viernes, 15 de mayo de 2020

Un fin del mundo de Serie B

¡Zusto!

El Apocalipsis según se mire. Capítulo 47.

Estudio de Televisión de la Santa Sede. Un rato antes del Apocalipsis.

—¿Tengo bien puesto el pinganillo? —preguntó Plutón, el demonio de los ojazos bicolor, uno rojo y otro amarillo, mientras se repanchingaba en la silla del presentador del Noticiero Católico.
—¿Cómo quieres que te vea el pinganillo desde aquí? —dijo Judas, que se encontraba a dos metros escasos de Plutón—. Anda, levántate y le echo un vistazo.
—Puto apóstol muerto miope —murmuró Plutón mientras se ponía en pie—. ¿Qué tal? ¿Sobresale mucho?
—De donde no hay, no se puede sacar —sentenció Judas—. Lo tienes un poco hacia la derecha. Tira de él hacia atrás.
—¿Que tire hacia atrás del pinganillo? —dijo Plutón llevándose la mano a la oreja.
—¡Coño! ¿Puedes mover el nabo tirándote de las orejas?
—¡¿De qué cojones estás hablando, imbécil?! —vociferó Plutón—. ¡El pinganillo, gilipollas, el pinganillo! ¡El cacharrito este de la oreja que sirve para escuchar!
—Plutón, llevo dos mil años sin pisar la Tierra. ¿Dónde crees que puedo haber aprendido el concepto de pinganillo? El último invento revolucionario que conocí antes de ir al Infierno fue la herradura.
—¿Dónde se ha metido ese vago de Ciacco?
—Creo que ha dicho “Voy a la sala de control a ayudar a los técnicos a piratear la emisión del festival de rock”, si eso quiere decir algo. Yo solo he entendido “Voy a la”, “de”, “a ayudar a los”, “a” “la”, “del” y “de” —dijo Judas, firme candidato al primer premio en un Concurso de Recordar Verbos, Preposiciones y Pronombres.
—¿Ayudar a los técnicos a piratear la emisión? ¿Ciacco? ¡Pero si el otro día le tuve que explicar nueve veces cómo cambiarle las pilas a una linterna!
—Probando, probando —dijo Ciacco a través del pinganillo—. ¿Me escuchas Plutón? Corto y cierro.
—Te escucho perfectamente —dijo Plutón—. Ciacco, ¿qué cojones estás haciendo? No toques nada y deja trabajar a los profesionales. ¿Ciacco? ¿Me oyes? Mierda, creo que ha cortado.
—Eeeh… Plutón —dijo Judas con cautela—, Ciacco no está aquí.
—Sí, sí, lo sé. Estoy hablando con él por el pinganillo, aunque a tus ojos parezca que me he vuelto gilipollas de repente.
—Plutón, ¿me recibes? —dijo Ciacco—. Corto y cierro.
—Que sí, que sí, que te recibo. Oye… ¿Ciacco? ¿Ciacco?
—Plutón, aquí Ciacco. ¿Me oyes? ¡¡Plutón!!
—¡Que te estoy oyendo, coño! ¡Y no grites al micrófono, que me vas dejar sordo, anormal!
—Ah, como no te oía contestar…
—¡¿Cómo me vas a escuchar si cortas y cierras la transmisión antes de que pueda responder, imbécil?! ¡¡Deja de molestar a los técnicos y ven aquí ahora mismo!! Joder, si Minos no se hubiera quedado en el Infierno con el cabezón de su hijastro…
—¿Están seguros de que esto va a salir bien, chingones? —dijo Su Santidad el Papa Pancho I entrando en la sala.
—No se preocupe, Papa —respondió Plutón—. Aquí donde nos ve, somos unos profesionales muy serios.
—¡¡Azúcar!! —gritó Ciacco.
—¡¡Joder!! —gritó Plutón—. ¡¡Ciacco, hijo de puta, como te coja te voy a meter un artículo de ferretería por el culo!!
—¿Su amigo se encuentra bien? —preguntó el Papa a Judas.
—Sí, sí. Está hablando por el piltrafillo ese. No es que se haya vuelto gilipollas ni nada.
—Oigan, esto va a ir como acordamos, ¿verdad?
—¿Acaso no se fía de nosotros? —preguntó Judas.
—Usted disculpe si parezco suspicaz, güey, pero el del traje es un demonio del Infierno y usted traicionó a Cristo. No es que se pueda decir “¡Qué bruto, qué de fiar son estos tipos!”
—¡Coño! —exclamó Judas—. ¿Es que todo el mundo va a estar reprochándomelo por los siglos de los siglos? Todo porque una vez vendí a Jesucristo. ¡Una vez! Uno diría que, después de dos mil años, ya se habría olvidado aquel asuntillo.
