EXT. MANSIÓN QUE DA ASCO VERLA DE LO DECRÉPITA QUE ESTÁ. DÍA.
La
fachada de una mansión que recibió su última mano de Titanlux hace por lo menos
siglo y medio. Un DIABLO con poca pinta de diablo y mucha de notario bajito,
con traje, bombín y maletín en la mano derecha, pega a la puerta con la mano
izquierda, con la que además sujeta una serie de papeles, discreta proeza
malabar a la que, acertadamente, no parece concederle ninguna importancia. A los
pocos segundos sale a abrir un FANTASMA de avanzada edad en camisón y gorro de
dormir con borla en la punta.
DIABLO:
Buenos días. ¿El Vizconde de Penegord?
FANTASMA: Así me conocían en vida. ¿Y usted es…?
DIABLO: Mi nombre es Eugenio Astaroth, de las huestes
infernales.
FANTASMA: ¿Es usted un demonio? Quién lo hubiera dicho,
con la pinta de… de…
DIABLO: Sí, me lo dicen muchas veces.
FANTASMA: …de soplapollas que tiene.
DIABLO:
¡Pero, oiga! ¡Cómo se le ocurre tamaña descalificación!
FANTASMA: Me va usted a disculpar, pero no se ajusta usted a la idea que tenía yo de un
siervo de Satanás.
DIABLO: Mire, que sea un demonio no significa
necesariamente que tenga que ir por ahí despeinado, sacudiendo un tridente de manera
burlona y arrastrando el pene por el suelo.
FANTASMA (mirando al
diablo de arriba abajo): ¿Usted, arrastrando el pene por el
suelo? Ya le gustaría.
DIABLO: ¿No me cree? Pues tendrá que confiar en mi
palabra, porque no pienso sacarme la chorra aquí en medio. Sepa usted que ser
expulsado del Cielo también tuvo sus ventajas. Antes éramos asexuales, ¿lo
sabía usted? Pero fue caer al Infierno y bam, allí que nos creció un miembro
viril de proporciones gargantuescas.
FANTASMA: No sé qué puede tener de bueno ir todo el día barriendo el
suelo con la minga.
DIABLO: Hombre, al principio tenía más inconvenientes que
ventajas, para qué le voy a mentir. Solíamos tropezar un día sí y otro también,
con las nuestras propias y con las de los demás. Cuando íbamos en autobús
estábamos todo el rato, “Me está usted pisando la picha”, “No sabe cuánto lo
siento” y tal. Y, bueno, la verdad es que tampoco era muy higiénico.
Acumulábamos mucha porquería bajo el prepucio. Arena, gravilla, chicles,
estiércol del Cancerbero, chapas de coca-cola… Esas a veces estaban bien. No es
que resultara placentero que una chapa con la parte dentada para arriba te
partiera el frenillo, pero a veces traía premio. Yo tuve suerte; me tuvieron
que echar puntos en el glande, pero me canjearon la chapa por un llavero. Las pasamos
canutas hasta que Lucifer inventó los pantalones. Desde entonces, la metemos en
una tinaja con hielo con mucha menos frecuencia.
FANTASMA: Y, oiga, ¿ha subido del Infierno solo para
presumir de cipote ante un alma en pena?
DIABLO: No, naturalmente que no. (Alcanzándole al fantasma los papeles que lleva en la mano). Vengo a
entregarle esta notificación donde se le comunica el cese de su actividad
sobrenatural.
FANTASMA (ojeando
los papeles, sin comprender): ¿Que qué?
DIABLO: Mire, este caserón lleva cien años deshabitado, y
según la Ordenanza General de Inmuebles Encantados, artículo vigésimo cuarto,
cualquier propiedad encantada, embrujada o poseída desprovista durante un siglo
de seres humanos vivos a los que asustar, enloquecer o hacer salir por patas,
será automáticamente desalojada por el fantasma residente encargado de ejercer
la actividad sobrenatural en cuestión.
