viernes, 17 de abril de 2020

Operación A Tomar Por Culo (Fase 2)

A tomar por culo: Descripción gráfica

El Apocalipsis según se mire. Capítulo 19.

Uriel y yo tardamos un rato considerable en completar un delicado proceso de recolección en el vertedero adjunto al barrio, una vez descubierto el talón de Aquiles del enemigo. Nuestro bando carecía de potencia de fuego, así que pensé que la única manera de hacer frente a nuestros adversarios pasaba por encontrar un arma secreta extremadamente dañina para la moral. Afortunadamente, encontramos un tipo de munición que se ajustaba a las escasas medidas de protección y manipulación de armas biológicas potencialmente peligrosas que mi acompañante y yo habíamos adoptado, que consistían básicamente en guantes de látex, dos bolsas de basura de tamaño industrial, un palo con pincho en la punta y aguantar la respiración el máximo tiempo posible. La idea de un ataque no letal aunque severamente repugnante  llenó de regocijo a Uriel, que se sentía naturalmente inclinado hacia el concepto Paz entre Todas las Criaturas de Dios y, en cualquier caso, pensaba que la frustración extrema era preferible a la aniquilación total. Supongo que ese fue el motivo por el que el Señor prefirió no inmiscuir al arcángel en la revuelta que provocó la expulsión del Cielo de Lucifer y sus huestes, prolongando su traslado a la Tierra como supervisor delegado de su rebaño. Una vez me confesó que ni siquiera había llegado a conocer en persona a Lucifer.
—Podríamos decir que soy de una promoción anterior, señor —me dijo—. En el tiempo de la revuelta yo estaba destinado en la Tierra, observando cómo se olían el trasero los antepasados de todo el mundo.

Mientras tanto, en territorio enemigo, Plutón pasaba revista a sus impecablemente maqueadas tropas.
—¡Muy bien, señoritos! ¡Ya estáis limpitos, con la cara lavada y recién peinados! —Frenó sus enérgicos pasos—. ¿Sargento?
—¿Señor, sí, señor?
—¿A qué demonios huele, Sargento?
—Es, ah, crema hidratante con, eh, extracto de algas, señor.
—¿Crema... hidratante, Sargento? ¿A dónde cree que se dirige? ¡¿A un almuerzo de negocios en Puerto Banús?!
—Sí, bueno, señor, lo cierto es que... el polvo de este lugar reseca la piel cosa mala, señor.
—¡Ajá! ¡Así que a las señoritas no les agrada el campo de batalla!
—La verdad es que los muchachos y yo encontramos intolerable la escasez de asfalto en la... morfología de la zona, señor.
—Por no hablar de lo de defecar en un agujero en el suelo, señor. Abominable —apuntó otro soldado.
—Ya veo. A lo mejor solo es una conjetura infundada, pero por sus palabras me atrevería a aventurar que a lo mejor mis soldados preferirían estar sentados cómodamente en sus despachos esnifando cocaína y reservando la pista de pádel, ¿no es cierto? —conjeturó Plutón.
—Para ser sinceros, señor...
—¡Señor! ¡Oh, capitán mi capitán! —interrumpió el soldado con reparos hacia las letrinas—. ¡Allá arriba, en el cielo!
—¿Son dos pájaros? —se preguntó el Sargento.
—¿Son dos aviones? —se preguntó el soldado demasiado remilgado para evacuar en el suelo.
—No, son... ¡¡¡Joder!!! —dijo Plutón al recibir el impacto del arma secreta.
—Ni yo mismo lo hubiera expresado con más signos de exclamación, señor —apuntó el Sargento.
—¿Nos han lanzado...? ¿Es lo que imagino, Sargento?
—A todas luces parece que nos han atacado con... preservativos usados, señor. Y si me permite la observación, tiene uno colgando en la oreja. De...derramando su grumoso contenido sobre su hombro, señor.
—¡Joder, coño, joder! ¡Esto es una ignominia! —bramó Plutón sin poder reprimir un violento escalofrío de repelús.
—Ya le digo, canijo —puntualizó con perspicacia el Sargento.
—¡Sargento, reúna a las tropas! ¡Vamos a barrer a esa escoria de una vez por todas!
—¿Está de coña, señor?
—¡¿Cómo?!
—¡Joder, mírenos! ¿Cómo pretende que vayamos así a la guerra? ¡Parecemos recién salidos de un bukkake! —objetó el Sargento.
—¿Me van a dejar tirado ahora, malditas ratas?
—Oiga, oiga, amigo. Esta batalla no es la nuestra. ¡Ni siquiera somos soldados! Somos ejecutivos. ¡Burócratas!
—¡Está bien! ¡Vuélvanse a su puta oficina! ¡Y mañana quiero verlos a todos a las nueve en la sala de juntas! ¡No me hace falta su ayuda! ¿Me oyen? —Plutón apretó los dientes—. Puedo ventilármelas solo.

