A tomar por culo: Descripción gráfica
El Apocalipsis según se mire. Capítulo 19.
Uriel
y yo tardamos un rato considerable en completar un delicado proceso de
recolección en el vertedero adjunto al barrio, una vez descubierto el talón de
Aquiles del enemigo. Nuestro bando carecía de potencia de fuego, así que pensé
que la única manera de hacer frente a nuestros adversarios pasaba por encontrar
un arma secreta extremadamente dañina para la moral. Afortunadamente, encontramos
un tipo de munición que se ajustaba a las escasas medidas de protección y
manipulación de armas biológicas potencialmente peligrosas que mi acompañante y
yo habíamos adoptado, que consistían básicamente en guantes de látex, dos
bolsas de basura de tamaño industrial, un palo con pincho en la punta y
aguantar la respiración el máximo tiempo posible. La idea de un ataque no letal
aunque severamente repugnante llenó de
regocijo a Uriel, que se sentía naturalmente inclinado hacia el concepto Paz
entre Todas las Criaturas de Dios y, en cualquier caso, pensaba que la
frustración extrema era preferible a la aniquilación total. Supongo que ese fue
el motivo por el que el Señor prefirió no inmiscuir al arcángel en la revuelta
que provocó la expulsión del Cielo de Lucifer y sus huestes, prolongando su
traslado a la Tierra como supervisor delegado de su rebaño. Una vez me confesó
que ni siquiera había llegado a conocer en persona a Lucifer.
—Podríamos
decir que soy de una promoción anterior, señor —me dijo—. En el tiempo de la
revuelta yo estaba destinado en la Tierra, observando cómo se olían el trasero
los antepasados de todo el mundo.
Mientras
tanto, en territorio enemigo, Plutón pasaba revista a sus impecablemente
maqueadas tropas.
—¡Muy
bien, señoritos! ¡Ya estáis limpitos, con la cara lavada y recién peinados! —Frenó
sus enérgicos pasos—. ¿Sargento?
—¿Señor,
sí, señor?
—¿A
qué demonios huele, Sargento?
—Es,
ah, crema hidratante con, eh, extracto de algas, señor.
—¿Crema...
hidratante, Sargento? ¿A dónde cree que se dirige? ¡¿A un almuerzo de negocios
en Puerto Banús?!
—Sí,
bueno, señor, lo cierto es que... el polvo de este lugar reseca la piel cosa
mala, señor.
—¡Ajá!
¡Así que a las señoritas no les agrada el campo de batalla!
—La
verdad es que los muchachos y yo encontramos intolerable la escasez de asfalto
en la... morfología de la zona, señor.
—Por
no hablar de lo de defecar en un agujero en el suelo, señor. Abominable —apuntó
otro soldado.
—Ya
veo. A lo mejor solo es una conjetura infundada, pero por sus palabras me
atrevería a aventurar que a lo mejor mis soldados preferirían estar sentados
cómodamente en sus despachos esnifando cocaína y reservando la pista de pádel,
¿no es cierto? —conjeturó Plutón.
—Para
ser sinceros, señor...
—¡Señor!
¡Oh, capitán mi capitán! —interrumpió el soldado con reparos hacia las letrinas—.
¡Allá arriba, en el cielo!
—¿Son
dos pájaros? —se preguntó el Sargento.
—¿Son
dos aviones? —se preguntó el soldado demasiado remilgado para evacuar en el
suelo.
—No,
son... ¡¡¡Joder!!! —dijo Plutón al recibir el impacto del arma secreta.
—Ni
yo mismo lo hubiera expresado con más signos de exclamación, señor —apuntó el
Sargento.
—¿Nos
han lanzado...? ¿Es lo que imagino, Sargento?
—A
todas luces parece que nos han atacado con... preservativos usados, señor. Y si
me permite la observación, tiene uno colgando en la oreja. De...derramando su
grumoso contenido sobre su hombro, señor.