—No hay motivos para desconfiar, Papa —intervino Plutón—. Un trato es un trato. La Iglesia patrocina nuestro Apocalipsis, traemos el caos y la destrucción a la Tierra y, cuando acabemos con toda la Humanidad menos unos pocos, usted se queda con los supervivientes para adoctrinarlos a su antojo y nosotros con las almas de los caídos para torturarlos por toda la Eternidad.
—¿Y eso no es lo que va a pasar de todas maneras cuando el Creador haga su propio Apocalipsis? —preguntó Judas, que se perdió la primera reunión por culpa de un cólico nefrítico.
—Tú no lo entiendes. Es un asunto de honor.
—¿Es por ese Mesías? ¿Qué te hizo para que te enfadaras tanto con él?
—No recuerdo todos los detalles, pero fue una afrenta intolerable que debe ser vengada. Yo olvido, pero no perdono.
—Querrás decir “perdono, pero no olvido”
 —No, no; olvido, pero no perdono. No es la primera vez que odio a muerte a alguien sin recordar el motivo. “Qué asco me da este tío, no sé por qué”, y tal.
—¡Diez minutos para la emisión! —anunció Ciacco—. ¡O más!
—Ah, parece que ya está todo casi listo —dijo Plutón tocándose la corbata.
—Oye, ¿por qué tienes que salir tú? —preguntó Judas—. En el Infierno serás un poderoso y temido demonio, pero aquí eres un mindundi que no le importa a nadie. Yo, en cambio, soy mucho más famoso. Además, mi aparición conllevaría grandes implicaciones simbólicas. “El fin del mundo se acerca, y en vez de Cristo ha venido Judas”, y todo ese rollo. El impacto psicológico en el público sería devastador.
—Sí, ya —dijo Plutón—. Muy simbólico y psicológico todo, pero tienes aspecto de haber pasado los dos últimos años cogiendo comida de la basura.
—La imagen no lo es todo, cabrón engominado.
—En televisión, sí —sentenció Plutón—. Y yo tengo imagen y carisma a punta pala.
—Lo de la imagen se puede arreglar; me pego un baño en el pilón y santas pascuas —dijo Judas, cuya idea de la higiene corporal consistía en hidratarse las manos con su propia orina o, en su defecto, con la orina de otro cualquiera. Por otro lado, su indumentaria distaba mucho de dar bien en cámara; llevaba la misma túnica desde la última reunión de la Asociación de Amigos de los Ácaros—. Y en cuanto a carisma, bueno, soy Judas Iscariote. Todo el mundo me conoce.
—Ser el tipo más vilipendiado de la historia del cristianismo no significa necesariamente poseer carisma. La gente no te escupe por ser carismático, Judas.
—He tenido defensores —proclamó dignamente Judas.
—Todo el mundo te odia, Judas. Una vez te echaste la siesta debajo de un pino y una vaca se cagó en tu cabeza.
—¿Y qué? Así tengo el pelo de recio. —La bosta de vaca era lo más parecido a la gomina en los primeros años después de Cristo.
—Esta plática está resultando de lo más provechosa, compadres —interrumpió el Papa—, pero vamos a desatar el Apocalipsis dentro de un ratito no más, así que les rogaría que fueran abreviando.
—Ah, sí, sí —convino Plutón—. ¿Dónde está el Profesor?
—¿Qué profesor? —preguntó el Papa.
—Pues el Profesor… —contestó, o así, Plutón—. Eeeeh… Tiene un nombre muy complicado de pronunciar. Se trata de un alemán muerto que trabajó como científico para el Tercer Reich. Nosotros lo llamamos “El Profesor”.
—¿Y se puede saber para qué necesitamos un científico nazi muerto?
—Bueno, Santidad; aunque parezca mentira, los demonios el Infierno no tenemos ni puta idea de plagas apocalípticas. Nuestro trabajo se limita a torturar a los muertos y poseer a los vivos cuando se dejan. Para todo lo demás, el Creador.
—¿Y han echado mano del tal Profesor para que les ayude?
—Sí, sí; ese hombre es un genio absoluto —afirmó Plutón—. Aunque nadie lo diría, con los pelos de loco que tiene.
—¡El Profesor! —anunció Judas.
