¡Zusto!
El Apocalipsis según se mire. Capítulo 47.
Estudio de Televisión
de la Santa Sede. Un rato antes del Apocalipsis.
—¿Tengo
bien puesto el pinganillo? —preguntó Plutón, el demonio de los ojazos bicolor,
uno rojo y otro amarillo, mientras se repanchingaba en la silla del presentador
del Noticiero Católico.
—¿Cómo quieres que te vea el pinganillo desde aquí? —dijo
Judas, que se encontraba a dos metros escasos de Plutón—. Anda, levántate y le
echo un vistazo.
—Puto apóstol muerto miope —murmuró Plutón mientras
se ponía en pie—. ¿Qué tal? ¿Sobresale mucho?
—De donde no hay, no se puede sacar —sentenció Judas—.
Lo tienes un poco hacia la derecha. Tira de él hacia atrás.
—¿Que tire hacia atrás del pinganillo? —dijo Plutón
llevándose la mano a la oreja.
—¡Coño! ¿Puedes mover el nabo tirándote de las
orejas?
—¡¿De qué cojones estás hablando, imbécil?! —vociferó
Plutón—. ¡El pinganillo, gilipollas, el pinganillo! ¡El cacharrito este de la
oreja que sirve para escuchar!
—Plutón, llevo dos mil años sin pisar la Tierra.
¿Dónde crees que puedo haber aprendido el concepto de pinganillo? El último
invento revolucionario que conocí antes de ir al Infierno fue la herradura.
—¿Dónde se ha metido ese vago de Ciacco?
—Creo que ha dicho “Voy a la sala de control a
ayudar a los técnicos a piratear la emisión del festival de rock”, si eso
quiere decir algo. Yo solo he entendido “Voy a la”, “de”, “a ayudar a los”, “a”
“la”, “del” y “de” —dijo Judas, firme candidato al primer premio en un Concurso
de Recordar Verbos, Preposiciones y Pronombres.
—¿Ayudar a los técnicos a piratear la emisión?
¿Ciacco? ¡Pero si el otro día le tuve que explicar nueve veces cómo cambiarle
las pilas a una linterna!
—Probando, probando —dijo Ciacco a través del
pinganillo—. ¿Me escuchas Plutón? Corto y cierro.
—Te escucho perfectamente —dijo Plutón—. Ciacco,
¿qué cojones estás haciendo? No toques nada y deja trabajar a los
profesionales. ¿Ciacco? ¿Me oyes? Mierda, creo que ha cortado.
—Eeeh… Plutón —dijo Judas con cautela—, Ciacco no
está aquí.
—Sí, sí, lo sé. Estoy hablando con él por el
pinganillo, aunque a tus ojos parezca que me he vuelto gilipollas de repente.
—Plutón, ¿me recibes? —dijo Ciacco—. Corto y cierro.
—Que sí, que sí, que te recibo. Oye… ¿Ciacco?
¿Ciacco?
—Plutón, aquí Ciacco. ¿Me oyes? ¡¡Plutón!!
—¡Que te estoy oyendo, coño! ¡Y no grites al
micrófono, que me vas dejar sordo, anormal!
—Ah, como no te oía contestar…
—¡¿Cómo me vas a escuchar si cortas y cierras la
transmisión antes de que pueda responder, imbécil?! ¡¡Deja de molestar a los
técnicos y ven aquí ahora mismo!! Joder, si Minos no se hubiera quedado en el Infierno
con el cabezón de su hijastro…
—¿Están seguros de que esto va a salir bien, chingones?
—dijo Su Santidad el Papa Pancho I entrando en la sala.
—No se preocupe, Papa —respondió Plutón—. Aquí donde
nos ve, somos unos profesionales muy serios.
—¡¡Azúcar!! —gritó Ciacco.
—¡¡Joder!! —gritó Plutón—. ¡¡Ciacco, hijo de puta,
como te coja te voy a meter un artículo de ferretería por el culo!!
—¿Su amigo se encuentra bien? —preguntó el Papa a
Judas.
—Sí, sí. Está hablando por el piltrafillo ese. No es
que se haya vuelto gilipollas ni nada.
—Oigan, esto va a ir como acordamos, ¿verdad?
—¿Acaso no se fía de nosotros? —preguntó Judas.
