Es la última vez que me convences de alquilar una casa rural, Josemari
El Apocalipsis según se mire. Capítulo 3.
Finalmente,
pude convencer al Creador de que sería más prudente que condujera yo mientras Él
dormía la mona en el asiento del acompañante, aduciendo que, mientras Él era
inmortal y todopoderoso, sus criaturas no éramos más que unos lamentables
mierdecillas poco amigos de los barrancos y las hormigoneras en sentido
contrario.
—La verdad es que os hice de muy
poca calidad —sentenció el Señor antes de quedarse sobado.
Transitábamos en mitad de la noche
por la Carretera Secundaria Que Nadie Conoce, en palabras de Dios (“Tú tira
todo para adelante y no te desvíes”, fueron las únicas indicaciones que me
brindó), escuchando una emisora de radio especializada en rumba taleguera y
llevando en el asiento de atrás a la Chica de la Curva.
—¿Te he contado ya que en la curva
que pasamos hace tres kilómetros me maté yo? —preguntó la Chica.
—Cuatro veces —dije secamente.
—En un Seat Panda —prosiguió la
Chica—. Anda que no ha llovido desde entonces ni nada.
—Ya —murmuré—. Oye, no quiero
parecer descortés pero… ¿tú no desaparecías de repente o algo?
—Eh, sí, bueno, normalmente —dijo la
Chica, incómoda—. Pero, bueno, como vais en mi dirección y tal, había pensado
que lo mismo me acercabais.
—¿Adónde te diriges? —pregunté con
recelo.
—¿Adónde os dirigís vosotros?
—Al Cielo, me parece.
—Ah, pues mira qué bien me viene —dijo
la Chica—. Como estoy muerta y eso…
—Ya. Mmm… ¿Sabes? No sé si he hecho
bien en decírtelo —confesé—. La verdad es que no tengo muy claro si estoy
involucrado en una especie de misión ultrasecreta.
—¿El caballero que te acompaña es…
es Dios?
—¿Este? No, que va. No es más que un
viejo borracho que he encontrado tirado en una cuneta.
Justo
en ese momento, Dios despertó de su escueta cabezada con un sobresalto. Lo cual
no tendría nada de reseñable si no fuera porque, a su vez, se hizo de día de
repente.
—¡Hostias! —exclamé pegando un
volantazo, repentinamente cegado.
—¡¿Qué pasa?! —dijo Dios, alarmado—.
¿Ya ha amanecido?
—¡No te jode el carcamal
todopoderoso este! —ofrecí como única respuesta.
—¿Qué bicho te ha picado? —preguntó
el Señor.
—¡Que el sol me ha dado un susto de
muerte, hostia ya! —dije recuperando el control del vehículo.
—¿Es usted Dios? —aventuró la Chica.
—¿De dónde has salido tú? —preguntó
el Señor con los ojos como platos—. ¿Has recogido a una autoestopista?
—¿Y qué quieres? —me defendí—. Me
dio lástima. Estaba ahí, al borde de la carretera, tan ensangrentada y tan
muerta…
—¡No le habrás contado nada de
nuestra misión ultrasecreta! —bramó Dios.
—Que no, hombre, que no.
—¿Es verdad que vais al Cielo? —dijo
la Chica.
—¿Qué? ¡¡Serás bocazas!! —me espetó
el Altísimo.
—Llevadme con vosotros, por favor —dijo
la Chica agarrando de la túnica al Creador.
—¡Ah, no, ni hablar! Si te has
quedado empantanada en el plano terrenal, por algo será —dijo Dios en su
Infinita Sabiduría.
—Os lo ruego —rogó la Chica—. No
tengo mucho que ofrecer, pero podría haceros unas mamadas.
—A mí me parece un trato justo —opiné.
—¡Tú te callas! —ordenó el Creador—.
¡Joder! ¿Cómo se te ocurre recoger a una fulana? ¿Dónde crees que vamos? ¿A una
despedida de soltero? ¡Eres un pervertido! —Y acto seguido le pegó un tiento a
la botella de bourbon.
—Y tú un alcohólico.
—¡¿Cómo te atreves?!
—No pretendo ser irrespetuoso,
Señor, pero debes reconocer que llevas un ciego del copón.
—Eso me pasa por mezclarme con
vosotros, que sois todos un hatajo de pecadores.
—Eh, eh, a nosotros no nos eches la
culpa de tus miserias.
—Escúchame, hijo...
—No, escúchame tú a mí. Un buen día
se te ocurre ponernos en el mundo, esperando que nos portemos bien, después te
largas y te dedicas a observarnos durante miles de años sin entrometerte, como
si fueras un voyeur cósmico, y ahora vuelves y pretendes castigarnos por no ser
el puto dechado de virtudes y buenas maneras que habías imaginado. ¿Pues sabes
qué te digo?
