domingo, 17 de mayo de 2020

Ahí te mueras

Si quieres, te lo digo en estéreo

El Apocalipsis según se mire. Capítulo 49.


El tiempo corre lento para alguien que está derramando su sangre en el suelo, así que no sé a ciencia cierta cuánto tiempo llevaba clavado a la cruz cuando el Narrador me anunció que estaba aburrido e iba salir a estirar un rato las piernas, alegando que la historia no avanzaba y que preveía que no iba a ocurrir nada digno de mención durante la próxima hora, por lo menos, así que mejor se iba a desayunar y ya volvería luego.
            —¿Te vas para no verme morir? —le pregunté, intentando no sonar lastimero.
            —Créeme; no te vas a morir —dijo serenamente el Narrador.
            Miré los ojos del viejo Narrador, que resultaban casi invisibles debajo de sus pobladas cejas, y, de alguna manera, supe que decía la verdad. Siempre me ha parecido que la opinión de un tipo que lo ha visto Absolutamente Todo y que existe desde el Principio de los Tiempos debe ser tenida en cuenta.
            Un rato después apareció Plutón en lo alto de la escalera. Tenía el aire impaciente del que no ve la hora de tirar un cadáver al vertedero. Soltó un bufido cuando levanté la cabeza y miré en su dirección.
—Pues sí que tienes aguante, cojones —me dijo Plutón.
—A ver si te crees que es la primera vez que me desangro, no te jode —repliqué.
—Ya. —Mi impasibilidad le estaba tocando los huevos—. ¿Te importaría contestar un breve cuestionario mientras te mueres?
—No hace falta que sea breve —dije—. Me parece que esto va para rato.
—Bueno, bueno; tampoco es necesario que me vaciles —Plutón carraspeó—. Verás. Después del, eh, relativo fracaso de la primera fase de nuestro Apocalipsis, hemos decidido crear un nuevo Departamento de Investigación y Desarrollo en un intento de prevenir futuras eventualidades.
—¿Estoy a punto de espicharla y pretendes hacerme formar parte de una especie de estudio de mercado?
—Dijiste que no te importaba.
—Bueno, ya. Lo que pasa es que no me gustaría dedicar mis últimas palabras a los beneficios de un nuevo producto de soja. Imagínate mi epitafio: “Vivió intensamente, pero preferiría haber cagado mejor”. Sal a la calle a preguntar, hombre.
—Ya lo hemos intentado —confesó—. De hecho, en un principio habíamos titulado nuestro sondeo “La Encuesta Callejera del Fin del Mundo”; lo que pasa es que hemos enviado a Ciacco a interceptar encuestados, pero, como tardaba demasiado, Judas ha salido a buscarlo y lo ha encontrado anotando las respuestas que, por lo visto, le ha sonsacado a una farola. Ese imbécil de Judas lo ha disculpado diciendo que no ha visto ni un alma en la calle, así que supongo que tendremos que conformarnos contigo.
—Hay que joderse.
—A ver. —Plutón revisó sus papeles—. ¡Ejem! Eeeeeeh… Perdona el retraso, pero es que me temo que voy a tener que reformular las preguntas, ya que, en un principio, nuestro público objetivo no estaba formado por moribundos.
—Me hago cargo.
—¡Ejem! ¿Si usted no estuviera a punto de morirse de una manera horrible, de qué otra manera horrible no le gustaría morirse? —Plutón me miró—. ¿Ha entendido la pregunta?
—Sí, sí. ¿Queréis averiguar de qué manera no le gusta morir a la gente? ¿Es eso?
—Naturalmente, naturalmente. Nos gustaría organizar un fin del mundo lo más molesto posible. Es lo que tenemos los seres venidos del Infierno. Tendemos a ser desagradables.
—Hmmm… Bueno, cualquiera al que le preguntes te dirá que preferiría morir mientras duerme. De ahí podríamos deducir que prácticamente todo el mundo considera que cualquier otra forma de morir resulta menos recomendable.
