Podría haber sido peor
El Apocalipsis según se mire. Capítulo 1.
Mi
peluquero solo me había rapado media cabeza cuando estalló el Apocalipsis.
De repente me vi en el suelo a causa
de la fuerza de la onda expansiva, rodeado de tijeras, peines y botes con pegotes
de gomina secos alrededor de la boquilla.
—Coño, qué susto. ¿Eh, Agustín? —le
dije a mi peluquero—. Y a ver si cerramos mejor los botes de gomina. ¿Qué me
estabas diciendo del partido de anoche?
Pero Agustín, igualmente en el
suelo, parecía menos preocupado por la derrota de su equipo que por el trozo de
cristalera que parecía haber decidido que su gaznate era un buen sitio donde
medrar.
—Ag —dijo llanamente Agustín,
haciendo gala del parco vocabulario de aquel que a todas luces se está
atragantando con su propia sangre.
—¡No te me mueras, Agustín! —exclamé.
En aquel momento me pareció buena idea aligerar el peso de mi recién recobrada
conciencia con un poco de melodrama barato.
—Ag —repitió Agustín antes de
exhalar su último aliento.
Ah, qué poca dignidad hay en la
muerte de un hombre con peluquín.
Las
calles lucían una exuberante abundancia en materia de humo, escombros y
cadáveres, y del cielo rojo llovían furiosos meteoritos en llamas que parecían
determinados a acabar un trabajo postergado durante milenios. Me pareció
extraño que el fin del mundo hubiera sucedido un martes, que, por regla
general, siempre había sido un día bastante normal.
—¡Eh! —dijo un niño de unos doce
años, señalándome—. ¿Tú has visto la pinta que llevas?
Entonces recordé que mi peluquero había
dejado su trabajo inconcluso de manera inconvenientemente repentina.
—Sí, estoy a medio pelar. ¿Qué pasa?
—contesté desafiante. El niño estaba gordo, pero no tenía ni media hostia.
—¡Que estás muy feo!
—Pues anda que tú, que sangras por
los ojos…
—Ya, pero lo mío es normal. Ha
llegado el Apocalipsis —dijo el niño con serenidad.
—¿Pero cómo se le ocurre salir así a
la calle, Jesús Bendito? —me preguntó una señora de mediana edad que se habría llevado
un buen susto si, en vez de hacer comentarios impertinentes, hubiera dedicado
unos segundos a contarse los brazos.
—Oiga, ¿me va a decir que no tiene
otra cosa de la que preocuparse? —me interesé.
Paulatinamente, los supervivientes
de la catástrofe empezaron a agolparse a mi alrededor, riendo y apuntándome con
el dedo de señalar. Yo, en defensa propia, levanté mi dedo de discrepar.
—¡Jódanse! ¡Jódanse todos!
El
fin del mundo había llegado. Y yo con esos pelos.
2 comentarios:
A mí me gustaría que el fin del mundo me pillara presentable, pero... a sabe cómo me pilla.
Saludos.
Particularmente, a mí no me importaría que me pillará con barba de dos tres días, con aspecto de tipo duro preparado para sobrevivir a un escenario postapocalíptico, lo que pasa es que pica. Un saludo y gracias por pasarse por este humilde blogarito.
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