sábado, 16 de mayo de 2020

¡Chan-chan! (o un suceso verdaderamente inesperado)

¡Hostia puta!

El Apocalipsis según se mire. Capítulo 48.


—¡¡Todo esto te pasa por bocazas!! —bramó el Espíritu Santo en mi habitación, una vez volvimos a mi vieja mansión—. ¡¡Y deja de apretar ese puto pollo de goma, que me estás poniendo nervioso!!
El Espíritu estaba tan agitado que se había cagado en los orificios de ventilación del televisor de mi cuarto sin darse cuenta.
—Lo estás dejando todo lleno de mierda de paloma —notifiqué, dejando el pollo sobre la cama.
—El jodido demonio Plutón… —murmuró el Espíritu. Era la primera vez que veía a un pájaro, parlante o no, caminando de un lado a otro con las alas cruzadas detrás de la espalda.
—¿A qué viene tanta preocupación? Plutón es un manta —recordé.
—Dale a un imbécil voluntarioso un cartón de leche vacío y acabará encontrando la manera de matarte con él —sentenció el Espíritu—. Qué ganas de fumar me están entrando… ¿Tienes un cigarro?
—Claro —dije sacando el paquete—. ¿Hace falta que te lo encienda, o ya estallas tú en llamas si eso?
—Enciende, enciende. No voy a poner en marcha toda la parafernalia divina por un puto cigarro. Puf, puf —fumó ansiosamente.
El televisor se encendió solo, cosa que me extrañó sobremanera, habida cuenta de que Pandulfo se había llevado prestado el mando a distancia hacía un rato y me lo había devuelto descacharrado y lleno de pelos por razones en las que preferí no ahondar. Justo cuando empezaba a creer que la boñiga del Espíritu Santo tenía propiedades electromagnéticas, apareció en pantalla la jeta del Creador. El Espíritu Santo escupió el pitillo sobre la colcha.
—¡Cojones, que salimos ardiendo! —exclamé lanzándome sobre el cigarrillo.
—¡Espíritu! —dijo Dios—. ¿Estabas fumando?
—¿Que qué? No, no —dijo dispersando el humo con el ala derecha.
—Hechas humo por el pico —observó Dios.
—Es vaho. Hace mucho frío aquí. Oye, ¿por qué no subes la calefacción? —me sugirió.
—Sí, claro. —Le llevé la corriente y me levanté para trastear el aire acondicionado.
—He enviado a la oveja a buscar al perro —rezongó el Creador—. En mala hora se me ocurrió juntaros a los dos. Muy coleguitas os habéis hecho.
—No, que va, si le estaba echando la bronca a este —dijo el Espíritu.
—Sí, es verdad —afirmé—. Una bronca que te cagas.
—Sí, ya —dijo el Creador—. A ver, ya podéis estar informando.
—¿De qué? —pregunté.
—¿Cómo que de qué? —repuso Dios.
—Creía que lo veías todo —creí.
—Sí, bueno; no puedo estar siempre en el plato y en la tajada —declaró el Altísimo—. Hay otros asuntos que requieren mi atención.  El Apocalipsis me tiene muy liado.
—¿Y te queda mucho? —pregunté.
—¿Con el Apocalipsis? No, bueno; le estoy dando una última manita.
—Lleva siglos con la misma cantinela —me susurró el Espíritu Santo subido en mi hombro.
—¡¿Qué estáis cuchicheando?!
—No, nada; le estaba diciendo que todavía tenía frío.
—Voy a subir un poco la calefacción —volví a levantarme.
—¿Y bien? —dijo Dios—. Ponedme al día.
El Espíritu Santo carraspeó.
—Bueno, para qué andar con rodeos. ¿Te acuerdas de Plutón?
—¿El planeta que está a tomar por culo del sol?
—¿No te has enterado? Aquí ahora lo consideran un planetoide, sea lo que sea eso —aclaró el Espíritu.
—No me digas. ¿Desde cuándo?
—Señor, Señor —intervine cuando me senté de nuevo en la cama—. Me da la impresión de que últimamente no estás muy al loro del devenir de tus criaturas.
—¿Pretendes que esté siempre pendiente de todas vuestras gilipolleces? ¡Como no sois tontos ni nada! “¡Mirad, hemos llegado a la luna!” ¿Y qué vais a hacer allí? ¿Plantar coliflores? ¡Bah!
—Vaya —dijo el Espíritu Santo—. Hoy tiene uno de esos días.
—¿Qué días?
—Oh, ya sabes. A veces se levanta con un asco tremendo hacia la Humanidad —me explicó el Espíritu—. ¿Te he contado que tuvo una terrible crisis creativa en el Principio de los Tiempos? Durante una temporada creí que iba a dejar el mundo a medio hacer. Y todo porque no sabía cuál iba a ser la especie dominante del planeta. Entonces, un día, dijo, “¡Tate!”