—Entonces esperaremos a que sea de día; para qué nos vamos a andar con miramientos. ¿A qué hora se despierta la gente?
—Según. ¿Vais a hacerlo un día laboral?
—En eso consiste la segunda pregunta. ¿Si no estuviera a punto de morirse...? ¿Qué día es hoy?
—Miércoles.
—¿Si no estuviera a punto de morirse hoy miércoles, que otro día de la semana odiaría morirse?
—Esta encuesta es un rábano.
—Las opiniones y las sugerencias las dejamos para el final, si no te importa —dijo Plutón—. Que para eso hay un apartado que dice “¿Recomendaría esta entrevista a un conocido suyo si no estuviera a punto de morirse?”. Y otro, “¿Si no estuviera a punto de morirse y tuviera tendencias homosexuales, consideraría atractivo a su maduro entrevistador?”. Esta última se me acaba de ocurrir.
—¿Qué pasa, troncos? —saludó Judas, que estaba intentando ponerse al día en cuanto a lenguaje de la calle. En aquellos momentos, iba por los años ochenta.
—Estoy intentando averiguar qué día de la semana destruir el mundo —dijo Plutón.
—Cualquiera menos el martes, a ser posible —dijo Judas—. Los martes tengo clase de cantonés.
—Ah. ¿Te has matriculado en la escuela de idiomas?
—Aún no, pero, como parece que esto del Apocalipsis va para largo…
—Ah. Así que esperas hablar cantonés con fluidez para cuando acabemos con el mundo —dijo Plutón con serenidad.
—Bueno, el curso completo consta de cuatro años, y no sé si vamos a poder esperar tanto tiempo —dijo Judas—. Yo, con chapurrearlo un poquito…
—Ya. Chapurrear el cantonés.
—Me conformo con saber decirle a un chino, “Oiga, este colador de pasta que me ha vendido es una estafa”.
—¡¡¡¿Pero tú estás tonto o qué te pasa?!!!

Cuando el Poli Cabrón entró en el baño más grande de mi mansión ataviado únicamente con una toalla atada a la cintura, se encontró con una mesa en el lugar habitual de la bañera y al Creador de Todas las Cosas donde debería estar la manguera de la ducha. Esta es una forma de decir que lo que hasta hace un minuto era un cuarto de baño, ya no lo era en absoluto. En honor a la verdad, se parecía más al despacho de Dios.
—Qué típico. Me dispongo a darme una ducha y, en vez de eso, atravieso un plano astral en pelotas.
—Adelante, Sargento —dijo el Espíritu Santo apoyado en el hombro del Señor.
—Espíritu Santo; Hacedor —saludó el Poli Cabrón—. Supongo que siempre hay un buen motivo para que se te aparezca Dios en persona.
—Sargento, no me he aparecido ante ti; tú has sido convocado a mi presencia —dijo Dios para dejar constancia de quién mandaba allí—. Por un asunto de suma importancia, debo añadir.
—¿Estoy muerto? —preguntó el Sargento como el que pregunta si se le ha quedado un trozo de acelga entre los dientes.
—No hace falta estar muerto para ver el Cielo, aunque sería lo ideal —contestó Dios.
—Oiga, ¿me está amenazando?
—¿Qué? No.
—Te dije que se había vuelto un poco paranoico —susurró el Espíritu Santo.
—¡Eh! —exclamó el Poli Cabrón—. ¡No estará el pájaro hablando de mí!
—Hijo mío —dijo el Señor al levantarse de su silla—, el Mesías está en poder de Plutón y sus secuaces.
—Ah. Con razón he dormido tan tranquilo esta noche. El muy cabrón me llama al móvil de madrugada desde su cuarto. El otro día sonó el teléfono a las cinco de la mañana. Imagínese el sobresalto. En seguida pensé que le había ocurrido algo a mi madre. Pero después recordé que yo no tenía madre, así que…
—¿No tienes madre?
