Si quieres, te lo digo en estéreo
El Apocalipsis según se mire. Capítulo 49.
El
tiempo corre lento para alguien que está derramando su sangre en el suelo, así
que no sé a ciencia cierta cuánto tiempo llevaba clavado a la cruz cuando el
Narrador me anunció que estaba aburrido e iba salir a estirar un rato las
piernas, alegando que la historia no avanzaba y que preveía que no iba a
ocurrir nada digno de mención durante la próxima hora, por lo menos, así que
mejor se iba a desayunar y ya volvería luego.
—¿Te vas para no verme morir? —le
pregunté, intentando no sonar lastimero.
—Créeme; no te vas a morir —dijo serenamente
el Narrador.
Miré los ojos del viejo Narrador, que
resultaban casi invisibles debajo de sus pobladas cejas, y, de alguna manera,
supe que decía la verdad. Siempre me ha parecido que la opinión de un tipo que
lo ha visto Absolutamente Todo y que existe desde el Principio de los Tiempos
debe ser tenida en cuenta.
Un rato después apareció Plutón en
lo alto de la escalera. Tenía el aire impaciente del que no ve la hora de tirar
un cadáver al vertedero. Soltó un bufido cuando levanté la cabeza y miré en su dirección.
—Pues sí que tienes aguante, cojones —me dijo Plutón.
—A ver si te crees que es la primera vez que me desangro,
no te jode —repliqué.
—Ya. —Mi impasibilidad le estaba tocando los huevos—. ¿Te
importaría contestar un breve cuestionario mientras te mueres?
—No hace falta que sea breve —dije—. Me parece que esto
va para rato.
—Bueno, bueno; tampoco es necesario que me vaciles —Plutón
carraspeó—. Verás. Después del, eh, relativo fracaso de la primera fase de
nuestro Apocalipsis, hemos decidido crear un nuevo Departamento de
Investigación y Desarrollo en un intento de prevenir futuras eventualidades.
—¿Estoy a punto de espicharla y pretendes hacerme formar
parte de una especie de estudio de mercado?
—Dijiste que no te importaba.
—Bueno, ya. Lo que pasa es que no me gustaría dedicar mis
últimas palabras a los beneficios de un nuevo producto de soja. Imagínate mi
epitafio: “Vivió intensamente, pero preferiría haber cagado mejor”. Sal a la
calle a preguntar, hombre.
—Ya lo hemos intentado —confesó—. De hecho, en un
principio habíamos titulado nuestro sondeo “La Encuesta Callejera del Fin del
Mundo”; lo que pasa es que hemos enviado a Ciacco a interceptar encuestados,
pero, como tardaba demasiado, Judas ha salido a buscarlo y lo ha encontrado
anotando las respuestas que, por lo visto, le ha sonsacado a una farola. Ese
imbécil de Judas lo ha disculpado diciendo que no ha visto ni un alma en la
calle, así que supongo que tendremos que conformarnos contigo.
—Hay que joderse.
—A ver. —Plutón revisó sus papeles—. ¡Ejem! Eeeeeeh…
Perdona el retraso, pero es que me temo que voy a tener que reformular las
preguntas, ya que, en un principio, nuestro público objetivo no estaba formado
por moribundos.
—Me hago cargo.
—¡Ejem! ¿Si usted no estuviera a punto de morirse de una
manera horrible, de qué otra manera horrible no le gustaría morirse? —Plutón me
miró—. ¿Ha entendido la pregunta?
—Sí, sí. ¿Queréis averiguar de qué manera no le gusta
morir a la gente? ¿Es eso?
—Naturalmente, naturalmente. Nos gustaría organizar un
fin del mundo lo más molesto posible. Es lo que tenemos los seres venidos del
Infierno. Tendemos a ser desagradables.
—Hmmm… Bueno, cualquiera al que le preguntes te dirá que
preferiría morir mientras duerme. De ahí podríamos deducir que prácticamente
todo el mundo considera que cualquier otra forma de morir resulta menos
recomendable.