—Un momento, un momento —interrumpí—. El Creador de Todas las Cosas, El Único Ente Perfecto de Todo el Universo dijo “Tate”?
—¿Quién está contando la historia, tú o yo?
—Sigue, sigue.
—Entonces se le ocurrió crear una especie inteligente y otorgarle libre albedrío. Imagina su decepción cuando pilló a Adán mordiéndose las uñas de los pies.
—Ah. Entonces, ¿los creacionistas están en lo cierto?
—¿Esos que dicen que los hombres no tienen nada que ver con los monos?
—Básicamente. ¿No dices que el Altísimo creó una especie inteligente?
—Sí, bueno; lo suficientemente inteligente como para saber pelar un plátano, quiero decir.
—¿Adán era un mono?
—Un antepasado de babuino, para ser exactos.
—Ajá. Lo cual aclara de una vez por todas el origen de las especies y, de paso, el de las almorranas —elucubré.
—¡Ejem! —dijo Dios, que seguía en el mismo canal—. ¿Podríais prestarme un poco de atención?
—Ah, disculpa —dijo el Espíritu—. Es que le estaba contando aquí a mi colega que sigue haciendo un taco de frío.
—Voy a subir la calefacción —me levanté de nuevo.
—¡¿Y por qué no os mudáis a la habitación de la caldera, me cago en vuestra estampa?!
—¿De qué estábamos hablando? —dijo el Espíritu.
—De astronomía —recordó Dios.
—Ah. Pues eso no tiene nada que ver con lo que quería contarte.
—Pues si no tiene nada que ver, ¿no te da la impresión de que haber empezado la conversación con un “Bueno, para qué andar con rodeos” puede conducir a equívoco?
—¿Te acuerdas del demonio Plutón, el capullo que enviaste al Infierno junto a Marcia Hellstrom? Ha empezado el Apocalipsis antes que tú.
—¡Ah! ¡Oh! —dijo el Alfa y el Omega—. ¡¿Pero qué se habrá creído ese soplapollas?!
—Bien mirado, podrías dejar que hiciera el trabajo sucio por ti —dije para quitar hierro al asunto—. Porque, entre tú yo, siempre me ha dado la impresión de que a ti esto de organizar el fin del mundo como que te da pereza.
—¡Pero qué dices! Anda que no tengo ganas de mandaros a tomar por culo ni nada… Lo que pasa es que, como comprenderás, no quiero el Apocalipsis me salga hecho un churro —dijo Dios mirando hacia otro lado—. Y… ¿qué ha hecho Plutón hasta ahora? ¿Algún avance de consideración?
—Bueno, ha empezado con una plaga de pollos de goma, así que creemos que su Apocalipsis todavía está en fase de ensayo y error —dije.
—Oh —dijo Dios—. Ya veo. Hum. Bueno, de todas formas, no podemos permitir que nos coma terreno.
—Sí, ya. Digo yo que deberíamos ir a por él antes de que intente otra gilipollez —opinó el Espíritu.
—¿Sabéis dónde se encuentra?
—Nosotros no, pero como tú tienes un Tercer Ojo y tal, a lo mejor… —sugerí.
—Anda que no os viene bien ni nada tener a un tío omnipotente a vuestro lado, ¿eh? —dijo el Creador, que acto seguido cerró los ojos y abrió el que tenía un poco más arriba—. ¡Hostias! —blasfemó dando un respingo.
—¿Qué te pasa ahora? —dijo el Espíritu.
—Nada, que, como llevo unos días con el Tercer Ojo cerrado, al abrirlo me ha dado un resplandor que no veas. Hmmm. Ah, ahí está. Plutón… Ciacco…. Vaya por Dios, Judas… Y… un canijo bigotudo con sotana… el Sancho ese, me parece… Todos de buen rollito… Están levantando mucho las cejas, en plan conspirativo…
—Están en la Santa Sede —dije—. Se han aliado con el Papa.
—¿Qué hacéis ahí parados? ¡A la Santa Sede ahora mismo! —Y el Creador cortó y cerró.
—Bueno, ¿cómo entramos sin ser vistos? —pregunté.
El Narrador Omnisciente hizo acto de presencia. Era la tercera vez en lo iba de día que se equivocaba de habitación buscando el cuarto de baño.
—Coño, qué calor hace aquí.
—¡Narrador! Tú eres omnisciente, ¿verdad? Eres ubicuo y tal.
—Hombre, claro —afirmó el Narrador—. Estoy donde haya una historia que merezca ser contada.
—Ya, verás, es que necesitaría estar en la Santa Sede lo antes posible. ¿Puedes llevar pasajeros contigo?
—Teóricamente, sí —afirmó el Narrador—. Pero podría tener consecuencias imprevistas.
