"Lo que hay que hacer por un plato de comida caliente, la madre que me parió"
El Apocalipsis según se mire. Capítulo 33.
—¿Desde
cuándo no te cortas el pelo, muchacho? —me preguntó Tisífone, una de las Tres
Temibles Erinias, Diosas de la Venganza y de lo que Usted Mande.
—Déjeme
en paz, señora.
—Es
que ya no tienes edad para ir por ahí con esas patillas —remarcó Tisífone—.
Seguro que la mayoría de tus amiguitos heavies ya se han casado y tienen críos.
—Hay
que joderse… —rezongué.
—Claro,
como ya estás muerto, para qué te vas a duchar, ¿no? —dijo otra de ellas,
conocida como Alecto—. Porque vaya alas comidas de mierda que tienes, hijo mío.
—¡Que
no estoy muerto, señora!
—Ay,
no le atosiguéis —dijo la tercera de ellas, conocida en la frutería de su
barrio como Megera—. Seguro que de niño fuiste muy aplicado. ¿A que sí?
—¿Le
importaría dejar de acariciarme la cabeza, señora?
—Oh,
por favor, no seas tan formal —dijo Megera—. Tú puedes llamarme mami.
—¡Pero,
oiga!
—Eh,
eh, eh. —Mi narcotizada diablesa salió en mi defensa—. Quítale las manos de
encima a mi hombre, golfa.
Y,
sin previo aviso, me metió la lengua hasta donde ninguna mujer había llegado
antes.
—Jean-Baptiste,
trae un cafelito para la señorita Hellstrom, a ver si podemos lograr que reine
la cordura en esta estancia —dijo el tipo con la cabeza de toro al mayordomo
que era un caballo de cintura para abajo.
Mientras tanto, fuera del laberinto…
—A
ver —dijo Plutón, con las cuencas vacías de sus ojos cubiertas por una venda—.
¿Podría alguien describirme el panorama que se nos presenta?
—Estamos
frente al portón del laberinto —contestó Minos, que tenía aspecto de necesitar
con urgencia una sopa de verduras—. Debemos proceder con suma cautela.
—¿Por
qué? ¿Acaso hay un foso de cocodrilos o trampas que se activen al entrar, como
flechas que salgan de las paredes o cables que decapiten a la gente?
—No,
pero podemos tirar el paragüero sin querer y armar un escándalo de mil
demonios.
—Mm-m
—murmuró Plutón dando un paso al frente—. Amigos míos, me veo en la obligación
de rogaros prudencia. El laberinto del Minotauro es un lugar lleno de peligros.
Por lo pronto, el terreno no parece muy estable. Dime, Minos, ¿el sitio está
rodeado por arenas movedizas?
—Eeeeh,
no. Acabas de meter el pie en un charco de vómito —dijo Minos por lo bajini.
—Ya.
¿Me ha visto alguien?
—Eh…
no, creo que no —respondió Minos mirando a sus espaldas.
—No
me complacería perder el tan merecido respeto que he recabado entre mis hombres
por una tontería de tales características. Ese que dice ser el Nuevo Mesías ya ha
mancillado mi honor lo suficiente.
—A
escasos diez centímetros a tu derecha hay una pequeña roca. ¿Por qué no
restriegas disimuladamente la suela del zapato contra ella?
—Gracias,
Minos; no sé lo que haría sin tu colaboración.
—¡Eh,
jefe! —dijo Flegias—. ¿Nos vas a dar instrucciones, o te vas a pasar el día
pisoteando esa mierda seca?
—¡Joder,
Minos! —se quejó Plutón.
—Perdona,
Plutón; la resaca disminuye considerablemente mi capacidad de enfoque.
—Yo
propongo que nos separemos —propuso Ciacco, que había perdido la esperanza de
que sus cejas volvieran a crecer después del incendio del invernadero.
—Eso,
eso, separémonos —secundó Flegias, que acto seguido se dirigió a los soldados—.
¡Venga, todo el mundo a tomar por culo a su puta casa!
—¡¿Para
qué cojones nos vamos a separar, si solo hay una puerta de acceso?! —bramó
Plutón
—Pues
ahora mismo no sé por qué me ha parecido tan buena idea de repente —dijo Ciacco—.
¿Quién quiere una calada?
—¡¿Te
estás fumando un porro?!
—Claro,
Plutón; imagina el efecto que vamos a causar cuando nos vean entrar colocados.
¡Se van a acojonar!
—¡Somos
demonios del Infierno, joder! ¡Ya acojonamos bastante sin necesidad de entrar
tropezando con el cable de la lámpara!
