Lumbreras
El Apocalipsis según se mire. Capítulo 25.
La
mañana del día en que Marcia Hellstrom y yo tuvimos que salir por la ventana de
aquel sórdido hostalucho fue un verdadero asco. Mi amada salió del baño
arreglada e incinerándome con la mirada. Cuando estaba a punto de explicarle
por quinta vez lo ocurrido, alguien aporreó la puerta.
—¡Abrid!
¡Sé que estáis ahí! —gritó el conserje con su escasamente aterciopelada voz.
—¡Señorita
Hellstrom, abra la puerta, que me gustaría discutir con usted y el ceporro de
su novio el desagradable percance que acabo de padecer! —dijo Flegias, el demonio
taxista.
—Ah,
¿así que te ha resultado desagradable? —dijo el conserje.
—¿El
qué? ¿Que me hayas petado el cacas mientras estaba atado y encerrado en un
maletero? ¿Me estás preguntando si eso me ha resultado desagradable?
—Creí
que te había parecido romántico y excitante. —El conserje parecía ofendido.
—Uy,
sí, me ha parecido de un romántico que te cagas. Como tú no te estabas clavando
la sombrilla de la playa en los riñones…
—Vale,
vale; perdona por hacerme ilusiones. —La voz del conserje se quebró.
—Oye,
ya hablaremos de nuestra relación en otro momento, ¿de acuerdo?
—Ah,
¿es que esto es una relación?
—Bueno,
me has sodomizado en un maletero…
—Y…
¿significa eso que estamos casados?
—Pues…
no estoy muy seguro, la verdad.
—¿De
qué están hablando? —me preguntó Marcia.
—Te
lo contaré luego. ¡Ya verás que risa!
—Oye,
no tengo ganas de liarme a hostias con nadie… bueno, excepto contigo, quizá…
así que, ¿por qué no salimos por la ventana? —propuso Marcia.
—¿De
un segundo piso? Vale —dije encogiéndome de hombros.
Nos
asomamos a la ventana.
—¿Estás
segura de esto?
—¿Por
qué? No está tan alto.
—Sí,
bueno. Además, ese contenedor lleno de escombros y botellas rotas amortiguará
nuestra caída, ¿no?
—Es
muy fácil de esquivar —afirmó—. Mira.
Y
mi infernal rubia dio un grácil salto y cayó al suelo con envidiable estilo. Ni
siquiera se rompió un tacón.
—¿Ves?
Ahora tú.
—Vaya,
qué sencillo. —Lo último que oí antes de saltar fue al conserje y a Flegias
discutiendo el color de los muebles de la cocina—. ¡Ale-hop!
Para
los no iniciados, diré que tirarse por la ventana es como sentarse encima de un
chicle: resulta más gracioso cuando lo hace otro. Mi aterrizaje fue tan malo
que me habría valido la descalificación inmediata en una Prueba de Salto Libre
en Escombrera.
—¡Joder,
joder! —El eterno lamento.
Salí
como pude del contenedor para caer de boca al suelo.
—¿Te
has roto algo? —preguntó mi amada.
—Creo
que no, cariño, gracias por pregun…
Y
mi amada me arreó una patada en las costillas.
—¿Y
ahora? —repuso.
—¡Cof!
—dije a modo de protesta—. Cabrona vengativa. ¡Cof! Si no fuera porque sé que
los espíritus no tenemos órganos internos, juraría que el bazo se me ha movido
de sitio.
—Levanta
y sube al taxi. Vamos a recuperar tu cuerpo, que tengo unas ganas de meterle
una paliza…
—Oye,
ya te he explicado…
—…que
ibas a traerme el desayuno a la cama, sí. —Y se dio la vuelta.
Me
arrastré hasta el coche con toda la dignidad que logré reunir.
—¿Alguna
idea de dónde se puede haber metido tu cuerpo? —preguntó la rubia una vez me
hube acomodado en el asiento del acompañante.