—¿Quieres decir que podría acabar con la piel del revés, con cabeza de mosca o con alguna cosa guay de ese tipo?
—Oye, ¿por qué no se lo pides al Señor?
—Prefiero no hacerlo —confesé—. La última vez que me teleportó perdí el mechero en el trayecto.
—¿Y tener la piel del revés te parece mejor que perder el mechero? —preguntó el Espíritu.
—Mejor, no. Diferente.
—Seguro que hay otra manera de entrar sin arriesgar la integridad física de este capullo —opinó el Espíritu.
—Hay otra manera —dijo el Narrador—. Podría provocar una elipsis narrativa en el continuo espacio-temporal.
—Y también podríamos hacer algo que no trastornara necesariamente el curso de la Historia —dijo el Espíritu.
—Si no va a pasar nada, hombre. Entre tú y yo, lo hago a menudo. Una elipsis pequeñita —aseguró el Narrador—. Para ahorrarnos el viaje.
—Que no, que no; ni flores —se negó el Espíritu—. El Señor no  te creó para que te pasaras la Continuidad Narrativa del Universo por el forro de los cojones.

Quizá no el Narrador no fue creado para tal propósito, pero doy fe de que hacerlo no le cuesta ningún trabajo. Si no, no se explica que acto seguido este que suscribe se viera crucificado en medio del Museo de la Inquisición sito en los sótanos de la Santa Sede, rodeado de los más variados e imaginativos instrumentos de tortura medieval y con un ladrillo colgado al cuello.
—¡Pero, coño! ¡Qué dolor! —protesté—. ¿Qué cojones ha pasado?
—He debido calcular mal la elipsis narrativa —dijo el Narrador mirándome desde el suelo.
            —¡No te jode!
—No era mi intención —se disculpó—. Mira, no puedo bajarte de ahí, porque estoy en el Universo en calidad de observador y me encuentro inhabilitado para la intervención directa, pero podemos probar otra elipsis, si quieres.
            —No, déjalo. Parece un giro interesante de los acontecimientos
            —Dijo él mientras colgaba clavado de pies y manos.
—Sí. Es el tipo de suceso inesperado donde te preguntas “¿Qué pasará ahora? ¿Dejarán que se desangre? ¿Lo ultrajarán analmente con un puño americano?”
—Vaya, vaya —dijo el demonio Plutón entrando en la cámara. Parecía tan sorprendido como yo—. Qué fácil ha sido esto.
—¿Me vais a ultrajar analmente con un puño americano? —dije para romper el hielo.
—Joder, qué cojones le echa este tío —dijo para sí Plutón.
—¿Cómo he llegado hasta aquí y por qué me veo en esta tesitura? —pregunté.
—Mira que eres tonto —dijo Plutón mientras bajaba la escalera—. Pues has llegado… Cómo vas a llegar…
—Tú tampoco lo recuerdas —observé.
—Que sí, hombre, que sí. Eeeeeh… Te tendimos una espectacular emboscada, creo.
—¿Me tendisteis una emboscada? ¿Vosotros? ¿Los panolis de los pollos de goma?
—Dios, qué ganas tengo de que pasen mil años y se olvide todo ese asunto de los pollos de goma.
—Yo creo que lo que pasó fue que llegué aquí por sorpresa, les metí una paliza a vuestros guardias, y, cuando casi os tenía en mis manos, algún cobarde me atacó por la espalda con un cenicero de mármol.
—Sí, ya. Los cojones.
—No, claro; una emboscada, eso va a ser. Una emboscada tendida por vosotros, que sois más torpes que un arado.
—Ya habló el ninja —dijo Plutón con desprecio.
—¡Sí, soy ninja! ¡Qué pasa!
—¿Sí, tú?
—¡Sí! No muy bueno, todo hay que decirlo. ¿Has visto a esos ninja que se cuelan en cualquier sitio sin que nadie se dé cuenta? Yo siempre acababa pasando por taquilla. “Eh, tú, el de la katana en la espalda, no te hagas el tonto”, decían. Eso, cuando no tropezaba con una pila de cacerolas. Mi problema radicaba, según mi sensei, en mi falta de concentración. “Nunca llegarás a ser un buen ninja si no dejas de pensar con la polla”, me decía. Un hombre sabio, mi sensei.
—¿Has terminado? Pensaba que estar clavado a una cruz por las muñecas y los tobillos le quitaban las ganas de conversar a cualquiera.
—Sí, bueno; soy el sucesor de Cristo. Ya era hora de que me consiguiera unas buenas llagas.
—Eso es lo que más me jode de ti; siempre encuentras el lado bueno de las cosas. —Plutón se veía realmente irritado.
—Es lo que tenemos los Mesías Ninja —dije con una franca sonrisa—. Somos gente muy positiva.
