Traducción: ¡Mentecato! ¡Burricalvo! ¡Grillo cebollero!
El Apocalipsis según se mire. Capítulo 20.
Pues
nada, ahí estaba mi menda, de nuevo cara a cara con el mismísimo Dios, que me
miraba como si me hubiera sorprendido dibujando gafas y bigotes en La Última
Cena de da Vinci.
—¡¡¿En
qué estabas pensando?!! ¡¡Eres el nuevo Mesías!! ¡¿Qué esperabas encontrar en
el Infierno, aparte de la condenación eterna?! ¡¡¿Y qué se supone que estás
haciendo ahora?!!
—Disculpa,
oh, Magnánimo, no quiero parecer irrespetuoso, pero es que mi
pica un... ¡¡Un momento!! ¡¡He recuperado mis genitales!! —Miré hacia el
techo— ¡Gracias, Señor!
—¡Que
estoy aquí! —bramó Dios mientras yo me desabrochaba la bragueta.
—¡Mis
largamente añorados cojones! ¡Porque sé empíricamente que no alcanzo, que si no
me los comía a besos!
—¡Vuelve
a meterte la chorra dentro de los pantalones y atiéndeme!
—Lo
siento, Señor, no he podido contenerme. ¿Puedo dejarla fuera un ratito?
—¡No,
no puedes! ¡¿Cómo pretendes dejar tu miembro viril al aire en presencia del
Creador del Universo?!
—Hombre,
como ya hay confianza y eso...
—¡Que
te guardes el pajarito he dicho!
—No
te preocupes, amiguito. En cuanto se dé la vuelta el señor malo te saco otra
vez.
—¡No
le dirijas la palabra a tu verga! ¡Y lávate las manos! ¡Arf! —Dios se desplomó
sobre su silla.
—¿Te
encuentras bien, oh, Alfa y Omega y demás letras griegas que van en medio?
—¡Arf!
Creo que me está dando un infarto.
—¡¿Qué?!
¿Tal cosa es posible?
—No
sé, es la primera vez. No, miento; me dio un amago de angina de pecho cuando
lo de Sodoma y Gomorra. ¡Arg! —dijo antes de caer al suelo.
Afortunadamente,
sé cómo reaccionar adecuadamente en estos casos. Así que lo primero que se me
pasó por la cabeza fue agarrar la puerta y salir corriendo como alma que
lleva el diablo. Pero después comprendí que no podía dejar al viejo ahí tirado.
—¡Señor!
¡Oh, Señor, perdona a este necio pecador! —Y empecé con la reanimación cardiopulmonar—.
Despiertadespiertadespierta... ¡Ay, joder! ¿Y ahora qué hago? ¡He matado a Dios
de un disgusto! Si Nietzsche levantara la cabeza, seguro que se pagaría una
ronda... Mierda, voy a tener que hacerle el boca a boca... con lo que le gustan
a este hombre los arenques... A ver cómo era... le echo la cabeza
hacia atrás... A mi tía la monja le va a dar un telele cuando se entere de
esto...
—Detente
—dijo Dios.
—¡Pero,
coño! Uf, Señor, menos mal que te has espabilado a tiempo. Ahora comprendo
el alivio que debió sentir Abraham cuando detuviste su mano justo antes de sacrificar a su hijo.
—Anda,
anda, no exageres.
—¿Estás
bien?
—Perfectamente.
No veas qué cara se te ha quedado. —Y volvió a su silla.
—¿Y
qué esperabas? ¡Te habías quedado tieso!
—Te
estaba poniendo a prueba, hijo —admitió el Creador.
—¡¿Qué?!
¡¿Me estás diciendo que todo era una puta broma?!
—No.
Me he provocado un infarto de verdad. Es un truco sencillo comparado con lo de hacer
aparecer un universo de la nada.
—¡Pues
permíteme decirte que como prueba me ha parecido bastante cutre!
¿Eso es lo que hacías en los tiempos del Antiguo Testamento? ¿"Construye
un arca, Noé, que va empezar a chispear, y agárrame que me va a dar un
jamacuco"?
—Anda,
siéntate. Me parece que a los dos nos hace falta tranquilizarnos un poco. —Y
sacó de un cajón de su mesa dos vasos y una botella de whiskey de esas
cuadradas sin etiqueta.
—¿Te
vas a explicar? —pregunté sentándome frente al Creador.
—Hijo
mío, eres un poco cabrón —dijo Dios cargándome el vaso—, pero es probable que
todavía haya esperanza para ti. Te he puesto en medio de una situación extrema
y has obrado tolerablemente...
—Sí,
bueno, creía que el Hacedor de Todas las Cosas la iba a espichar. Menudo
numerito. A ver con qué cara se lo iba a contar yo al resto
de la especie humana.
