"¿Qué he venido yo a hacer aquí?"
El Apocalipsis según se mire. Capítulo 50.
—Total,
que allí estaba yo, bañándome en el Ganges, y me entran unas ganas de mear que
no veas —seguí contando—. Me daba mal rollo porque, ya sabes, como es un río
sagrado y tal, pero bueno, al final lo hice, y de repente el agua a mi
alrededor empieza a ponerse de color rojo. No veas qué susto pasé, canijo; creí
que se me había roto un huevo al tirarme en plancha, porque a mí tirarme de
cabeza siempre se me ha dado como el culo, pero después un policía hindú que
pasaba por allí me dijo que no me preocupara, que era el colorante ese que
echan a las piscinas, y que estaba detenido y probablemente me ejecutarían al
amanecer. Total, que llamé a la embajada y resulta que el embajador era un tío
de mi barrio que no me podía ni ver, y…
—¿Tú calculas que te vas a morir hoy, o…? —me preguntó
Judas, que estaba muerto de sueño en su silla.
Plutón, cansado de ver que no me moría y harto de mis
chistes sobre ingleses, franceses y españoles que iban juntos, había dispuesto
turnos de vigilancia. Aunque mis fuerzas eran más bien escasas y el collar de
Cristonita que tenía prendido al cuello había anulado mis poderes mesiánicos, parecía
que la Parca se mostraba reticente a hacerme una visita.
—La Muerte no vendrá a por mí porque me debe dinero —comenté
durante el turno anterior, después de un prolongado silencio, para asustar al
Papa.
Plutón le había endilgado el turno de madrugada a Judas.
En principio le tocaba a Ciacco, pero se había largado hacía horas a investigar
una nueva especie de mono que había descubierto en una selva virgen que, según
él, estaba situada justo detrás de la Santa Sede. Judas me aseguró que Ciacco
no tenía problemas con las drogas; de hecho, se llevaba muy bien con ellas.
Sobre todo después de que el incendio en el invernadero provocado por Marcia le
hubiera reconfigurado la jeta aplicando un estilo que podríamos definir como
“cubismo casual”.
—Seguro que si te relajaras te morirías antes —me comentó
Judas—. ¿Por qué no tratas de dormir un rato?
—Tengo hambre.
—¡¿Cómo puedes pensar en comer?! ¡Si tienes un pie en el
otro barrio!
—Pero hombre, no seas así. Tráeme un yogur o algo.
—¡¿Un yogur?! ¡¿Un yogur?! ¡¿Crees que Jesucristo pidió
un yogur cuando estaba colgado en la cruz?! ¡Claro que no! ¡Le estaba pidiendo
a Dios que nos perdonara porque no sabíamos lo que hacíamos! ¡Él sí que era un
Mesías! ¡No como tú, que lo único que se te ocurre es pedir un yogur! ¡Un
yogur! ¡¡Ni siquiera sé lo que es un yogur!! —exclamó el apóstol, que había
pasado los últimos dos mil años en el Infierno y que, aun así, no había tenido
tiempo de ponerse al día en lo referente a productos lácteos.
—Pero, hombre, no me jodas —dijo Plutón, con los ojos
hinchados de dormir—. ¿Todavía está así?
—¿A ti qué te parece? —dijo un exaltado Judas—. ¿Y sabes
lo que me ha pedido? ¡Que le traiga un yogur!
—Tampoco es necesario que sea un yogur —intervine—. Si no
os quedan, me conformo con un flan…
—Esto se me está haciendo más largo que un día sin pan —dijo
Plutón—. Y eso que nos hemos pasado la mayor parte del Vía Crucis por el forro
de los cojones…
—¡Lo tengo! —dijo el Profesor von Poltergeist entrando en
la mazmorra.
—¿Qué tiene? —preguntó Plutón.
—Pues no lo sé —contestó el Profesor.
—¡¿Entonces por qué cojones entra aquí gritando “Lo
tengo”?!
—Porrrque tengo algo, perrro no sé exactamente qué es, mein freund.