FANTASMA: ¿Qué quiere decir eso? ¿Que me desahucian?
DIABLO (alarmado):
¡Chst! Baje la voz. No, eh, esto no es un desahucio. Es un cese definitivo de
sus actuales funciones. Una jubilación, si lo prefiere. (Mirando a su alrededor, inquieto) Nosotros no desahuciamos a nadie.
Eso es trabajo para un exorcista.
FANTASMA (pasando
las hojas rápidamente, perplejo): Un momento, amigo; yo no recuerdo haber
firmado nada de esto.
DIABLO: Créame que lo hizo. Estaba usted bajo los efectos
de una gran conmoción. Se acababa de colgar de la barandilla de la escalera,
¿recuerda? Andaba usted un tanto desorientado al principio, pero firmó el
contrato en seguida. “Cualquier cosa por librarme del Castigo Divino”, dijo
mientras consignaba su rúbrica.
FANTASMA: Sí, vale, vale, es posible; hace mucho tiempo
de eso. Pero, mire, creo que ha habido un error. La casa no está deshabitada,
¿sabe?
DIABLO (confuso):
Nosotros no tenemos constancia de que haya nadie viviendo aquí.
FANTASMA: Bueno, vivir, vivir, lo que se dice “hacer
vida”, pues no hace. Es un pordiosero
que por las noches viene a dormir.
DIABLO (molesto):
Querrá decir un sin techo.
FANTASMA: Vaya, disculpe si mi denominación le ha
resultado ofensiva. Fallecí en el siglo diecinueve, ¿sabe?
DIABLO: Cuando, como todo el mundo sabe, las palabras
“minga” y “cipote” estaban a la orden del día.
FANTASMA: Se está desviando del tema.
DIABLO: Sí, bueno; el caso es que no sé si esa situación
está contemplada por la ley. Quiero decir, ese… sin techo… no se puede
considerar un inquilino fijo, ¿no?
FANTASMA: Hombre, fijo… No es que esté todo el santo día
aquí metido. Digo yo que el hombre tendrá que salir a mendigar, como todo hijo
de vecino.
DIABLO: Ya. ¿Y vuelve todas las noches?
FANTASMA: Casi todas. Aparece apestando a tintorro barato
cosa fina y duerme de un tirón hasta mediodía.
DIABLO: ¿Y ha cumplido usted sus funciones con
diligencia? Quiero decir, ¿ha intentado asustarlo?
FANTASMA: ¿Ha intentado usted alguna vez asustar a un
borracho?
DIABLO: ¿Complicado?
FANTASMA: Imposible. He arrastrado muebles, he proferido
aullidos desgarradores, le he tirado de la pernera del pantalón… Todo sin
resultado. Es más; una vez me asustó él a mí. Estaba tan tranquilo y de repente
se puso a delirar. No se imagina las necedades que soltaba por esa boca. Empezó
a gritar “¡Hijoputa, te voy a arrancar la cabeza!”, mirando hacia mi dirección.
Como si me estuviera viendo, ¿entiende? Me quedé blanco.
DIABLO: Se dará cuenta de que eso no dice gran cosa de su
labor profesional.
FANTASMA: ¿Qué quiere que le cuente? Yo nunca dije que se
me diera bien esto de hacer el mal. Cuando estaba vivo poseía una plantación de
chirimoyas. ¿Qué podía saber yo de actividades sobrenaturales? Deberían ustedes
haberme dado un cursillo o algo.
DIABLO: Sí, sí, ya, y… ¿se encuentra el mentado caballero
ahora mismo en casa?
FANTASMA: Sí, todavía no ha salido a trabajar. Está
abajo, en el sótano. Que no sé cómo puede dormir tranquilo ahí; a mí ese sitio
me da escalofríos.
DIABLO: ¿Puedo entrar a echarle un vistazo?
FANTASMA: Claro, está usted en su casa. Examine lo que
quiera.
(Se produce un
terrible estruendo en el interior de la mansión).
