jueves, 7 de mayo de 2020

De cómo el Nuevo Mesías llegó a su casa y no pudo ni echarse un rato

La de babear el sofá es nuestra modalidad favorita de siesta

El Apocalipsis según se mire. Capítulo 39.

Extraído del borrador de Evangelio según el Narrador Omnisciente:

Y aquel al que llamaban Nuevo Mesías contempló su viejo hogar tiempo atrás abandonado y proclamó:

—Valiente mierda.
—¿Como que “Valiente mierda”? —se quejó el Narrador Omnisciente—. ¿En qué parte de los Evangelios has visto tú que Jesús-El-Cristo dijera algo parecido a “Valiente mierda”?
—Oye, a lo mejor es que Jesús-El-Cristo jamás pisó una boñiga en público —me defendí mientras me limpiaba la suela de la bota con un aviso de recogida de ropa usada—. Y eso que veo harto improbable que en Galilea los parroquianos se preocuparan de recoger los excrementos de sus bueyes de la vía pública. Además —proseguí—, ¿qué te he dicho yo acerca de censurar mi Palabra?
—Bueno, bueno, no me calientes la cabeza. Es que me parecía importante mantener una continuidad estilística con las dos primeras partes —razonó el Narrador—. Por cierto, no habrás pensado en el nombre que le vamos a poner a esto, ¿verdad?
—En principio había pensado titularlo “¿Conoce usted su ojete?” Al menos como nombre de trabajo, aunque no lo descarto como título definitivo. No me irás a decir que no resulta llamativo.
—Sí, hombre; pero imagínate la nueva edición de las Sagradas Escrituras: Antiguo Testamento, Nuevo Testamento, y ¿Conoce usted su ojete?
—¿Y qué tal “La Biblia 2”? Y debajo del título, en chiquitito, “Dios ataca de nuevo”, o algo así.
—Debajo, en chiquitito… Te refieres al subtítulo, ¿no?
—¿Qué? No, no. ¿Para qué necesitamos subtítulos? Yo creo que “Dios ataca de nuevo” se entiende perfectamente. A no ser que le pongamos, no sé, “Dios Forever” —seguí divagando—. Que, oye, no está mal. Aunque lo mismo quedaría mejor para la tercera parte. “La Biblia 3. Dios Forever”. Suena de la hostia. Debajo, así en chiquitito. Y nada de letras doradas sobre tapas negras; una foto del Creador retocada con Fotochops de ese, para que no se le transparenten los pezones a través de la túnica.
—Sí, sí, muy comercial todo —convino el Narrador—. Aunque no sé qué pensará el Altísimo de todo esto. Las propuestas excesivamente creativas le producen taquicardia.
—No te preocupes, esta le encantará. Ya verás lo contento que se pondrá cuando se vea firmando ejemplares del libro en un centro comercial rodeado de fans, como a Él le gusta.
—D-disculpen la interrupción, señores —dijo Uriel—. Pero es que siento una presión aquí, en el bajo vientre… Si pudiéramos entrar en la casa…
—Anota eso, Narrador. “Uriel, primer apóstol del Nuevo Mesías y antiguo arcángel, se estaba meando la pata abajo”.
—¿Te importaría no interferir en mi trabajo? —dijo el Narrador—. Tú dedícate a salvar almas, que es lo tuyo, y déjame a mí el Evangelio.
Mientras nos acercábamos a mi vieja mansión señorial fui testigo de una escena sorprendente: Un tipejo bajito, con gafas y traje de espiga marrón, salió de detrás de un seto y rompió la ventana que da al vestíbulo de una pedrada.
—¡Salid, cabrones! ¡No escaparéis de la ira del Infierno! —exclamó el mamarracho.
Antes de que pudiera decir nada más le metí un cogotazo que por poco me lo cargo.
—¡Coño! —dijo mientras caía al suelo.
Proseguí diligentemente con un surtido de patadas en las costillas.
—¡Oiga! ¡Oiga! —protestaba el tipejo—. ¡Esto es un atropello!
—¡Hijoputa! —Levanté al fantoche por las solapas— ¿Qué pretende rompiendo las ventanas de mi casa?
