miércoles, 15 de abril de 2020

El despertar de los muertos (que estaban en su cama tan calentitos)

Mama, ¿hay caldito?

El Apocalipsis según se mire. Capítulo 17.

Amanece en el Infierno.
Y la paradoja resulta inquietante; la estrella que hace las veces de sol Aquí Abajo, y que ilumina con una luz permanentemente mortecina los agrestes parajes del Averno, manteniéndolo en un constante crepúsculo hasta que cae la noche, parece una broma pesada del Diablo. Como si permitiera a los condenados entrever la luz que les ha sido negada para el resto de la eternidad. Tumbado boca abajo sobre una esterilla en el suelo, miro a Marcia Hellstrom, que duerme plácidamente arropada por una de mis inmaculadas alas. No puedo evitar preguntarme si habrá un "nosotros" cuando termine esta demencial aventura. Está tan cerca, pero la siento tan lejos. Su boca entreabierta se muestra como una invitación. Me acerco a ella y beso apasionadamente sus carnosos labios carmesí.
Y, entonces, Marcia está a punto de arrancarme la nariz de un mordisco.
—¡Joder! ¡Joder! —Me incorporé, comprensiblemente sobresaltado.
—Eso te pasa por besar tan efusivamente a una zarigüeya. ¿Tan necesitado de cariño estás? —dijo Marcia, que se encontraba de pie, mirándome con curiosidad.
—¿Una zari...? ¡¡Joder!! —Solté al bicho, que se contorsionaba violentamente en mi mano derecha—. ¿Tanta retórica y tanta mierda y al final solo era un sueño? —me levanté de la esterilla.
—¿Y qué estabas soñando?
—A ti te lo voy a contar —repuse.
—¿Aparecía yo? —preguntó arqueando una ceja.
—No intentes sonsacarme. Yo estaba de rodillas, tú a cuatro patas; no vas conseguir que diga una palabra más.
Uriel se acercó portando una bandeja.
—Buenos días. Me he tomado la libertad de prepararles el desayuno —dijo el pequeño arcángel.
—¡Coño, churros! —exclamé—. ¿De dónde los has sacado?
—Los lugareños tienen una estupenda pastelería artesanal ahí en la esquina, aunque por fuera no parece gran cosa. Pruebe estos exquisitos bollitos de leche, pruebe —dijo Uriel—. Le he preparado un té, señorita Hellstrom.
—Gracias, Uriel. Nos vendrá bien tener algo en el estómago antes de... —Marcia me miró—. ¿Has pensado durante la noche cómo vamos a defendernos de Plutón y su ejército, por un casual?
—La verdad es que no. Estaba demasiado ocupado durmiendo —dije mojando un tejeringo en el café—. ¡Constructor!
Constructor se acercó corriendo.
—¡Señor, sí, señor!
—Um... ¿dónde está Banquero?
—Ahí, señor.
Banquero estaba durmiendo a pierna suelta encima de un peñasco lleno de salientes y aristas con la espalda curvada en forma de U invertida, después de habernos cedido amablemente las esterillas para que Marcia, Uriel y yo pudiéramos dormir cómodamente en el suelo.
—Despiértalo, ¿quieres? —le dije a Constructor.
—En seguida, señor.
¡CLANNNNGG!
—¡Jo...der! ¿Pero qué cojones...? —se quejó Banquero.
—Constructor, con tocarle el hombro era suficiente. No hacía falta que le cascaras un sartenazo en el torrado —observé.
—No se preocupe, señor. Él nunca me lo tiene en cuentaaaaaaaaaag...
—¡Banquero! —espeté—. ¡Suelta el gaznate de Constructor ahora mismo! Joder, ¿cómo vamos a enfrentarnos a un enemigo común si a cada instante os estáis zurrando el uno al otro?
—Lo sentimos, señor —se disculpó abochornado Banquero—. No podemos evitarlo. Está en nuestra naturaleza.
¡KRAKOOOOOOMMM!
Varias chabolas volaron por los aires a unos doscientos metros de donde nos encontrábamos.
—¡Pero, coño, ni desayunar tranquilo se puede aquí! —protesté antes de llevarme un churro a la boca—. Bien, analicemos nuestra situación. Constructor, ¿qué has estado haciendo mientras yo me rascaba las pelotas?
—Bueno, señor, me he pasado la noche levantando una barricada con basura y ramas y... y parece que el enemigo nos acaba de lanzar un misil, señor —contestó Constructor.
