La de babear el sofá es nuestra modalidad favorita de siesta
El Apocalipsis según se mire. Capítulo 39.
Extraído del borrador de
Evangelio según el Narrador Omnisciente:
Y aquel al que llamaban Nuevo Mesías contempló su
viejo hogar tiempo atrás abandonado y proclamó:
—Valiente mierda.
—¿Como que “Valiente mierda”? —se
quejó el Narrador Omnisciente—. ¿En qué parte de los Evangelios has visto tú
que Jesús-El-Cristo dijera algo parecido a “Valiente mierda”?
—Oye, a lo mejor es que Jesús-El-Cristo
jamás pisó una boñiga en público —me defendí mientras me limpiaba la suela de
la bota con un aviso de recogida de ropa usada—. Y eso que veo harto improbable
que en Galilea los parroquianos se preocuparan de recoger los excrementos de
sus bueyes de la vía pública. Además —proseguí—, ¿qué te he dicho yo acerca de
censurar mi Palabra?
—Bueno, bueno, no me calientes la
cabeza. Es que me parecía importante mantener una continuidad estilística con
las dos primeras partes —razonó el Narrador—. Por cierto, no habrás pensado en
el nombre que le vamos a poner a esto, ¿verdad?
—En principio había pensado
titularlo “¿Conoce usted su ojete?” Al menos como nombre de trabajo, aunque no
lo descarto como título definitivo. No me irás a decir que no resulta
llamativo.
—Sí, hombre; pero imagínate la
nueva edición de las Sagradas Escrituras: Antiguo Testamento, Nuevo Testamento,
y ¿Conoce usted su ojete?
—¿Y qué tal “La Biblia 2”? Y
debajo del título, en chiquitito, “Dios ataca de nuevo”, o algo así.
—Debajo, en chiquitito… Te
refieres al subtítulo, ¿no?
—¿Qué? No, no. ¿Para qué
necesitamos subtítulos? Yo creo que “Dios ataca de nuevo” se entiende
perfectamente. A no ser que le pongamos, no sé, “Dios Forever” —seguí divagando—.
Que, oye, no está mal. Aunque lo mismo quedaría mejor para la tercera parte.
“La Biblia 3. Dios Forever”. Suena de la hostia. Debajo, así en chiquitito. Y
nada de letras doradas sobre tapas negras; una foto del Creador retocada con
Fotochops de ese, para que no se le transparenten los pezones a través de la
túnica.
—Sí, sí, muy comercial todo —convino
el Narrador—. Aunque no sé qué pensará el Altísimo de todo esto. Las propuestas
excesivamente creativas le producen taquicardia.
—No te preocupes, esta le
encantará. Ya verás lo contento que se pondrá cuando se vea firmando ejemplares
del libro en un centro comercial rodeado de fans, como a Él le gusta.
—D-disculpen la interrupción,
señores —dijo Uriel—. Pero es que siento una presión aquí, en el bajo vientre…
Si pudiéramos entrar en la casa…
—Anota eso, Narrador. “Uriel,
primer apóstol del Nuevo Mesías y antiguo arcángel, se estaba meando la pata
abajo”.
—¿Te importaría no interferir en
mi trabajo? —dijo el Narrador—. Tú dedícate a salvar almas, que es lo tuyo, y
déjame a mí el Evangelio.
Mientras nos acercábamos a mi
vieja mansión señorial fui testigo de una escena sorprendente: Un tipejo bajito,
con gafas y traje de espiga marrón, salió de detrás de un seto y rompió la
ventana que da al vestíbulo de una pedrada.
—¡Salid, cabrones! ¡No escaparéis
de la ira del Infierno! —exclamó el mamarracho.
Antes de que pudiera decir nada
más le metí un cogotazo que por poco me lo cargo.
—¡Coño! —dijo mientras caía al
suelo.
Proseguí diligentemente con un
surtido de patadas en las costillas.
—¡Oiga! ¡Oiga! —protestaba el
tipejo—. ¡Esto es un atropello!
—¡Hijoputa! —Levanté al fantoche
por las solapas— ¿Qué pretende rompiendo las ventanas de mi casa?
—¡Quítame las manos de encima,
apestoso encubridor!