—¡Quítame las manos de encima, apestoso encubridor!
—Ah, señor. Es usted —dijo Jean-Claude asomándose a la ventana.
—Jean-Claude, ¿has visto antes a este tipo? —dije soltando al nota.
—Me temo que sí, milord. Lleva toda la semana llamando al timbre para después salir corriendo —explicó mi leal mayordomo.
—¡Temblad ante la insoportable insistencia de mi asedio! —berreó el tipo.
—¿Pegar al timbre y salir corriendo es tu idea de un asedio? —pregunté.
—¡Terminaréis suplicando clemencia! —gritó el tipejo, al que propiné una colleja—. ¡Pero, coño, qué manos tan largas tiene usted!
—Anda, tira p’alante, que me tienes contento. —Y empujé al tipo hacia la puerta.
—¡Ja! ¡No sabes lo que haces metiéndome en tu casa! ¡Soy un demonio! ¡Os voy a arrastrar a todos al Infierno!
—Que sí, hombre, que sí, lo que tú digas.
Jean-Claude nos abrió la puerta. El tipejo se introdujo en la casa de un salto.
—¡Aja! —dijo señalando al Poli Cabrón, que llevaba una de mis batas—. ¡Aquí está mi presa!
—Hombre, el tonto del timbre —dijo el Poli Cabrón.
—¡Tú no sabes quién soy yo! ¡Te voy a sodomizar! ¡Te voy a poner la piel del revés! ¡Te…!
—¡¡¡Tú!!! —exclamó el Poli Cabrón al verme aparecer.
—¿Y a quién esperabas, viejo amigo? ¿A Walter Devonshire? —Un herrero inglés del siglo XVII al que no conocía ni su puta madre—. Yo también me alegro de verterrrrrrrgggggglllll…
—Oiga, ¿le importaría dejar de estrangular a su compadre mientras lo amenazo con terribles tormentos? —sugirió el tipejo—. Que esto no es serio, hombre.
—¡Ya te enseñaré yo a largarte al Infierno y dejarme aquí tirado! —dijo el Poli Cabrón con las manos en mi gaznate—. ¡Cabronazo!
—Argggggllll… —argumenté.
—¡Sargento, que te pierdes! —dijo el Espíritu Santo posándose en el suelo junto a mi cabeza.
—¿Dónde está el baño? —preguntó Uriel.
—“¿Dónde está el baño? —preguntó Uriel” —anotó el Narrador Omnisciente.
—Si me disculpan, voy a ver cómo va el soufflé —dijo Jean-Claude.
—¡Eh! ¡Que estoy aquí! —dijo el tipejo.
En fin.
—¡Cof! ¡Cof! —tosí cuando se restableció el orden al cabo de unos minutos—. ¡Uaaarg! ¡Cof! ¿Alguien tiene tabaco? Me pongo muy nervioso cuando intentan estrangularme.
—¡Ah! Qué bien se siente uno cuando desfoga —señaló el Poli Cabrón—. Y bien, ¿qué sabes de lo mío, mamón?
—¿A qué te refieres? —pregunté cándidamente.
—¿Cómo que a qué me refiero? ¿No has averiguado qué tengo yo que ver en todo este lío?
—Hostia.
—¡¡¿Hostia qué?!!
—Que, con todo el fregado, se me olvidó preguntar.
—¡¡¡¿Que qué?!!!
—Perdona, colega. Qué cabeza tengooooorrrrrggg…
—Otro intento de estrangulamiento más tarde… —murmuró el Narrador.
—¡Argg! ¡Cof! ¡Uaaaargggg! —onomatopeyé.
—Venga, venga, que no es para tanto —opinó a la ligera el Poli Cabrón una vez se hubo tranquilizado—. Y empújate un poco los ojos hacia dentro, que estás muy feo.
—Ay, qué malito estoy.
—No puedo creer que estemos como al principio —dijo el Poli Cabrón con las manos en las sienes.
—¿Por qué no le preguntamos al tipejo este? —dijo el Espíritu Santo, que reposaba sobre el poyete de la chimenea.
—¿Este? —preguntó el Poli Cabrón—. ¿Te parece que este tiene pinta de saber algo?