—¿Demencia senil? —aventuró Plutón.
—Nein, nein. Nein sé cómo ha pasado, perrro tengo esto. —Y
sacó un aparato del bolsillo de su bata.
—¿Otra de sus armas de destrucción masiva con forma de
calculadora solar? —observó Plutón, escasamente asombrado.
—Ja, parrrece
que ja. Tengo mucha destrrreza con la
tecnología, perrro muy poca imaginación parrra el diseño —explicó el Profesor.
—Seguro que es otra chufa —opinó Plutón.
—No esta vez —dijo una voz conocida.
—¡Pandulfo, hijo de puta! —gritó Plutón echando mano al
gaznate de su excompañero de diabluras—. ¡Vendido! ¡Traidor!
—¡Deja que te expliqueeerrrrrllll!
—¡Veleta! ¡Ingrato! ¡Judas, que eres un Judas!
—¡Eh! ¡Eh! —dijo el auténtico Judas, que al parecer se
dio por aludido.
—Pero, hombre, deja que el muchacho se explique —dije.
—¡Arg! —se explicó Pandulfo cuando el aire volvió a
circular por su tráquea.
—¿Y bien? —dijo Plutón—. No habrás venido a rogar misericordia.
¡Que yo de misericordia ando justito!
—Ag... —Pandulfo carraspeó.
—¡Habla, traidor! ¿A qué has venido?
—A traicionar a este. —El demonio Pandulfo me señaló.
—Hombre, ya era hora de contar con mi propio traidor —dije
poniéndome en mi papel de Mesías.
—¿Recuerdas cuando te dije que iba a comprar tabaco? —me
preguntó Pandulfo.
—Sí, sí. ¿Me has traído mis dos cajetillas?
—El estanco estaba cerrado.
—¿Y no tenían en el bar de Paco?
—Solo light y negro —dijo Pandulfo.
—Vaya por Dios —me lamenté—. ¿Te he contado que una vez
tuve un bar?
—¿En serio?
—Sí. Se llamaba Bar La Mierda. No fue un gran éxito.
—Quizá debiste hacer alguna especie de estudio de marketing
antes de ponerle el nombre.
—Lo que pasa es que yo quería que la gente dijera,
“¿Dónde vamos ahora? A La Mierda”, “¿Dónde estáis? En La Mierda”; ese tipo de
rollo.
—Natural.
—¡¿Pero de qué cojones estamos hablando?! —intervino
Plutón.
—Lo que te estaba contando —me dijo Pandulfo—. ¿Tú sabías
que en la Tierra hay siete puertas que conducen al Infierno? —me preguntó.
—Algo he oído.
—Pues son ocho.
—Ah. Nunca te morirás sin saber una cosa más.
—En realidad, la octava no es exactamente una puerta —explicó
el demonio—. Es más bien una salida de emergencia; pero bueno, ya sabes que por
una salida de emergencia también se puede entrar. No se debería, pero la gente
siempre hace lo que sale de la punta del cipote.
—Sí, la gente es muy poco civilizada —dije—. Oye, sin
mirar a nadie, que yo también me cuento, ¿eh?
—No, no; y yo.
—¡¿Qué pasa con la salida de emergencia del Infierno?! —gritó
Plutón.
—Bueno, pues que me acordé que estaba situada justo en el
bar de Paco —dijo Pandulfo—. Así que bajé al Infierno y me colé en el despacho
de Marcia Hellstrom para robarle una fórmula que ella a su vez robó al Creador
en el Principio de los Tiempos.
—¿Viste a Marcia? —pregunté esperanzado.
—¿Crees que si la hubiera visto estaría ahora aquí?
—Supongo que no. Bueno, quizá estuvieras aquí, pero
seguro que te faltaría algún órgano de relativa importancia.
—¿Una fórmula? ¿Qué fórmula? —preguntó Plutón.