—Usted disculpe si parezco suspicaz, güey, pero el
del traje es un demonio del Infierno y usted traicionó a Cristo. No es que se
pueda decir “¡Qué bruto, qué de fiar son estos tipos!”
—¡Coño! —exclamó Judas—. ¿Es que todo el mundo va a
estar reprochándomelo por los siglos de los siglos? Todo porque una vez vendí a
Jesucristo. ¡Una vez! Uno diría que, después de dos mil años, ya se habría
olvidado aquel asuntillo.
—No hay motivos para desconfiar, Papa —intervino
Plutón—. Un trato es un trato. La Iglesia patrocina nuestro Apocalipsis,
traemos el caos y la destrucción a la Tierra y, cuando acabemos con toda la
Humanidad menos unos pocos, usted se queda con los supervivientes para
adoctrinarlos a su antojo y nosotros con las almas de los caídos para
torturarlos por toda la Eternidad.
—¿Y eso no es lo que va a pasar de todas maneras
cuando el Creador haga su propio Apocalipsis? —preguntó Judas, que se perdió la
primera reunión por culpa de un cólico nefrítico.
—Tú no lo entiendes. Es un asunto de honor.
—¿Es por ese Mesías? ¿Qué te hizo para que te
enfadaras tanto con él?
—No recuerdo todos los detalles, pero fue una afrenta
intolerable que debe ser vengada. Yo olvido, pero no perdono.
—Querrás decir “perdono, pero no olvido”
—No, no;
olvido, pero no perdono. No es la primera vez que odio a muerte a alguien sin
recordar el motivo. “Qué asco me da este tío, no sé por qué”, y tal.
—¡Diez minutos para la emisión! —anunció Ciacco—. ¡O
más!
—Ah, parece que ya está todo casi listo —dijo Plutón
tocándose la corbata.
—Oye, ¿por qué tienes que salir tú? —preguntó Judas—.
En el Infierno serás un poderoso y temido demonio, pero aquí eres un mindundi
que no le importa a nadie. Yo, en cambio, soy mucho más famoso. Además, mi
aparición conllevaría grandes implicaciones simbólicas. “El fin del mundo se
acerca, y en vez de Cristo ha venido Judas”, y todo ese rollo. El impacto
psicológico en el público sería devastador.
—Sí, ya —dijo Plutón—. Muy simbólico y psicológico
todo, pero tienes aspecto de haber pasado los dos últimos años cogiendo comida
de la basura.
—La imagen no lo es todo, cabrón engominado.
—En televisión, sí —sentenció Plutón—. Y yo tengo
imagen y carisma a punta pala.
—Lo de la imagen se puede arreglar; me pego un baño
en el pilón y santas pascuas —dijo Judas, cuya idea de la higiene corporal
consistía en hidratarse las manos con su propia orina o, en su defecto, con la
orina de otro cualquiera. Por otro lado, su indumentaria distaba mucho de dar
bien en cámara; llevaba la misma túnica desde la última reunión de la
Asociación de Amigos de los Ácaros—. Y en cuanto a carisma, bueno, soy Judas
Iscariote. Todo el mundo me conoce.
—Ser el tipo más vilipendiado de la historia del cristianismo
no significa necesariamente poseer carisma. La gente no te escupe por ser
carismático, Judas.
—He tenido defensores —proclamó dignamente Judas.
—Todo el mundo te odia, Judas. Una vez te echaste la
siesta debajo de un pino y una vaca se cagó en tu cabeza.
—¿Y qué? Así tengo el pelo de recio. —La bosta de
vaca era lo más parecido a la gomina en los primeros años después de Cristo.
—Esta plática está resultando de lo más provechosa,
compadres —interrumpió el Papa—, pero vamos a desatar el Apocalipsis dentro de
un ratito no más, así que les rogaría que fueran abreviando.
—Ah, sí, sí —convino Plutón—. ¿Dónde está el
Profesor?
—¿Qué profesor? —preguntó el Papa.
—Pues el Profesor… —contestó, o así, Plutón—. Eeeeh…
Tiene un nombre muy complicado de pronunciar. Se trata de un alemán muerto que
trabajó como científico para el Tercer Reich. Nosotros lo llamamos “El
Profesor”.
—¿Y se puede saber para qué necesitamos un
científico nazi muerto?