—Entonces esperaremos a que sea de día; para qué nos
vamos a andar con miramientos. ¿A qué hora se despierta la gente?
—Según. ¿Vais a hacerlo un día laboral?
—En eso consiste la segunda pregunta. ¿Si no estuviera a
punto de morirse...? ¿Qué día es hoy?
—Miércoles.
—¿Si no estuviera a punto de morirse hoy miércoles, que
otro día de la semana odiaría morirse?
—Esta encuesta es un rábano.
—Las opiniones y las sugerencias las dejamos para el
final, si no te importa —dijo Plutón—. Que para eso hay un apartado que dice “¿Recomendaría
esta entrevista a un conocido suyo si no estuviera a punto de morirse?”. Y
otro, “¿Si no estuviera a punto de morirse y tuviera tendencias homosexuales,
consideraría atractivo a su maduro entrevistador?”. Esta última se me acaba de
ocurrir.
—¿Qué pasa, troncos? —saludó Judas, que estaba intentando
ponerse al día en cuanto a lenguaje de la calle. En aquellos momentos, iba por
los años ochenta.
—Estoy intentando averiguar qué día de la semana destruir
el mundo —dijo Plutón.
—Cualquiera menos el martes, a ser posible —dijo Judas—.
Los martes tengo clase de cantonés.
—Ah. ¿Te has matriculado en la escuela de idiomas?
—Aún no, pero, como parece que esto del Apocalipsis va
para largo…
—Ah. Así que esperas hablar cantonés con fluidez para
cuando acabemos con el mundo —dijo Plutón con serenidad.
—Bueno, el curso completo consta de cuatro años, y no sé
si vamos a poder esperar tanto tiempo —dijo Judas—. Yo, con chapurrearlo un
poquito…
—Ya. Chapurrear el cantonés.
—Me conformo con saber decirle a un chino, “Oiga, este
colador de pasta que me ha vendido es una estafa”.
—¡¡¡¿Pero tú estás tonto o qué te pasa?!!!
Cuando
el Poli Cabrón entró en el baño más grande de mi mansión ataviado únicamente
con una toalla atada a la cintura, se encontró con una mesa en el lugar
habitual de la bañera y al Creador de Todas las Cosas donde debería estar la
manguera de la ducha. Esta es una forma de decir que lo que hasta hace un
minuto era un cuarto de baño, ya no lo era en absoluto. En honor a la verdad,
se parecía más al despacho de Dios.
—Qué típico. Me dispongo a darme una ducha y, en vez de
eso, atravieso un plano astral en pelotas.
—Adelante, Sargento —dijo el Espíritu Santo apoyado en el
hombro del Señor.
—Espíritu Santo; Hacedor —saludó el Poli Cabrón—. Supongo
que siempre hay un buen motivo para que se te aparezca Dios en persona.
—Sargento, no me he aparecido ante ti; tú has sido
convocado a mi presencia —dijo Dios para dejar constancia de quién mandaba allí—.
Por un asunto de suma importancia, debo añadir.
—¿Estoy muerto? —preguntó el Sargento como el que
pregunta si se le ha quedado un trozo de acelga entre los dientes.
—No hace falta estar muerto para ver el Cielo, aunque
sería lo ideal —contestó Dios.
—Oiga, ¿me está amenazando?
—¿Qué? No.
—Te dije que se había vuelto un poco paranoico —susurró
el Espíritu Santo.
—¡Eh! —exclamó el Poli Cabrón—. ¡No estará el pájaro hablando
de mí!
—Hijo mío —dijo el Señor al levantarse de su silla—, el
Mesías está en poder de Plutón y sus secuaces.
—Ah. Con razón he dormido tan tranquilo esta noche. El
muy cabrón me llama al móvil de madrugada desde su cuarto. El otro día sonó el
teléfono a las cinco de la mañana. Imagínese el sobresalto. En seguida pensé
que le había ocurrido algo a mi madre. Pero después recordé que yo no tenía
madre, así que…
—¿No tienes madre?