—Hombre,
si lo conozco como creo que lo conozco…
Después
de salir despedido a través de la cristalera de siete bares, tres puticlubs,
dos casinos y un garito donde se celebraban peleas de gallos, estuve a punto de
tirar la toalla.
—No,
aquí tampoco lo han visto —dije con la cara pegada al suelo después de que el
dueño del último bar me acompañara hasta la salida.
—¿Sabes?
Creo que tienes un serio problema de actitud —opinó Marcia.
—¿Quién,
yo? —protesté mientras me sacudía el polvo—. ¿Y qué me dices de los
parroquianos de ahí dentro? ¡Menudo hatajo de maleducados! No había terminado
de decir “Me vais a comer la polla todos”, cuando las mesas empezaron a volar
por los aires.
—Creo
que esto es una pérdida de tiempo. Tu cuerpo ha sido poseído por un demonio.
¿Por qué iba a hacer las mismas cosas que haces tú?
—Nena,
conozco a mi organismo desde, no sé, desde que íbamos juntos al colegio, por lo
menos. Casi se puede decir que somos íntimos. Conozco sus necesidades,
independientemente de que haya sido poseído por un demonio. Si algo sé seguro
es que tarde o temprano necesitará emborracharse.
Efectivamente,
mi cuerpo se encontraba a menos de setenta metros de allí, en un garito lleno
de humo denominado La Tasca de las Tinieblas.
—Bartolo,
otra mierda de cerveza de estas —dijo mi cuerpo poseído al camarero.
—Como
me vuelvas a llamar Bartolo te meto la botella por el culo —dijo Bartolo—. Además,
¿a ti desde cuándo coño te gusta la birra? Creía que tú eras más de heroína.
—Lo
he dejado. Fue poseer este cuerpo y tomarle asco al jaco. ¡Hics! Pero no le
diría que no a un poco de farlopa. Anda, Bartolo, ponte dos rayas ahí en la
barra.
—Que
sean tres —dije al cruzar el umbral de la tasca.
Finalmente,
mi cuerpo y mi alma se habían encontrado en un bar. Lo cual, en condiciones
normales, no suele ocurrir hasta que se me pasa la cogorza. Mi cuerpo me miraba
perplejo.
—¡Hostia!
—exclamó mi cuerpo cuando salió de de su perplejidad.
—¡Devuélveme
mi envoltura carnal, chusmón de los cojones!
—¿Qué?
¿Qué dices, tío? Yo no tengo tu envoltura carnal. La… la vendí para comprar
drogas. Eso.
—Escucha,
mamón; como no me devuelvas mi cuerpo ipso facto te voy a dar palos hasta en mi
carnet de identidad.
—Entonces
vas a dejar tu cuerpo hecho un Cristo. ¡Hics!
Parecía
que el muy cabrón no estaba tan borracho, después de todo.
—¡Hics!
¡Hics! Coño con el hipo. ¡Hics!
Bueno,
sí; estaba bastante cocido.
Tenía
que encontrar la manera de sacar al demonio de mi cuerpo sin causarle daños
importantes. ¿Cómo podía convencerlo de que saliera por su propio pie?
—No
tienes polla —afirmé.
—Para
lo que follo… —dijo.
Mi
plan había fracasado.
Y
entonces rescaté del sumidero de mi memoria algo que me enseñaron en aquel
Curso de Exorcismo para Desempleados al que asistí hace unos años.
—¡Di
tu nombre, demonio!
—¿Qué?
¿Pretendes esorci… esoxi…. exoris…? Joder, que parece que tengo un mantecado en
la boca. ¿Ezoriz… exorsi… exor… ¡Hics!?
—¿Exorcizarte?
—Eeeeso.
Gracias. ¿Eso es lo que pretendes?
—¿Exorcizarte
yo? —Me había pillado— No, que va. Solo quería conocerte un poco mejor.
—¡Iluso
mortal! ¡JAJAJAJAJAJAJA! —Su siniestra carcajada paró en seco—. Coño, qué dolor
de cabeza me ha entrado por reírme tan fuerte.
