Si, era siempre así
El Apocalipsis según se mire. Apéndice al Capítulo 20.
El 25 de agosto de 1900, justo después de morir, el
filósofo alemán Friedrich Wilhelm Nietzsche pensó que quizá habría sido más
prudente no dejar por escrito su popular frase “Dios ha muerto”.
Aunque la mayoría de sus compañeros de oficio tiene
la delicadeza de no referir jamás el tema en las tertulias plenas de elevados
pensamientos y aún más elevadas cantidades de alcohol que organiza Epícuro cada
cierto tiempo, existe cierto grupo, con San Agustín a la cabeza, que rara vez
pierde la ocasión de ridiculizar a Nietzsche incluso en público; comportamiento
reprobado en más de una ocasión por el mismísimo Creador:
—Muchachos, muchachos, no os metáis con el pobre
Friedrich. Todo el mundo se equivoca alguna vez.
Esta actitud condescendiente hace a Nietzsche
apretar los dientes de furia, y, cada vez que ve acercarse a Dios, procura
cambiar de acera para no tener que soportar su actitud altiva y su mirada de
triunfo. Alguna vez, mientras está
sentado distraído en uno los bancos de los inmensos parques del Cielo, el Alfa
y el Omega se acerca a él por la espalda, pillándolo desprevenido.
—Magnífico
día, ¿eh, Friedrich?
—Que me
olvides —responde Nietzsche invariablemente.
El
Señor se aleja riendo entre dientes, y Friedrich sigue dando de comer a los
patos hasta que su mandíbula se afloja y su rostro abandona el tono purpúreo.
Ya nunca se pregunta por
qué Dios no lo envió al Infierno; está convencido de que salvó su alma solo por
joder. Aunque el Creador de Todas las Cosas nunca lo ha reconocido ante nadie,
y jamás lo hará.
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