—Por lo visto, Dios tenía previsto un plan de emergencia
por si su Creación no terminaba de satisfacerle del todo. Una fórmula que
desharía el tinglado completo de un plumazo, tabla rasa, zas. Marcia se hizo
con ella antes de su caída a los Infiernos, pero a la vista está que nunca se
ha atrevido a utilizarla.
—¿Esto que sostengo en mis manos es…? —dijo el Profesor.
—Sí —afirmó Pandulfo—. Yo lo llamo… ¡El Descreacionador!
—Tú eres muy tonto —dije.
—No rrrecuerrrdo haberrrlo constrrruido.
El Narrador, que tenía la extraña habilidad de pasar
brutalmente inadvertido la mayor parte del tiempo, levantó la vista del
periódico que estaba leyendo sentado en el garrote vil situado a la derecha de
mi cruz y dijo:
—¿Recuerda el pequeño lapsus temporal que sufrimos hace
poco?
—Ja, ja —contestó el Profesor.
—Pues ahí.
—Vaya —se lamentó el Profesor—. Constrrruyo la máquina de
destrrrucción definitiva y no estoy ahí para disfrrrutarrr del prrroceso.
—Todo esto me suena de lo más raro —dijo Plutón—, pero,
bueno, tampoco voy a desaprovechar la oportunidad de eliminar toda la Creación
de una sola vez.
—Lo único que tienes que hacer es dividir cualquier
número entre infinito y hala, a tomar por culo el universo —indicó Pandulfo.
—¡¿De qué están hablando, chingones?! —dijo Su Santidad, saliendo
del aseo del Museo de la Inquisición a toda prisa—. ¡¿Qué es eso de destruir el
universo?! ¡¿Pretenden incumplir nuestro pacto?!
—Ah, Santidad —dijo Plutón—. Esto, qué le iba yo a decir…
Ah, sí. Que se joda.
—Ah, jaja —reí—. Pringado.
—¡¡Tú te callas!! —bramaron al unísono Plutón y el Papa.
—¡Sabía que no debería haber confiado en ustedes! —dijo
Pancho I—. ¡Pinches bastardos! ¡Hijoputas! ¿Saben cómo voy a titular mi última
homilía? ¡Todos los demonios del Infierno son unos putos cabrones!
—¿Una homilía? —dijo Plutón—. ¡Si no le va a dar tiempo
ni de lavarse las pelotas con agua bendita! —Plutón se volvió a Judas—. Esa es
buena, ¿eh? ¡Choca esos cinco!
—¡Por el culo te la hinco! —dijo el Poli Cabrón haciendo
una espectacular aparición… por la puerta.
—¡Valiente mierda de frase de entrada! —dijo el Espíritu
Santo sobre el hombro del Sargento—. ¿Para esto hemos estado esperando un rato
detrás de la puerta a que alguien te diera un buen pie?
—Hombre —respondió el Poli Cabrón—, yo creía que el
mamarracho este iba a decir algo del tipo “Esta noche los mares se teñirán de
rojo sangre”, y entonces yo entraría diciendo algo así cómo “¡Pues aquí tienes
el decolorante!”
—¿Qué?
—Decolorante, ya sabes. Para que el mar recupere su color
natural. Oye, no me mires así, ¿quieres? El de las frases ingeniosas es el
mamón crucificado ese. —El Poli Cabrón me señaló.
—Anda y que te follen —dije.
—¿Lo ves? —dijo el Poli Cabrón.
—¿Sabes? Creo que ya sé por qué la Humanidad no entendió
Tu Palabra… —murmuró el Espíritu Santo.
—Corríjanme si me equivoco, caballeros —intervino Plutón—.
¿Esto es una especie de intento de rescate o algo así?
—¿A ti qué te parece, cabronazo comemierda? —contestó el
Poli Cabrón, que resultaba más auténtico cuanto menos sutil pretendía ser.
—¿Y entran por la puerta? —preguntó Plutón—. Quiero
decir, ¿no resultaría más espectacular, no sé, echar un muro abajo con una
apisonadora, o…?
