jueves, 23 de abril de 2020

El demonio con menos luces a este lado del Aqueronte


Lumbreras

El Apocalipsis según se mire. Capítulo 25.


La mañana del día en que Marcia Hellstrom y yo tuvimos que salir por la ventana de aquel sórdido hostalucho fue un verdadero asco. Mi amada salió del baño arreglada e incinerándome con la mirada. Cuando estaba a punto de explicarle por quinta vez lo ocurrido, alguien aporreó la puerta.
—¡Abrid! ¡Sé que estáis ahí! —gritó el conserje con su escasamente aterciopelada voz.
—¡Señorita Hellstrom, abra la puerta, que me gustaría discutir con usted y el ceporro de su novio el desagradable percance que acabo de padecer! —dijo Flegias, el demonio taxista.
—Ah, ¿así que te ha resultado desagradable? —dijo el conserje.
—¿El qué? ¿Que me hayas petado el cacas mientras estaba atado y encerrado en un maletero? ¿Me estás preguntando si eso me ha resultado desagradable?
—Creí que te había parecido romántico y excitante. —El conserje parecía ofendido.
—Uy, sí, me ha parecido de un romántico que te cagas. Como tú no te estabas clavando la sombrilla de la playa en los riñones…
—Vale, vale; perdona por hacerme ilusiones. —La voz del conserje se quebró.
—Oye, ya hablaremos de nuestra relación en otro momento, ¿de acuerdo?
—Ah, ¿es que esto es una relación?
—Bueno, me has sodomizado en un maletero…
—Y… ¿significa eso que estamos casados?
—Pues… no estoy muy seguro, la verdad.
—¿De qué están hablando? —me preguntó Marcia.
—Te lo contaré luego. ¡Ya verás que risa!
—Oye, no tengo ganas de liarme a hostias con nadie… bueno, excepto contigo, quizá… así que, ¿por qué no salimos por la ventana? —propuso Marcia.
—¿De un segundo piso? Vale —dije encogiéndome de hombros.
Nos asomamos a la ventana.
—¿Estás segura de esto?
—¿Por qué? No está tan alto.
—Sí, bueno. Además, ese contenedor lleno de escombros y botellas rotas amortiguará nuestra caída, ¿no?
—Es muy fácil de esquivar —afirmó—. Mira.
Y mi infernal rubia dio un grácil salto y cayó al suelo con envidiable estilo. Ni siquiera se rompió un tacón.
—¿Ves? Ahora tú.
—Vaya, qué sencillo. —Lo último que oí antes de saltar fue al conserje y a Flegias discutiendo el color de los muebles de la cocina—. ¡Ale-hop!
Para los no iniciados, diré que tirarse por la ventana es como sentarse encima de un chicle: resulta más gracioso cuando lo hace otro. Mi aterrizaje fue tan malo que me habría valido la descalificación inmediata en una Prueba de Salto Libre en Escombrera.
—¡Joder, joder! —El eterno lamento.
Salí como pude del contenedor para caer de boca al suelo.
—¿Te has roto algo? —preguntó mi amada.
—Creo que no, cariño, gracias por pregun…
Y mi amada me arreó una patada en las costillas.
—¿Y ahora? —repuso.
—¡Cof! —dije a modo de protesta—. Cabrona vengativa. ¡Cof! Si no fuera porque sé que los espíritus no tenemos órganos internos, juraría que el bazo se me ha movido de sitio.
—Levanta y sube al taxi. Vamos a recuperar tu cuerpo, que tengo unas ganas de meterle una paliza…
—Oye, ya te he explicado…
—…que ibas a traerme el desayuno a la cama, sí. —Y se dio la vuelta.
Me arrastré hasta el coche con toda la dignidad que logré reunir.
—¿Alguna idea de dónde se puede haber metido tu cuerpo? —preguntó la rubia una vez me hube acomodado en el asiento del acompañante.
—Hombre, si lo conozco como creo que lo conozco…