—Bueno, Santidad; aunque parezca mentira, los
demonios el Infierno no tenemos ni puta idea de plagas apocalípticas. Nuestro trabajo
se limita a torturar a los muertos y poseer a los vivos cuando se dejan. Para
todo lo demás, el Creador.
—¿Y han echado mano del tal Profesor para que les
ayude?
—Sí, sí; ese hombre es un genio absoluto —afirmó
Plutón—. Aunque nadie lo diría, con los pelos de loco que tiene.
—¡El Profesor! —anunció Judas.
A simple vista, El Profesor, un hombre bajito,
ligeramente cheposo, con unos pocos pelos despeinados detrás de la cabeza y con
perilla cana, no parecía haber sido un buen ejemplar de la raza aria en su puñetera
vida.
—Guten Abend —dijo
el Profesor.
—Guten, guten —saludó
Plutón—. Profesor, Su Santidad el Papa Pancho I; Santidad, el Profesor... el
Profesor.
—Heinrich von Poltergeist —dijo el Profesor con una
lacónica reverencia.
—Profesor, ¿cómo piensa hacer caer la desgracia sobre la
Humanidad? —se interesó el Papa.
—Me alegrrra que me haga esa prrregunta —dijo el Profesor
en un perfecto español hablado por un alemán.
—Profesor —intervino Judas—, yo que usted no forzaría
tanto las erres, que a su edad no sé si está en condiciones de aguantar mucho
la caca.
—Judas, apreciamos enormemente tus inestimables
aportaciones pero, ¿por qué no te vas a tomar por culo un rato? —sugirió
Plutón.
—Verrrá, Santidad —prosiguió el Profesor—, ¿ve este
aparrrato que tengo aquí? —El Profesor sacó un aparato de un bolsillo de su
bata.
—Parece una de esas máquinas de calcular —observó el
Papa.
—Una calculadorrra de esas que se activan con enerrrgia
solarrr, ¿Ja?
—¿Y no lo es?
—Nein —negó el
Profesor—. Es un Administrrradorrr de Plagas.
—¿Y cómo funciona?
—Con enerrrgia solarrr.
—No, no. Me refiero a cómo… a cómo… trabaja el aparato.
—Ah, es un prrroceso muy complicado. Una mezcla de
tecnología nazi y conocimientos esotérrricos de ultrrratumba.
—Carajo.
—Ja. Der Führer
estaba muy interesado en el esoterrrismo y las habilidades
extrrrasensorrriales. A petición suya, meine
kollegen y yo estuvimos cierto tiempo investigando la manerrra de desarrrr…
coñen… desarrrrrrrollar la telepatía, la telekinesia, la pyrokinesia y lo de
empanarrr filetes con el poderrr de la mente, que no sé cómo se dice en latín.
—“Polluspaniskinesia”, en el caso de que se trate de un
filete de pollo —aclaró el Papa, que sabía de latín y arameo lo que no estaba
escrito. No por nada era conocido en el seminario como “El Bruce Lee de las
Lenguas Muertas”.
—¿Hitler quería aprender a empanar filetes a distancia? —preguntó
Judas, que siempre había mostrado una profunda fascinación por las
gilipolleces.
—Ja, ja. Der Führer
siemprrre se hacía la picha un lío con el huevo y el pan rrrallado, y la sola
visión de un huevo crrrudo le daba arrrcadas.
—Sí, sí; hay que ver la de cosas que estamos aprendiendo
hoy, pero el tiempo apremia, Profesor —intervino Plutón.
—Gut, gut —guteó
el Profesor—. ¿Porrr cual plaga empezamos?
—¿Qué es lo que tiene? —preguntó Plutón.
—Tengo de todo —respondió el Profesor—. ¿Rrranas?
—¿Una de ranas? ¿Qué os parece a vosotros? —dijo Plutón
mirando a Judas y al Papa, que se encogieron de hombros.
—A mí no me apetecen especialmente —dijo Judas—. Pero,
vamos, lo que vosotros digáis.
—¿De qué crees que estamos hablando? —dijo Plutón—. ¿De
reservar mesa en un restaurante hindú? ¡Estamos decidiendo el fin del mundo,
imbécil!