—Ah, señor. Es usted —dijo Jean-Claude
asomándose a la ventana.
—Jean-Claude, ¿has visto antes a
este tipo? —dije soltando al nota.
—Me temo que sí, milord. Lleva toda
la semana llamando al timbre para después salir corriendo —explicó mi leal
mayordomo.
—¡Temblad ante la insoportable
insistencia de mi asedio! —berreó el tipo.
—¿Pegar al timbre y salir
corriendo es tu idea de un asedio? —pregunté.
—¡Terminaréis suplicando
clemencia! —gritó el tipejo, al que propiné una colleja—. ¡Pero, coño, qué
manos tan largas tiene usted!
—Anda, tira p’alante, que me
tienes contento. —Y empujé al tipo hacia la puerta.
—¡Ja! ¡No sabes lo que haces
metiéndome en tu casa! ¡Soy un demonio! ¡Os voy a arrastrar a todos al
Infierno!
—Que sí, hombre, que sí, lo que
tú digas.
Jean-Claude nos abrió la puerta.
El tipejo se introdujo en la casa de un salto.
—¡Aja! —dijo señalando al Poli
Cabrón, que llevaba una de mis batas—. ¡Aquí está mi presa!
—Hombre, el tonto del timbre —dijo
el Poli Cabrón.
—¡Tú no sabes quién soy yo! ¡Te
voy a sodomizar! ¡Te voy a poner la piel del revés! ¡Te…!
—¡¡¡Tú!!! —exclamó el Poli Cabrón
al verme aparecer.
—¿Y a quién esperabas, viejo
amigo? ¿A Walter Devonshire? —Un herrero inglés del siglo XVII al que no
conocía ni su puta madre—. Yo también me alegro de verterrrrrrrgggggglllll…
—Oiga, ¿le importaría dejar de
estrangular a su compadre mientras lo amenazo con terribles tormentos? —sugirió
el tipejo—. Que esto no es serio, hombre.
—¡Ya te enseñaré yo a largarte al
Infierno y dejarme aquí tirado! —dijo el Poli Cabrón con las manos en mi
gaznate—. ¡Cabronazo!
—Argggggllll… —argumenté.
—¡Sargento, que te pierdes! —dijo
el Espíritu Santo posándose en el suelo junto a mi cabeza.
—¿Dónde está el baño? —preguntó
Uriel.
—“¿Dónde está el baño? —preguntó
Uriel” —anotó el Narrador Omnisciente.
—Si me disculpan, voy a ver cómo
va el soufflé —dijo Jean-Claude.
—¡Eh! ¡Que estoy aquí! —dijo el
tipejo.
En fin.
—¡Cof! ¡Cof! —tosí cuando se
restableció el orden al cabo de unos minutos—. ¡Uaaarg! ¡Cof! ¿Alguien tiene
tabaco? Me pongo muy nervioso cuando intentan estrangularme.
—¡Ah! Qué bien se siente uno
cuando desfoga —señaló el Poli Cabrón—. Y bien, ¿qué sabes de lo mío, mamón?
—¿A qué te refieres? —pregunté
cándidamente.
—¿Cómo que a qué me refiero? ¿No
has averiguado qué tengo yo que ver en todo este lío?
—Hostia.
—¡¡¿Hostia qué?!!
—Que, con todo el fregado, se me
olvidó preguntar.
—¡¡¡¿Que qué?!!!
—Perdona, colega. Qué cabeza tengooooorrrrrggg…
—Otro intento de estrangulamiento
más tarde… —murmuró el Narrador.
—¡Argg! ¡Cof! ¡Uaaaargggg! —onomatopeyé.
—Venga, venga, que no es para
tanto —opinó a la ligera el Poli Cabrón una vez se hubo tranquilizado—. Y
empújate un poco los ojos hacia dentro, que estás muy feo.
—Ay, qué malito estoy.
—No puedo creer que estemos como
al principio —dijo el Poli Cabrón con las manos en las sienes.
—¿Por qué no le preguntamos al
tipejo este? —dijo el Espíritu Santo, que reposaba sobre el poyete de la chimenea.
—¿Este? —preguntó el Poli Cabrón—.
¿Te parece que este tiene pinta de saber algo?
El tipejo, que estaba en el sofá
mirando al techo, dio un respingo.
