Mama, ¿hay caldito?
El Apocalipsis según se mire. Capítulo 17.
Amanece
en el Infierno.
Y
la paradoja resulta inquietante; la estrella que hace las veces de sol Aquí
Abajo, y que ilumina con una luz permanentemente mortecina los agrestes parajes
del Averno, manteniéndolo en un constante crepúsculo hasta que cae la noche,
parece una broma pesada del Diablo. Como si permitiera a los condenados
entrever la luz que les ha sido negada para el resto de la eternidad. Tumbado
boca abajo sobre una esterilla en el suelo, miro a Marcia Hellstrom, que duerme
plácidamente arropada por una de mis inmaculadas alas. No puedo evitar
preguntarme si habrá un "nosotros" cuando termine esta demencial
aventura. Está tan cerca, pero la siento tan lejos. Su boca entreabierta se
muestra como una invitación. Me acerco a ella y beso apasionadamente sus
carnosos labios carmesí.
Y,
entonces, Marcia está a punto de arrancarme la nariz de un mordisco.
—¡Joder!
¡Joder! —Me incorporé, comprensiblemente sobresaltado.
—Eso
te pasa por besar tan efusivamente a una zarigüeya. ¿Tan necesitado de cariño
estás? —dijo Marcia, que se encontraba de pie, mirándome con curiosidad.
—¿Una
zari...? ¡¡Joder!! —Solté al bicho, que se contorsionaba violentamente en mi
mano derecha—. ¿Tanta retórica y tanta mierda y al final solo
era un sueño? —me levanté de la esterilla.
—¿Y
qué estabas soñando?
—A
ti te lo voy a contar —repuse.
—¿Aparecía
yo? —preguntó arqueando una ceja.
—No
intentes sonsacarme. Yo estaba de rodillas, tú a cuatro patas; no vas conseguir
que diga una palabra más.
Uriel
se acercó portando una bandeja.
—Buenos
días. Me he tomado la libertad de prepararles el desayuno —dijo el pequeño
arcángel.
—¡Coño,
churros! —exclamé—. ¿De dónde los has sacado?
—Los
lugareños tienen una estupenda pastelería artesanal ahí en la esquina, aunque
por fuera no parece gran cosa. Pruebe estos exquisitos bollitos de
leche, pruebe —dijo Uriel—. Le he preparado un té, señorita Hellstrom.
—Gracias,
Uriel. Nos vendrá bien tener algo en el estómago antes de... —Marcia me miró—.
¿Has pensado durante la noche cómo vamos a defendernos de Plutón y su ejército,
por un casual?
—La
verdad es que no. Estaba demasiado ocupado durmiendo —dije mojando un tejeringo
en el café—. ¡Constructor!
Constructor
se acercó corriendo.
—¡Señor,
sí, señor!
—Um...
¿dónde está Banquero?
—Ahí,
señor.
Banquero
estaba durmiendo a pierna suelta encima de un peñasco lleno de salientes y
aristas con la espalda curvada en forma de U invertida, después de habernos
cedido amablemente las esterillas para que Marcia, Uriel y yo pudiéramos dormir
cómodamente en el suelo.
—Despiértalo,
¿quieres? —le dije a Constructor.
—En
seguida, señor.
¡CLANNNNGG!
—¡Jo...der!
¿Pero qué cojones...? —se quejó Banquero.
—Constructor,
con tocarle el hombro era suficiente. No hacía falta que le cascaras un
sartenazo en el torrado —observé.
—No
se preocupe, señor. Él nunca me lo tiene en cuentaaaaaaaaaag...
—¡Banquero!
—espeté—. ¡Suelta el gaznate de Constructor ahora mismo! Joder, ¿cómo vamos a
enfrentarnos a un enemigo común si a cada instante os estáis zurrando el uno al
otro?
—Lo
sentimos, señor —se disculpó abochornado Banquero—. No podemos evitarlo. Está
en nuestra naturaleza.
¡KRAKOOOOOOMMM!
Varias
chabolas volaron por los aires a unos doscientos metros de donde nos
encontrábamos.
—¡Pero,
coño, ni desayunar tranquilo se puede aquí! —protesté antes de llevarme un
churro a la boca—. Bien, analicemos nuestra situación. Constructor, ¿qué has
estado haciendo mientras yo me rascaba las pelotas?
—Bueno,
señor, me he pasado la noche levantando una barricada con basura y ramas y... y
parece que el enemigo nos acaba de lanzar un misil, señor —contestó Constructor.