—No,
en serio, ¿cómo te llamas? —insistí—. ¿Vienes mucho por aquí?
—¿Esperas
engañar a un demonio del Infierno con tus triquiñuelas de primero de Excoric…
de Exzoci…? ¡¡Coño, qué agobio!! —exclamó pegando un zapatazo en el suelo.
—Exorcismo.
—Eso
mismo. ¡Ja! ¿Quieres que me presente? ¡Miserable mortal inconsciente de su
pequeñez! ¡Soy un siervo de Satanás! ¡Mi nombre no puede ser pronunciado por
labios humanos!
—No
me jodas. Y, ¿por qué?
—¿Quieres
saber mi nombre, sabandija? Te lo diré. Soy el demonio del averno conocido
como… —Pausa dramática en la que empieza a levitar y sus ojos se le ponen rojos
y echa humillo por las orejas y su voz retumba—. ¡¡GERARDO!!
—Coño,
como mi tío el del pueblo.
—¿Qué?
—dijo el demonio posando súbitamente los pies en el suelo.
—Tengo
un tío que se llama Gerardo.
Gerardo
el Demonio se encontraba perplejo.
—¿Tú
tío es un demonio?
—No.
Bueno, es un poco cabrón, pero no tiene nada de demoníaco. Se dedica a cultivar
rábanos, con eso te lo digo todo.
—¿He
dicho Gerardo? Eh… quería decir… —Pausa dramática, voz cavernosa y demás
mierdas— ¡¡MATILDE!!
—Matilde
es nombre de mujer —aclaré.
—¿Qué
dices? ¡Matilde es nombre de demonio!
—No.
Matilde es nombre de charcutera, o de prima de Valladolid.
—No,
no, espera; ya no me llamo Matilde. Mi verdadero nombre no puede ser
pronunciado por labios humanos, jaja —Se le notaba nervioso—. Mi verdadero
nombre es, eh —pausa y tal—, ¡¡MVQSDJFASGÑ!!
—¿Me
lo puedes repetir?
—¿Estás
sordo o qué te pasa? Me llamo Adsga…, Ygafqod…, Nasodfn… ¡¡Mierda!! —Intentó
recuperar la compostura después de otro zapatazo—. Vale, vale, está bien. Mi
verdadero nombre es —y carraspeó, tapándose la boca con la mano—. ¡Ja! Sí, ese
es el único nombre al que respondo. ¿Ves? Mi nombre es impronunciable para ti —se
volvió al camarero—. ¡Bartolo, otra birra!
—Oye,
—y carraspeé, tapándome la boca con la mano.
—Sí,
dime… ¡¡¡Mierda!!! —Otro zapatazo.
—Oye,
tío, esto es una gilipollez.
—No,
no lo es. Todos los que te he dicho hasta ahora no son más que seudónimos. Eso
es. Me los estaba inventando. Si escucharas mi nombre bueno bueno de verdad te
quedarías el resto de la eternidad en el Infierno en estado catatónico, para
que veas.
—Eh,
Celedonio, aquí tienes tu birra.
—¡¡Pero
coño, Bartolo!! —Zapatazo—. ¡¿Cómo se te ocurre largar mi nombre bueno bueno de
verdad delante de esta mierda de mortal?!
—Ajá;
así que te llamas ¡¡CELEDONIO!! —espeté.
El
demonio Celedonio me miró con desprecio.
—Te
crees muy cachondo, ¿no?
—¡Devuélveme
mi cuerpo!
—¡Un
cipote te voy a devolver!
—¡No
me calientes, que te doy!
—¿Tú
a mí? ¿Adónde vas con la cara que tienes?
—¡Me
voy a cagar…!
—Hombre,
ya era hora —dijo Marcia Hellstrom después de verme atravesar la decimocuarta
cristalera de la jornada.
Me
levanté sacudiéndome los cristales del pelo.
—Está
ahí dentro, el muy julay. Espérame aquí. En seguida vuelvo.
Proféticas
palabras; a los diez segundos volvía a estar a los pies de Marcia. En mis
tiempos mozos no me costaba tanto trabajo reducir a un tipo borracho.