—¿Estáis hablando de mí?
—El Espíritu Santo tiene razón —dije
una vez hube recuperado más o menos el cincuenta por ciento de mi capacidad
pulmonar—. A lo mejor podemos sacarle a hostias algo de información al pringado
este.
—¡¡Ja!! —El tipejo se levantó de
un salto—. ¡Estáis todos apañados! ¡Mi presencia aquí significa vuestra ruina!
¡Mi segundo nombre es condenación!
—¿Y cuál es el primero? —pregunté—.
Quiero decir, en el caso de que pueda ser pronunciado por labios humanos. —Se
me ocurrió que el tipejo podía ser primo hermano del demonio Celedonio.
—Sí, claro que puede ser
pronunciado —contestó el demonio—. Me llamo Pandulfo. No creo que sea
especialmente difícil de pronunciar. A no ser que seas disléxico, claro.
Entonces me llamarías Danpulfo o Fanpuldo.
—¿Pandulfo Condenación?
—Pandulfo Condenación Explanada,
para sacarle las tripas a usted, y lo que haga falta —dijo Pandulfo inclinando
educadamente la cabeza.
—Espero que no te importe que te
sometamos a un pequeño interrogatorio.
—¿Podré sacaros los ojos con una
cucharilla de café luego?
—¿Desea que traiga cuerda para
retener a nuestro invitado, amo? —preguntó Jean-Claude.
—No creo que haga falta, lacayo.
¿Tú has visto la cara que tiene?
—¡Ah! ¡No me subestimes, escoria
humana! ¡Te aseguro que no te gustaría ver el alcance de mis poderes!
—No me digas.
—¿Ves ese florero de ahí? —Señaló
un florero en el poyete de la chimenea, junto al Espíritu Santo.
—Sí. Es horroroso —sentencié.
—¡Pues mira! —Y Pandulfo se
acercó al florero y lo tiró al suelo de un empujoncito—. ¡¡Ja!! ¡¡Tiembla ante
mi furia desatada!!
—Lo has empujado con la mano —observé
sin mucho mérito.
—¡¿Y qué?! ¿Lo he roto, o no?
¿Qué importancia tienen los medios si el fin es plenamente satisfactorio?
—Sí, bueno, pero…
—¡¿Pero qué?!
—Bueno, que no da mucho miedo.
—¡Sí que da! ¡Es un acto
aberrante de violencia sin sentido!
—Mira, la última vez que unos
demonios intentaron darnos caza, volaron por los aires.
—¿Ah, sí? Bueno, así somos los
demonios. Imprevisibles. Un día estamos tan bien, y el otro volamos en pedazos,
así, pim, pam —dijo chasqueando los dedos—. ¡Que estamos muy locos, hostias!
—Oye, deja de intentar parecer
peligroso y amenazante —dije—. Que cogemos entre todos y te metemos una manta
de palos que para ti se queda.
—¿Ah, sí? —Pandulfo se puso
farruco—. ¿Vosotros y quién más?
—Pues nosotros solos,
joder. Que somos cinco maromos, y tú un mierdecilla.
—Ejem —carraspeó el Espíritu
Santo.
—Cinco maromos y un palomo —pareé.
—Me la sopla —dijo Pandulfo sin
intimidarse ni nada, con los cojones bien puestos—. Yo me basto y me sobro. ¡Os
voy a matar horriblemente uno a uno!
—S-señor —interrumpió a Uriel—. D-de
verdad que no aguanto más…
—Ah, sí, sí. ¿Te importaría
seguir interrogando a este tipo, Poli Cabrón?
—¡¡Sargento Jerónimo Castaña!!
¡¡Cojones!!
—¿Sabes, Sargento? Hasta que te
conocí, no creí posible que una única persona fuera capaz de hacer tanto ruido.
—¡¡Vete a tomar por culo!! —rugió
el Poli Cabrón.
Después de este estimulante intercambio de
pareceres, consideré conveniente llevarme a Uriel al fondo a la derecha.
—Gracias por acompañarme, señor —dijo
el exarcángel.
—De nada, Uri. Lo que sea por
quitarme un rato de en medio.
—¿Va a entrar conmigo?
—Claro que no. —Le pellizqué la
mejilla—. Ay, vergonzosillo.