El tipejo, que estaba en el sofá mirando al techo, dio un respingo.
—¿Estáis hablando de mí?
—El Espíritu Santo tiene razón —dije una vez hube recuperado más o menos el cincuenta por ciento de mi capacidad pulmonar—. A lo mejor podemos sacarle a hostias algo de información al pringado este.
—¡¡Ja!! —El tipejo se levantó de un salto—. ¡Estáis todos apañados! ¡Mi presencia aquí significa vuestra ruina! ¡Mi segundo nombre es condenación!
—¿Y cuál es el primero? —pregunté—. Quiero decir, en el caso de que pueda ser pronunciado por labios humanos. —Se me ocurrió que el tipejo podía ser primo hermano del demonio Celedonio.
—Sí, claro que puede ser pronunciado —contestó el demonio—. Me llamo Pandulfo. No creo que sea especialmente difícil de pronunciar. A no ser que seas disléxico, claro. Entonces me llamarías Danpulfo o Fanpuldo.
—¿Pandulfo Condenación?
—Pandulfo Condenación Explanada, para sacarle las tripas a usted, y lo que haga falta —dijo Pandulfo inclinando educadamente la cabeza.
—Espero que no te importe que te sometamos a un pequeño interrogatorio.
—¿Podré sacaros los ojos con una cucharilla de café luego?
—¿Desea que traiga cuerda para retener a nuestro invitado, amo? —preguntó Jean-Claude.
—No creo que haga falta, lacayo. ¿Tú has visto la cara que tiene?
—¡Ah! ¡No me subestimes, escoria humana! ¡Te aseguro que no te gustaría ver el alcance de mis poderes!
—No me digas.
—¿Ves ese florero de ahí? —Señaló un florero en el poyete de la chimenea, junto al Espíritu Santo.
—Sí. Es horroroso —sentencié.
—¡Pues mira! —Y Pandulfo se acercó al florero y lo tiró al suelo de un empujoncito—. ¡¡Ja!! ¡¡Tiembla ante mi furia desatada!!
—Lo has empujado con la mano —observé sin mucho mérito.
—¡¿Y qué?! ¿Lo he roto, o no? ¿Qué importancia tienen los medios si el fin es plenamente satisfactorio?
—Sí, bueno, pero…
—¡¿Pero qué?!
—Bueno, que no da mucho miedo.
—¡Sí que da! ¡Es un acto aberrante de violencia sin sentido!
—Mira, la última vez que unos demonios intentaron darnos caza, volaron por los aires.
—¿Ah, sí? Bueno, así somos los demonios. Imprevisibles. Un día estamos tan bien, y el otro volamos en pedazos, así, pim, pam —dijo chasqueando los dedos—. ¡Que estamos muy locos, hostias!
—Oye, deja de intentar parecer peligroso y amenazante —dije—. Que cogemos entre todos y te metemos una manta de palos que para ti se queda.
—¿Ah, sí? —Pandulfo se puso farruco—. ¿Vosotros y quién más?
—Pues nosotros solos, joder. Que somos cinco maromos, y tú un mierdecilla.
—Ejem —carraspeó el Espíritu Santo.
—Cinco maromos y un palomo —pareé.
—Me la sopla —dijo Pandulfo sin intimidarse ni nada, con los cojones bien puestos—. Yo me basto y me sobro. ¡Os voy a matar horriblemente uno a uno!
—S-señor —interrumpió a Uriel—. D-de verdad que no aguanto más…
—Ah, sí, sí. ¿Te importaría seguir interrogando a este tipo, Poli Cabrón?
—¡¡Sargento Jerónimo Castaña!! ¡¡Cojones!!
—¿Sabes, Sargento? Hasta que te conocí, no creí posible que una única persona fuera capaz de hacer tanto ruido.
—¡¡Vete a tomar por culo!! —rugió el Poli Cabrón.
 Después de este estimulante intercambio de pareceres, consideré conveniente llevarme a Uriel al fondo a la derecha.
—Gracias por acompañarme, señor —dijo el exarcángel.
—De nada, Uri. Lo que sea por quitarme un rato de en medio.
—¿Va a entrar conmigo?