—No. Mejor dicho; que yo recuerde, no. A decir verdad, no
recuerdo nada de mi infancia.
—Sabes que te puedo ayudar con eso, ¿verdad?
—Supongo. Pero, si le soy sincero, no sé si quiero
recuperar la memoria.
—Esa decisión no está en tus manos.
—¿Cómo que no? ¿Qué pasa? ¿Libre albedrío para unos
pocos, o qué?
—Ya es hora de que afrontes tu destino, Sargento —y Dios
sacó de la nada una sartén.
¡CLANG! —Ahí, en toda la mocha.
—¡Pero, oiga! —protestó el Poli Cabrón con las dos manos
en el colodrillo—. ¡Valiente mierda de terapia de regresión!
—Dale otra —sugirió el Espíritu Santo.
—¿Qué? ¡No te jode el puto…!
¡CLANG!
—¡¡Joder!! ¿Pero usted no era todopoderoso? ¿No podría,
no sé, chasquear los dedos, o mirarme a los ojos, o algo, y devolverme la
memoria?
—Los caminos de Señor son inescrutables.
—Menuda porquería de excusa.
¡CLANG!
—¡Coño! ¡Coño! —dijo el Poli Cabrón mientras se retiraba
dos metros.
—Acércate, hijo mío.
—Sí, hombre, los cojones. Ay, joder, ay, joder… —se quejó
mientras se palpaba la cabeza.
—Coño, que tío más quejica —opinó el Altísimo—. Igualito
que Abraham, que le ordené matar a su hijo y no dijo ni esta boca es mía. Y
ahora viene este y, por un chichón de nada…
—¡¿Qué chichón ni qué niño muerto?! ¡Que me estoy tocando
el cráneo con los dedos, hostia ya!
—Quién lo iba a decir, ¿eh? —dijo el Espíritu—. Con lo
estoico que era antes, que aguantaba carros y carretones…
—¿De qué estás hablando? —preguntó el Poli Cabrón.
¡CLANG!
—¡¡¡Hostia, joder!!! ¡¡¡Vale ya, papá!!!
—Hombre, por fin —dijo Dios.
—Ay, coño. Dadme un analgésico o algo.
—Hijo mío —dijo Dios con solemnidad.
—¿Qué? ¿Qué? Hala, ya te has salido con la tuya. Ya has
logrado que recuerde todo otra vez.
—Así debe ser —sentenció el Señor—. Eres Jesucristo, el
Hijo de Dios, y debes apencar con ello.
—¿Por qué, cojones? ¿Qué quieres que haga? ¿Volver a
adoctrinar a esos desgraciados?
—Y sentarte a mi diestra cuando todo acabe.
—Y un mojón. Si quieres te lo digo en arameo, aunque hace
tiempo que no lo practico…
—¿Lo estás escuchando? —le dijo el Señor al Espíritu
Santo—. Antes tenía un carácter festivo y conciliador, ¿te acuerdas? Siempre
estaba gastando bromas.
—Sí, bueno —dijo el Espíritu—. Algunos de nuestros
mejores psicólogos opinan que ser torturado y clavado a una cruz puede
ocasionar leves cambios de humor.
—Mira —intervino el Hijo—, no es que lo haya pasado del
todo bien en estos últimos dos mil años, vagando por la Tierra, cambiando de
identidad cada cierto tiempo… hasta que llegué a este país y perdí la memoria
de una paliza que me dieron los grises… Pero, al menos, he disfrutado de un
poco de libertad, ¿sabes? La predestinación es una puta mierda. Solo aspiro a
tener una casita en la playa y dedicarme a pescar.
—Ah, eso es lo que quieres. Dedicarte a pescar después
del fin del mundo, ¿no? —dijo el Creador—. Justo después de que lo que hoy
conocemos como La Humanidad pase a llamarse Los Cuatro Gatos, ¿verdad? Cuando
un puñado de supervivientes buenos y justos las estén pasando canutas para
reconstruir y repoblar la Tierra, tú estarás tan tranquilo con tu caña de
pescar rascándote los huevos. ¡¿Tú estás tonto o qué te pasa?!