—¡Joder,
coño, joder! ¡Esto es una ignominia! —bramó Plutón sin poder reprimir un
violento escalofrío de repelús.
—Ya
le digo, canijo —puntualizó con perspicacia el Sargento.
—¡Sargento,
reúna a las tropas! ¡Vamos a barrer a esa escoria de una vez por todas!
—¿Está
de coña, señor?
—¡¿Cómo?!
—¡Joder,
mírenos! ¿Cómo pretende que vayamos así a la guerra? ¡Parecemos recién salidos
de un bukkake! —objetó el Sargento.
—¿Me
van a dejar tirado ahora, malditas ratas?
—Oiga,
oiga, amigo. Esta batalla no es la nuestra. ¡Ni siquiera somos soldados! Somos
ejecutivos. ¡Burócratas!
—¡Está
bien! ¡Vuélvanse a su puta oficina! ¡Y mañana quiero verlos a todos a las nueve
en la sala de juntas! ¡No me hace falta su ayuda! ¿Me oyen? —Plutón apretó los
dientes—. Puedo ventilármelas solo.
Uriel
y yo volamos de vuelta a nuestro territorio. Banquero, Constructor y el resto
de la bazofia de clase alta nos miraban expectantes.
—¡Hop!
—dije al aterrizar.
—¿Y
bien? —me dijo desdeñosamente Marcia Hellstrom— ¿Habéis llevado a término
vuestra pequeña y ridícula aventura de hermandad universitaria?
—Cariño,
me temo que nuestra pequeña y ridícula aventura ha dejado al enemigo seriamente
contrariado —repuse con cierto orgullo.
—¿Cree
que una lluvia de, um, profilácticos usados es suficiente para detener a
Plutón, señor? —preguntó Uriel.
—Suficiente
para detenerlo no sé, pero seguro que va a estar dando arcadas hasta el Día del
Juicio.
—¡Señor!
—gritó Banquero desde la barricada— ¡Se acerca un todoterreno!
—¿Un
todoterreno? —repetí—. ¿Pilotado?
—No
sé, señor, supongo que... eh, ¿de qué otra manera puede acercarse un todoterreno?
—¿De
verdad creías que uno de los demonios más peligrosos del Infierno iba a darse
por vencido tan fácilmente? —dijo Marcia— Lo único que has conseguido es
cabrearlo aún más.
—Bueno,
bueno, no adelantemos acontecimientos —tranquilicé a la peña—. A lo mejor viene
en son de paz.
—¡¡¡Tú,
cabrón!!! —bramó Plutón pegando un frenazo.
—¿Qué
os decía yo? —Rebusqué algún objeto contundente entre los escombros.
—¿Dónde
te escondes, cobarde? —preguntó Plutón desde lo alto de la barricada.
—¡Ese
Plutón! ¿Qué te cuentas, mamonazo?
Plutón
bajó a tierra firme de un gracioso salto y me apuntó con su...
eh, florete.
—¡En garde!
—¡Eh!
¡Eh! ¡Buen rollito! —espeté.
—Le recomiendo
que seleccione un arma, muy señor mío.
—Ya
lo he hecho. —Saqué súbitamente las manos de la espalda y ataqué a Plutón con
mi nueva arma secreta. Su florete salió volando.
—¿Me
has desarmado... ¡¡con una silla de playa!!?
—Es
lo primero que he encontrado por ahí.
—¡Pues
como arma no es muy elegante, que digamos!
—Vaya,
perdóname —dije—. De haber sabido que íbamos a batirnos en duelo, le habría
sacado brillo a mi sable.
—¡Eres
el hijo de perra más miserable que me he echado a la cara! —me piropeó Plutón—.
¡Te voy a sacar el corazón por el recto!
—¿Sí,
tú? —Me envalentoné— ¡No tienes cojonerrrrrrrgggg...! —Sus manos en mi gaznate
interrumpieron mi ingeniosa exposición.
—¡Plutón!
¡Suéltale el pescuezo! ¡Plutón, que te la ganas! —dijo Marcia.
