viernes, 1 de mayo de 2020

Le seguían llamando Legión

"Lo que hay que hacer por un plato de comida caliente, la madre que me parió"

El Apocalipsis según se mire. Capítulo 33.


—¿Desde cuándo no te cortas el pelo, muchacho? —me preguntó Tisífone, una de las Tres Temibles Erinias, Diosas de la Venganza y de lo que Usted Mande.
—Déjeme en paz, señora.
—Es que ya no tienes edad para ir por ahí con esas patillas —remarcó Tisífone—. Seguro que la mayoría de tus amiguitos heavies ya se han casado y tienen críos.
—Hay que joderse… —rezongué.
—Claro, como ya estás muerto, para qué te vas a duchar, ¿no? —dijo otra de ellas, conocida como Alecto—. Porque vaya alas comidas de mierda que tienes, hijo mío.
—¡Que no estoy muerto, señora!
—Ay, no le atosiguéis —dijo la tercera de ellas, conocida en la frutería de su barrio como Megera—. Seguro que de niño fuiste muy aplicado. ¿A que sí?
—¿Le importaría dejar de acariciarme la cabeza, señora?
—Oh, por favor, no seas tan formal —dijo Megera—. Tú puedes llamarme mami.
—¡Pero, oiga!
—Eh, eh, eh. —Mi narcotizada diablesa salió en mi defensa—. Quítale las manos de encima a mi hombre, golfa.
Y, sin previo aviso, me metió la lengua hasta donde ninguna mujer había llegado antes.
—Jean-Baptiste, trae un cafelito para la señorita Hellstrom, a ver si podemos lograr que reine la cordura en esta estancia —dijo el tipo con la cabeza de toro al mayordomo que era un caballo de cintura para abajo.