—Sí, hombre; no te chinga —dijo el Papa—. Cómo se nota
que el chiringuito no es suyo.
—Bueno, se han dejado todas las putas puertas abiertas —afirmó
el Poli Cabrón bajando por la escalera.
—Cuando vuelva Ciacco lo voy a matar —dijo Plutón.
—Y nadie ha salido a detenernos, así que, bueno, en
realidad ha resultado bastante fácil dar con ustedes —siguió explicando el
Sargento.
—Ajá —dijo Plutón—. O sea, que han llegado hasta aquí tan
ricamente. Mmm… ¿Vienen ustedes solos?
—No, no —dijo el Poli Cabrón—. ¿Conoces al arcángel
Uriel?
—Sí, claro.
—Pues ahora viene.
—Ah. Hum.
—Esto está resultando de lo más anticlimático, ¿verdad? —dijo
el Espíritu para romper el incómodo silencio que se había producido.
—¿Por qué no vamos empezando nosotros a rompernos la cara
y luego ya si eso…? —propuso Plutón.
El Poli Cabrón miró al Espíritu Santo, interrogante. El
Espíritu se encogió de alas.
—Por nosotros no hay problema —afirmó el Espíritu.
—Bien, bien —convino Plutón—. ¿Cómo nos lo montamos?
—Bueno… —dijo el Poli Cabrón—. Lo lógico sería que yo me
enfrentara a Judas. Como me traicionó y tal…
—¿Tú qué dices, Judas? —preguntó Plutón—. ¿Estás de
acuerdo?
—¿Puedo hacer una sugerencia? —dijo un tembloroso Judas—.
Ejem. La verdad es que yo soy más partidario de hablar las cosas y, bueno, en
realidad, ejem, me gustaría aprovechar el momento para pedir perdón por todo lo
que hice a mi Señor Jesucristo, y…
—¡¡¡Llámame Poli Cabrón, basura!!!
¡BIMBA!
—¡¿Quién me ha tirado una muela a la frente?! —protesté—.
¡Tened más cuidado, coño, que ya estaba muriéndome antes!
—Menudo hostión, hijo —dijo el Espíritu mirando el cuerpo
tendido de Judas.
—Es que lo he cogido con muchas ganas —confesó el Poli
Cabrón.
—Sargento —llamé—. ¿Judas te ha llamado “mi Señor
Jesucristo”?
—Eh, eh. A mí no me mires, que yo no me acordé hasta esta
mañana —se defendió el Poli Cabrón
El Espíritu Santo empezó a gorjear mirando hacia otro
lado.
—Eh, Espíritu, no te hagas el longui —dije.
—Sí, ejem, ahora estoy contigo, que voy a… a… ¡a darle lo
suyo al Papa, eso!
—¿A mí? —dijo el Papa—. ¡Pero si me acabo de arrepentir!
Estaba a punto de descolgar a este. ¿Quién me presta una escalera para subirme
al madero y quitarle los clavos a este pendejo?
—Rectificar es de sabios, hijo mío —dijo el Espíritu.
—Y usted que lo diga, jefe —dijo el Papa.
—Dios te perdona.
—Ah, qué bien. No sabe usted qué alivio, compadrito.
—Un momentito —dijo el Espíritu alzando su cabecita—.
Dios tiene un mensaje para usted.
—Ah. Oh. ¿Y de qué trata?
—Que dice que no, que era broma, que no le perdona.
—¿Disculpe?
—Que se joda, vamos.
Y entonces el Señor, en su Infinita Sabiduría, se limpió
el culo con su política de no intervención e hizo aparecer un piano de la nada
que aplastó al Papa.
—Hala, hala —me quejé—. ¿Podéis dejar de hacer tanto
ruido, con tanto Deus ex machina y
tanta polla en vinagre? ¡Que me duele la cabeza, cojones!
—Vaya —dijo Plutón—. Qué… inesperado. En fin. Y a mí…
¿con quién me toca?