—Que no eres ninja.
—Que sí, cojones.
—Eh… ¿Cómo ha llegado este chingón aquí? —dijo el Papa cuando apareció por la puerta.
—Lo emboscamos, Santidad —afirmó Plutón.
—No me diga. ¿Cuándo?
—Eh… Antes. ¿No se acuerda?
—No.
—Porque no pasó —intervine—. Vine y envié al hospital a algunos de los vuestros, y luego…
            —Será mejor que lo cuente yo —dijo el Narrador.
            —¿Quién ha dicho eso? —dijo Plutón antes de posar sus ojos sobre el Narrador—. ¿Quién es usted? ¿Por qué no me he dado cuenta antes de que había un jubilado a los pies de la cruz?
            —No se preocupe por mí —dijo el Narrador—. Solo estoy mirando.
            —Narrador, sácanos de nuestra ignorancia —invité.
            —Lo primero que hiciste al llegar a la Santa Sede fue ir al lavabo porque, para ser un ninja, tu capacidad de previsión deja bastante que desear. Solo a ti se te ocurre zamparte un plato hasta arriba de fabada antes de entrar en combate. Total, que cuando estabas ahí, tan a gusto, Ciacco entró en el lavabo creyendo que estaba vacío y, al reconocerte, te atacó con la Cristonita que tenía en el bolsillo.
            —¿Quién cojones es este caballero? —preguntó Plutón.
—Mi Narrador Omnisciente —contesté.
—¿Tienes un Narrador Omnisciente? ¿Por qué no tengo yo un Narrador Omnisciente? ¡Judas! —le dijo al apóstol, que se había acercado por allí al oír el barullo.
—¡Hostias! ¿Qué hace este aquí?
—Judas —dijo Plutón—. Tú escribiste un evangelio, ¿no?
—Si me permiten la injerencia, caballeros —intervino el Narrador—, permítanme decir que, en realidad, todos los evangelios los escribí yo.
—Lo que usted diga, caballero, pero yo tengo uno —dijo Judas, con un brillo de satisfacción en la mirada—. No es exactamente un evangelio; bueno, al principio sí. Lo que pasa es yo quería dar más protagonismo al personaje de San José, ¿sabes? En la primera versión, San José cree que lo de Dios es un camelo y que lo que le pasa a su hijo es que tiene un amigo imaginario. A mi editor no le gustó y no quiso publicármelo, así que pillé un rebote y escribí un segundo borrador, donde Jesús salía muy poco y hacía de malo, de esos que sonríen perversamente y se tocan la punta del bigote. Pero no quedé satisfecho con el resultado y sustituí a Jesús por un monstruo marino, una especie de pulpo gigante que…
—¿Qué cojones es la Cristonita? —pregunté alzando la voz, porque siempre he pensado que un tipo que se está desangrando requiere algo de atención.
—Un minerrral que solo existe en el Infierrrrno y que sirrrve para dejarrr indefenso y desprrrovisto de habilidades milagrrrosas al Elegido de Dios —explicó un notas con bata blanca y pelos de loco.
—No se puede decir que sea un producto con mucha salida comercial —observé.
Ja, bueno —prosiguió el notas—. Una vez que hayamos acabado con usted, me plantearrré buscarrrle nuevos usos, como, no sé. Casas prrrefabrrricadas, quizá. O lamparrras parrra mesitas de noche. Encimerrras. Yo qué sé. No me agobie.
—¿Quién es este? —pregunté a cualquiera que pudiera contestarme.
—El Profesor, eh… el Profesor —dijo Plutón—. Un científico nazi muerto. Yo qué sé.
—Heinrich von Poltergeist —dijo el Profesor, que más que a un ejemplar de la raza aria, se asemejaba a una gárgola que acababa de despertar de un coma etílico.
—Lo que sea —dijo Plutón.
—El descubridorrr de la Crrristonita. El arrrma antimesías definitiva —dijo el Profesor en tono sentencioso, como si creyera que el flamante eslogan le iba a ayudar a vender el invento a alguna multinacional.
—Bueno, matadme. A mí me la sopla —ahí, con dos cojones—. Resucito y a tomar por culo.
—Ah, no, jaja —dijo Plutón—. Te hemos dejado sin poderes,  así que te mueres y ya está.
—Pues ya me resucitará el Señor.
—La Cristonita no te permite ir al Cielo. Acabarás de cabeza en el Infierno. ¡Ja! ¿Ahora qué, listo?
—Bueno, ya me buscaré la vida —nunca mejor dicho—, déjame en paz.
—Hay que reconocer que el chavo los tiene bien puestos —dijo el Papa.
—¡Mejor puestos los tengo yo! —dijo Plutón, que estaba de un envidioso que no había quien lo aguantara.

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