miércoles, 26 de diciembre de 2007

Cómo evitar el día siguiente

Queridos contertulios:
En estas fechas tan señaladas es frecuente, casi inevitable, recibir la visita de una vieja conocida que, aunque durante el resto del año quizá nos ha brindado algunas apariciones intermitentes, es ahora cuando hace acto de presencia luciendo sus mejores galas: la resaca. Mucho se hablado de cómo contrarrestar los devastadores efectos frecuentemente dominicales de esta indeseable compañera: Zumo de tomate (¿alguien de verdad lo ha intentado?), los analgésicos (paracetamol e ibuprofeno, mis favoritos), tomar algo más de alcohol, preferentemente una cerveza, si las nauseas lo permiten... Por supuesto, cualquiera de estos remedios debe ir acompañado del Caldito de Mamá, ese elixir de propiedades cuasi mágicas que nuestra progenitora pone a hervir nada más abrir la puerta de nuestra habitación y comprobar con sólo una aspiración nasal (la nariz de las madres; ese instrumento de precisión) el nivel de ginebra en el aire. Muchas maneras de combatirla, pero... ¿de evitarla?

-Eh... ¿No beber alcohol?
Dirigí la mirada hacia el expectante público que se agolpaba ante mi improvisado y autoerigido estrado. Y ahí estaba El Que Pone Encima de la Mesa las Propuestas más Impopulares, con una camiseta que rezaba "Menos alcohol y más catequesis"
-¿Y tú de dónde cojones has salido?
-Modere su lenguaje, caballero.
-Uy, disculpe. ¿Y tú de dónde &%$"!# has salido?
-Gracias. Eso está mejor. Verá usted, soy de la Plataforma para la Promoción de la Diversión Sana.
-Permítame ofrecerle un refresco.
-No gracias, nada de bebidas carbonatadas.
-Jean-Claude -le dije a mi fiel mayordomo extremeño-, que alguien le exprima algo al caballero. A ser posible las glándulas salivales.
-Verá señor -continuó el interfecto-, me preocupa el hecho de que su perorata pueda incitar a sus múltiples admiradores al bebercio.
-¿Incitar yo al trasiego de bebidas espirituosas? -lancé una estentórea carcajada-. ¿Habéis oido eso, muchachos? ¿Muchachos? ¡Levantaos ahora mismo del suelo y limpiaos los restos de bilis de la comisura de los labios, gandules! ¡Gaznápiros!

He de señalar que no tengo nada en contra de las alternativas municipales al botellón. Seguramente, algún concejal juventud cayó en la cuenta de que eso de jugar al baloncesto de madrugada era una práctica muy popular en otras localidades, como por ejemplo el Bronx... Quizá la escasa respuesta mostrada hacia la iniciativa se deba a que localizar por estos lares a un traficante de crack fiable sea una tarea relativamente complicada.

-Disculpe, señor -acertó a decir uno de mis discípulos entre arcada y arcada-, ¿no se está desviando del tema?

Ah, claro, esquivar la resaca. No es ningún secreto, amigos, seguro que ya lo han oido por ahí: nada más y nada menos que el agua, fuente de toda vida. No voy a publicitar ninguna marca, lo mismo da Font Vella que Fuente Pepino, o que esa mierda que sale del grifo y que el ayuntamiento dice que es potable pero yo me lavo la cabeza a diario y cada día estoy más calvo.
Un vaso de agua entre pelotazo y pelotazo y asunto arreglado. ¿Y ya está? ¿Y para esto tanta mierda, dirán ustedes? Amigos, yo sé de lo que estoy hablando. La pasada Nochebuena, sin ir más lejos, mi cuñado trajo un botella de absenta bajo el brazo. 70 grados de alcohol. Apuesto lo que quieran a que un buey no podría beberse medio cuenco de este brebaje sin tener que acercarse a vomitar al barranco. En el caso de que tuvieran un buey aficionado a los caldos de destilería. La absenta, dicho sea de paso, no se bebe a puro macho. A lo mejor hay quien lo haga; me contaron una vez de unos camioneros rusos que bebían a morro un vodka de 97 grados (uno más que el alcohol de curar) para soportar los friós de la estepa. Un chorro de este vodka mezclado con quince litros de sangría les sirvió a unos amigos míos para tirarse una semana potando. ¿El agua lo podría haber evitado? La verdad, no creo que el experimento se haya probado en condiciones tan extremas, pero a mí con la absenta me ha funcionado, que, como les iba diciendo (y perdonen las disgresiones, algo tan habitual en mí como respirar) tiene una preparación: se quema el alcohol, se le añade azúcar, se rebaja con agua... técnicas con las que un tío mío, barman en Torremolinos en los años 70, está familiarizado, porque si lo llegamos a dejar en las manos menos expertas de mi cuñado (aprendiz de químico licorero) acabamos todos con un resacón que ni el agua bendita.

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