—¿Vas tú? —le preguntó el Espíritu al Poli Cabrón.
—Hombre, lo normal es que cada héroe se enfrente a un
rival, pero bueno, si no viene Uriel…
—Si me permiten, caballeros —dijo Jean-Claude bajando las
escaleras con dos floretes bajo el brazo.
—¡Jean-Claude, viejo amigo! —exclamé—. Eh, Jean-Claude,
¿has dejado que Ramone te untara crema hidratante en la calva? La tienes muy
brillante.
—Soy el archivillano de este embolado… ¡¿y vais a permitir
que me enfrente al mayordomo?! —bramó Plutón.
—Ya ves —dijo el Espíritu Santo.
—Tengo entendido que es usted un esgrimista excepcional,
señor —dijo Jean-Claude pasándole un florete a Plutón.
—Sí, bueno —dijo Plutón con falsa modestia—. ¿Ves al
crucificado ese? Lo maté una vez.
—Estoy al corriente, señor —dijo Jean-Claude.
—¿Y a ti qué se te ha perdido aquí, lacayo? —inquirió
Plutón.
—¿No se lo imagina, caballero? —contestó Jean-Claude—.
Venganza. ¡En garde!
Choque de espadas, clas, clas, y toda la marimorena.
—Esto ya está mejor —dijo el Espíritu Santo.
—Sí —acordó el Poli Cabrón—. Resulta como más
emocionante, ¿no?
¡CLAS, CLAS!
—¡¿Qué pasa aquí, me cago en la puta?! —dijo Uriel
haciendo al fin acto de presencia.
—Eso sí que es una mierda de frase de entrada —dijo el
Poli Cabrón.
—Disculpen el retraso —se disculpó el exarcángel—. Es que
Jean-Claude me ha mandado a por medio kilo de alcachofas al mercadillo y he
estado un rato esperando al tendero, pero como no venía le he dejado el dinero
y…
—Debe tratarse de algún plan secreto de Jean-Claude —dijo
el Poli Cabrón.
—Es para un estofado, señor —dijo Jean-Claude, que
siempre estaba en el plato y en tajada.
¡CLAS, CLAS!
—¿Qué hago yo? —preguntó Uriel.
—Pues no sé —dijo el Poli Cabrón—. Pandulfo, ¿tú has
hecho algo?
—Nos ha traicionado —dije.
—Ah. Pues ale, métele una hostia —le dijo el Sargento a
Uriel.
—¡Un momento! —dijo Pandulfo, alarmado—. Os aseguro que
todo tiene una explicación.
—¿Qué pasa, troncos? —dijo Ciacco—. No os vais a creer lo
que he descubierto. Un momento. Tu cara no me suena —le dijo al Espíritu Santo.
—¡Eh, Uriel! —dijo Pandulfo señalando a Ciacco—. ¡Ese tío
intentó comerte en el Infierno! ¡Pégale a él!
Uriel se encogió de hombros y le metió una galleta a
Ciacco.
—Hostia, qué mal rollito, ¿no? —dijo Ciacco en el suelo.
¡CLAS, CLAS! ¡ZUIS!
—¡¡¡Joder!!! —gritó Plutón con una mano en la cara—.
¡Malnacido! ¡Me has arrancado el ojo amarillo! ¡¡Mi favorito!!
—¡¡Plutón!! —dijo el Profesor, que durante la confusión
había salido un momentito a vete tú a saber qué y ahora había aparecido tras un
muro falso—. ¡¡Porrr aquí!! —y lanzó una granada de humo.
—¡¡Joder, Profesor!! —gritó Plutón—. ¡¡Ya podría haber
lanzado la granadita de los cojones una vez hubiéramos escapado!! ¡Cof, cof!
¡Levanta, Judas! ¡Ciacco, no vamos! ¡Pandulfo, tú te jodes! ¡Coño, no se ve una
mierda aquí! ¡¿Quién me ha tirado una alcachofa a la cabeza?!
—¡Uriel, ayuda a Jean-Claude a bajarlo de la cruz!