—No. Mejor dicho; que yo recuerde, no. A decir verdad, no recuerdo nada de mi infancia.
—Sabes que te puedo ayudar con eso, ¿verdad?
—Supongo. Pero, si le soy sincero, no sé si quiero recuperar la memoria.
—Esa decisión no está en tus manos.
—¿Cómo que no? ¿Qué pasa? ¿Libre albedrío para unos pocos, o qué?
—Ya es hora de que afrontes tu destino, Sargento —y Dios sacó de la nada una sartén.
¡CLANG! —Ahí, en toda la mocha.
—¡Pero, oiga! —protestó el Poli Cabrón con las dos manos en el colodrillo—. ¡Valiente mierda de terapia de regresión!
—Dale otra —sugirió el Espíritu Santo.
—¿Qué? ¡No te jode el puto…!
¡CLANG!
—¡¡Joder!! ¿Pero usted no era todopoderoso? ¿No podría, no sé, chasquear los dedos, o mirarme a los ojos, o algo, y devolverme la memoria?
—Los caminos de Señor son inescrutables.
—Menuda porquería de excusa.
¡CLANG!
—¡Coño! ¡Coño! —dijo el Poli Cabrón mientras se retiraba dos metros.
—Acércate, hijo mío.
—Sí, hombre, los cojones. Ay, joder, ay, joder… —se quejó mientras se palpaba la cabeza.
—Coño, que tío más quejica —opinó el Altísimo—. Igualito que Abraham, que le ordené matar a su hijo y no dijo ni esta boca es mía. Y ahora viene este y, por un chichón de nada…
—¡¿Qué chichón ni qué niño muerto?! ¡Que me estoy tocando el cráneo con los dedos, hostia ya!
—Quién lo iba a decir, ¿eh? —dijo el Espíritu—. Con lo estoico que era antes, que aguantaba carros y carretones…
—¿De qué estás hablando? —preguntó el Poli Cabrón.
¡CLANG!
—¡¡¡Hostia, joder!!! ¡¡¡Vale ya, papá!!!
—Hombre, por fin —dijo Dios.
—Ay, coño. Dadme un analgésico o algo.
—Hijo mío —dijo Dios con solemnidad.
—¿Qué? ¿Qué? Hala, ya te has salido con la tuya. Ya has logrado que recuerde todo otra vez.
—Así debe ser —sentenció el Señor—. Eres Jesucristo, el Hijo de Dios, y debes apencar con ello.
—¿Por qué, cojones? ¿Qué quieres que haga? ¿Volver a adoctrinar a esos desgraciados?
—Y sentarte a mi diestra cuando todo acabe.
—Y un mojón. Si quieres te lo digo en arameo, aunque hace tiempo que no lo practico…
—¿Lo estás escuchando? —le dijo el Señor al Espíritu Santo—. Antes tenía un carácter festivo y conciliador, ¿te acuerdas? Siempre estaba gastando bromas.
—Sí, bueno —dijo el Espíritu—. Algunos de nuestros mejores psicólogos opinan que ser torturado y clavado a una cruz puede ocasionar leves cambios de humor.
—Mira —intervino el Hijo—, no es que lo haya pasado del todo bien en estos últimos dos mil años, vagando por la Tierra, cambiando de identidad cada cierto tiempo… hasta que llegué a este país y perdí la memoria de una paliza que me dieron los grises… Pero, al menos, he disfrutado de un poco de libertad, ¿sabes? La predestinación es una puta mierda. Solo aspiro a tener una casita en la playa y dedicarme a pescar.
—Ah, eso es lo que quieres. Dedicarte a pescar después del fin del mundo, ¿no? —dijo el Creador—. Justo después de que lo que hoy conocemos como La Humanidad pase a llamarse Los Cuatro Gatos, ¿verdad? Cuando un puñado de supervivientes buenos y justos las estén pasando canutas para reconstruir y repoblar la Tierra, tú estarás tan tranquilo con tu caña de pescar rascándote los huevos. ¡¿Tú estás tonto o qué te pasa?!