—Claro que no. —Le pellizqué la mejilla—. Ay, vergonzosillo.
—Pues preferiría que lo hiciera. Es que, verá, es mi primera vez.
—Venga, no me jodas, Uriel.
—Por favor, señor. Apelo a su caridad.
—¿Tengo que enseñarte a mear? —Contemplaba con cierta repugnancia la posibilidad de que mi intento de estrechar vínculos paterno-filiales con mi pupilo pudiera tomar un cariz ligeramente enfermizo.
—Señor, siempre he sido un ángel. No... no tengo experiencia en estos menesteres —dijo agachando la cabeza—. Pero aprendo rápido, señor. Usted solo dígame cómo hacerlo y yo…
—Vale, vale. —Y nos metimos en el aseo—. Lo primero, acércate al inodoro… No, Uriel, no; eso es el bidé. Algunos nos lavamos las nalgas ahí, ¿sabes? A tu izquierda.  Un poco más; no me vayas a dejar la escobilla llena de meados. Ahí. Levanta la tapa. Esa también, que ahí se sienta la gente… Levántate la túnica hasta la cintura… ¡Coño! No, nada; que el Señor te ha provisto de un badajo bien prominente… Ahora, relájate… No hace que falta que empujes… ¿No puedes? Está bien, ya me doy la vuelta… Joder, qué delicado nos ha salido… Apunta bien, ¿eh? Eso es, deja que fluya… Qué gustito, ¿eh? Coño, sí que tenías ganas. Pareces una vaca… Ah, ya va decayendo… ¿Me puedo volver ya? Ahora, sacúdetela un poco… ¿Cómo que cómo? Pues te agarras la punta del prepucio con el índice y el pulgar y… El prepucio, la piel que recubre el glande… El glande es lo que está recubierto por el prepucio… Oye, no sé explicarme mejor. ¿Tengo pinta de… de profesor de pollas o algo así? Eso es, pellizca suavemente… Eh, eh, ya es suficiente, que se te va a poner morcillona… Morcillona, ya sabes, ni lacia lacia, ni enhiesta del todo. Así como a media asta, ¿entiendes?... Oye, ya te he dicho que no sé explicarme mejor. ¿Me has tomado por el puto Petete, o qué?... Un pingüino rosa que salía en la tele y escribía enciclopedias… No, coño, en serio… Un puto crack… Ahora me parece un engendro, pero antes lo admiraba… ¿Quieres que te compre calzoncillos en el rastro, o prefieres ir todo el día con el mondongo suelto y dando bandazos?
—Y si me pudiera conseguir algo de ropa decente, señor… —añadió Uriel.
—Creía que te encantaba tu inmaculada túnica blanca.
—Sí, bueno, supongo que estaba bien para el Uriel pretestosterona —aclaró el exarcángel.
—¿Vas de listillo ahora que eres el orgulloso poseedor de un flamante nabo nuevo?
—Gracias por enseñarme a utilizarlo, señor.
—Ah, eso no ha sido nada, mi sagaz jovenzuelo; el capítulo uno de “Picha para principiantes”. Con la segunda lección te ríes más, pero ya te la impartiré otro día —prometí—. Anda, vamos a ver qué está pasando en el salón.
Pues poca cosa, la verdad.
—Vengo de descubrir que el Buen Señor ha obsequiado a Uriel con al menos veinte centímetros en reposo —dije, sobre todo para molestar al picajoso del Espíritu Santo—. ¿Qué habéis descubierto vosotros?
—Que el Pandulfo este jala como una lima —dijo el Espíritu Santo.
—Tranquilos, que ahora os mato a todos ¡Grompf! ¡Ñam! —dijo el demonio Pandulfo—. Coño, que buenas están estas bratwurst recalentadas. ¿Qué salsa llevan? ¿Alioli?
—Salsa tártara, su excrecencia —informó Jean-Claude.
—¿Con alcaparras? Normalmente no me gustan las alcaparras, pero así, mezcladas con otra cosa…
—Se ha negado a confesar hasta que llene el buche —me dijo el Poli Cabrón—. Porque vas a confesar, ¿verdad, subnormal?