—Pues preferiría que lo hiciera.
Es que, verá, es mi primera vez.
—Venga, no me jodas, Uriel.
—Por favor, señor. Apelo a su
caridad.
—¿Tengo que enseñarte a mear? —Contemplaba
con cierta repugnancia la posibilidad de que mi intento de estrechar vínculos
paterno-filiales con mi pupilo pudiera tomar un cariz ligeramente enfermizo.
—Señor, siempre he sido un ángel.
No... no tengo experiencia en estos menesteres —dijo agachando la cabeza—. Pero
aprendo rápido, señor. Usted solo dígame cómo hacerlo y yo…
—Vale, vale. —Y nos metimos en el
aseo—. Lo primero, acércate al inodoro… No, Uriel, no; eso es el bidé. Algunos
nos lavamos las nalgas ahí, ¿sabes? A tu izquierda. Un poco más; no me
vayas a dejar la escobilla llena de meados. Ahí. Levanta la tapa. Esa también,
que ahí se sienta la gente… Levántate la túnica hasta la cintura… ¡Coño! No,
nada; que el Señor te ha provisto de un badajo bien prominente… Ahora,
relájate… No hace que falta que empujes… ¿No puedes? Está bien, ya me doy la
vuelta… Joder, qué delicado nos ha salido… Apunta bien, ¿eh? Eso es, deja que
fluya… Qué gustito, ¿eh? Coño, sí que tenías ganas. Pareces una vaca… Ah, ya va
decayendo… ¿Me puedo volver ya? Ahora, sacúdetela un poco… ¿Cómo que cómo? Pues
te agarras la punta del prepucio con el índice y el pulgar y… El prepucio, la
piel que recubre el glande… El glande es lo que está recubierto por el
prepucio… Oye, no sé explicarme mejor. ¿Tengo pinta de… de profesor de pollas o
algo así? Eso es, pellizca suavemente… Eh, eh, ya es suficiente, que se te va a
poner morcillona… Morcillona, ya sabes, ni lacia lacia, ni enhiesta del todo.
Así como a media asta, ¿entiendes?... Oye, ya te he dicho que no sé explicarme
mejor. ¿Me has tomado por el puto Petete, o qué?... Un pingüino rosa que salía
en la tele y escribía enciclopedias… No, coño, en serio… Un puto crack… Ahora
me parece un engendro, pero antes lo admiraba… ¿Quieres que te compre
calzoncillos en el rastro, o prefieres ir todo el día con el mondongo suelto y
dando bandazos?
—Y si me pudiera conseguir algo
de ropa decente, señor… —añadió Uriel.
—Creía que te encantaba tu
inmaculada túnica blanca.
—Sí, bueno, supongo que
estaba bien para el Uriel pretestosterona —aclaró el exarcángel.
—¿Vas de listillo ahora que eres
el orgulloso poseedor de un flamante nabo nuevo?
—Gracias por enseñarme a
utilizarlo, señor.
—Ah, eso no ha sido nada, mi
sagaz jovenzuelo; el capítulo uno de “Picha para principiantes”. Con la segunda
lección te ríes más, pero ya te la impartiré otro día —prometí—. Anda, vamos a
ver qué está pasando en el salón.
Pues poca cosa, la verdad.
—Vengo de descubrir que el Buen
Señor ha obsequiado a Uriel con al menos veinte centímetros en reposo —dije,
sobre todo para molestar al picajoso del Espíritu Santo—. ¿Qué habéis
descubierto vosotros?
—Que el Pandulfo este jala como
una lima —dijo el Espíritu Santo.
—Tranquilos, que ahora os mato a
todos ¡Grompf! ¡Ñam! —dijo el demonio Pandulfo—. Coño, que buenas están estas
bratwurst recalentadas. ¿Qué salsa llevan? ¿Alioli?
—Salsa tártara, su excrecencia —informó
Jean-Claude.
—¿Con alcaparras? Normalmente no
me gustan las alcaparras, pero así, mezcladas con otra cosa…
—Se ha negado a confesar hasta
que llene el buche —me dijo el Poli Cabrón—. Porque vas a confesar, ¿verdad,
subnormal?
—Sí, sí. ¡Groamf! Primero
confieso y después os masacro.