DIABLO (sobresaltado):
¡¿Qué ha sido eso?!
FANTASMA (sin
inmutarse): Ah, se habrá derrumbado alguna parte de la casa. Está en un
estado lamentable, ¿sabe? El Ayuntamiento quería tirarla abajo para construir un
polideportivo o alguna tontería por el estilo, pero al concejal de urbanismo y obras públicas se le cayó
encima una cornisa cuando estaba inspeccionando el terreno y ahora el proyecto
está en estanbai, que no tengo ni puñetera
idea de lo quiere decir.
(Aparece
en el quicio de la puerta un MENDIGO que da la impresión de haber aprovechado a
fondo un bono de diez sesiones de roñaterapia).
MENDIGO (perplejo):
¿Qué pasa aquí? ¿Quiénes son ustedes?
FANTASMA: Yo soy el espíritu del Vizconde de Penegord y
este señor es Eugenio Astaroth, demonio del Infierno.
MENDIGO: Serafín Trinquete, encantado. ¿Sería tan amable
alguno de ustedes de decirme qué pinto yo aquí?
FANTASMA: Según todos los indicios, y a riesgo de sacar
conclusiones precipitadas, mucho me temo que el techo del sótano se le ha
venido encima.
MENDIGO: Oiga, amigo, ¿qué quiere decir con eso? ¿Que he
muerto y ahora soy un ente incorpóreo?
FANTASMA: Hombre, si no, iba usted a estar hablando con
un fantasma y un demonio por los cojones.
DIABLO: Es un alivio, la verdad.
MENDIGO (al demonio):
Oiga, su madre bien, ¿no?
DIABLO: No me ha entendido. Lamento mucho su situación
personal, pero lo cierto es que este nuevo giro de los acontecimientos
simplifica mucho las cosas.
MENDIGO: Hable por usted. A mí morirme hoy me viene como
el culo. Esta tarde había quedado con una chavala, ¿sabe? No es que sea un
bellezón, pero al menos conserva más dientes que todas las mujeres con las que
he salido en los últimos tres años juntas. ¿De qué se sorprenden? Un hombre en
mi posición no puede aspirar a mucho más. ¿Acaso creen que sujetarme los
pantalones con una cuerda de tender la ropa es una excentricidad mía?
DIABLO: No le estamos juzgando.
MENDIGO: Oiga, amigo, usted parece un tipo influyente.
¿Con quién hay que hablar para retrasar el momento de mi partida? Entiéndame,
no soy un iluso; sé que una edad avanzada no es la causa de defunción más común
entre los de mi gremio, pero ¿cómo podía saber yo que iba a morir de una manera
tan miserable?
FANTASMA: Quizá el cordón policial y el cartel “Cuidado.
Peligro de derrumbe” deberían haberle servido de indicativo.
MENDIGO: Mire, quizá no sea mi cualidad personal más admirable,
pero soy un alcohólico; tal vez haya oído usted hablar alguna vez de nuestra
comunidad. Entre nuestras particularidades más destacadas se encuentra la
tendencia a infravalorar las situaciones de riesgo.
FANTASMA: Oiga, amigo, ya está hecho, ¿verdad? ¿Por qué
no piensa en positivo? Alégrese de que no haya sido peor; un hombre como usted podría
haber muerto en llamas.
MENDIGO: ¿Ha terminado ya de pisotear mi dignidad?
DIABLO: ¡Ejem! Escuche, caballero, el proceso es
irreversible.
MENDIGO: La madre que me parió. Quién me mandaría a mí
mudarme a esta mierda de caserón. Si ya me lo decía mi hermano: “Vaya, ahora al
señorito no le basta con estrenar una caja de cartón nueva todas las noches”.
¡Mierda! Y pensar que ahora el cabrón estará durmiendo tan tranquilo debajo de
una barca en la playa… Aah, lo tengo bien merecido. Siempre me han considerado
el pijo de la familia, ¿saben?
