Para impresionar a su jefe, el
miembro más joven de las huestes infernales (a quién llamaremos “Andrés” para
proteger su verdadera identidad) se propuso poseer un cuerpo mortal antes del
mediodía. No tenía ninguna experiencia en el tema y, descartando los objetivos
habituales de tales menesteres, niñas de doce años y sacerdotes en plena crisis
de fe, se decidió por un mendigo notoriamente conocido en el barrio por su
obcecado desapego a eso que la mayoría de sus conciudadanos había convenido en
llamar “realidad”. Podríamos decir que durante los primeros días la empresa se
saldó con un fracaso absoluto; el mendigo en cuestión ya se convulsionaba y
vomitaba bilis con bastante eficacia sin ayuda de ningún demonio poseedor. Por otro
lado, las costras y escarificaciones que empezaron a adornar su ya demacrado
rostro fueron tomadas por sus respetables vecinos como señales inequívocas de
lepra o de peste negra. Andrés cayó en la cuenta de que sus diabluras estaban
pasando bastante desapercibidas tanto en este mundo como en el de abajo, así
que el sexto día resolvió cambiar de táctica: Condujo el cuerpo poseído del
mendigo hacia una cabina de teléfonos, aclaró dentro lo humanamente posible el
timbre aguardentoso de su voz, marcó el número de un importante periódico que
apoyaba al partido político en la oposición y, con una dignidad inusitada en un
hombre que cinco minutos antes estaba buscando comida en la basura, se expresó
con estas palabras:
-Señores, tengo en mi poder una información confidencial
referida al presidente de la nación que puede resultarles de sumo interés.
A
partir de ese momento, el ascenso del joven demonio fue fulgurante.
2 comentarios:
Hizo bien en llamarse Andrés... Por aquello del interés. Bastante fiel a la realidad.
Saludos.
Gracias, Elvis. "Reflejando la realidad con un espejo que no conoce el Cristasol", podría ser el lema de este blogarito. ¡Un saludo!
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