Después de salir despedido a través de la cristalera de siete bares, tres puticlubs, dos casinos y un garito donde se celebraban peleas de gallos, estuve a punto de tirar la toalla.
—No, aquí tampoco lo han visto —dije con la cara pegada al suelo después de que el dueño del último bar me acompañara hasta la salida.
—¿Sabes? Creo que tienes un serio problema de actitud —opinó Marcia.
—¿Quién, yo? —protesté mientras me sacudía el polvo—. ¿Y qué me dices de los parroquianos de ahí dentro? ¡Menudo hatajo de maleducados! No había terminado de decir “Me vais a comer la polla todos”, cuando las mesas empezaron a volar por los aires.
—Creo que esto es una pérdida de tiempo. Tu cuerpo ha sido poseído por un demonio. ¿Por qué iba a hacer las mismas cosas que haces tú?
—Nena, conozco a mi organismo desde, no sé, desde que íbamos juntos al colegio, por lo menos. Casi se puede decir que somos íntimos. Conozco sus necesidades, independientemente de que haya sido poseído por un demonio. Si algo sé seguro es que tarde o temprano necesitará emborracharse.

Efectivamente, mi cuerpo se encontraba a menos de setenta metros de allí, en un garito lleno de humo denominado La Tasca de las Tinieblas.
—Bartolo, otra mierda de cerveza de estas —dijo mi cuerpo poseído al camarero.
—Como me vuelvas a llamar Bartolo te meto la botella por el culo —dijo Bartolo—. Además, ¿a ti desde cuándo coño te gusta la birra? Creía que tú eras más de heroína.
—Lo he dejado. Fue poseer este cuerpo y tomarle asco al jaco. ¡Hics! Pero no le diría que no a un poco de farlopa. Anda, Bartolo, ponte dos rayas ahí en la barra.
—Que sean tres —dije al cruzar el umbral de la tasca.
Finalmente, mi cuerpo y mi alma se habían encontrado en un bar. Lo cual, en condiciones normales, no suele ocurrir hasta que se me pasa la cogorza. Mi cuerpo me miraba perplejo.
—¡Hostia! —exclamó mi cuerpo cuando salió de de su perplejidad.
—¡Devuélveme mi envoltura carnal, chusmón de los cojones!
—¿Qué? ¿Qué dices, tío? Yo no tengo tu envoltura carnal. La… la vendí para comprar drogas. Eso.
—Escucha, mamón; como no me devuelvas mi cuerpo ipso facto te voy a dar palos hasta en mi carnet de identidad.
—Entonces vas a dejar tu cuerpo hecho un Cristo. ¡Hics!
Parecía que el muy cabrón no estaba tan borracho, después de todo.
—¡Hics! ¡Hics! Coño con el hipo. ¡Hics!
Bueno, sí; estaba bastante cocido.
Tenía que encontrar la manera de sacar al demonio de mi cuerpo sin causarle daños importantes. ¿Cómo podía convencerlo de que saliera por su propio pie?
—No tienes polla —afirmé.
—Para lo que follo… —dijo.
Mi plan había fracasado.
Y entonces rescaté del sumidero de mi memoria algo que me enseñaron en aquel Curso de Exorcismo para Desempleados al que asistí hace unos años.
—¡Di tu nombre, demonio!
—¿Qué? ¿Pretendes esorci… esoxi…. exoris…? Joder, que parece que tengo un mantecado en la boca. ¿Ezoriz… exorsi… exor… ¡Hics!?
—¿Exorcizarte?
—Eeeeso. Gracias. ¿Eso es lo que pretendes?
—¿Exorcizarte yo? —Me había pillado— No, que va. Solo quería conocerte un poco mejor.