—¿Pretendes acabar con el mundo a base de ranazos? Oh,
sí, que horror. Ya veo a esos pobres mortales lamentando un destino tan aciago
mientras limpian ranas de sus parabrisas…
—Bueno, podrrríamos empezar con rrranas y seguir con una
tempestad de sangrrre… —sugirió el Profesor.
—Hombre, yo no es por incordiar —intervino el Papa—, pero
les agradecería que no me dejaran el mundo todito hecho un asco. Como después
lo voy a heredar y eso…
—El Apocalipsis mancha, Santidad —dijo Plutón—. A ver si
se cree que en nuestra lista de prioridades figura una plaga que ensucie poco…
Nosotros hacemos el trabajo sucio, y luego usted ya se las apaña con el
amoníaco y los ambientadores de pino.
—¿Y qué les parrrece si utilizamos langostas?
—¿Ranas, sangre y langostas? —dijo Judas—. ¿Estamos
hablando del Apocalipsis o de solucionar el hambre en el mundo?
—¡Langostas de las que arruinan cosechas, no de las que
se piden en la marisquería, capullo! —bramó Plutón.
—¿Y qué más da? —dijo Judas—. Si esos cabrones echan a la
sartén hasta saltamontes…
—Esta les va a encantarrr, y no es parrra nada comestible
—aseguró el Profesor—: Una torrrmenta de fuego y hielo.
—Hostias —dijo Plutón arqueando una ceja—. ¿Nos lo
podemos permitir?
—Ja, ja. Como
dijo der Führer cuando fue a
invadirrr Polonia, ich tue es mit der
spitze der penis.
—Me temo que mi alemán está un poco oxidado —se excusó el
Papa.
—Dice que eso lo hace él con la punta del cipote —aclaró
Plutón con el desapego emocional del que se dispone a poner a hervir una
coliflor.
—Debí haberme
mordido la lengua —dijo el Papa.
—Hey, troncos, ya estoy aquí —dijo Ciacco entrando en el
estudio y tropezando con un foco—. ¡Oiva!
—¿Su amigo está fumado? —se interesó el Papa.
—Habitualmente —contestó Plutón.
—¿Qué pasa, Profesor? —saludó Ciacco con un manotazo en
la espalda que podría haber resuelto un problema de atragantamiento en el que
estuviera implicado un hueso de melocotón.
—¡Aber, verdammt!
—lo más parecido a la interjección “¡Pero, coño!” en la lengua de Wagner.
El Profesor trastabilló.
—¡Cuidado, que trastra…! ¡Que tasta…! —advirtió Plutón.
—¿Que qué? —preguntó Judas.
—¡Que se descoña, cojones!
El Profesor logró mantener el equilibrio, pero el
Administrador de Plagas cayó al suelo, haciendo el mismo ruido que una cosa que
parece una calculadora solar pero no lo es en absoluto cuando cae al suelo,
para que os hagáis una idea.
—¡¡Me cago en la puta, Ciacco!! —exclamó Plutón.
—Lo siento, Plutón. Es que he calculado mal mis fuerzas —dijo
Ciacco, que en aquel momento parecía incapaz de calcular bien cualquier cosa.
—No se prrreocupen, caballerrros; es tecnología
gerrrmana. Está diseñado para soporrrtarrr cualquierrr tipo de impacto.
—Se le han salido tres teclas —observó Plutón.
—Pues las coloco otrrra vez y a tomarrr por culo —dijo el
Profesor recogiendo el maltrecho Administrador de Plagas y sus díscolas teclas
del suelo.
—¿Se habrá producido alguna avería interna? —preguntó
Plutón.
—Nein, nein, seguro que nein —aseguró el Profesor—. Ya verrrán; la pongo en marrrcha y…
Parrrece que no enciende.
—¡¡Ciacco, hijo de puta, te voy a matar!! —bramó Plutón.
—No se alterrre, Plutón. Funciona con enerrrgía solarrr,
¿rrrecuerrrrda? Y aquí hay menos luz que en un puticlub de Frankfurt.
—¡Enciendan los focos! —bramó Plutón al pinganillo.
Y la luz se hizo.
—¿Hay suficiente luz, Profesor? —preguntó Plutón.
—Ja, ja, parece que ja —contestó el Profesor mientras acercaba el Administrador de
Plagas en dirección al foco más cercano con la vista fija en la pantalla LCD—.