A simple vista, El Profesor, un hombre bajito, ligeramente cheposo, con unos pocos pelos despeinados detrás de la cabeza y con perilla cana, no parecía haber sido un buen ejemplar de la raza aria en su puñetera vida.
Guten Abend —dijo el Profesor.
Guten, guten —saludó Plutón—. Profesor, Su Santidad el Papa Pancho I; Santidad, el Profesor... el Profesor.
—Heinrich von Poltergeist —dijo el Profesor con una lacónica reverencia.
—Profesor, ¿cómo piensa hacer caer la desgracia sobre la Humanidad? —se interesó el Papa.
—Me alegrrra que me haga esa prrregunta —dijo el Profesor en un perfecto español hablado por un alemán.
—Profesor —intervino Judas—, yo que usted no forzaría tanto las erres, que a su edad no sé si está en condiciones de aguantar mucho la caca.
—Judas, apreciamos enormemente tus inestimables aportaciones pero, ¿por qué no te vas a tomar por culo un rato? —sugirió Plutón.
—Verrrá, Santidad —prosiguió el Profesor—, ¿ve este aparrrato que tengo aquí? —El Profesor sacó un aparato de un bolsillo de su bata.
—Parece una de esas máquinas de calcular —observó el Papa.
—Una calculadorrra de esas que se activan con enerrrgia solarrr, ¿Ja?
—¿Y no lo es?
Nein —negó el Profesor—. Es un Administrrradorrr de Plagas.
—¿Y cómo funciona?
—Con enerrrgia solarrr.
—No, no. Me refiero a cómo… a cómo… trabaja el aparato.
—Ah, es un prrroceso muy complicado. Una mezcla de tecnología nazi y conocimientos esotérrricos de ultrrratumba.
—Carajo.
Ja. Der Führer estaba muy interesado en el esoterrrismo y las habilidades extrrrasensorrriales. A petición suya, meine kollegen y yo estuvimos cierto tiempo investigando la manerrra de desarrrr… coñen… desarrrrrrrollar la telepatía, la telekinesia, la pyrokinesia y lo de empanarrr filetes con el poderrr de la mente, que no sé cómo se dice en latín.
—“Polluspaniskinesia”, en el caso de que se trate de un filete de pollo —aclaró el Papa, que sabía de latín y arameo lo que no estaba escrito. No por nada era conocido en el seminario como “El Bruce Lee de las Lenguas Muertas”.
—¿Hitler quería aprender a empanar filetes a distancia? —preguntó Judas, que siempre había mostrado una profunda fascinación por las gilipolleces.
Ja, ja. Der Führer siemprrre se hacía la picha un lío con el huevo y el pan rrrallado, y la sola visión de un huevo crrrudo le daba arrrcadas.
—Sí, sí; hay que ver la de cosas que estamos aprendiendo hoy, pero el tiempo apremia, Profesor —intervino Plutón.
Gut, gut —guteó el Profesor—. ¿Porrr cual plaga empezamos?
—¿Qué es lo que tiene? —preguntó Plutón.
—Tengo de todo —respondió el Profesor—. ¿Rrranas?
—¿Una de ranas? ¿Qué os parece a vosotros? —dijo Plutón mirando a Judas y al Papa, que se encogieron de hombros.
—A mí no me apetecen especialmente —dijo Judas—. Pero, vamos, lo que vosotros digáis.
—¿De qué crees que estamos hablando? —dijo Plutón—. ¿De reservar mesa en un restaurante hindú? ¡Estamos decidiendo el fin del mundo, imbécil!
—¿Pretendes acabar con el mundo a base de ranazos? Oh, sí, que horror. Ya veo a esos pobres mortales lamentando un destino tan aciago mientras limpian ranas de sus parabrisas…
—Bueno, podrrríamos empezar con rrranas y seguir con una tempestad de sangrrre… —sugirió el Profesor.
—Hombre, yo no es por incordiar —intervino el Papa—, pero les agradecería que no me dejaran el mundo todito hecho un asco. Como después lo voy a heredar y eso…
—El Apocalipsis mancha, Santidad —dijo Plutón—. A ver si se cree que en nuestra lista de prioridades figura una plaga que ensucie poco… Nosotros hacemos el trabajo sucio, y luego usted ya se las apaña con el amoníaco y los ambientadores de pino.
—¿Y qué les parrrece si utilizamos langostas?
—¿Ranas, sangre y langostas? —dijo Judas—. ¿Estamos hablando del Apocalipsis o de solucionar el hambre en el mundo?