El frío tacto del cañón de una
pistola de pequeño calibre en mi gaznate interrumpió súbitamente mi elaborado
discurso.
—Escuchadme, mamones —dijo la Chica—.
Estoy del puto karma hasta el higo. O me lleváis con vosotros hasta la
frontera, o ya me encargaré yo de proporcionaros un atajo hasta el Cielo,
¿capisci?
—Oiga, señorita… —empezó a espetar
el Creador.
—A callar, viejales —ordenó la Chica—.
¿Qué clase de Dios permite que las víctimas de una muerte violenta permanezcan
estancadas eternamente en el último lugar que vieron con vida?
—Bueno, es una especie de vacío
legal que… —las palabras del Altísimo fueron acalladas por la sirena de un
coche patrulla.
—¡La pasma! —dijo la Chica, poco
familiarizada con el argot del siglo XXI—. ¡Yo me piro!
Y la Chica se tiró del coche en
marcha.
—Joder,
qué loca está esta tía —observé.
—Deberíamos detenernos —dijo el
Señor.
—¿No será algún tipo de ilusión
óptica involuntaria? A lo mejor lo del coche de policía es cosa tuya.
—¿De qué estás hablando?
—De que eres el Creador de Todas las
Cosas y Toda la Marimorena. No creo que puedas tomarte una copitas sin que la
realidad sufra ciertos efectos colaterales.
Un disparo voló el espejo retrovisor
de mi lado.
—¡La hostia puta!
—Te digo yo que el tipo que nos
persigue es real —aseguró Dios.
—Ay, joder —y frené en el arcén.
El bigotudo agente aparcó a escasos
metros de mi coche y bajó. Le hice un somero repaso visual a través del espejo
retrovisor interior; su irritado semblante daba a entender que había confundido
la crema para las hemorroides con un bote de salsa picante.
—Menuda pinta de cabronazo —señalé.
—¿Sabes?
Quizá sería mejor que me dejaras hablar a mí —se ofreció Dios.
—Estás
de coña, ¿no? Tú calladito, que no veas cómo te canta el aliento. Hablaré yo,
que tengo un Máster en Diplomacia y Relaciones Internacionales.
El
policía pegó en la ventanilla. Me pareció oportuno apagar la radio, que en
aquel momento emitía un pegadizo tema que versaba sobre las angustiosas dificultades
de una madre para conseguir el dinero necesario para ingresar a su hijo
politoxicómano en una clínica de rehabilitación. Accioné el elevalunas y me
aseguré de hablar primero.
—Debo
confesar que ha logrado captar mi atención, encanto —dije.
—¡¿Qué?!
—dijo el agente.
—Disculpe,
agente. No sé por qué me dio la impresión de que era usted gay.
—¡¡Pero
qué cojones!! ¡¡Me voy a cagar en todo lo que se menea!!
—¿Pero
tú dónde has estudiado diplomacia? ¿En Ruanda? —inquirió el Señor.
—Quiero
decir, ¿hemos cometido alguna infracción? ¿Hemos superado el límite de
velocidad, quizá?
—Sí,
bueno; está eso y lo de deshaceros de un cuerpo con el coche en marcha delante
de un agente de la ley —dijo el policía con una rabia apenas contenida.
—Eso
tiene una sencilla explicación —aclaré—. Verá, agente; ella ya estaba muerta
cuando la recogimos.
—Ajá.
Me está diciendo que subieron un cadáver al automóvil y que después, cuando ya
no les era de utilidad, lo lanzaron al asfalto.
—Genial
—murmuró el Señor—. Ahora nos estás haciendo quedar como un par de necrófilos.
—Me
parece que no me he explicado bien, marinero.
—¡¿Cómo?!
—La
muchacha estaba muerta, como ya le he explicado, pero se subió al coche por su
propia voluntad.
—¿Sabe
qué? —dijo el poli—. ¡¡Sigue sin explicarse bien!!
—A
pesar de que usted me parece una persona con una mentalidad eminentemente
pragmática, creo que es mi deber preguntarle, ¿cree usted en la vida más allá
de la muerte?
—¡Ay,
joder, qué mañana más larga! —se quejó el agente—. ¡A desalojar el coche! ¡Pero
ya!
—Ya
podías echarme una mano —le dije al Hacedor.
—Tú
no estás muy al tanto de mi política de no intervención, ¿no?
—¡¿Es
que hablo en cantonés?! ¡¡Fuera del coche he dicho!!
—¡Écheme
un galgo! —Arranqué y salimos quemando ruedas.
—¿Nos
sigue? —preguntó Dios, que no quería volver la vista atrás.
—No
—contesté mirando por el retrovisor—. Está recogiendo la matrícula del asfalto,
que se ha caído con el acelerón. ¡Me cago en mi puta vida!