Aquí parrrece… No, si lo pongo así se ve mejorrr.
—¿No podía haber inventado un modelo a pilas? —dijo
Plutón.
—¿Sabe cuántas pilas hacen falta para desencadenarrr una
torrrmenta de hielo y fuego de la nada? —dijo el Profesor—. Mierrrda. No hay
enerrrgía suficiente para descargarrr la torrrmenta en todo el mundo a la vez.
—Bueno, tampoco es que haga falta —dijo Plutón—. No tenía
planeado destruir el mundo con nosotros todavía dentro. ¿Puede hacerlo ante las
narices de ese Mesías, Profesor?
—Ja, ja. ¿Disponemos del Localizadorrr
Apocalíptico para calcularrr las coorrrdenadas?
—Aquí tiene, Profesor —dijo Plutón, alcanzándole al
Profesor lo que Su Santidad reconoció enseguida como el GPS del Papamóvil.
—Tormenta de granizo y fuego, marrrchando —anunció el
Profesor después de unas apresuradas operaciones matemáticas.
—Muy bien. ¡Cámaras! —dijo Plutón tomando asiento detrás
de la mesa del Noticiero.
Judas comenzó la cuenta atrás con las manos. Cinco,
cuatro, tres, dos, uno…
Justo después de que el cielo dejara de escupir pollos, el
careto de Plutón apareció en las tres macropantallas que coronaban el escenario
del Festival Diarrock. Ocho mil asistentes y un servidor enmudecimos.
—Manda cojones —dije.
—¿Estamos en el aire? —preguntó Plutón a alguien fuera de
campo—. ¿No? ¿A qué estáis esperando? Que dentro de un momento toda esa gente
va a estar muerta, a ver si voy a estar como un gilipollas dirigiéndole la
palabra a un montón de cadáveres calcinados. ¿Cómo que problemas técnicos?
Ciacco, sal de una puta vez de la sala de control. ¿Estamos en el aire? Bien. —Plutón
miró a cámara—. Saludos, criaturas inmundas…
Y la emisión se cortó.
—¿Ese no era Plutón? —me preguntó Ramone—. Qué horror,
qué horror, qué horror. Está hecho un pureta.
—Ramone —dije—, creo que ahora lo entiendo todo.
—¡Corten! —dijo Judas para sentirse menos inútil.
—¿He estado bien? —preguntó Plutón.
—Muy convincente, güey —dijo el Papa—. ¿Habrá sobrevivido
ese Mesías?
—No lo sé, pero, si lo ha hecho, estará absolutamente
aterrorizado —aseguró Plutón.
—Habrrrá retrrrocedido ante una muestrrra de poderrr tan
pistonuda —añadió el Profesor.
—Ahora, a esperar las primeras reacciones —dijo Plutón.
INAUDITA TORMENTA DE JUGUETES PARA PERROS
Mogollón Press
— Organizadores y público del Festival Diarrock se vieron ayer sorprendidos por
una inesperada lluvia de pollos de goma de esos que suenan “¡mogui!” cuando los
aprietas y “¡mogui mogui!” cuando los aprietas dos veces seguidas, que se
prolongó durante minuto y medio. Los responsables del evento niegan cualquier
implicación en el suceso, que califican de “soberana memez”. Se sospecha que
todo el tinglado puede deberse a una extraña maniobra publicitaria orquestada
por una pandilla de subnormales y bla, bla, bla…
—¡¡¿Pollos de goma?!! ¡¡¿Pollos de goma?!! —gritó Plutón
haciendo trizas el periódico en el despacho del Papa—. ¡¡¿Pero qué mierda de
plaga apocalíptica es esa?!!
—Una que no se había puesto en práctica con anterioridad —dijo
Judas haciendo hincapié en el carácter pionero del suceso.
—Ah, ya veo —dijo Plutón—. Hambre. Muerte. Peste. Guerra.
Pollos de Goma. Santidad, ¿se hace alguna mención a los Pollos de Goma en el
Apocalipsis? ¿Algo así como “Vi cuando el Cordero abrió el octavo sello caerme
en la cabeza un puto pollo de goma”?
—¿A mí qué me cuenta? —dijo el Papa.
—No sé qué habrrrá podido pasarrr —dijo el Profesor.
