lunes, 26 de mayo de 2014

Quédate tú con La Cabeza de Alfredo García

Un tipo muy desagradable que se ha dejado caer por aquí

El Departamento de Estudios Lingüísticos, Auditivos y Nasofaríngeos de Un beso de buenas noches de mil demonios tiene el placer de ofrecerles en exclusiva Quédate tú con La Cabeza de Alfredo García, relato inédito del célebre escritor ruso de ciencia-ficción Konstantin Turulenko. El manuscrito, cuyos derechos fueron amablemente cedidos a esta casa por un nieto del autor a cambio de una dosis de heroína, no fue incluido en la edición definitiva de las Obras Completas del escritor, dado que Alexei Tostonov, editor de Turulenko, mostró serias dudas acerca de la autenticidad del documento, que al parecer fue dictado por el autor después de su muerte a un fan a través de un tablero ouija. “Yo no sé ustedes, pero yo no me fío un pelo de esos espíritus de ultratumba”, afirmó Tostonov en el número de diciembre de 1971 del magazine cultural La Dolce Moscovita. “Según mi astrólogo y vidente personal, el Profesor Aleksandr “Xander” Kamelov, el más allá está atestado de impostores que se hacen pasar por personalidades fallecidas, y me ha asegurado que el cuento es un fraude. Acuérdense del ridículo que hizo la editorial británica esa hace unos años publicando una supuesta obra de Shakespeare obtenida gracias a una psicofonía. Ricardo III en patines, creo que se titulaba”. Nosotros, después de un concienzudo análisis, creemos haber logrado verificar la autenticidad del original, que a todas luces ejemplifica admirablemente las constantes temáticas y estilísticas de Turulenko. Dicho sea de paso, nada nos satisface más que llevarle la contraría al Profesor Kamelov, que hace la tira de años vaticinó que un día de estos nos invitaría a una mariscada y todavía estamos esperando, así reviente con todos sus muertos. La traducción del cuento al castellano corre a cargo de nuestro colaborador Ganímedes Pisto, que cursó dos meses de ruso en la Escuela Oficial de Idiomas hasta que fue expulsado cuando la dirección del centro descubrió no solo que Ganímedes no había formalizado su matrícula, sino que se quedaba a dormir todas las noches en los lavabos de profesores junto a su madre y sus cinco hermanos.