—No
te preocupes. No podrá seguirnos adonde vamos.
—Pues
no veo por qué no. Déjame decirte que esto, como Carretera Secundaria Que Nadie
Conoce, no vale un pimiento.
Condujimos
hasta que cayó de nuevo la noche, esta vez con una transición desde el día que
se me antojó aceptable.
—Veo
veo —dijo el Señor en cierto momento.
—Venga,
hombre, no me jodas.
Dios
carraspeó.
—Veo
veo —repitió.
—Ay.
¿Por qué letrita?
—Empieza
por la A.
—¿Un
puto árbol?
—No.
Un atisbo de duda en tu alma.
—Con
todo el respeto, Señor, jugar al veo veo con Aquel Que Todo Lo Ve puede resultar
muy frustrante. ¿Por qué no pones la radio un rato?
—No
creo que a estas alturas del camino recibamos la señal de Talego FM —dijo el
Señor—. ¿Te importa si pongo la emisora local?
—¿El
Quinto Coño FM?
—No,
majadero —espetó el Señor—. La Radio del Cielo.
—Valiente
mierda.
—¡¿Cómo
puedes criticarla si ni siquiera la conoces?! ¿Ves? ¡Esa es una de las cosas
que más me cabrea de vosotros! ¡Estáis llenos de prejuicios estúpidos!
—Bueno,
bueno, tampoco es para ponerse así. A ver si ahora uno no va a poder expresar
una opinión sin fundamento cuando le salga de las pelotas…
—Es
que me ponéis negro —dijo el Señor mientras buscaba el dial.
¡PRRZZZZZT! …esto era el desafortunado remix
realizado por DJ Sandalias de Velcro del famoso hit de la Coral de Música Sacra
“Salvación”, para el disco recopilatorio Armagedón Total 2. Seguimos en La
Eternidad con Job, donde acabamos de recibir la visita del Narrador
Omnisciente, que ha venido a hablarnos de su último libro, el polémico “Hala,
hala, hala, a tomar por culo el universo”. Buenos días, Narrador.
—Encantado de estar en
tu programa, Job.
—En primer lugar,
espero que tengas una buena excusa por haber llegado tan tarde.
—Eh… es que se me ha
aparecido la Virgen, Job.
—Muy gracioso,
Narrador.
—No, en serio. Se me ha
aparecido y me ha dicho, “Hijo mío, ¿serías tan amable de ayudarme con el carro
de la compra?” Y cualquiera le dice que no a la Virgen; te da un cargo de
conciencia cuando empieza a llorar sangre…
—Sí, ya; pero podrías
haber llamado. Estoy hasta los cojones de esperar siempre a todo el mundo.
—Me hago cargo, pero…
—“Ah, bueno, es Job.
Que espere un rato y que se joda”, ¿no?
—No, hombre, no es eso…
—La culpa es tuya, por
pintarme como un tipo con una paciencia infinita en el libro que me hiciste.
¿Cómo llamáis a eso los escritores? ¿Caracterización del personaje? Solo porque
una vez le dije a mi novia, “No, de verdad, no me importa que tardes dos horas
en arreglarte”. ¿Qué se supone que tenía que hacer? Estábamos empezando a
salir, joder.
—Gira
a la derecha —me ordenó el Señor apagando la radio, visiblemente abochornado.
—¿Por
ese camino sin asfaltar?
—Sí.
Obedecí,
no muy convencido.
—¿Seguro que vamos bien?
—¿Crees
que no sé por dónde se va a mi Casa? —dijo Dios.
—Supongo
que sí, Señor. Es solo que parece que hemos abandonado la Carretera Secundaria que
Nadie Conoce para tomar el Desvío Embarrado que No Lleva a Ningún Puto Sitio.
—Ay,
mierda —dijo el Señor.
—¿Qué?
—Que
me he equivocado de salida.
—No,
si ya sabía yo —dije con un bufido—. ¿Sabes? La verdad es que, en mi lista
personal de Sacrificios para Ganarme el Cielo, no esperaba encontrarme con lo
de dejarme los amortiguadores en un camino de cabras.
—Déjate
de rollos y da la vuelta.
—Estamos
atascados en un barrizal —informé—. Vas a tener que bajarte a empujar.
—Estás
de coña, ¿no?
Veinte
minutos después había sacado el coche del barro y vuelto a la carretera con la
reticente ayuda de Dios.
—Mira
cómo me he puesto —se quejó el Creador—. Estoy de barro hasta las cejas. Ya
podías haber esperado a que me quitara de en medio antes de acelerar.
—¿Y
qué quieres? Íbamos, según tú, directos al Reino Celestial, y me has metido en
una puta ciénaga. Tu sentido de la orientación da asco —proclamé—. ¿Y ahora
qué? ¿Sigo recto?
