¡Oiva!
Y aquel que sería conocido en todo el mundo como
Nuevo Mesías en breve, dos semanas a lo sumo me calculo yo, tiró distraídamente
de un hilo que colgaba de la manga de su camiseta y proclamó:
—¡Los
cojones vas a venir tú! —le dije al demonio Pandulfo mirándole fijamente a los
ojos.
De
hecho, intenté por todos los medios restringir mi campo visual a sus ojos,
porque el resto de su jeta me causaba el mismo efecto que la visión del cadáver
de un babuino putrefacto, decapitado y con los intestinos asomando por el ano.
Se podría decir que era tan feo que ni el abismo le devolvía la mirada.
—¡Pero,
hombre, sé razonable! ¡Soy un demonio, os puedo ser de mucha utilidad! —afirmó
Pandulfo.
—Sí,
resultaría de lo más razonable pedir audiencia al Papa acompañados de una criatura
del Averno. Razonable que te cagas —dictaminé—. Además, no sé por qué te ha
dado esa perra de repente. ¿Tú no pretendías matarnos a todos?
—¡Es
que no os dejáis! —Su tono de voz me dio la impresión de que estuvo tentado a
rematar la frase con un “¡Jo!” y un zapatazo.
—Ahí
el muchacho tiene razón —dijo el Narrador Omnisciente—. Debe sentirse muy
frustrado, el pobre.
—Que
hubiera estudiado otra cosa —respondí—. O que se apunte a Engendros Anónimos;
su presencia no aporta nada a Los que Traen el Apocalipsis.
—¿Los
que Traen el Apocalipsis? —preguntó el Poli Cabrón—. ¿Qué cojones es eso?
—El
nombre de nuestro equipo —aclaré—. ¿A que mola?
—Es
horroroso. No voy a pertenecer a ningún grupo que se haga llamar “Los que Traen
el Apocalipsis”.
—Yo
creo que es bastante comercial —dije—. Agresivo a la par que sexualmente
atractivo. Seguro que hasta tú tienes oportunidad de tirarte a una chavala
borracha treinta años más joven si le dices que perteneces a un grupo llamado
“Los que traen el Apocalipsis”.
—Claro.
Y vivir mi sueño frustrado de estrella del rock, no te jode —dijo nuestro
amable Poli Cabrón—. ¡Qué equipo ni qué polla en vinagre! ¡Esto es un despropósito!
—Me
gustaría solicitar formalmente un examen de acceso —dijo Pandulfo.
—Ah,
no, ni hablar —dije—. ¿Yo a ti qué te he dicho?
—Si
os interesa mi opinión, “Los que Traen el Apocalipsis” suena demasiado teatral
y un tanto demodé —opinó el Narrador Omnisciente, que no reparó en que no había
nada más demodé que la palabra “demodé”—. Deberíamos apelar a la sencillez con
un nombre contundente y misterioso, como “El Equipo A”. “A” de “Apocalipsis” —remató
en un alarde de ingenio probablemente inducido por dos horas escasas de sueño y
un persistente colocón de aguardiente—. ¿Votos a favor?
El
demonio Pandulfo levantó la mano.
—¡Que
tú no vienes! —grité.
—Pero,
jefe… —suplicó Pandulfo.
—¡No
me llames jefe! —Aunque debo reconocer que mi ego experimentó una erección—.
¿No tienes otra cosa que hacer, como, no sé, como poseer a una niña de trece
años?
—¡¿Por
qué clase de pervertido me has tomado?! —Parecía realmente ofendido—. ¡Eso es
ilegal! ¡¡Joder, qué daño nos ha hecho esa puta película!! ¡¡Por su culpa, todo
el mundo cree que los demonios somos unos degenerados!!
—¿Y
no es así?
—¡Claro
que no! —negó Pandulfo— ¡A mí me gustan las maduritas jamonas!
—¿Y
alguna vez has poseído a alguna? —pregunté con un interés que iba más allá de la
mera cortesía.
—¡Es
que no se dejan! —Esta vez hizo un amago de zapatazo, pero se contuvo.
—Pero,
hombre, cómo se van a dejar, con lo mal que os lo montáis —dije—. Un demonio
posee a una tía y la deja llena de costras y ronchas y con los ojos de color
amarillo. Ya sé que sois una manifestación del Infierno y tal, pero si, yo qué
sé, si les aumentarais la talla del sujetador o el volumen labial seguro que
más de una no le haría ascos a una posesión diabólica. —Mi añorada Marcia me
habría clavado la lengua a la mesa con una estaca por ese comentario.
—Amable
Jean-Claude, ¿tienes a mano algún tipo de medicamento analgésico? —dijo el
Narrador Omnisciente.