—No sé —dijo Plutón—. ¿Que el Administrador de Plagas se
cayó al suelo? ¿Que cuando lo recogió sonaba como algo suelto dentro?
¡¡¡Ciacco, hijo de puta!!!
—¿Qué he hecho yo ahora? —dijo Ciacco, cuya atención
vagaba libremente como un globo de helio en el desierto.
—Mierda, mierda —se lamentó Plutón con las manos en la
cabeza—. Ese puto Mesías se estará descojonando de risa.
—Bueno, bueno; no se apesadumbren, muchachos —animó el
Papa—. Habrá que pasar al Plan B. Porque tendrán un Plan B, ¿verdad?
—Sí, sí —afirmó Plutón—. Tenemos un Plan B, solo que
ahora prefiero llamarlo El Nuevo Plan A.
—¿Y en qué consiste? —preguntó el Papa.
—Lo tenemos apuntado. A ver… —dijo Plutón buscando en sus
bolsillos—. ¿A quién le he dado yo el Plan B?
—A Ciacco, creo —dijo Judas.
—Mierda.
—Tranqui, Plutón, que no lo he perdido —dijo Ciacco sacando
un papel arrugado de un bolsillo de su parka—. Ejem. Dice “Desencadenar una
plaga”.
—Pues sí que el Plan B se parece al Plan A, carajo —dijo
el Papa.
—No, no, espere —dijo Plutón mirando a la nada—. Vaya,
creo que hemos empezado directamente por el Plan B. Menuda confusión.
—¿Y de qué trataba el Plan A? —inquirió el Sumo
Pontífice.
—¿El Plan A original, dice? Pues era algo sobre… No tenía
nada que ver con plagas, creo… ni con desencadenar nada… Era totalmente
diferente al Plan B, me parece…
—¿No se acuerda?
—Sí, hombre, sí. Eeeeeh… ¿Judas?
—Era algo sobre asesinar a alguien, ¿no? —aventuró Judas.
—Sí, creo… Es que era un plan muy complejo…
—¡Esperad! —exclamó Ciacco—. El Plan A está escrito por
detrás.
—Ah, es verdad —recordó Plutón.
—Dice, “Plan A. Matar al Mesías con el arma secreta. Si
eso no da resultado, pasar al Plan B escrito al dorso”. ¿Sabes lo que pasa? Que
en el Plan B no está escrito “Plan B” y no pone que el Plan A está en el dorso.
—Aaaah, ya me acuerdo —dijo Judas—. ¿Os acordáis de que íbamos
a escribir eso de “Plan B” y entonces llamó a la puerta el tío del butano?
—Claro, claro —dijo Plutón—, que no veas si nos costó
trabajo encontrar la bombona vacía.
—Estaba en la parte de abajo de la despensa —dijo Ciacco—.
Lo que pasa es que habíamos puesto delante el tambor de detergente y no la
veíamos.
—Y, con todo el follón, olvidamos completar el Plan B —dijo
Plutón.
—¿Han hablado de un arma secreta? —interrumpió el Papa.
—Ya verá, ya —dijo Plutón—. Profesor, ¿ha traído el arma
secreta?
—Se la di a Ciacco —dijo el Profesor—. Rrr —añadió para
que se notara que seguía siendo alemán.
—¿De quién fue la idea de dejar en custodia todas las
cosas importantes al drogadicto? —preguntó Plutón.
—Aquí la tengo —dijo Ciacco sacando otro objeto de otro
bolsillo—. ¿Ve esto, Papa?
—¿Un pisapapeles de metacrilato? —dijo el Papa.
—Parece un pisapapeles de metacrilato, pero es… Ah, que
esto no es. Esto se lo he mangado de su escritorio. Disculpe. —Se hurgó en un
bolsillo interior y sacó otro objeto—. ¡Ajá! Aquí está el arma secreta.
El objeto consistía en un paralepípedo rectangular de
color terroso con seis huecos longitudinales. Si Ciacco no hubiera asegurado
con orgullosa vehemencia que se trataba de un arma secreta, hasta el observador
casual menos avispado podría haberlo confundirlo con…
—¿Un ladrillo? —repuso el Papa.
—Nein, nein, porrr supuesto que nein —dijo el Profesor—. Solo lo
parrrece.
—¿Y qué es?
—Es…
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