¡Espíritu, mantén la puerta abierta para que esto se airee un poco! —ordenó el
Poli Cabrón.
Pandulfo le endilgó una patada a la granada y la mandó
tras el muro falso antes de que los villanos pudieran cerrarlo tras ellos.
—¡¡Pero coño, qué hace esto aquí!! —oí decir a Plutón
tras la pared.
—Usted tranquilo, señor, que estará en el suelo en un
momentito —me aseguró Uriel cuando se acercó para quitarme los clavos.
—¡Ay! —grité—. ¡Pero ayúdate con unos alicates o algo,
hombre! No ahí, con las manos, a lo tío cipote.
—Pero coño, que tío más delicado —dijo el Poli Cabrón.
—¡Claro, como a ti cuando te descolgaron ya estabas
muerto! —repuse.
—¡Señores, señores! —interrumpió Pandulfo—. ¡No hay
tiempo para discutir! ¡Plutón y los suyos se han largado con el Descreacionador!
—¿El qué? —preguntó el Espíritu.
—El cacharro ese que sirve para acabar con todo —explicó Pandulfo—.
Una fórmula que inventó Dios.
—Ah, sí —dijo el Espíritu—. Él y Sus Ideas.
—Pero vamos a ver —dije—, ¿tú no nos estabas traicionando
a nosotros?
—Sí, pero ahora les estoy traicionando a ellos —contestó
Pandulfo.
—Jean-Claude, quítame la Cristonita del cuello, ¿quieres?
—Uriel arrancó el clavo de la muñeca izquierda y caí de lado—. ¡Coño, Uriel!
¡Ya me podías haber quitado primero el clavo de los tobillos!
—¿También está clavado por los tobillos?
—¡Uriel, Jean-Claude! —dijo el Poli Cabrón—. Cuidad de él
mientras el Espíritu, Pandulfo y yo vamos tras Plutón. Pandulfo, ¿tienes idea
de adónde se dirigen?
—Al bar de Paco, seguro.
—¿Eh?
—Coño, qué pereza explicarlo todo dos veces —se quejó
Pandulfo—. Vamos pa’llá y ya os lo cuento por el camino.
—Nonononono —dijo Ramone asomando a la puerta—. ¿Qué pasa
aquí, qué pasa aquí, qué pasa aquí? ¡Piratas! ¡Ladrones! ¡Bandoleros!
—Los malos ya se han ido, Ramone —aclaró el Poli Cabrón.
—Pues qué alivio, machote —dijo Ramone—. Me acabo de
aplicar el endurecedor de uñas y las tengo como para tirar de los pelos a
alguien.
Fachada del bar de Paco.
—¡Pero
vamos a ver, Profesor! ¡¿No decía usted que había conducido tanques durante la
guerra?! —dijo Plutón en el asiento del acompañante de una furgoneta robada que
acababa de atravesar la cristalera del bar.
—Que había visto conducirrr tanques, mein freund —aclaró el Profesor.
—Eh, tíos —dijo Ciacco saliendo del vehículo—. ¿No os
parece extraño que esté amaneciendo y no hayamos visto a un triste panadero
pasar por la calle?
—¡Déjate de gilipolleces, Ciacco! —dijo Plutón—. ¿Dónde
coño estará la salida de emergencia del Infierno?
—No sé —dijo Judas—. ¿Al fondo a la derecha?
—¡Sí! ¡Sí! —afirmó rotundamente Plutón—. ¡Todos al baño!
Museo de la Inquisición.
—¿Cómo
se encuentra, señor? —me preguntó Jean-Claude mientras terminaba de vendarme
las llagas de las muñecas.
—Débil —respondí—. No tengo fuerzas ni para resucitar a
un muerto.
—Sobrevivirá, milord —aseguró mi leal mayordomo—. De
otras peores ha salido.
—Sí, sí. Todo saldrá bien. ¿Qué podría pasar? —dije un
instante antes de que absolutamente toda la Creación dejara de existir.
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