—¿Cuántas
píldoras calcula que va a necesitar, señor?
—Vamos
a empezar con seis. Si no funciona, probaremos con todas las que quepan en una
cabeza nuclear.
—Eh
—dijo el Poli Cabrón mirando su reloj—, sois conscientes de que el Papa que
actualmente ostenta el cargo tendrá que morirse algún día, ¿verdad? Solo
faltaba llegar allí en medio de una puta fumata blanca.
—Qué
razón tienes, Cabrón —concedí.
—¡¿Que
qué?!
—Disculpa;
como en mis pensamientos siempre me refiero a ti como Poli Cabrón, a veces
olvido que el apelativo te resulta brutalmente ofensivo.
—¡¡Sargento
Jerónimo Castaña para ti, bazofia!!
—Espíritu
Santo, vas a venir con nosotros, ¿verdad? —dije poniendo ojitos. El Espíritu
dio un respingo.
—Bueno,
hijo mío, sé que te gustaría que compareciera ante el Papa en calidad de Representante
de la Santísima Trinidad, pero…
—En
realidad había pensado que vinieras en calidad de Pájaro Parlanchín que Cuando
se Pimpla Gusta de Contar Chistes Verdes, que nunca viene mal para amenizar una
excursión.
—Nunca
dejo de preguntarme qué ha visto Dios en ti —remarcó el Espíritu Santo.
—¿Te
vienes o no?
—No.
Eres el Elegido y tienes que currártelo un poco.
—Ajá.
Entonces, pretendes que me plante en la Santa Sede con mi chupa de cuero y mis
patillas y convenza al Papa de que desmantele la Iglesia Católica.
—Tú
eres el Mesías, él es el Papa. Si su fe es verdadera, te creerá.
—No
me va a creer.
—Claro
que no.
—¿Entonces?
—Te
pondrá a prueba, supongo.
—¿Un
milagro?
—Seguramente.
—Bueno,
no hay problema —aseguré—. Narrador, anota en la lista de la compra una barra
de pan, para tener algo que multiplicar cuando llegue el momento.
—Lo
cual no quiere decir que acceda a tu petición —prosiguió el Espíritu.
—Joder,
que tío tan quisquilloso —dije—. Pues no sé qué milagro hacer. Como no le
enseñe la cicatriz de apendicectomía y le diga que es un estigma…
—Escucha,
hijo; ser el capo de la Iglesia es un chollo. Tienes que tener en cuenta que Su
Santidad se va a agarrar como una lapa a su puesto; ni él ni ninguno de sus
predecesores ha querido oír hablar jamás del Apocalipsis ni de la Segunda
Venida; les entran sudores fríos nada más pensar que algo así pueda ocurrir
durante su mandato. Porque, sinceramente, el fin del mundo es un marrón para cualquier
Papa. No importa que le expliques a tu rebaño que el Apocalipsis es voluntad de
Dios; se van a cagar en tu estampa igualmente, y los supervivientes y sus
descendientes te van a recordar por los siglos de los siglos como el Papa Gafe —dijo
el Espíritu—. Así que no esperes que por ser el Redentor te van a recibir en la
Santa Sede con los brazos abiertos, un jabalí asado, cinco gramos de farlopa y
un par de putas. Ten por seguro que vas a estar en el punto de mira desde el mismo
momento en que plantes allí tus sucias botas militares.
—Me
lo temía —afirmé.
—Si
es que en el fondo no eres tan tonto.
—Lo
decía mi horóscopo: “Serás objeto de celos y envidias en tu entorno laboral”.
—Con
todo el respeto, Espíritu —dijo el Poli Cabrón—, mis expectativas de futuro no
contemplaban encontrarme en medio de una monstruosa intriga de carácter
apocalíptico. De hecho, a estas alturas ya debería haberme prejubilado, así que
te puedes imaginar la ilusión que me hace todo este pifostio.
—Sargento,
solo te puedo decir que, por algún motivo que escapa a mi comprensión, pareces
ser una pieza insustituible de este engranaje cósmico.
—Aquí
nadie me explica nunca una mierda —se quejó el Poli Cabrón.
—Tranquilo,
Poli Cabrón —dijo Pandulfo—, saldremos de esta si trabajamos en equipo.
—¡¡Sargento
Jerónimo Castaña para ti, cabronazo!!
—Ah,
disculpa, como todo el mundo te llama Poli Cabrón…
—¡¡El
único que me llama así es este desgraciado!! —El Poli Cabrón me lanzó una
mirada tan incendiaria que temí por la integridad de sus pestañas.