—Me parece que no me he expresado con claridad. Yo no he
dicho que no vaya a arrimar el hombro —aclaró el Poli Cab… eh, Jesucristo—.
Piénsalo de este modo, ¿quién mejor que yo para fundar una nueva y
resplandeciente Humanidad preñada de esperanza y limpia de pecado? ¿No lo haré mejor si me instalo definitivamente entre mi rebaño?
—En eso tiene razón el chico —metió baza el Espíritu
Santo.
—Eso; tú ponte de su parte.
—Él, por lo menos, está ofreciendo opciones —dijo el
Espíritu.
—Además —dijo el Hijo de Dios anteriormente conocido como
Poli Cabrón—, ¿a santo de qué vienes a abrirme los ojos a estas alturas de la
película? ¿Tú no tienes ya un Nuevo Mesías?
—El pobre mamón —dijo el Altísimo—. Al principio, solo
era una marioneta. Una maniobra de reclamo, si quieres. Pero, después… Se le
acaba cogiendo cariño al cabroncete, ¿eh?
—¿Una maniobra de reclamo? ¿De qué coño estás hablando?
—¿Por qué crees que te hice perseguirnos cuando nos dirigíamos
a La Puerta del Cielo?
—¿Fuiste tú?
—Pretendía que recuperaras la memoria tú solo al ser
testigo de todo el desaguisado —explicó el Creador—. Por eso hice que siguieras
a su lado; tenía la esperanza de que algún día reaccionaras y dejaras de
creerte el Sargento Jerónimo Castaña.
—Pero es que quiero ser el Sargento Jerónimo Castaña.
—Hijo mío, por lo que a mí respecta, esta conversación ha
llegado a su fin.
—Pues por lo que a mí respecta, no —dijo Jesucristo—. Pero
ya continuaremos cuando vuelva de rescatar a mi amigo. ¿Alguien más se apunta?
¿Espíritu?
—¿Tú qué crees? —dijo el Espíritu posándose sobre el
hombro de Jesús.
—¿Padre?
—Soy el Rey de los Cielos; no puedo intervenir
directamente. —Y, antes de su Hijo o el Espíritu Santo pudieran solicitárselo,
añadió—: Pero supongo que podré acercaros.
—¿Se encuentra bien, Sargento? —dijo Uriel entrando al
plano astral anteriormente conocido como el cuarto de baño grande—. Eh… Ah…
Señores.
—Llegas a tiempo, Uriel —dijo el Señor—. Eh… ¿Qué te ha
pasado en el pelo?
—Ha—ha sido cosa de Ramone, Señor —contestó el exarcángel—.
Opinaba que mis melenas estaban totalmente demodé y…
—Te ha dejado el cogote muy corto para mi gusto —opinó
Dios, que siempre había sido muy estricto en lo referente al look de sus coros
angélicos.
—Bueno, como ya soy humano y tal…
—Ya, ya. Uriel, ¿quieres recuperar las alas?
—Pues no sé.
—¡¿Cómo que “no sé”?! ¡¿Hoy qué es, el Día Mundial de
Estoy en Contra?!
—No, digo que, si usted lo ve bien… pero que… por mí no
lo haga, vamos…
—¡Ya sabía yo que te iban a pervertir estos mamones! ¡¿Tú
también quieres seguir siendo una persona normal?! ¡¿Es eso?! —Se volvió al
Espíritu Santo—. ¡¿Y tú no te apuntas?! ¡¿No te gustaría pasar el resto de tu
existencia comiendo migas de pan del suelo con tus amigotes?!
—No, no; si a mí esto de la Divinidad me mola —afirmó el
Espíritu Santo—. Hombre, a lo mejor ahora, en vez de la Santísima Trinidad,
tendríamos que llamarnos la Santísima Dualidad, pero…
—¡Que te calles, me voy a cagar en todo! —bramó el
Creador—. ¡Tengo a uno de mis mejores soldados desangrándose y nosotros aquí rascándonos
los huevos!
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