—Aunque
has tardado un poco en reaccionar... —señaló insidiosamente el Altísimo.
—Bueno,
a lo mejor, como ya no soy un ángel sino un muerto normal y corriente, me he...
ah, dejado llevar por mis malos instintos y tal... pero, bueno, al final, eh...
creo que te he tomado cierto afecto, y eso.
—No...
me gusta decir esto, pero es probable que toda esta aventurita tuya en el
Averno te esté sirviendo para dejar de lado tu irritante egoísmo y preocuparte
un poquito por los demás... y, por ende, ser mejor persona.
—¿Ah,
sí?
—Pero
no podemos pasar por alto que has arrastrado contigo a uno de mis arcángeles...
—Oh,
por Uriel no te preocupes. Se está haciendo todo un hombrecito.
—...y
que andas por ahí con unas compañías femeninas nada aconsejables.
—¿Quién,
Marcia? ¿Está buena, eh? —Carraspeé— Quiero decir, no es tan bruja como
parece... Un poco resistente a mis encantos, pero...
—Tú
no la conoces. No está en el Infierno por robar unas monedas del cepillo de la
iglesia.
—No
me importa su pasado. Yo la acepto tal y como es —declaré.
—Qué
conmovedor. Pero, ¿sabes?, una diablesa del Infierno no es el tipo de chica que
puedas presentar a tus padres.
—Supongo
que no, pero... bueno, no tienes nada que temer. Lo nuestro no va a ningún
lado. En realidad, ella no está en absoluto interesada en mí. Solo
quiere llevarme ante su jefe porque... bueno, no sé que tendrá que decirme el
viejo cornudo...
Dios
se pasó la mano por el rostro.
—Ay...
No puedo creer el lío en que te has metido.
—Señor,
yo solo... he hecho mi propia elección —me defendí—. Puedo admitir que, a lo
mejor, alguna vez las cosas se me han
ido un poco de las manos...
—Sí,
a lo mejor. Por lo pronto has conseguido que te maten. Qué inconveniente, qué...
incidencia más molesta, ¿verdad?
—Nada
que no se pueda arreglar... ¿No? —inquirí—. Quiero decir, para dos tipos como
nosotros, con poderes cósmicos y tal…
—¿Por
qué supones que voy a dejar a mi futuro Mesías volver al
Infierno para entrevistarse con el Adversario?
—¿Y
cómo pretendes que tu futuro Mesías predique tu Palabra si su cuerpo inerte
reposa en el Infierno?
—Podría
bajar yo mismo a recogerlo.
—¿Tú?
¡Si tú no puedes ver el Infierno ni en pintura! ¿Me equivoco? Además, me da la
impresión de que en el barrio no eres precisamente popular.
Seguro que te apedrean nada más asomar tus blancas barbas por allí.
Dios
frunció el ceño. Yo me atreví a esbozar una leve sonrisa de triunfo.
—Tienes
una oportunidad. Traes a Uriel sano y salvo y te libras de Marcia
Hellstrom.
—Trato
hecho —convine—. Y ahora, ¿qué? ¿Tienes por ahí algún manual del tipo
"Resucítese usted mismo"?
—No,
no. Tú solo hazlo igual que te enseñé a resucitar a otros.
—¿Y
he de esperar un tiempo prudencial o algo? —dije levantándome de la silla—.
Tengo entendido que tu Hijo tardó tres días en volver al mundo de los vivos.
—Sí,
bueno, no veas tú lo que me costó convencerlo de volver allí abajo.
—Muy
bien. Las palabras mágicas. ¡Levántate y anda! —Y nada pasó—. Eh, Señor,
creo que no funciona.
—En
principio, no debería haber problema para que volvieras a tu cuerpo. De todas
formas, déjame echar un vistazo con mi tercer ojo... —Lo miré boquiabierto— ¡Que
no es el que tú imaginas! Joder, hay que aclararlo todo aquí. A ver.
Dios
cerró sus dos ojos de diario e hizo aparecer un tercero en medio de la frente,
lo cual daba un poco de grima.
—Mmm...
ay —dijo el Señor.
—¿Cómo
que "ay"? ¡No me digas que ya me han incinerado! ¡Qué gente!
—No,
no, tú cuerpo está en perfectas condiciones. Bueno, en perfectas condiciones...
Como lo tenías antes de abandonarlo, quiero decir...
—¿Sí?
—Pero,
eh, siempre es difícil decir esto...
—¿Sí?
—Tu
cuerpo ha sido, ah, poseído por un demonio —dijo el Señor—. Que ya son ganas de
poseer, por otra parte.
—Bueno,
mientras no se esté introduciendo un crucifijo por el ojete ni nada parecido...
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