—¡Iluso mortal! ¡JAJAJAJAJAJAJA! —Su siniestra carcajada paró en seco—. Coño, qué dolor de cabeza me ha entrado por reírme tan fuerte.
—No, en serio, ¿cómo te llamas? —insistí—. ¿Vienes mucho por aquí?
—¿Esperas engañar a un demonio del Infierno con tus triquiñuelas de primero de Excoric… de Exzoci…? ¡¡Coño, qué agobio!! —exclamó pegando un zapatazo en el suelo.
—Exorcismo.
—Eso mismo. ¡Ja! ¿Quieres que me presente? ¡Miserable mortal inconsciente de su pequeñez! ¡Soy un siervo de Satanás! ¡Mi nombre no puede ser pronunciado por labios humanos!
—No me jodas. Y, ¿por qué?
—¿Quieres saber mi nombre, sabandija? Te lo diré. Soy el demonio del averno conocido como… —Pausa dramática en la que empieza a levitar y sus ojos se le ponen rojos y echa humillo por las orejas y su voz retumba—. ¡¡GERARDO!!
—Coño, como mi tío el del pueblo.
—¿Qué? —dijo el demonio posando súbitamente los pies en el suelo.
—Tengo un tío que se llama Gerardo.
Gerardo el Demonio se encontraba perplejo.
—¿Tú tío es un demonio?
—No. Bueno, es un poco cabrón, pero no tiene nada de demoníaco. Se dedica a cultivar rábanos, con eso te lo digo todo.
—¿He dicho Gerardo? Eh… quería decir… —Pausa dramática, voz cavernosa y demás mierdas— ¡¡MATILDE!!
—Matilde es nombre de mujer —aclaré.
—¿Qué dices? ¡Matilde es nombre de demonio!
—No. Matilde es nombre de charcutera, o de prima de Valladolid.
—No, no, espera; ya no me llamo Matilde. Mi verdadero nombre no puede ser pronunciado por labios humanos, jaja —Se le notaba nervioso—. Mi verdadero nombre es, eh —pausa y tal—, ¡¡MVQSDJFASGÑ!!
—¿Me lo puedes repetir?
—¿Estás sordo o qué te pasa? Me llamo Adsga…, Ygafqod…, Nasodfn… ¡¡Mierda!! —Intentó recuperar la compostura después de otro zapatazo—. Vale, vale, está bien. Mi verdadero nombre es —y carraspeó, tapándose la boca con la mano—. ¡Ja! Sí, ese es el único nombre al que respondo. ¿Ves? Mi nombre es impronunciable para ti —se volvió al camarero—. ¡Bartolo, otra birra!
—Oye, —y carraspeé, tapándome la boca con la mano.
—Sí, dime… ¡¡¡Mierda!!! —Otro zapatazo.
—Oye, tío, esto es una gilipollez.
—No, no lo es. Todos los que te he dicho hasta ahora no son más que seudónimos. Eso es. Me los estaba inventando. Si escucharas mi nombre bueno bueno de verdad te quedarías el resto de la eternidad en el Infierno en estado catatónico, para que veas.
—Eh, Celedonio, aquí tienes tu birra.
—¡¡Pero coño, Bartolo!! —Zapatazo—. ¡¿Cómo se te ocurre largar mi nombre bueno bueno de verdad delante de esta mierda de mortal?!
—Ajá; así que te llamas ¡¡CELEDONIO!! —espeté.
El demonio Celedonio me miró con desprecio.
—Te crees muy cachondo, ¿no?
—¡Devuélveme mi cuerpo!
—¡Un cipote te voy a devolver!
—¡No me calientes, que te doy!
—¿Tú a mí? ¿Adónde vas con la cara que tienes?
—¡Me voy a cagar…!
—Hombre, ya era hora —dijo Marcia Hellstrom después de verme atravesar la decimocuarta cristalera de la jornada.
Me levanté sacudiéndome los cristales del pelo.
—Está ahí dentro, el muy julay. Espérame aquí. En seguida vuelvo.
Proféticas palabras; a los diez segundos volvía a estar a los pies de Marcia. En mis tiempos mozos no me costaba tanto trabajo reducir a un tipo borracho.