—Vale,
un demonio acojona; pero un demonio yonqui hace que te cagues la pata abajo.
Van a pensar, “¡Joder, estos tíos son capaces de cualquier cosa! ¡Dales la
cartera!”
—Menuda
vulgaridad —dijo Plutón—. Valiente mierda de genio del mal estás tú hecho. ¿Pero
es que a ti te enviaron al Infierno por trucar un ciclomotor, o qué?
—Vale,
vale —dijo Ciacco—. Te libras porque no tengo absolutamente ningún argumento de
peso para justificar mi plan, que si no…
—Bueno,
ya está bien —dijo Plutón—. Esto es lo que vamos a hacer. Pegamos a la puerta y
esperamos pacientemente a que alguien del servicio nos abra; entramos
ordenadamente, presentamos nuestros respetos, y después reducimos a pequeñas
porciones sanguinolentas a todos los presentes, ¿de acuerdo?
—¿Y
si no nos quieren abrir? —preguntó el Conserje.
—¿Quién
ha dicho eso?
—Mi
marido —aclaró Flegias—. Conserje, Plutón; Plutón, Conserje.
—¿Tu
qué?
—Es
una historia muy bonita —dijo el Conserje—. Él se encontraba atado y amordazado
en el maletero de su taxi, yo entré a hurtadillas y, bueno…
—Me
arrebató mi flor —dijo Flegias haciendo ojitos a su amado.
—Bueno,
ya tenemos en el equipo a un borracho y a un drogadicto; supongo que no está
fuera de lugar contar además con un bárbaro sodomita.
—Hombre;
bárbaro, lo que se dice bárbaro… La verdad es que no sé si sodomizo tan bien —dijo
el Conserje.
—Oh,
no seas modesto, cielo —replicó Flegias—. Eres un fenómeno.
—¿Lo
dices en serio, cari?
—Esto,
caballero; se supone que Flegias es un temible engendro del Infierno —intervino
Plutón—. No creo que el apelativo “cari” haga ningún bien a su imagen. Por otro
lado, permítame decirle que su decisión de acompañarlo al campo de batalla quizá
no haya sido la más conveniente. Dudo que Gengis Khan se llevara a su señora a
arrasar el Turkestán.
—Uy,
qué disparate —dijo la parienta de Gengis Khan, que casualmente era la
encargada del catering de la Legión de Demonios—. Anda que no tenía yo cosas
que hacer ese día ni nada. No sabe usted cómo tenía el suelo de migas.
—Eh,
Plutón —dijo Flegias—. ¿Nos vas a asignar nombres clave?
—¿Nombres
clave? —dijo Plutón.
—Hombre,
si esto es una operación especial, deberíamos tener un alias o algo.
—¿Te
refieres a cosas como “Alfa Charlie”?
—¿El
qué? No, hombre, no; yo me refiero a nombres que resulten reconocibles, como el
Cabezón, el Caracaballo, el Tartaja… Alfa Charlie es un sobrenombre que no
inspira nada. Cosas como el Soplillos o el Algarrobo dicen mucho más de las
personas.
—¿Te
estás escuchando? ¡Si ni siquiera tenemos intercomunicadores! ¿Cómo pretendes
que nos llamemos? ¿A gritos? “¡Eh, Cabezón, acabo de localizar al enemigo!”
—Vale,
vale, lo que tú digas, Gitano.
—¡¿Por
qué me llamas Gitano?!
—Es
tu nombre clave —aclaró Flegias—. Se me acaba de ocurrir.
—¡¡Nadie
va a llevar un puto sobrenombre, joder!! ¡¡Soy Plutón, y acojono un montón!!
¡¡Joder!! ¡¡Ahora parezco un puto rapero!!
—¿Por
qué tardan tanto en decidirse? —dije yo tras la puerta de entrada. Había
llegado allí buscando la bodega.
—A
lo mejor reconsideran sus abyectas intenciones —dijo Pojinga tras la mirilla.
Beber solo es muy triste—. Sinceramente, no parece que todos ellos se sientan
demasiado inclinados al Mal esta mañana.
—Déjame
ver —dije, reemplazando a Pojinga—. Ah, ya se acerca Plutón.
¡Pon,
pon! —golpeó la puerta Plutón.
—¿Quién
es? —pregunté aflautando la voz.
—Somos
Legión —contestó Plutón—. ¿Está tu padre o, en su defecto, algún adulto
responsable contigo?
—No,
ha bajado un momento al bar. ¿Es usted ese al que llaman el Gitano?
—¡¡Joder,
que rápido se corre la voz en este puto sitio!!
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