Cuando
me tenía al borde de la asfixia, Plutón consideró oportuno perdonarme
momentáneamente la vida.
—Señorita
Hellstrom, lamento que tenga que ser testigo de esta deleznable demostración de
violencia —dijo Plutón atusándose el cabello—. ¿Sabe que está hoy especialmente
atractiva?
—No
me dores la píldora, Plutón. Tengo que llevar a este hombre al Pandemónium
intacto.
—Señorita
Hellstrom, no puedo entender qué interés tiene para el Comité el enviado del
Creador. —Plutón arqueó una ceja.
—No
es asunto tuyo —dijo tajante Marcia.
—Pero
podría serlo, ¿verdad? Podría serlo si usted me dejara. —Y agarró a Marcia
de la cintura.
—No
me pongas la mano encima. —Marcia se zafó rápidamente.
—¿Debo
suponer que... rechaza mis ofrecimientos, señorita Hellstrom?
—¿Por
quién me has tomado, carcamal despreciable?
¡CRAAAASSSSHHH!
Plutón
se colocó a cuatro patas después de recibir un certero golpe de litrona en todo
el torrado.
—¡Joder!
¡Me has atacado con una botella por la espalda! ¡Es lo más
deshonroso que he visto hacer nunca en un campo de batalla!
—El
camino del samurái no pasa por mi barrio, colega. —En ese momento me sonó
chulesco y un tanto críptico.
—Joder,
es... es la pelea más cutre que he visto en mi vida —observó Marcia.
—¡Esto
lo colma! —gritó Plutón, que se levantó de un salto y fue a recoger su florete.
—¡Banquero,
mi arma! —solicité.
—Aquí
tiene, señor —dijo el Banquero.
—¡¡¿Un
ladrillo?!!
—¡En garde! —dijo Plutón.
El
ladrillo erró su objetivo. Culpa mía, supongo; me encontraba demasiado ansioso
por oír el crujido del cráneo de mi oponente como para comprobar la dirección
del viento y calibrar correctamente el ángulo de tiro, fallo que Plutón aprovechó
para ensartarme con su florete.
—¡¡¡Señor!!!
—gritó Uriel.
Cuando
el muy cabrón sacó el florete de mi pecho, caí desplomado. Uriel corrió hacia
mí.
—¡¡¡Plutón!!!
—Los ojos de Marcia eran todo llamas.
—Pero,
señorita Hellstrom, ¿en serio creía que iba a dejar pasar esta afrenta como si
nada? —dijo Plutón mientras limpiaba con un pañuelo la sangre de su florete—.
Por fin uno de los contendientes yace en el suelo. Creo que va siendo hora de reclamar
mi... merecido premio. —Y acarició la mejilla de mi diablesa.
A
lo que Marcia respondió arrancándole los ojos con las manos desnudas.
—¡¡¡Auuuuuuuuhhhh!!!
¡¡¡Joder, joder!!! ¡¡¡Perra!!! ¡¡¡No me extraña que te estés pudriendo en el
centro del Infierno!!!
—¡Uriel!
¿Está...? —dijo Marcia arrodillándose a mi lado.
—M...muy
débil, señorita.
—S-siento
joderte la misión, princesa —logré articular.
—No
digas tonterías y levántate.
—Dentro
de un momentito, mujer, que se me ha dormido un pie —dije casi sin resuello.
—¿Te
encuentras mejor o te estás muriendo?
—Eh,
tienes... los ojos... —Y la palmé.
—No.
No, por favor.
—N-no
llore, señorita Hellstrom —dijo Uriel—. Conociéndolo como lo conozco, sé que
encontrará alguna manera de salir de esta.
Esto
último me lo contó más tarde Uriel, naturalmente, porque yo me encontraba en el
despacho de Dios. El Creador del Universo me miró con severidad
y, haciendo uso de su bien modulada voz, me dijo:
—Anda, hijo, que te has lucido.
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