Media hora después estábamos
todos disfrutando de unos licores frente a la chimenea.
—¿M-me traes otra cervecita, Jean-Claude?
—preguntó tímidamente Uriel.
—Solo si el amo lo aprueba —dijo
prudentemente mi leal mayordomo.
—Sírvesela, Jean-Claude —accedí—.
A veces la mejor manera de familiarizarse con los efectos perniciosos del alcohol
es acabar echando las túrdigas por la boca.
—Siempre he opinado que el mundo
ha perdido un gran pedagogo con usted, milord.
—Como iba diciendo… —dijo Pandulfo
después de exhalar el humo de uno de mis habanos— ¿Qué iba diciendo? Ah, sí;
que os voy a aniquilar ahora dentro de un rato.
—No, no —dijo el Poli Cabrón—.
Estabas diciendo que el demonio Plutón te envió a la Tierra para darme caza.
—Ah, sí. Plutón quería tu cabeza,
no sé por qué. ¡Burp! —eructó Pandulfo—. Perdón. No soy de los que preguntan
cuando le mandan exterminar a alguien. Si al jefe le parece importante que la
espiches, él sabrá. Yo solo hago el trabajo sucio, y me gusta.
—Pero, oye, ¿no te habrán mandado
matar a este? —dijo el Poli Cabrón moviendo la cabeza en mi dirección—. A ver
si te has confundido de víctima.
—Qué más da —dijo Pandulfo—. Os
mato a los dos y a tomar por culo.
—Y… ¿has matado a mucha gente ya?
—pregunté con un escepticismo que me pareció razonable.
—Uy, a un montón. ¿Las alcachofas
son gente?
—No —aseguré—. Quiero decir, no
desde el prisma kantiano de la existencia, ni desde ningún otro.
—¿Y los puerros?
—Tampoco.
—¿Ni siquiera algunos de ellos?
—No, no. Los puerros, no.
—Mmm… ¿Existe alguna verdura que
sea gente?
—Oye, tú no has matado nunca a
nadie, ¿verdad?
—¿Las albóndigas son verduras?
—Eh… no. La división de opiniones
es unánime al respecto —aclaré.
—Llevas poco en esto de la
destrucción, ¿eh, chaval? —dijo el Poli Cabrón—. Me da la impresión de que
estás un poco verde.
—Sí, bueno, me alisté en el
ejército de Plutón hace unas semanas —admitió Pandulfo—. Antes me dedicaba al
negocio del esparadrapo. No mataba yo mucho por aquel entonces, no.
—Total, que eres un manta —resumí.
—¡No opinaréis lo mismo cuando os
mate! ¡Os voy a… os voy a matar! Ahora cuando me acabe la copa. Y, si no,
mañana. Pero mañana fijo, ¿eh?
—Bueno, seguimos sin saber una
mierda de nada —dijo el Poli Cabrón—. Y ahora, ¿qué?
—Pues no sé —dije—. ¿Sabéis jugar
al póker?
—¿Tú no tenías que ir a ver al
Papa? —dijo el Narrador.
—Hostia, es verdad —miré mi reloj—.
¿Alguien sabe a qué hora se acuesta el Papa? Ya estará frito, seguro. A esa
gente le gusta levantarse temprano. Como Dios les ayuda y eso… Aunque eso de “A
quien madruga, Dios le ayuda” no es algo que se haya demostrado jamás
empíricamente. No sé vosotros, pero yo no tengo noticias de que el Señor le
haya echado nunca a nadie una mano para meter la cómoda en el camión de la
mudanza.
—¿Al Papa? ¿Para qué? —preguntó
el Poli Cabrón.
—Para desmantelarle el
chiringuito —respondió el Espíritu Santo.
—¿A qué chiringuito te refieres? —inquirió
el Poli Cabrón, un tanto alarmado.
—Al Papa’s Pub, no te jode —dijo
el Espíritu Santo—. ¡Pues a la Iglesia, hombre, qué va a ser!
—¡¡¿Vamos a acabar con la Iglesia
Católica?!! ¡Eso es…! ¡¡Eso es inaudito!!
—Tranquilo, hombre —dije al ponerme en pie—.
Siempre hay una primera vez para todo.
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