—Me parece que no me he expresado con claridad. Yo no he dicho que no vaya a arrimar el hombro —aclaró el Poli Cab… eh, Jesucristo—. Piénsalo de este modo, ¿quién mejor que yo para fundar una nueva y resplandeciente Humanidad preñada de esperanza y limpia de pecado? ¿No lo haré mejor si me instalo definitivamente entre mi rebaño?
—En eso tiene razón el chico —metió baza el Espíritu Santo.
—Eso; tú ponte de su parte.
—Él, por lo menos, está ofreciendo opciones —dijo el Espíritu.
—Además —dijo el Hijo de Dios anteriormente conocido como Poli Cabrón—, ¿a santo de qué vienes a abrirme los ojos a estas alturas de la película? ¿Tú no tienes ya un Nuevo Mesías?
—El pobre mamón —dijo el Altísimo—. Al principio, solo era una marioneta. Una maniobra de reclamo, si quieres. Pero, después… Se le acaba cogiendo cariño al cabroncete, ¿eh?
—¿Una maniobra de reclamo? ¿De qué coño estás hablando?
—¿Por qué crees que te hice perseguirnos cuando nos dirigíamos a La Puerta del Cielo?
—¿Fuiste tú?
—Pretendía que recuperaras la memoria tú solo al ser testigo de todo el desaguisado —explicó el Creador—. Por eso hice que siguieras a su lado; tenía la esperanza de que algún día reaccionaras y dejaras de creerte el Sargento Jerónimo Castaña.
—Pero es que quiero ser el Sargento Jerónimo Castaña.
—Hijo mío, por lo que a mí respecta, esta conversación ha llegado a su fin.
—Pues por lo que a mí respecta, no —dijo Jesucristo—. Pero ya continuaremos cuando vuelva de rescatar a mi amigo. ¿Alguien más se apunta? ¿Espíritu?
—¿Tú qué crees? —dijo el Espíritu posándose sobre el hombro de Jesús.
—¿Padre?
—Soy el Rey de los Cielos; no puedo intervenir directamente. —Y, antes de su Hijo o el Espíritu Santo pudieran solicitárselo, añadió—: Pero supongo que podré acercaros.
—¿Se encuentra bien, Sargento? —dijo Uriel entrando al plano astral anteriormente conocido como el cuarto de baño grande—. Eh… Ah… Señores.
—Llegas a tiempo, Uriel —dijo el Señor—. Eh… ¿Qué te ha pasado en el pelo?
—Ha—ha sido cosa de Ramone, Señor —contestó el exarcángel—. Opinaba que mis melenas estaban totalmente demodé y…
—Te ha dejado el cogote muy corto para mi gusto —opinó Dios, que siempre había sido muy estricto en lo referente al look de sus coros angélicos.
—Bueno, como ya soy humano y tal…
—Ya, ya. Uriel, ¿quieres recuperar las alas?
—Pues no sé.
—¡¿Cómo que “no sé”?! ¡¿Hoy qué es, el Día Mundial de Estoy en Contra?!
—No, digo que, si usted lo ve bien… pero que… por mí no lo haga, vamos…
—¡Ya sabía yo que te iban a pervertir estos mamones! ¡¿Tú también quieres seguir siendo una persona normal?! ¡¿Es eso?! —Se volvió al Espíritu Santo—. ¡¿Y tú no te apuntas?! ¡¿No te gustaría pasar el resto de tu existencia comiendo migas de pan del suelo con tus amigotes?!
—No, no; si a mí esto de la Divinidad me mola —afirmó el Espíritu Santo—. Hombre, a lo mejor ahora, en vez de la Santísima Trinidad, tendríamos que llamarnos la Santísima Dualidad, pero…
—¡Que te calles, me voy a cagar en todo! —bramó el Creador—. ¡Tengo a uno de mis mejores soldados desangrándose y nosotros aquí rascándonos los huevos!

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