yo ya lo había leído!
Qué contenta debe debe de estar esa mujer.....!
Muchas felicides, señor von Strindberg. Cuánto me alegro por usted.
Y cuán bueno me parece el relato, por otra parte.
Yo ya lo había leido, pero me parece estupendo.
Menudo cabrón, mira que has actualizado pronto! Ahora me toca más para leer...
Oye, muy bueno tu relato. Me he partido el ojete con Mr. & Mrs. X, y lo que el perro fuma, ¡¡genial!!
Excelente. Delirante. Exquisito.
Ya sabes el resto.
Saludos, cabellero.
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