—Si
te parece, buscamos un sitio donde acampar, no te jode. ¿Ves la próxima
desviación?
—No.
—Pues
por ahí —dijo Dios girándome el volante súbitamente.
—¡¿Pero
qué cojones…?!
No
dije mucho más antes de salir de la carretera y atravesar unos matorrales.
Justo después, mientras bajábamos una accidentada pendiente sin posibilidad de
frenar, logré añadir:
—¡Coño!
¡Coño! ¡Coño!
Estaba
dispuesto a manifestar mi repulsa ante la imprudente maniobra operada por el
Creador, pero el coche volcó antes de que pudiera abrir la boca.
—No
me lo digas; te has vuelto a equivocar de salida —dije.
—Eeeeeh…
sí, bueno. No más de quinientos metros.
—Los
suficientes.
—Un
error de cálculo —se disculpó el Creador.
—Uno
difícil de subsanar.
—Pero
no imposible.
Al
parecer, el hecho de existir desde el Principio de Todos los Tiempos y haber
creado Absolutamente Todas las Cosas le hacía a uno poseedor de una infinita capacidad
de autoindulgencia.
—No
reconoces fácilmente un error, ¿eh?
—Soy
la Verdad Absoluta —dijo la Autoproclamada Verdad Absoluta—. Mis errores solo
lo son en apariencia. Todos mis designios responden a un motivo.
—¿Que
nuestro vehículo haya dado una vuelta de campana y estemos hablando cabeza
abajo responde a un motivo? —pregunté.
—¿Podemos
continuar con esta conversación fuera? —sugirió el Creador—. Estoy empezando a
ver borroso.
El
Señor alcanzó el exterior del coche con la típica dificultad y falta de
compostura de aquel que está poco habituado a salir de los sitios a través de
las ventanas. Yo, por mi parte, me hice un rápido examen para comprobar si el
accidente me había producido otro
traumatismo cráneo-encefálico que añadir a mi extensa lista de lesiones.
—¿Te
encuentras bien? —me preguntó el Creador una vez se hubo incorporado. Estaba
casi sin resuello.
—Sí,
creo que sí. De todas formas, ¿no dicen que nada he de temer si camino a Tu lado?
—Te
has partido un diente.
—¿Qué?
Mierda —dije palpándome la piñata.
—Ah,
no —dijo Él—. Es un trozo de lechuga.
—Coño,
qué susto —dije aliviado—. ¿Y ahora, Señor? ¿Dónde queda la puerta del Cielo?
—Aquí
al lado. —Y echó a caminar.
El
Señor y yo anduvimos por espacio de cuarenta minutos por un agreste paraje
salpicado de rocas y troncos secos.
—Mi
padre se va a poner hecho un verraco —dije en cierto momento—. Es el segundo
coche que le despeño por un barranco en lo que va de mes.
—Ya
que estamos con el tema; ¿no crees que últimamente llevas una vida un tanto
disoluta?
Subimos
una pequeña loma y llegamos a una zona asfaltada, en el centro de la cual se
encontraba una construcción de tres plantas con tres focos móviles cuyos haces
de luz barrían el cielo nocturno. En la entrada del edificio, unas letras de
neón anunciaban CLUB LA PUERTA DEL CIELO.
—¿Es
esto? —pregunté.
—Sí.
Quién lo diría, ¿eh?
—Sí,
bueno, es… ¡Es genial!
—Gracias.
—El Señor parecía orgulloso.
—Guau.
¡Un puticlub!
—¡Ejem! —carraspeó Dios—.
Se trata más bien de un piano-bar.
—Un piano-bar, sí,
hombre, y un cipote.
—No te hagas ilusiones;
esto es solo la antesala que construí para disimular una entrada a mi Reino
desde la Tierra. El Cielo es la típica mariconada de nubes blancas.
—Bueno, pero nos quedará
algo de tiempo para pimplarnos unos cubatas y parlamentar con tus asalariadas,
¿no? —dije subiendo las escaleras de la entrada.
Un estridente ruido de
sirenas me enfrió los ánimos. Cuatro coches patrulla frenaron en el
aparcamiento de La Puerta del Cielo quemando asfalto.
—¿Cómo ha llegado toda
esta gente hasta aquí? —se preguntó el Señor.
—“Carretera Secundaria
que Nadie Conoce” —rezongué—. Tú y tus ideas.
Dos agentes salieron de
cada coche, escudándose tras las puertas y apuntándonos con rifles de asalto.
—¡Esto es una redada! —dijo
tras un megáfono el Poli Cabrón que nos había parado antes—. ¡A ver, acercaos
muy despacio vosotros dos, el de las barbas y el que va disfrazado de torero!
Eché
un vistazo a mi atuendo y acto seguido miré inquisitivamente al Señor.
—Es
la última vez que empino el codo —aseguró el Creador.
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