La Cabeza de Alfredo García, más allá de lo evidente (esto es, que se trataba de la cabeza de un tal Alfredo García) era, además, un planeta de considerable tamaño. Un planeta habitado, para ser más exactos. Por piojos. [Nota del editor: Hombre, no va a estar habitado por gente pequeña. No puede vivir mucha gente pequeña encima de la cabeza de alguien sin que ese alguien acabe notándolo, aunque se trate de un solo señor pequeño que calce un 25 y se agache rápidamente cada vez que su huésped se disponga a pasar por una puerta. Pero la gente pequeña que vive encima de la cabeza de otra gente es otra historia y será contada en otra ocasión, a no ser que la Asociación de Gente Pequeña que Vive encima de la Cabeza de Otra Gente amenace con demandarnos por injurias y calumnias con toda la razón, porque aquí somos muy de injuriar y calumniar gratuitamente]. La Cabeza de Alfredo García estaba coronada con una espesísima vegetación denominada Mata de Pelo, y su nivel de enmarañamiento y suciedad era tal que sólo habría podido ser extraída quirúrgicamente, según palabras de un peluquero con cierta propensión al desánimo y a las pastillas para dormir. Como es natural, sus piojos desconocían el hecho de tener un señor debajo. Esto se debe a que los piojos son aún un pueblo primitivo y lleno de miedos atávicos: la mayoría de ellos cree que caerá al vacío si se aventura más allá del Cogote, las Patillas o el Flequillo, así que su conocimiento sobre el Universo colindante era harto limitado. Si los piojos de La Cabeza de Alfredo García hubieran sabido escribir, leer, o acordarse de las cosas, sus libros de Historia narrarían el caso del explorador Cristóbal Piojo, que, convencido de que el mundo tenía forma de vaso puesto boca abajo, desapareció en la línea del Flequillo y fue devorado por un mono. Los piojos de La Cabeza de Alfredo García tenían su propia religión: creían en unos seres superiores que les enviaban desde Más Allá de la Mata de Pelos mensajes indescifrables del tipo “Brown Sugar” y “Won’t get fooled again”.  La frondosa vegetación que cubría La Cabeza de Alfredo García impedía la adecuada recepción de luz y sonido, por lo que sus habitantes se comunicaban cotidianamente a cabezazos. Huelga decir que la población, como el resto de piojos de otros planetas, vivía de la agricultura.
Los piojos de La Cabeza de Alfredo García formaban una comunidad pacífica y bien avenida; se podría decir que era un buen sitio donde vivir, salvo un par de días en semana en que todo el planeta olía a marihuana y de vez en cuando una litrona, objeto celeste conocido en lengua pioja como “meteorito”, impactaba sobre su superficie, impacto que era mayormente amortiguado por la espesa Mata de Pelos. Pero he aquí que un día el Mando Mayor de la Región Parietal del Planeta, formado por el piojo más gordo, recibió una alarmante noticia: los habitantes de la Región Occipital, despectivamente llamados colodrilleros, habían iniciado una lenta pero segura invasión debido a la escasez de espacio en su zona. El Mando Mayor, al que a partir de ahora llamaremos General Piojo MacArthur, recordó entonces las palabras de su hombre de confianza, el gran sociólogo Piojo Wiesengrund Adorno, que le alertaba sobre el problema de superpoblación que iba a sufrir el planeta de ahí a nada, anticipando un conflicto territorial sin precedentes en la historia del planeta. Piojo MacArthur maldijo el momento en que se quedó dormido en medio de la teoría de P. W. Adorno, que era muy complicada y constaba de muchos cabezazos, y, dejando a medio comer su generosa ración de sangre con guarnición de caspa con costra, ordenó a sus ejércitos defender la Coronilla, orden que en lengua pioja consiste en tres cabezazos suaves, uno de magnitud moderada y escupir algo de sangre. Todos los piojos a su cargo fueron llamados a filas; solo unos pocos fueron exonerados de su deber militar alegando que sus liendres estaban a punto de eclosionar. Poco rato después, el planeta entero estaba enfrascado en una batalla que sería recordada como Las Guerra de las Dos Horas, en el caso de que una persona pequeña hubiera cohabitado junto a los piojos encima de La Cabeza de Alfredo García, hubiera observado la revuelta con la ayuda de un microscopio o una lupa gorda y se le hubiera ocurrido llamarla La Guerra de las Dos Horas, no dándose ninguna de estas circunstancias. La campaña militar se saldó con un absoluto fracaso, ya que, como hemos apuntado más arriba, el pueblo piojo es más bien tirando a pacífico; después de propinarse algunos empujones poco entusiastas, más que nada por motivos de protocolo, parietales y occipitales descubrieron que tenían mucho en común y se dedicaron cabezazos corteses e invitaciones a compartir sangre, y, como una cosa lleva a la otra, al poco rato piojos y piojas ya estaban todos copulando como locos. Una bacanal que, en caso de que la misma persona pequeña con lupa, etc, etc, hubiera seguido allí, se habría conocido como La Orgía de los Diez Minutos, porque los piojos no son precisamente conocidos por la larga duración de sus coyundas. Después del refocile comunitario, todos los piojos se sintieron bastante bien, menos el General Piojo MacArthur, que comprobó abatido cómo sus días de gloria como gran estratega militar pertenecían definitivamente al pasado, y, en su desesperación, intentó ahorcarse de un pelo; tentativa de suicidio que también resultó una debacle dado lo escaso de su peso corporal. El General Piojo MacArthur se quedó colgando del pelo veinticuatro horas, al final de las cuales murió de hambre, lo que en los estamentos militares del pueblo piojo se considera una muerte deshonrosa. Las consecuencias de La Orgía de los Diez Minutos no se hicieron esperar; las miles de crías resultantes acabaron por superpoblar La Cabeza de Alfredo García, y sus habitantes se debatieron entre una triste disyuntiva: o malvivir por culpa de la escasez de alimento y espacio, o emigrar a otros planetas. Los piojos comenzaron a rezar a sus deidades esperando una respuesta, y he aquí que su silenciosa letanía pareció surtir efecto. El renombrado astrónomo Galileo Piojei descubrió con alborozo que, o bien una serie de planetas con características similares al suyo se estaba acercando, o bien era La Cabeza de Alfredo García la que se aproximaba a los otros; no lo tenía muy claro. Los piojos no podía saberlo, pero lo cierto es que Alfredo García había asistido a un festival de rock atestado de frondosos planetas, algunos de ellos milagrosamente deshabitados. Los habitantes de La Cabeza de Alfredo García comenzaron así un rápido éxodo, descubriendo de paso que podían saltar bastante lejos cuando la necesidad apremiaba. Algunos de ellos incluso alcanzaron a atisbar durante el salto a uno de sus dioses vociferando sus incomprensibles mensajes. Dios que, curiosamente, tenía el aspecto de Mick Jagger.


¿Sabía usted que…? El celebrado cineasta norteamericano Sean Kepinckepah tuvo acceso al manuscrito original de este relato a principios de los años 70, cuando llegó a Moscú un día a las cuatro de la mañana buscando localizaciones para su siguiente película y una licorería abierta. El director quedó impresionado por las posibilidades cinematográficas de la historia, y se la ofreció a todos los estudios de Hollywood. Solo la Warner Bros se mostró interesada en un principio, pero dio marcha atrás en cuanto Warren Beatty, el actor elegido para dar vida al General Piojo MacArthur, se apeó del proyecto, alegando que el disfraz de piojo le había provocado un sarpullido. Durante un tiempo se rumoreó incluso que Kepinckepah llegó a entablar conversaciones con Disney con el objetivo de convertir el guión en una película de animación, rumor que fue rápidamente desmentido por un tendero de la ciudad de Orlando, que fue testigo de cómo el director, en evidente estado de embriaguez, se pasó una hora explicándole el proyecto a una coliflor envasada al vacío a la que había confundido con el cerebro congelado de Walt Disney. La falta de interés de los grandes estudios supuso un revés para Kepinckepah, que durante un año estuvo intentando sacar adelante la adaptación de Qúedate tú con La Cabeza de Alfredo García, en parte para paliar el mal sabor de boca producido por el varapalo crítico obtenido por su anterior película, Pat Garrett y Karate Kid (1973), cuya polémica sobre si fue o no una decisión acertada asignar a Bob Dylan el papel de maestro de kung fu perdura hasta nuestros días.

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