—¡Langostas de las que arruinan cosechas, no de las que se piden en la marisquería, capullo! —bramó Plutón.
—¿Y qué más da? —dijo Judas—. Si esos cabrones echan a la sartén hasta saltamontes…
—Esta les va a encantarrr, y no es parrra nada comestible —aseguró el Profesor—: Una torrrmenta de fuego y hielo.
—Hostias —dijo Plutón arqueando una ceja—. ¿Nos lo podemos permitir?
Ja, ja. Como dijo der Führer cuando fue a invadirrr Polonia, ich tue es mit der spitze der penis.
—Me temo que mi alemán está un poco oxidado —se excusó el Papa.
—Dice que eso lo hace él con la punta del cipote —aclaró Plutón con el desapego emocional del que se dispone a poner a hervir una coliflor.
 —Debí haberme mordido la lengua —dijo el Papa.
—Hey, troncos, ya estoy aquí —dijo Ciacco entrando en el estudio y tropezando con un foco—. ¡Oiva!
—¿Su amigo está fumado? —se interesó el Papa.
—Habitualmente —contestó Plutón.
—¿Qué pasa, Profesor? —saludó Ciacco con un manotazo en la espalda que podría haber resuelto un problema de atragantamiento en el que estuviera implicado un hueso de melocotón.
—¡Aber, verdammt! —lo más parecido a la interjección “¡Pero, coño!” en la lengua de Wagner.
El Profesor trastabilló.
—¡Cuidado, que trastra…! ¡Que tasta…! —advirtió Plutón.
—¿Que qué? —preguntó Judas.
—¡Que se descoña, cojones!
El Profesor logró mantener el equilibrio, pero el Administrador de Plagas cayó al suelo, haciendo el mismo ruido que una cosa que parece una calculadora solar pero no lo es en absoluto cuando cae al suelo, para que os hagáis una idea.
—¡¡Me cago en la puta, Ciacco!! —exclamó Plutón.
—Lo siento, Plutón. Es que he calculado mal mis fuerzas —dijo Ciacco, que en aquel momento parecía incapaz de calcular bien cualquier cosa.
—No se prrreocupen, caballerrros; es tecnología gerrrmana. Está diseñado para soporrrtarrr cualquierrr tipo de impacto.
—Se le han salido tres teclas —observó Plutón.
—Pues las coloco otrrra vez y a tomarrr por culo —dijo el Profesor recogiendo el maltrecho Administrador de Plagas y sus díscolas teclas del suelo.
—¿Se habrá producido alguna avería interna? —preguntó Plutón.
Nein, nein, seguro que nein —aseguró el Profesor—. Ya verrrán; la pongo en marrrcha y… Parrrece que no enciende.
—¡¡Ciacco, hijo de puta, te voy a matar!! —bramó Plutón.
—No se alterrre, Plutón. Funciona con enerrrgía solarrr, ¿rrrecuerrrrda? Y aquí hay menos luz que en un puticlub de Frankfurt.
—¡Enciendan los focos! —bramó Plutón al pinganillo.
Y la luz se hizo.
—¿Hay suficiente luz, Profesor? —preguntó Plutón.
Ja, ja, parece que ja —contestó el Profesor mientras acercaba el Administrador de Plagas en dirección al foco más cercano con la vista fija en la pantalla LCD—. Aquí parrrece… No, si lo pongo así se ve mejorrr.
—¿No podía haber inventado un modelo a pilas? —dijo Plutón.
—¿Sabe cuántas pilas hacen falta para desencadenarrr una torrrmenta de hielo y fuego de la nada? —dijo el Profesor—. Mierrrda. No hay enerrrgía suficiente para descargarrr la torrrmenta en todo el mundo a la vez.
—Bueno, tampoco es que haga falta —dijo Plutón—. No tenía planeado destruir el mundo con nosotros todavía dentro. ¿Puede hacerlo ante las narices de ese Mesías, Profesor?
Ja, ja. ¿Disponemos del Localizadorrr Apocalíptico para calcularrr las coorrrdenadas?
—Aquí tiene, Profesor —dijo Plutón, alcanzándole al Profesor lo que Su Santidad reconoció enseguida como el GPS del Papamóvil.
—Tormenta de granizo y fuego, marrrchando —anunció el Profesor después de unas apresuradas operaciones matemáticas.
—Muy bien. ¡Cámaras! —dijo Plutón tomando asiento detrás de la mesa del Noticiero.
Judas comenzó la cuenta atrás con las manos. Cinco, cuatro, tres, dos, uno…