—No
me gusta presumir de intuición femenina pero, ¿necesitas ayuda?
—¿De
dónde sacas eso? —contesté escupiendo polvo.
Volví
al garito.
—¡Eh,
tú! —dijo el demonio Celedonio cuando me vio entrar—. ¡Mira lo que hago con tu
cuerpo! —Y le plantó un beso en los morros al camarero.
—¿Pero
qué coj…? —Me quedé estupefacto. Estaba muerto, en el Infierno, y viendo como
mi cuerpo poseído por un demonio le comía la boca a un tío con bigote. Si esa
no es una situación difícil de asimilar, no sé qué puede ser.
—¡Ajajajaja!
—rió Gerardo—. ¿Sabes una cosa? ¡No ha estado nada mal!
Me
dio la impresión de que el camarero opinaba lo contrario, si la botella de
ginebra que rompió en la cabeza del demonio Celedonio servía como indicativo.
—¡Joder!
¡Joder! —bramó Celedonio—. ¡¿Qué mosca te ha picado, Bartolo?!
—La
próxima vez ten por lo menos la decencia de mirarme a los ojos. ¡Y no me llames
Bartolo! ¿Cuántas veces te tengo que decir que me llamo Mamerto? —dijo Bartolo.
—Oye,
colega —interrumpí para quitar hierro a tan incómoda situación—, ¿para qué
quieres mi cuerpo?
—¿Para
qué? ¡Ja! Siempre he querido ser un demonio poseedor. Mi madre siempre me decía
que nunca llegaría a nada. Si pudiera verme ahora… Mamá, estés donde estés…
¡púdrete, perra!
—Estoy
aquí, imbécil —dijo una señora que salió de la cocina y plantó un plato en la
barra.
—¡Coño,
albóndigas! ¡Y con mucha salsita, como a mí me gusta! —dijo Celedonio.
—Eres
un zoquete, hijo mío. —La señora salió de la barra y se dirigió a mí—. Le ruego
disculpe a mí hijo, señor. No es mal muchacho pero, como ve, no me ha salido
muy listo.
—¡Ñam!
¡Grompf! —repuso el Demonio Celedonio.
—Anda,
Cele, ¿por qué no le devuelves su cuerpo a este señor tan simpático?
—No.
¡Grompf!
—Su
hijo es muy obstinado —observé.
—Mi
hijo es un mentecato —dijo la señora con una sonrisa—. Cele…
—Dime,
Omá.
Y
la señora sacó al demonio de mi cuerpo… agarrándolo por los pelos. Toma
exorcismo.
—¡Coño,
ma, suelta! —dijo Celedonio, un chusmilla melenudo de no más de veinte años.
Aproveché
la coyuntura para saltar sobre mi cuerpo, que se había caído del taburete, y
resucitarme a mí mismo. Lo primero que hice al levantarme fue echarme mano a la
entrepierna. Suspiré decepcionado.
—Y
ahora pide disculpas a este señor —dijo la señora.
—No
tiene importancia, señora —me volví al demonio Celedonio—. Solo quiero saber
una cosa. ¿Dónde está el ángel que te iba persiguiendo?
—¿Aquel
panoli? Lo despisté. Salió zumbando hacia el norte. Hay quien toma y toma
pastillas de goma y no son pa’ la tos. ¡Tocotó! —Breve zapateo rumbero— Hala,
ya vuelvo a ser yo mismo, ¿todos contentos? Voy a comprar droga. —Y desapareció
por la puerta tocando las palmas—. Obí, obá, cada día te quiero má, obí, obí,
obí, obá…
Cuando
Marcia me vio salir del garito con mi recuperada envoltura angélica, pude atisbar
en su mirada una mezcla de alegría, tristeza, ira y ternura, no sé si me
explico.
—¿Qué
te parece, chata? ¿Soy o no soy el ángel que más parte la pana en el Infierno?
—Menudo pestazo te echan las alas a tabaco.
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