Uriel y yo volamos de vuelta a nuestro territorio. Banquero, Constructor y el resto de la bazofia de clase alta nos miraban expectantes.
—¡Hop! —dije al aterrizar.
—¿Y bien? —me dijo desdeñosamente Marcia Hellstrom— ¿Habéis llevado a término vuestra pequeña y ridícula aventura de hermandad universitaria?
—Cariño, me temo que nuestra pequeña y ridícula aventura ha dejado al enemigo seriamente contrariado —repuse con cierto orgullo.
—¿Cree que una lluvia de, um, profilácticos usados es suficiente para detener a Plutón, señor? —preguntó Uriel.
—Suficiente para detenerlo no sé, pero seguro que va a estar dando arcadas hasta el Día del Juicio.
—¡Señor! —gritó Banquero desde la barricada— ¡Se acerca un todoterreno!
—¿Un todoterreno? —repetí—. ¿Pilotado?
—No sé, señor, supongo que... eh, ¿de qué otra manera puede acercarse un todoterreno?
—¿De verdad creías que uno de los demonios más peligrosos del Infierno iba a darse por vencido tan fácilmente? —dijo Marcia— Lo único que has conseguido es cabrearlo aún más.
—Bueno, bueno, no adelantemos acontecimientos —tranquilicé a la peña—. A lo mejor viene en son de paz.
—¡¡¡Tú, cabrón!!! —bramó Plutón pegando un frenazo.
—¿Qué os decía yo? —Rebusqué algún objeto contundente entre los escombros.
—¿Dónde te escondes, cobarde? —preguntó Plutón desde lo alto de la barricada.
—¡Ese Plutón! ¿Qué te cuentas, mamonazo?
Plutón bajó a tierra firme de un gracioso salto y me apuntó con su... eh, florete.
—¡En garde!
—¡Eh! ¡Eh! ¡Buen rollito! —espeté.
—Le recomiendo que seleccione un arma, muy señor mío.
—Ya lo he hecho. —Saqué súbitamente las manos de la espalda y ataqué a Plutón con mi nueva arma secreta. Su florete salió volando.
—¿Me has desarmado... ¡¡con una silla de playa!!?
—Es lo primero que he encontrado por ahí.
—¡Pues como arma no es muy elegante, que digamos!
—Vaya, perdóname —dije—. De haber sabido que íbamos a batirnos en duelo, le habría sacado brillo a mi sable.
—¡Eres el hijo de perra más miserable que me he echado a la cara! —me piropeó Plutón—. ¡Te voy a sacar el corazón por el recto!
—¿Sí, tú? —Me envalentoné— ¡No tienes cojonerrrrrrrgggg...! —Sus manos en mi gaznate interrumpieron mi ingeniosa exposición.
—¡Plutón! ¡Suéltale el pescuezo! ¡Plutón, que te la ganas! —dijo Marcia.
Cuando me tenía al borde de la asfixia, Plutón consideró oportuno perdonarme momentáneamente la vida.
—Señorita Hellstrom, lamento que tenga que ser testigo de esta deleznable demostración de violencia —dijo Plutón atusándose el cabello—. ¿Sabe que está hoy especialmente atractiva?
—No me dores la píldora, Plutón. Tengo que llevar a este hombre al Pandemónium intacto.
—Señorita Hellstrom, no puedo entender qué interés tiene para el Comité el enviado del Creador. —Plutón arqueó una ceja.
—No es asunto tuyo —dijo tajante Marcia.
—Pero podría serlo, ¿verdad? Podría serlo si usted me dejara. —Y agarró a Marcia de la cintura.
—No me pongas la mano encima. —Marcia se zafó rápidamente.
—¿Debo suponer que... rechaza mis ofrecimientos, señorita Hellstrom?
—¿Por quién me has tomado, carcamal despreciable?
¡CRAAAASSSSHHH!
Plutón se colocó a cuatro patas después de recibir un certero golpe de litrona en todo el torrado.
—¡Joder! ¡Me has atacado con una botella por la espalda! ¡Es lo más deshonroso que he visto hacer nunca en un campo de batalla!
—El camino del samurái no pasa por mi barrio, colega. —En ese momento me sonó chulesco y un tanto críptico.
—Joder, es... es la pelea más cutre que he visto en mi vida —observó Marcia.
—¡Esto lo colma! —gritó Plutón, que se levantó de un salto y fue a recoger su florete.
—¡Banquero, mi arma! —solicité.
—Aquí tiene, señor —dijo el Banquero.
—¡¡¿Un ladrillo?!!
—¡En garde! —dijo Plutón.
El ladrillo erró su objetivo. Culpa mía, supongo; me encontraba demasiado ansioso por oír el crujido del cráneo de mi oponente como para comprobar la dirección del viento y calibrar correctamente el ángulo de tiro, fallo que Plutón aprovechó para ensartarme con su florete.
—¡¡¡Señor!!! —gritó Uriel.
Cuando el muy cabrón sacó el florete de mi pecho, caí desplomado. Uriel corrió hacia mí.
—¡¡¡Plutón!!! —Los ojos de Marcia eran todo llamas.
—Pero, señorita Hellstrom, ¿en serio creía que iba a dejar pasar esta afrenta como si nada? —dijo Plutón mientras limpiaba con un pañuelo la sangre de su florete—. Por fin uno de los contendientes yace en el suelo. Creo que va siendo hora de reclamar mi... merecido premio. —Y acarició la mejilla de mi diablesa.
A lo que Marcia respondió arrancándole los ojos con las manos desnudas.
—¡¡¡Auuuuuuuuhhhh!!! ¡¡¡Joder, joder!!! ¡¡¡Perra!!! ¡¡¡No me extraña que te estés pudriendo en el centro del Infierno!!!
—¡Uriel! ¿Está...? —dijo Marcia arrodillándose a mi lado.
—M...muy débil, señorita.
—S-siento joderte la misión, princesa —logré articular.
—No digas tonterías y levántate.
—Dentro de un momentito, mujer, que se me ha dormido un pie —dije casi sin resuello.
—¿Te encuentras mejor o te estás muriendo?
—Eh, tienes... los ojos... —Y la palmé.
—No. No, por favor.
—N-no llore, señorita Hellstrom —dijo Uriel—. Conociéndolo como lo conozco, sé que encontrará alguna manera de salir de esta.
Esto último me lo contó más tarde Uriel, naturalmente, porque yo me encontraba en el despacho de Dios. El Creador del Universo me miró con severidad y, haciendo uso de su bien modulada voz, me dijo:
           —Anda, hijo, que te has lucido.

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