Justo después de que el cielo dejara de escupir pollos, el careto de Plutón apareció en las tres macropantallas que coronaban el escenario del Festival Diarrock. Ocho mil asistentes y un servidor enmudecimos.
—Manda cojones —dije.
—¿Estamos en el aire? —preguntó Plutón a alguien fuera de campo—. ¿No? ¿A qué estáis esperando? Que dentro de un momento toda esa gente va a estar muerta, a ver si voy a estar como un gilipollas dirigiéndole la palabra a un montón de cadáveres calcinados. ¿Cómo que problemas técnicos? Ciacco, sal de una puta vez de la sala de control. ¿Estamos en el aire? Bien. —Plutón miró a cámara—. Saludos, criaturas inmundas…
Y la emisión se cortó.
—¿Ese no era Plutón? —me preguntó Ramone—. Qué horror, qué horror, qué horror. Está hecho un pureta.
—Ramone —dije—, creo que ahora lo entiendo todo.

—¡Corten! —dijo Judas para sentirse menos inútil.
—¿He estado bien? —preguntó Plutón.
—Muy convincente, güey —dijo el Papa—. ¿Habrá sobrevivido ese Mesías?
—No lo sé, pero, si lo ha hecho, estará absolutamente aterrorizado —aseguró Plutón.
—Habrrrá retrrrocedido ante una muestrrra de poderrr tan pistonuda —añadió el Profesor.
—Ahora, a esperar las primeras reacciones —dijo Plutón.

