Un blog de sangreybesos, el Mayor Experto Mundial en Nada en Particular
martes, 17 de junio de 2014
El Sr. X y el sitio del piano
Algunos de sus conocidos aseguran que rastrear la pista de algún
tipo de aspiración temprana en el periplo vital del Sr. Fulano Equis supondría una tarea
abocada al fracaso, y, a todas luces, mortalmente aburrida. Aspiración,
Ambición, incluso Inspiración, son conceptos demasiado grandes y blindados para el Sr. X, que además siente cierto recelo por las palabras acabadas en
“ón”, terminación que invariablemente trae a su excitable cerebro imágenes de columnas
de mármol lloviendo del cielo para clavarse en el asfalto. Sin embargo, existió una época en que podían hallarse unas manidas migajas de inquietud en su interior, migajas que con los años serían
fácilmente sacudidas del mantel de sus pretensiones con la ayuda de una mesa de despacho y varios kilos de
albaranes. Durante un breve periodo de tiempo (demasiado breve como para permitir
la germinación de una semilla de ilusión en esa tierra baldía que el Sr. X
llamaba caritativamente “años de juventud”), el Sr. X mostró cierto interés por
los pianos; no en tocarlos, ya que sentía una visceral aversión por las notas
musicales desde que una vez a los tres años de edad pisó sin querer una bocina afinada
en clave de fa, sino en moverlos. El Sr. X tenía la impresión de que estuviera donde estuviera colocado un piano, siempre quedaría mejor en otro sitio. Quizá
unos centímetros a la izquierda, quizá más cerca de la pared, quizá más alejado
del sofá; por norma general, estaba convencido de que la ubicación de un piano
siempre era susceptible de mejorar. El Sr. X vio su primer piano a los diez
años de edad, en casa de su tía Carlota. Nunca del todo consciente de la existencia de otros seres vivos a su alrededor, sin embargo el Niño X tenía a bien tratar con condescendencia a su tía
Carlota, porque se decía a sí mismo que un niño como él merecía tener una tía
llamada Carlota (un nombre intolerable para una madre), y porque su tía y él
tenían una manera de pensar con algunos puntos en común: los dos coincidían en que el chocolate no aportaba nada digno de mención al correcto desarrollo de un infante y en que las corbatas no eran incompatibles con
los pantalones cortos. Pero había un asunto sobre el que el Niño X y su tía discrepaban, asunto que sería
conocido en años venideros como La Polémica de la Sala del Piano. Para empezar,
al Niño X le irritaba profundamente la denominación “Sala del Piano”. Solo se
llamaba “La Sala del Piano” porque había un piano dentro, y el Niño X sabía de
buena tinta que, antes de la llegada del piano, en la misma estancia reposaba un
clavicordio, y que la sala era llamada en ese pasado remoto “La Sala del
Clavicordio”. Según la particular organización mental del mundo del Sr. X, el
nombre de las habitaciones de un hogar debe determinar para siempre su uso.
Cuando compras una casa vacía, opina el Sr. X, y dices “Este será el cuarto del
niño”, ese debería ser para siempre el cuarto del niño, y detesta cuando los hijos de
sus conocidos se independizan y “El Cuarto del Niño” pasa a ser “La Salita”,
“El Despacho” o “La Habitación de Planchar”. Para el Señor X, son tales incongruencias
las que conducen sin remedio a la Humanidad hacía la entropía y, finalmente, al
derrumbe de la civilización tal como la conocemos. Por otro lado, el piano que
ocupaba la mal llamada “Sala del Piano” estaba demasiado cerca de
la ventana, según el criterio del Niño X, y así se lo trasladó a su tía
Carlota. Su tía Carlota le dijo que fuera a jugar con los hijos de los vecinos,
respuesta que el Niño X tomó por un intento de desviarse del tema y, por lo
tanto, como una silenciosa pero inequívoca asunción por parte de su tía de su
incapacidad para colocar con acierto un piano dentro de una habitación. El Niño X volvió a la sala y
contempló el piano con algo parecido a la repugnancia. El instrumento hacía gala
de la típica arrogancia del piano medio, esa insoportable altivez del piano que
sabe que no va a ser trasladado, ese “Hacen falta por lo menos tres adultos
para arrastrarme siquiera unos centímetros”. La memoria del Sr. X es un terreno
admirablemente acondicionado para todo tipo de resquemores que deseen echar
raíces, así que La Polémica del Sitio del Piano se acomodó en la zona sin mayor
dificultad. El día después de finalizar sus estudios de enseñanza secundaria,
el Sr. X se acercó a la oficina de empleo y pretendió postularse como
demandante de un puesto de trabajo llamado Asesor de Ubicación de Pianos. La
funcionaria que atendió al Sr. X le dijo que tal oficio no existía, pero que les
acababa de llegar una oferta que solicitaba a un Técnico Especialista en Soplar
Detrás de las Orejas. Como tantas otras veces en su vida, el Sr. X fue incapaz
de dilucidar si su interlocutora estaba hablando en serio, y se marchó de la
oficina desolado. Mucho tiempo después, ya instalado en su cómodo puesto de
anexo a un archivador, y casi completamente olvidada su virulenta disposición a
mover pianos de sitio, el Sr. X estuvo a punto de sufrir un vergonzoso arranque
de nostalgia cuando contempló a un equipo de mudanzas subir un piano al ático
de un edificio con ayuda de una polea. No era el único transeúnte que había detenido en seco su errático deambular para observar tan inusual espectáculo, pero seguro que era el único que se
preguntaba si sus propietarios sabrían encontrarle al instrumento la ubicación
adecuada. ¿Estaría lo suficientemente centrado dentro de la habitación? ¿En el
ángulo correcto respecto de la puerta? ¿Fuera del alcance de los miserables
rayos ultravioleta cuando el sol se encontrara en su cénit? “No, por supuesto que no”, dijo para sí el Sr. X, aunque en su fuero interno sabía que nunca
podría saberlo con certeza, pensamiento fugaz que rescató en exclusiva para su
alma el eco de un escozor lejano, como el dolor que a veces sienten los
amputados en el miembro que les falta. Por su parte, la multitud que se
arremolinaba en la calle esperaba que de un momento a otro el piano se
desprendiera de la polea y cayera a la acera como si fuera un gigantesco e inmisericorde “ón”. El
Sr. X, algo cabizbajo, dirigió sus pasos hacia la panadería, porque siempre
había pensado que lo mejor que se puede hacer con una multitud es alejarse de
ella.
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2 comentarios:
No te preocupes, este año te compro un organillo del chino para que vayas practicando en casa y la guitarra no se encuentre tan sola
¿Un organillo? Tendremos que comprar un mono que combine...
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