—Ya veo. Creo que ya va siendo hora de plantarle cara a ese bastardo engolado. ¿De qué armas disponemos?
—He encontrado esto, señor. Plutón debió dejarlo aquí durante unas de sus visitas —dijo Banquero.
—¡Coño, una metralleta! ¡Siempre he querido tener una de estas! —dije agarrando el arma.
—¿Has utilizado alguna vez una AK-47? —me preguntó Marcia.
—Bueno, no, pero...
—Entonces, trae. —Me quitó la metralleta—. Este bicho es demasiado complicado para ti.
—¿Me has tomado por un inútil? —protesté—. Banquero, dame un arma que yo pueda manejar.
—¿Qué le parece esto? —Y me soltó en la mano...
—¡¿Un ladrillo?!
—Tiene su técnica, no se crea —dijo Banquero.
—¡Sí, tú dile eso, que se ponga nervioso! —dijo Constructor.
—¡S-señor! —dijo Uriel, apostado en la barricada— ¡L-la Infantería Infernal está alineada!
Corrí hacia él. La Infantería Infernal parecía estar formada por decenas de impolutos tiburones de las finanzas armados hasta los dientes con fusiles, bazucas y lanzallamas.
—Vaya demonios más pencos. ¡Banquero! ¿Tenemos unos prismáticos?
—Bueno, señor, si le sirven mis gafas de ver de lejos...
—Vaya tela. Anda, trae p'acá. —Me calcé las gafas—. Um.
—¿Qué ocurre, señor? —preguntó Uriel.
—¿Y a mí qué me cuentas? No veo un cipote con estas gafas. ¡Banquero, Constructor!
—¡Señor, sí, señor! —exclamaron al unísono.
—Decidme, ¿Plutón no se dejaría aquí alguna vez olvidado un tanque, verdad?
—Me temo que no, señor —admitió apesadumbrado Constructor.
—Vaya por Dios. Marcia, querida, tú conoces desde hace tiempo a ese pretendiente tuyo, ¿no?
—¿Podrías dejar tus ridículos celos al margen de esto?
—Tienes razón. Lo siento, es que no me gusta que desnuden con la mirada a mi nena —dije—. ¿Hay que algo que podamos utilizar contra ese cerdo lujurioso de Plutón? Algún punto débil o...
—Para empezar, Plutón no es ningún cerdo lujurioso. Es un tipo serio, algo chapado a la antigua, con un alto concepto del honor. Es lo que podríamos denominar un caballero. Al contrario que tú, ya que estamos. —Marcia me miró desafiante.
—¿Sabes? Es la primera vez que estás cerca de mí y no me apetece arrancarte la ropa interior con los dientes. Si eso no es caballerosidad, no sé qué puede ser.
La fina línea que formaron sus labios y sus ojos entrecerrados me dieron a entender que Marcia se encontraba poco receptiva a mis halagos, pero más que dispuesta a una tentativa de asesinato.
—Escuchadme todos —dije con solemnidad—. Sé que es un momento difícil, pero debemos mantenernos unidos frente al enemigo si queremos salir a flote. Ellos son muchos, están armados y tiene muy mala hostia, sí, pero nosotros tenemos algo de lo que ellos carecen.
—¿Ah, sí? ¿El qué? —preguntó Banquero.
—Sabañones. Pero, pensándolo mejor, eso no nos va a servir de mucha ayuda. De hecho, puede que juegue en nuestra contra. Qué más da. ¡Señores, ya es hora de poner en marcha la fase uno de la Operación A Tomar por Culo!
¡CLANNNNNGG!
—¡Constructor! ¡¿Quieres soltar la sartén de una puta vez?! —vociferé.
—Mis disculpas.
—A ver, ¿por dónde iba?
—A Tomar por Culo —señaló Banquero acariciándose la calva.
—¡A tomar por culo tú, cabrón! —respondí.
—No, no; estaba diciendo algo de la Operación A Tomar por Culo.
—Ah, sí... Bueno, se me ha olvidado. Que le den por culo. ¡Síganme los buenos!
—¿A dónde vamos, señor? —preguntó Uriel.
—A la pastelería. Me parece que sé cómo bajarle los humos a ese soplapollas roba novias de Plutón.
—¿S-se encuentra bien?
            —No te preocupes por mí, viejo amigo. Es solo mal de amores —reconocí—. ¿Sabes, Uriel? El amor no correspondido es como el protagonista de una película de karate. Siempre das más de lo que recibes.

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