Transcripción
del discurso de aceptación del Premio Miguelín al Mejor Chef de 2014
Quién me iba a decir a mí
hace treinta años, cuando achicharré mi primer huevo frito, que un día iba a
estar encima de esta tarima aceptando el Premio Miguelín al Mejor Chef del Año delante
de todos ustedes. Se lo comenté a mí mujer esta mañana mientras rascaba los
restos de un boñigo seco de las suelas de mis zapatos de bonito: “Quién me lo
iba a decir, ¿eh, Maru?” “¿Quién te iba a decir qué? Esta cinta de correr de
segunda mano hace tanto ruido que no me entero de un pimiento. A ver si para Reyes
me compras una nueva, que no sueltas un duro así te maten, mala puñalá te den”.
La tarea de un chef no es
fácil, amigos, y el que diga lo contario, o bien miente, o bien tiene una
opinión diferente a la mía. Un amigo mío, artificiero de profesión, me dijo un
día: “Hombre, no te quito méritos, pero tendrás que reconocer que tu trabajo se
sobrelleva mejor que el mío. Vale que un comensal te puede amargar el día
criticando la textura de tu crujiente de almendras, pero tú al menos no te
levantas todos los lunes sin saber si vas a volar en pedazos antes de la hora
del aperitivo”. Craso error, y así se lo
hice notar a mi amigo. Porque cabe recordar aquí y ahora que yo, Clodomiro
Morcillo, he elevado la tarea de cocinero a la categoría de profesión de
riesgo. No olviden que aún ostento el Record de Restaurantes Calcinados de la
Civilización Occidental –porque a nivel global todavía anda por ahí cierto chef
hindú que ha reducido a cenizas más casas de comidas que yo, Shiva se cague en
su casta. Este título ha servido a algunos de mis críticos para cebarse con mis
revolucionarios métodos culinarios. Al igual que todos los innovadores de este
planeta, he sufrido el acoso de “creadores de opinión” con mentes estrechas y conservadoras,
y no solo porque algunos de ellos han salido de mis locales envueltos en llamas
antes del postre, hecho que, según los expertos, no contribuye a una correcta
digestión. ¿Acaso dije alguna vez que cocinar con plutonio líquido estuviera
exento de riesgos? Jamás, pero eso no fue óbice, ¿se dice así?, para que algunos
me pusieran a parir. Escuchen, escuchen la crítica que cierto cronista de medio
pelo me hizo una vez en su periodicucho: “Anoche estuve cenando en el nuevo
restaurante del Chef Morcillo, Le Petit
Hiroshima, que ha suscitado una gran atención mediática gracias a su
novedosa técnica del plutonio líquido. Nada que objetar respecto al menú –una sugestiva
combinación de platos de inspiración oriental-, pero esta mañana me he
levantado con una oreja menos”. A mí las personas con una sola oreja siempre me
han parecido muy cómicas, pero el asunto no se prestaba a bromas. ¿Me estaba
acusando de algo aquel botarate? Afortunadamente, el cabreo ante tamaña
insinuación se me pasó en seguida y me invadió un sentimiento parecido a la
compasión; tengo entendido que aquellos que pierden una oreja se vuelven muy
envidiosos de repente. Circunstancia que, curiosamente, también se da en las
personas que pierden la nariz. Pero bueno, yo llevo cejas postizas desde el
incendio de mi primer restaurante hace más de veinte años y no siento envidia
de aquellos que todavía se las pueden recortar, aunque cada uno es como es.
En fin, no me gustaría
dejar pasar la oportunidad de dedicar este premio a la memoria de mi maestro,
el gran chef Herminio Nomeolvides, un hombre por el que sentía un gran respeto,
aunque una vez le partí seis piezas dentales y el labio inferior con un pavo
congelado. Y es que Herminio era un gran profesional, pero como mentor a veces
podía resultar un tanto cargante. Todavía me duele recordar cómo se vio
envuelto en aquel feo asunto de la Mafia del Arroz con Costra, la llamada
Costra Nostra. Seguro que lo recuerdan; Herminio presumía de hacer el mejor
arroz con costra de Europa, África del Norte y la Cuenca Amazónica. Una vez le
pregunté si lo de la Cuenca Amazónica iba en serio, y me contestó, “¿Tú te vas
a desplazar hasta allí para comprobarlo? ¿No? Entonces te callas”. Así se la
gastaba Herminio. Lo cierto es que su plato era tan bueno que una renombrada
revista del corazón le ofreció una suculenta suma de dinero por publicar la
receta en su suplemento culinario. La oferta llegó a oídos de la Costra Nostra,
que, temerosa de que sus secretos gastronómicos quedaran al descubierto,
amenazó a Herminio con secuestrar a su proveedor de costra. Recuerden que en
aquellos tiempos –les hablo de hace treinta años- no resultaba tan sencillo
como hoy encontrar costra de calidad. Había que patear muchas leguas para dar
con una costra siquiera digna, y algunos proveedores sin escrúpulos no
vacilaban en vender mercancía adulterada, que daban al arroz una textura
totalmente inadecuada y resultaba imposible de maridar con un buen vino blanco.
Finalmente, Herminio cedió a las presiones y devolvió el cheque a la revista,
para disgusto de su esposa, que tenía previsto reformar el cuarto de baño y
comprarse una piscina hinchable.
Para
terminar, me gustaría dar la gracias al jurado del Premio Miguelín y
recordarles a todos ustedes que este galardón coincide con la apertura de mi
vigésimo séptimo restaurante, Le Cordon
du Police. Visítenos ya. No, en serio. Mañana podría estar hecho una ruina.
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