INAUDITA TORMENTA DE JUGUETES PARA PERROS
Mogollón Press — Organizadores y público del Festival Diarrock se vieron ayer sorprendidos por una inesperada lluvia de pollos de goma de esos que suenan “¡mogui!” cuando los aprietas y “¡mogui mogui!” cuando los aprietas dos veces seguidas, que se prolongó durante minuto y medio. Los responsables del evento niegan cualquier implicación en el suceso, que califican de “soberana memez”. Se sospecha que todo el tinglado puede deberse a una extraña maniobra publicitaria orquestada por una pandilla de subnormales y bla, bla, bla…

—¡¡¿Pollos de goma?!! ¡¡¿Pollos de goma?!! —gritó Plutón haciendo trizas el periódico en el despacho del Papa—. ¡¡¿Pero qué mierda de plaga apocalíptica es esa?!!
—Una que no se había puesto en práctica con anterioridad —dijo Judas haciendo hincapié en el carácter pionero del suceso.
—Ah, ya veo —dijo Plutón—. Hambre. Muerte. Peste. Guerra. Pollos de Goma. Santidad, ¿se hace alguna mención a los Pollos de Goma en el Apocalipsis? ¿Algo así como “Vi cuando el Cordero abrió el octavo sello caerme en la cabeza un puto pollo de goma”?
—¿A mí qué me cuenta? —dijo el Papa.
—No sé qué habrrrá podido pasarrr —dijo el Profesor.
—No sé —dijo Plutón—. ¿Que el Administrador de Plagas se cayó al suelo? ¿Que cuando lo recogió sonaba como algo suelto dentro? ¡¡¡Ciacco, hijo de puta!!!
—¿Qué he hecho yo ahora? —dijo Ciacco, cuya atención vagaba libremente como un globo de helio en el desierto.
—Mierda, mierda —se lamentó Plutón con las manos en la cabeza—. Ese puto Mesías se estará descojonando de risa.
—Bueno, bueno; no se apesadumbren, muchachos —animó el Papa—. Habrá que pasar al Plan B. Porque tendrán un Plan B, ¿verdad?
—Sí, sí —afirmó Plutón—. Tenemos un Plan B, solo que ahora prefiero llamarlo El Nuevo Plan A.
—¿Y en qué consiste? —preguntó el Papa.
—Lo tenemos apuntado. A ver… —dijo Plutón buscando en sus bolsillos—. ¿A quién le he dado yo el Plan B?
—A Ciacco, creo —dijo Judas.
—Mierda.
—Tranqui, Plutón, que no lo he perdido —dijo Ciacco sacando un papel arrugado de un bolsillo de su parka—. Ejem. Dice “Desencadenar una plaga”.
—Pues sí que el Plan B se parece al Plan A, carajo —dijo el Papa.
—No, no, espere —dijo Plutón mirando a la nada—. Vaya, creo que hemos empezado directamente por el Plan B. Menuda confusión.
—¿Y de qué trataba el Plan A? —inquirió el Sumo Pontífice.
—¿El Plan A original, dice? Pues era algo sobre… No tenía nada que ver con plagas, creo… ni con desencadenar nada… Era totalmente diferente al Plan B, me parece…
—¿No se acuerda?
—Sí, hombre, sí. Eeeeeh… ¿Judas?
—Era algo sobre asesinar a alguien, ¿no? —aventuró Judas.
—Sí, creo… Es que era un plan muy complejo…
—¡Esperad! —exclamó Ciacco—. El Plan A está escrito por detrás.
—Ah, es verdad —recordó Plutón.
—Dice, “Plan A. Matar al Mesías con el arma secreta. Si eso no da resultado, pasar al Plan B escrito al dorso”. ¿Sabes lo que pasa? Que en el Plan B no está escrito “Plan B” y no pone que el Plan A está en el dorso.
—Aaaah, ya me acuerdo —dijo Judas—. ¿Os acordáis de que íbamos a escribir eso de “Plan B” y entonces llamó a la puerta el tío del butano?
—Claro, claro —dijo Plutón—, que no veas si nos costó trabajo encontrar la bombona vacía.
—Estaba en la parte de abajo de la despensa —dijo Ciacco—. Lo que pasa es que habíamos puesto delante el tambor de detergente y no la veíamos.
—Y, con todo el follón, olvidamos completar el Plan B —dijo Plutón.
—¿Han hablado de un arma secreta? —interrumpió el Papa.
—Ya verá, ya —dijo Plutón—. Profesor, ¿ha traído el arma secreta?
—Se la di a Ciacco —dijo el Profesor—. Rrr —añadió para que se notara que seguía siendo alemán.
—¿De quién fue la idea de dejar en custodia todas las cosas importantes al drogadicto? —preguntó Plutón.
—Aquí la tengo —dijo Ciacco sacando otro objeto de otro bolsillo—. ¿Ve esto, Papa?
—¿Un pisapapeles de metacrilato? —dijo el Papa.
—Parece un pisapapeles de metacrilato, pero es… Ah, que esto no es. Esto se lo he mangado de su escritorio. Disculpe. —Se hurgó en un bolsillo interior y sacó otro objeto—. ¡Ajá! Aquí está el arma secreta.
El objeto consistía en un paralepípedo rectangular de color terroso con seis huecos longitudinales. Si Ciacco no hubiera asegurado con orgullosa vehemencia que se trataba de un arma secreta, hasta el observador casual menos avispado podría haberlo confundirlo con…
—¿Un ladrillo? —repuso el Papa.
Nein, nein, porrr supuesto que nein —dijo el Profesor—. Solo lo parrrece.
—¿Y qué es?

—Es…

1 comentario:

olivettevalle dijo...

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