Mientras tanto, fuera del laberinto…

—A ver —dijo Plutón, con las cuencas vacías de sus ojos cubiertas por una venda—. ¿Podría alguien describirme el panorama que se nos presenta?
—Estamos frente al portón del laberinto —contestó Minos, que tenía aspecto de necesitar con urgencia una sopa de verduras—. Debemos proceder con suma cautela.
—¿Por qué? ¿Acaso hay un foso de cocodrilos o trampas que se activen al entrar, como flechas que salgan de las paredes o cables que decapiten a la gente?
—No, pero podemos tirar el paragüero sin querer y armar un escándalo de mil demonios.
—Mm-m —murmuró Plutón dando un paso al frente—. Amigos míos, me veo en la obligación de rogaros prudencia. El laberinto del Minotauro es un lugar lleno de peligros. Por lo pronto, el terreno no parece muy estable. Dime, Minos, ¿el sitio está rodeado por arenas movedizas?
—Eeeeh, no. Acabas de meter el pie en un charco de vómito —dijo Minos por lo bajini.
—Ya. ¿Me ha visto alguien?
—Eh… no, creo que no —respondió Minos mirando a sus espaldas.
—No me complacería perder el tan merecido respeto que he recabado entre mis hombres por una tontería de tales características. Ese que dice ser el Nuevo Mesías ya ha mancillado mi honor lo suficiente.
—A escasos diez centímetros a tu derecha hay una pequeña roca. ¿Por qué no restriegas disimuladamente la suela del zapato contra ella?
—Gracias, Minos; no sé lo que haría sin tu colaboración.
—¡Eh, jefe! —dijo Flegias—. ¿Nos vas a dar instrucciones, o te vas a pasar el día pisoteando esa mierda seca?
—¡Joder, Minos! —se quejó Plutón.
—Perdona, Plutón; la resaca disminuye considerablemente mi capacidad de enfoque.
—Yo propongo que nos separemos —propuso Ciacco, que había perdido la esperanza de que sus cejas volvieran a crecer después del incendio del invernadero.
—Eso, eso, separémonos —secundó Flegias, que acto seguido se dirigió a los soldados—. ¡Venga, todo el mundo a tomar por culo a su puta casa!
—¡¿Para qué cojones nos vamos a separar, si solo hay una puerta de acceso?! —bramó Plutón
—Pues ahora mismo no sé por qué me ha parecido tan buena idea de repente —dijo Ciacco—. ¿Quién quiere una calada?
—¡¿Te estás fumando un porro?!
—Claro, Plutón; imagina el efecto que vamos a causar cuando nos vean entrar colocados. ¡Se van a acojonar!
—¡Somos demonios del Infierno, joder! ¡Ya acojonamos bastante sin necesidad de entrar tropezando con el cable de la lámpara!
—Vale, un demonio acojona; pero un demonio yonqui hace que te cagues la pata abajo. Van a pensar, “¡Joder, estos tíos son capaces de cualquier cosa! ¡Dales la cartera!”
—Menuda vulgaridad —dijo Plutón—. Valiente mierda de genio del mal estás tú hecho. ¿Pero es que a ti te enviaron al Infierno por trucar un ciclomotor, o qué?
—Vale, vale —dijo Ciacco—. Te libras porque no tengo absolutamente ningún argumento de peso para justificar mi plan, que si no…
—Bueno, ya está bien —dijo Plutón—. Esto es lo que vamos a hacer. Pegamos a la puerta y esperamos pacientemente a que alguien del servicio nos abra; entramos ordenadamente, presentamos nuestros respetos, y después reducimos a pequeñas porciones sanguinolentas a todos los presentes, ¿de acuerdo?
—¿Y si no nos quieren abrir? —preguntó el Conserje.
—¿Quién ha dicho eso?
—Mi marido —aclaró Flegias—. Conserje, Plutón; Plutón, Conserje.
—¿Tu qué?
—Es una historia muy bonita —dijo el Conserje—. Él se encontraba atado y amordazado en el maletero de su taxi, yo entré a hurtadillas y, bueno…
—Me arrebató mi flor —dijo Flegias haciendo ojitos a su amado.
—Bueno, ya tenemos en el equipo a un borracho y a un drogadicto; supongo que no está fuera de lugar contar además con un bárbaro sodomita.
—Hombre; bárbaro, lo que se dice bárbaro… La verdad es que no sé si sodomizo tan bien —dijo el Conserje.
—Oh, no seas modesto, cielo —replicó Flegias—. Eres un fenómeno.
—¿Lo dices en serio, cari?
—Esto, caballero; se supone que Flegias es un temible engendro del Infierno —intervino Plutón—. No creo que el apelativo “cari” haga ningún bien a su imagen. Por otro lado, permítame decirle que su decisión de acompañarlo al campo de batalla quizá no haya sido la más conveniente. Dudo que Gengis Khan se llevara a su señora a arrasar el Turkestán.
—Uy, qué disparate —dijo la parienta de Gengis Khan, que casualmente era la encargada del catering de la Legión de Demonios—. Anda que no tenía yo cosas que hacer ese día ni nada. No sabe usted cómo tenía el suelo de migas.
—Eh, Plutón —dijo Flegias—. ¿Nos vas a asignar nombres clave?
—¿Nombres clave? —dijo Plutón.
—Hombre, si esto es una operación especial, deberíamos tener un alias o algo.
—¿Te refieres a cosas como “Alfa Charlie”?
—¿El qué? No, hombre, no; yo me refiero a nombres que resulten reconocibles, como el Cabezón, el Caracaballo, el Tartaja… Alfa Charlie es un sobrenombre que no inspira nada. Cosas como el Soplillos o el Algarrobo dicen mucho más de las personas.
—¿Te estás escuchando? ¡Si ni siquiera tenemos intercomunicadores! ¿Cómo pretendes que nos llamemos? ¿A gritos? “¡Eh, Cabezón, acabo de localizar al enemigo!”
—Vale, vale, lo que tú digas, Gitano.
—¡¿Por qué me llamas Gitano?!
—Es tu nombre clave —aclaró Flegias—. Se me acaba de ocurrir.
—¡¡Nadie va a llevar un puto sobrenombre, joder!! ¡¡Soy Plutón, y acojono un montón!! ¡¡Joder!! ¡¡Ahora parezco un puto rapero!!

—¿Por qué tardan tanto en decidirse? —dije yo tras la puerta de entrada. Había llegado allí buscando la bodega.
—A lo mejor reconsideran sus abyectas intenciones —dijo Pojinga tras la mirilla. Beber solo es muy triste—. Sinceramente, no parece que todos ellos se sientan demasiado inclinados al Mal esta mañana.
—Déjame ver —dije, reemplazando a Pojinga—. Ah, ya se acerca Plutón.
¡Pon, pon! —golpeó la puerta Plutón.
—¿Quién es? —pregunté aflautando la voz.
—Somos Legión —contestó Plutón—. ¿Está tu padre o, en su defecto, algún adulto responsable contigo?
—No, ha bajado un momento al bar. ¿Es usted ese al que llaman el Gitano?
—¡¡Joder, que rápido se corre la voz en este puto sitio!!

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