—¡¡Que
te vayas a tomar por culo!! —le grité a Pandulfo, cambiando convenientemente de
tema e insultando de paso al pobre mamón.
—Si
me deja ir —me dijo Pandulfo confidencialmente—, le proporcionaré una
información que le resultará jugosa en grado sumo.
—Dudo
que tú sepas algo que me interese lo más mínimo —afirmé—. A no ser que conozcas
algún sitio donde arreglen cremalleras por un precio módico.
—Mejor
que eso —dijo tras superar un breve momento de perplejidad, como si de verdad
dudara de que hubiera algo mejor que un mecánico cremallero económico—. Sé cómo
sacar a Marcia Hellstrom del Infierno.
—¿Por
qué… por qué crees que me interesa Marcia Hellstrom?
—Porque
me lo dijo usted anoche.
—Permíteme
que lo dude. Me conozco como si me hubiera parido, y no soy el tipo de Salvador
de la Humanidad que le confesaría a un demonio su intención de sacar a Lucifer
del Infierno. No doy tantas confianzas a nadie.
—Estaba
muy borracho.
—Ah
—comprendí—. Eso explicaría por qué tienes escrito el número secreto de mi
tarjeta de crédito en la frente.
—Me
agarró por los hombros y me dijo “¿Sabes? Eres un demonio asesino sanguinario
de puta madre y te quiero un montón”.
—¿En
serio puedes sacar a Marcia del Averno?
—Y
no se enteraría nadie —aclaró—. Bueno, a lo mejor Dios sí que se da cuenta.
Como lo ve todo y tal…
—Claro.
Solamente podría percatarse de ello el único ser que conozco que puede
convertirme en un bote de desodorante lavanda nada más pensarlo. Pandulfo, eres
un fenómeno.
—Creía
que le gustaba asumir riesgos.
—Ten
por seguro que no me importaría enfrentarme a Dios si no fuera por el asunto de
la omnipotencia.
—¿Qué
estáis cuchicheando? —preguntó el Poli Cabrón.
—Eh…
Cremallera rota. Arreglar. Barato —dije atropelladamente.
—¿Alguno de los presentes sabe
cambiarle el procesador a un androide? —dijo el Sargento.
—Jean-Claude,
ve arriba a despertar a Uriel, que ya va siendo hora de que nos vayamos
moviendo. Señores —adopté una actitud solemne—, ha llegado la hora de difundir
la Palabra de Dios, aunque a algunos no les guste oírla. ¿Has anotado eso,
Narrador?
—Mmm…
¿Qué? —musitó el Narrador, que se había mantenido ocupado mermando con su peso
la nutrida población de ácaros que residía en mi alfombra desde tiempos
inmemoriales (en honor a la verdad, mi alfombra era ampliamente reconocida como
el único ecosistema habitado por el raro ejemplar denominado Ácaro Sapiens.
Hace unos años me llevé un susto de muerte cuando la alfombra empezó a arder de
repente, por lo que creí encontrarme ante un caso único de combustión
espontánea en objetos inanimados de felpa; más tarde un científico amigo mío
llegó a la conclusión de que los ácaros de mi moqueta habían descubierto el
fuego).
—Valiente
evangelista que me he buscado, que ni siquiera está consciente cuando su Mesías
dice cosas enjundiosas.
—Solo
a ti se te ocurre montar una bacanal la noche antes de una peregrinación —recalcó
el Espíritu Santo.
—¿Puede
prestarme alguien un inhalador para el asma? —preguntó el Narrador,
incorporándose con la ayuda del Poli Cabrón.
—¿Unas
palabras de aliento antes de partir, Espíritu? —solicité.
—Ahora
mismo el único aliento que te puedo proporcionar apesta a ginebra, pero te daré
un consejo —dijo Aquel que una Vez se Cepilló a la Virgen—. Deja de pensar con
la polla y olvídate de esa fulana de la Hellstrom. Esa chica no te conviene.
—Sí,
bueno, ya sé que es Satanás y todo eso, pero ya cambiará cuando estemos
casados.
—¿Sabes?
En cierta forma, tu actitud es admirable, aunque sea más propia de un
deficiente mental profundo.
—Sí,
gracias.
—Y,
ya que estamos, podrías cambiarte de ropa, que por una vez que te pongas
corbata no se te van a caer los huevos al suelo.
Me
pareció que mi sigiloso lacayo se materializaba a mis espaldas.
—Amo,
el señorito Uriel me ha solicitado que le preguntara si no podría quedarse en
la cama un ratito más.
—¡Ni
hablar! Tenemos que comparecer ante el Papa. ¿Alguien sabe dónde vive el mamón
ese?
No hay comentarios:
Publicar un comentario