—No me gusta presumir de intuición femenina pero, ¿necesitas ayuda?
—¿De dónde sacas eso? —contesté escupiendo polvo.
Volví al garito.
—¡Eh, tú! —dijo el demonio Celedonio cuando me vio entrar—. ¡Mira lo que hago con tu cuerpo! —Y le plantó un beso en los morros al camarero.
—¿Pero qué coj…? —Me quedé estupefacto. Estaba muerto, en el Infierno, y viendo como mi cuerpo poseído por un demonio le comía la boca a un tío con bigote. Si esa no es una situación difícil de asimilar, no sé qué puede ser.
—¡Ajajajaja! —rió Gerardo—. ¿Sabes una cosa? ¡No ha estado nada mal!
Me dio la impresión de que el camarero opinaba lo contrario, si la botella de ginebra que rompió en la cabeza del demonio Celedonio servía como indicativo.
—¡Joder! ¡Joder! —bramó Celedonio—. ¡¿Qué mosca te ha picado, Bartolo?!
—La próxima vez ten por lo menos la decencia de mirarme a los ojos. ¡Y no me llames Bartolo! ¿Cuántas veces te tengo que decir que me llamo Mamerto? —dijo Bartolo.
—Oye, colega —interrumpí para quitar hierro a tan incómoda situación—, ¿para qué quieres mi cuerpo?
—¿Para qué? ¡Ja! Siempre he querido ser un demonio poseedor. Mi madre siempre me decía que nunca llegaría a nada. Si pudiera verme ahora… Mamá, estés donde estés… ¡púdrete, perra!
—Estoy aquí, imbécil —dijo una señora que salió de la cocina y plantó un plato en la barra.
—¡Coño, albóndigas! ¡Y con mucha salsita, como a mí me gusta! —dijo Celedonio.
—Eres un zoquete, hijo mío. —La señora salió de la barra y se dirigió a mí—. Le ruego disculpe a mí hijo, señor. No es mal muchacho pero, como ve, no me ha salido muy listo.
—¡Ñam! ¡Grompf! —repuso el Demonio Celedonio.
—Anda, Cele, ¿por qué no le devuelves su cuerpo a este señor tan simpático?
—No. ¡Grompf!
—Su hijo es muy obstinado —observé.
—Mi hijo es un mentecato —dijo la señora con una sonrisa—. Cele…
—Dime, Omá.
Y la señora sacó al demonio de mi cuerpo… agarrándolo por los pelos. Toma exorcismo.
—¡Coño, ma, suelta! —dijo Celedonio, un chusmilla melenudo de no más de veinte años.
Aproveché la coyuntura para saltar sobre mi cuerpo, que se había caído del taburete, y resucitarme a mí mismo. Lo primero que hice al levantarme fue echarme mano a la entrepierna. Suspiré decepcionado.
—Y ahora pide disculpas a este señor —dijo la señora.
—No tiene importancia, señora —me volví al demonio Celedonio—. Solo quiero saber una cosa. ¿Dónde está el ángel que te iba persiguiendo?
—¿Aquel panoli? Lo despisté. Salió zumbando hacia el norte. Hay quien toma y toma pastillas de goma y no son pa’ la tos. ¡Tocotó! —Breve zapateo rumbero— Hala, ya vuelvo a ser yo mismo, ¿todos contentos? Voy a comprar droga. —Y desapareció por la puerta tocando las palmas—. Obí, obá, cada día te quiero má, obí, obí, obí, obá…
Cuando Marcia me vio salir del garito con mi recuperada envoltura angélica, pude atisbar en su mirada una mezcla de alegría, tristeza, ira y ternura, no sé si me explico.
—¿Qué te parece, chata? ¿Soy o no soy el ángel que más parte la pana en el Infierno?
            —Menudo pestazo te echan las alas a tabaco.

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