—Sí, sí. ¡Groamf! Primero confieso y después os masacro.
Media hora después estábamos todos disfrutando de unos licores frente a la chimenea.
—¿M-me traes otra cervecita, Jean-Claude? —preguntó tímidamente Uriel.
—Solo si el amo lo aprueba —dijo prudentemente mi leal mayordomo.
—Sírvesela, Jean-Claude —accedí—. A veces la mejor manera de familiarizarse con los efectos perniciosos del alcohol es acabar echando las túrdigas por la boca.
—Siempre he opinado que el mundo ha perdido un gran pedagogo con usted, milord.
—Como iba diciendo… —dijo Pandulfo después de exhalar el humo de uno de mis habanos— ¿Qué iba diciendo? Ah, sí; que os voy a aniquilar ahora dentro de un rato.
—No, no —dijo el Poli Cabrón—. Estabas diciendo que el demonio Plutón te envió a la Tierra para darme caza.
—Ah, sí. Plutón quería tu cabeza, no sé por qué. ¡Burp! —eructó Pandulfo—. Perdón. No soy de los que preguntan cuando le mandan exterminar a alguien. Si al jefe le parece importante que la espiches, él sabrá. Yo solo hago el trabajo sucio, y me gusta.
—Pero, oye, ¿no te habrán mandado matar a este? —dijo el Poli Cabrón moviendo la cabeza en mi dirección—. A ver si te has confundido de víctima.
—Qué más da —dijo Pandulfo—. Os mato a los dos y a tomar por culo.
—Y… ¿has matado a mucha gente ya? —pregunté con un escepticismo que me pareció razonable.
—Uy, a un montón. ¿Las alcachofas son gente?
—No —aseguré—. Quiero decir, no desde el prisma kantiano de la existencia, ni desde ningún otro.
—¿Y los puerros?
—Tampoco.
—¿Ni siquiera algunos de ellos?
—No, no. Los puerros, no.
—Mmm… ¿Existe alguna verdura que sea gente?
—Oye, tú no has matado nunca a nadie, ¿verdad?
—¿Las albóndigas son verduras?
—Eh… no. La división de opiniones es unánime al respecto —aclaré.
—Llevas poco en esto de la destrucción, ¿eh, chaval? —dijo el Poli Cabrón—. Me da la impresión de que estás un poco verde.
—Sí, bueno, me alisté en el ejército de Plutón hace unas semanas —admitió Pandulfo—. Antes me dedicaba al negocio del esparadrapo. No mataba yo mucho por aquel entonces, no.
—Total, que eres un manta —resumí.
—¡No opinaréis lo mismo cuando os mate! ¡Os voy a… os voy a matar! Ahora cuando me acabe la copa. Y, si no, mañana. Pero mañana fijo, ¿eh?
—Bueno, seguimos sin saber una mierda de nada —dijo el Poli Cabrón—. Y ahora, ¿qué?
—Pues no sé —dije—. ¿Sabéis jugar al póker?
—¿Tú no tenías que ir a ver al Papa? —dijo el Narrador.
—Hostia, es verdad —miré mi reloj—. ¿Alguien sabe a qué hora se acuesta el Papa? Ya estará frito, seguro. A esa gente le gusta levantarse temprano. Como Dios les ayuda y eso… Aunque eso de “A quien madruga, Dios le ayuda” no es algo que se haya demostrado jamás empíricamente. No sé vosotros, pero yo no tengo noticias de que el Señor le haya echado nunca a nadie una mano para meter la cómoda en el camión de la mudanza.
—¿Al Papa? ¿Para qué? —preguntó el Poli Cabrón.
—Para desmantelarle el chiringuito —respondió el Espíritu Santo.
—¿A qué chiringuito te refieres? —inquirió el Poli Cabrón, un tanto alarmado.
—Al Papa’s Pub, no te jode —dijo el Espíritu Santo—. ¡Pues a la Iglesia, hombre, qué va a ser!
—¡¡¿Vamos a acabar con la Iglesia Católica?!! ¡Eso es…! ¡¡Eso es inaudito!!
            —Tranquilo, hombre —dije al ponerme en pie—. Siempre hay una primera vez para todo.

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