"Esto no es una tostadora, es un salchichón. A mí no me la cuela usted", célebre obra de Rene S'appuyer à la Tomate.
Por Quintín Caralho
Cuando la Editorial
Vasectomizado e Hijos me llamó para ofrecerme prologar este libro, mi primera
reacción fue cortarme con la maquinilla de afeitar. No esperaba ninguna llamada
a esas horas, y lo primero que pensé fue que mi madre se había caído por las
escaleras. Afortunadamente, se trataba de mi viejo amigo Mario Pucherillo,
editor visionario, conciudadano tolerable y novelista perezoso (Las farolas
y las piezas dentales [1995], Súbete
a la acera, que te va a pillar un coche [2003]). No creo que sea
preciso recalcar la tremenda satisfacción que supone para mí escribir el
prólogo de esta nueva edición de ¿Dónde
vas con la tostadora?, una de las obras mas inclasificables de Clotildo
Tamboril. Como es de conocimiento público, la publicación de su primer libro de
relatos (El perro que me miró como si me conociera de algo y otros cuentos)
pasó bastante desapercibida al principio, sobre todo porque salió a la venta el
mismo día que estalló la Guerra Civil Española. Tamboril culpó al Bando Nacional
de la escasa repercusión de su libro; llegó incluso a escribir una carta
dirigida al mismísimo Franco en la que se mostraba indignadísimo (“Ya podía
haberse esperado un mesecito para sublevarse, que me ha hecho usted la puñeta”,
llega a espetar en la cuarta página de la misiva). Esta recriminación sentó
como un tiro al Generalísimo, que en seguida emitió una orden de fusilamiento.
Como la carta venía sin remitente, la Guardia Civil tardó dos meses en
localizar el domicilio de Tamboril, pero, para entonces, el escritor ya había
huido a Francia. Los detalles de su fuga han pasado a la Historia y son dignos
de una genuina novela de espías: El autor consiguió que un piloto anarquista
amigo suyo accediera a llevarlo como pasajero en su avioneta a condición de
que, una vez cruzada la frontera, Tamboril lo invitara a desayunar alguna
especialidad de la tierra (este episodio inspiró un de los relatos contenidos
en el presente libro, “…y una baguette de foie barato para mi amigo”).
Creyéndose a salvo de la persecución fascista, el destino jugó a Tamboril una
mala pasada: una vez instalado en la cabina y rumbo a Francia, Tamboril se
acomodó descuidadamente en su asiento, con tan mala fortuna que pulsó sin
querer el botón de eyección. Los que fueron testigos de su aterrizaje en
Tarragona recordarían el episodio durante años. Era la primera vez que algunos
veían a un paracaidista; otros, en cambio, habían visto a un paracaidista con
anterioridad, pero jamás a uno tan abochornado. Finalmente, Tamboril realizó lo
que le restaba de trayecto escondido en las alforjas de una mula. Una vez en
Francia, el autor no tardó mucho en causar estupor entre la élite de las
vanguardias artísticas europeas, tanto por su talento literario como por sus
costumbres exóticas, entre las que sobresalía la de orinar en un portal a plena
luz del día sin mostrar signos de vergüenza o arrepentimiento. Los surrealistas
acogieron con entusiasmo en su seno a Tamboril y le dejaron elegir litera, para
disgusto de Louis Aragon, que llevaba meses durmiendo en la de arriba y ya le
había tomado el gustillo. De estos primeros años en el exilio destacan el
poemario Esta noche, las
estrellas brillan (por su ausencia), dotada de un descorazonador patetismo;
las obras de teatro Al General
no le sienta bien el sombrero, La
vida sería bella si estuviera mejor alicatada y Aquella
croqueta en concreto (conocidas
en su conjunto como la Trilogía
con Poco en Común); su única novela, Tócame
los hematomas (la
desgarradora historia de un masoquista tímido), y, por supuesto, esta ¿Dónde vas con la tostadora? que tiene usted entre sus manos. Cénit literario de
Clotildo Tamboril, ¿Dónde vas
con la tostadora? reúne una
aparentemente caótica selección de poemas, relatos, ensayos, obras teatrales de
un acto, disertaciones filosóficas, cartas y hasta una hoja de reclamación (la
despiadadamente mordaz “¿Pilas incluidas? ¿Incluidas, dónde?”). Entre las joyas
de esta colección no precisamente escasa de ellas, podemos encontrar el que
quizá sea el relato más conocido de su autor, “Mademoiselle Francine se
encuentra en casa”, donde el innominado protagonista visita cada tarde a la
Francine del título, creando en ella (y en el lector) la falsa impresión de que
su amigo alberga algún tipo de interés romántico, cuando en realidad lo único
que le interesa es el excelente queso de bola que Francine guarda en su alacena
y que saca en contadas ocasiones. Este brillante cuento ha suscitado diversidad
de opiniones entre los estudiosos de la obra de Tamboril: Para el crítico
Leocadio Colgandero, “Mademoiselle Francine se encuentra en casa” es una
parábola sobre la Guerra Civil, opinión que encaja a la perfección con su
afamada teoría según la cual toda la literatura escrita por españoles en el
exilio durante los años de la Guerra Civil, trata sobre la Guerra Civil.
Sin embargo, el catedrático Elíseo Cataplínez desecha la teoría de
Colgandero y expone que el relato deja traslucir la nunca demostrada
inclinación homosexual de su autor, opinión que se ajusta a su teoría según la
cual todos los escritores son homosexuales. Por otra parte, una gran mayoría de
analistas coincide en que, seguramente, el día que Tamboril escribió el cuento
no tenía un triste trozo de pan duro que llevarse a la boca y, a lo mejor,
hasta le dio un poquito de fiebre. Lamentablemente, poco más dio de sí la obra
de un hombre llamado a convertirse en un grande de las letras hispánicas; las
musas todavía lloran al recordar aquel aciago día, en plena Plaza Pigalle, en
que un rinoceronte confundió a Clotildo Tamboril con un sofá de dos plazas.
PESADILLO Por Clotildo Tamboril
Se levantó de la
cama con dificultad, se dirigió al baño y se miró al espejo. Las ojeras le
llegaban hasta la barbilla. Aquella noche, cuando se quedó dormido, soñó con un
desconocido que se paró delante de él y le gritó “¡Despierta!”. Acto seguido el
tío le arreó un sopapo, momento en el que despertó sobresaltado. Cada vez que
lograba conciliar el sueño, aparecía el mismo tipo que le gritaba y le arreaba.
No había pegado ojo en toda la noche. Se echó a llorar delante del espejo,
corroído por la angustia.
ENCONTRÉ UN PICAPORTE BAJO EL
SILLÓN Por Clotildo Tamboril
-Tú sigue, sigue tirando patatas fritas al suelo –me espetó Marcel.
-Tú sigue, sigue tirando patatas fritas al suelo –me espetó Marcel.
Me quedé perplejo. Aquella
tarde estaba muy susceptible a causa del desplante de Juliette. Todo por su
mala cabeza; si se hubiera dado cuenta de lo arrugados que estaban los faldones
del chaqué, quizá…
2 comentarios:
Ser eyectado por un avión es una de las aventuras más rocambolescas que se pueden vivir. Deberían incluírlo en todos los tours turísticos. Aquí y en el extranjero.
Saludos.
Elvis, totalmente de acuerdo con usted. Pagar un pasaje a un precio módico y, en determinado momento del vuelo, salir despedido y aterrizar en un sitio desconocido. No sé cómo no se les ha ocurrido a los aficionados a las prácticas de supervivencia.
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