—Ya
veo. Creo que ya va siendo hora de plantarle cara a ese bastardo
engolado. ¿De qué armas disponemos?
—He
encontrado esto, señor. Plutón debió dejarlo aquí durante unas de sus visitas —dijo
Banquero.
—¡Coño,
una metralleta! ¡Siempre he querido tener una de estas! —dije agarrando el
arma.
—¿Has
utilizado alguna vez una AK-47? —me preguntó Marcia.
—Bueno,
no, pero...
—Entonces,
trae. —Me quitó la metralleta—. Este bicho es demasiado complicado para ti.
—¿Me
has tomado por un inútil? —protesté—. Banquero, dame un arma que yo pueda
manejar.
—¿Qué
le parece esto? —Y me soltó en la mano...
—¡¿Un
ladrillo?!
—Tiene
su técnica, no se crea —dijo Banquero.
—¡Sí,
tú dile eso, que se ponga nervioso! —dijo Constructor.
—¡S-señor!
—dijo Uriel, apostado en la barricada— ¡L-la Infantería Infernal está alineada!
Corrí
hacia él. La Infantería Infernal parecía estar formada por decenas de impolutos
tiburones de las finanzas armados hasta los dientes con fusiles, bazucas y
lanzallamas.
—Vaya
demonios más pencos. ¡Banquero! ¿Tenemos unos prismáticos?
—Bueno,
señor, si le sirven mis gafas de ver de lejos...
—Vaya
tela. Anda, trae p'acá. —Me calcé las gafas—. Um.
—¿Qué
ocurre, señor? —preguntó Uriel.
—¿Y
a mí qué me cuentas? No veo un cipote con estas gafas. ¡Banquero, Constructor!
—¡Señor,
sí, señor! —exclamaron al unísono.
—Decidme,
¿Plutón no se dejaría aquí alguna vez olvidado un tanque, verdad?
—Me
temo que no, señor —admitió apesadumbrado Constructor.
—Vaya
por Dios. Marcia, querida, tú conoces desde hace tiempo a ese pretendiente
tuyo, ¿no?
—¿Podrías
dejar tus ridículos celos al margen de esto?
—Tienes
razón. Lo siento, es que no me gusta que desnuden con la mirada a mi nena —dije—.
¿Hay que algo que podamos utilizar contra ese cerdo lujurioso de Plutón? Algún
punto débil o...
—Para
empezar, Plutón no es ningún cerdo lujurioso. Es un tipo serio, algo chapado a
la antigua, con un alto concepto del honor. Es lo que podríamos denominar un
caballero. Al contrario que tú, ya que estamos. —Marcia me miró desafiante.
—¿Sabes?
Es la primera vez que estás cerca de mí y no me apetece arrancarte la ropa
interior con los dientes. Si eso no es caballerosidad, no sé qué puede ser.
La
fina línea que formaron sus labios y sus ojos entrecerrados me dieron a
entender que Marcia se encontraba poco receptiva a mis halagos, pero más que
dispuesta a una tentativa de asesinato.
—Escuchadme
todos —dije con solemnidad—. Sé que es un momento difícil, pero debemos
mantenernos unidos frente al enemigo si queremos salir a flote. Ellos son
muchos, están armados y tiene muy mala hostia, sí, pero nosotros tenemos algo
de lo que ellos carecen.
—¿Ah,
sí? ¿El qué? —preguntó Banquero.
—Sabañones.
Pero, pensándolo mejor, eso no nos va a servir de mucha ayuda. De hecho, puede
que juegue en nuestra contra. Qué más da. ¡Señores, ya es hora de poner en
marcha la fase uno de la Operación A Tomar por Culo!
¡CLANNNNNGG!
—¡Constructor!
¡¿Quieres soltar la sartén de una puta vez?! —vociferé.
—Mis
disculpas.
—A
ver, ¿por dónde iba?
—A
Tomar por Culo —señaló Banquero acariciándose la calva.
—¡A
tomar por culo tú, cabrón! —respondí.
—No,
no; estaba diciendo algo de la Operación A Tomar por Culo.
—Ah,
sí... Bueno, se me ha olvidado. Que le den por culo. ¡Síganme los buenos!
—¿A
dónde vamos, señor? —preguntó Uriel.
—A
la pastelería. Me parece que sé cómo bajarle los humos a ese soplapollas roba
novias de Plutón.
—¿S-se
encuentra bien?
—No te preocupes por mí, viejo amigo. Es solo
mal de amores —reconocí—. ¿Sabes, Uriel? El amor no correspondido es como el
protagonista de una película de karate. Siempre das más de lo que recibes.
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