FANTASMA: ¿Quiere dejar de quejarse de una puñetera vez?
No es el único que lo está pasando mal. A mí pretenden echarme de aquí y
mandarme… (al DIABLO) ¿A dónde se
supone que tengo que ir ahora?
DIABLO: De momento, a seguir cumpliendo su condena en el
Infierno. Pero podemos trasladarle al Purgatorio por buena conducta en un par
de siglos.
FANTASMA: El Infierno, el Purgatorio… ¿Cuál es la
diferencia?
DIABLO: Para empezar, en el Purgatorio no le verterán
plomo fundido por el ojete a las tres de la tarde.
FANTASMA: ¡¿A las tres de la tarde?! ¡¿Qué mierda de hora
es esa para derramar plomo fundido por el ojete de nadie?!
DIABLO: Mire, los demonios no estamos para hacer más
placentera la estancia de sus inquilinos en el Infierno; seguro que lo
entiende.
MENDIGO: ¿Y yo qué tengo que hacer? Bien sabe Dios que no
he sido una criatura ejemplar, pero si pudiera evitarme un mal trago… Soy muy
quisquilloso con todo lo que se refiere a mi conducto anal, ¿sabe?
DIABLO: Eeeh, bueno, en realidad su situación no es
asunto mío, pero ha muerto de una manera violenta, y supongo que tendrá que
esperarse por aquí un rato hasta que llegue un agente de las huestes
celestiales, que acto seguido lo acompañará a Tribunal Superior de Justicia
Divina.
MENDIGO: ¡Pero, hombre, deme un respiro! ¡Que acabo de
morir de una forma horrorosa y ahora va y me dice que me tienen que llevar a no sé qué juzgado!
DIABLO: Como ya le he dicho, ese no es mi problema, señor
mío.
(Baja volando del
cielo un ÁNGEL que aterriza junto al DIABLO con singular donaire).
ÁNGEL (consultando
unos papeles): Buenos días. ¿Quién de ustedes es Serafín Trinquete
Rebolledo?
MENDIGO: Un momento, que voy a avisarlo. (Se da la vuelta hacia el interior de la
mansión). ¡Serafiiiiiiiín! ¡Preguntan por ti! (Se vuelve hacia el ÁNGEL) No se impaciente, que en seguida sale. (Se vuelve hacia el interior de la casa)
¡Serafín, coño, que un tipo con alas te anda buscando!
ÁNGEL: ¿Es usted Serafín Trinquete Rebolledo?
MENDIGO: Eeeh, sí, sí. Lo que queda de él.
ÁNGEL: ¿Y acaba de morir de una manera trágica y
repentina?
MÉNDIGO: Sí, ha sido muy trágico y repentino todo.
Todavía estoy de los nervios. No tendrá usted a mano un ansiolítico, por casualidad.
ÁNGEL: Soy un ángel. Mi sola presencia debería bastar
para tranquilizarlo.
MÉNDIGO: Oiga, amigo; no lo he visto a usted en mi vida. ¿Quién
me dice que no va a intentar violarme de camino al Cielo o a donde cojones me lleve?
DIABLO:
Oh, no se preocupe por eso; es asexual.
ÁNGEL (fulminando
al DIABLO con la mirada): ¡¿Y eso a él qué coño le importa?!
MENDIGO: Pues, mire, da la casualidad de que me interesa
muchísimo.
ÁNGEL: Mire, no tengo todo el día, ¿sabe?
ÁNGEL: Mire, no tengo todo el día, ¿sabe?
(Aparece un
intertítulo en blanco sobre fondo negro con el lema “Dos horas después”,
mientras suena una musiquilla de ascensor tipo bossa nova: Pi-piribi-pipi… o así. Volvemos al exterior de la mansión, donde a los cuatro actantes
anteriores se les ha sumado DIOS, un tipo con túnica y larga barba blanca).
DIOS (a nadie en particular): Total,
que le dije: “Adán, macho, la has cagado”…
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