La prima Mary Jo a punto de ponerse cerda
INT.
SALÓN. NOCHE.
El
salón de un piso pequeño, mal iluminado por una lámpara barata y con una mesa y
una silla en el centro de la habitación como único mobiliario. Un TIPO de
treinta y tantos está sentado leyendo el periódico, visiblemente aburrido.
Alarga la mano distraídamente hacia una lata de aceitunas abierta que hay
encima de la mesa y rebusca en su interior, pero no saca ninguna aceituna.
Aparta la vista del periódico y agarra la lata para mirar en su interior. Está
vacía. Suelta la lata, disgustado. Alguien pega a la puerta, situada a su
izquierda. Perplejo, levanta la vista del periódico.
TIPO (malhumorado,
como si hubieran interrumpido una labor de suma importancia): ¡Lárguese! (Vuelve al periódico).
(Vuelven a sonar
golpes en la puerta. El tipo se hace el sordo. Insisten. El tipo suelta el
periódico en la mesa y se levanta a regañadientes).
TIPO: Hay que joderse… (Llega hasta la puerta y mira por la mirilla). ¿Quién es?
SEÑOR (con voz
calmada y profunda): Un amigo.
TIPO: ¿Un amigo que se planta a las once de la noche en
mi rellano a oscuras?
SEÑOR: La luz no funciona.
TIPO (cayendo
repentinamente en la cuenta): Ah, sí. Llevamos una semana esperando al
electricista de la comunidad.
SEÑOR: Entiendo.
TIPO: ¿Podría encender un mechero o algo para que pueda
ver su cara por la mirilla?
SEÑOR: Eh… Pues déjeme ver… Creo que no llevo ninguno
encima…
TIPO (aparta el ojo
de la mirilla): ¿Qué quiere?
SEÑOR: Verá, traigo un regalo para usted.
TIPO: No me lo diga. He ganado un concurso, ¿verdad?
SEÑOR: Pues… no. No, que yo sepa.
TIPO: Mierda. Bueno, de todas formas, no recuerdo haber
participado en ninguno.
SEÑOR: No lo pongo en duda.
TIPO: A no ser que lo haya hecho mientras andaba
sonámbulo. A veces me ocurre, ¿sabe? Una noche entré en un bar y recuperé la
conciencia a las tres de la tarde del día siguiente en un polígono industrial.
A lo mejor en ese lapso de tiempo participé en un concurso. Quizá me conoce
usted de aquella vez.
SEÑOR: No, mire…
TIPO (interrumpiendo):
¿Tiene su empresa una división para captar sonámbulos que participen en sus
concursos? Seguro que todas la tienen. Comerciales que esperan en la calle en
mitad de la noche, esperando a que un pobre inocente que anda dormido pase a su
lado y cogerle los datos. Astutos hijos de puta… ¿Qué vende usted?
SEÑOR: Nada. Oiga, me parece que ha habido un
malentendido… muy raro. No ha ganado usted ningún concurso, y tampoco pretendo
venderle nada.
TIPO: No, claro; al principio, no. Al principio iniciará
una charla cordial y distendida, y luego, poco a poco, desviará sibilinamente
la conversación hacia las magníficas prestaciones de un robot de cocina. Ya sé
cómo va esto, ¿sabe? Yo también he sido comercial. No en la división de
sonámbulos, pero… Licuadoras Megamax. ¿Se acuerda de ellas?
SEÑOR: Oiga…
TIPO: Eran fantásticas. Podían hacer puré dos plátanos de
una tacada. Dos plátanos verdes; ni siquiera hacía falta que estuvieran
maduros. Imagínese, ¡dos plátanos a la vez! Ahorraban tiempo y, además, eran
muy fáciles de limpiar. Se desmontaban enteras. Me dieron una, ¿sabe? En
concepto de finiquito, cuando la empresa quebró. Mire, se la dejo a buen
precio. Está casi sin usar. No tomo mucha fruta últimamente. Sí, sé que está
mal; que la fruta es esencial para una correcta alimentación y está a reventar
de antioxidantes y todo eso, pero…
SEÑOR: Escuche, considere mi regalo como un gesto de
buena voluntad, ¿de acuerdo?
TIPO: Ay, joder. No vendrá a predicar, ¿verdad?
¿Pertenece a una iglesia o algo? Si es así, pase el folleto por debajo de la puerta
y piérdase. Ya les avisaré yo con lo que sea.
SEÑOR (con un deje
de impaciencia en su tono de voz): Escuche… ¿Ha cenado ya?
(El tipo guarda silencio durante unos segundos).
TIPO (interesado):
¿Trae algo de comer?
SEÑOR: Sí.
TIPO (frotándose la
manos, nervioso): Eh, mire, no se moleste. La verdad es que soy de cenar
poco y, y… Ya he picado algo (vuelve su
mirada hacia la lata de aceitunas vacía que reposa encima de la mesa).
Anchoas. Me he hinchado de anchoas. Y no debería, porque tengo el ácido úrico
por las nubes. No crea que tengo la conciencia tranquila… Tanta gente pasando
hambre en el mundo, y yo aquí con la enfermedad de los reyes.
SEÑOR: ¿Debo suponer que ya no tiene apetito?
TIPO: Estoy completamente saciado, créame (traga saliva).
SEÑOR: Guarde la comida para mañana. Puede meterla en el
frigorífico, si quiere, que no le pasa nada.
TIPO (echando un
vistazo a su desnudo piso): En el frigorífico, claro…
SEÑOR: Porque tiene frigorífico, ¿verdad?
TIPO: ¡Naturalmente! Sí, que tengo frigorífico, sí… No
aquí, pero…
SEÑOR: ¿Cómo que no aquí? ¿Dónde lo tiene?
TIPO (improvisando):
En el… taller.
SEÑOR: ¿En el taller?
TIPO: Sí, sí… Se le estropeó el… el cacharro ese… lo que
enfría… y lo llevé a arreglar.
SEÑOR: Al taller.
TIPO: Sí al… al taller de frigoríficos. Al, ¿cómo le
dicen? Frigotaller. No…
SEÑOR: ¿Servicio técnico?
TIPO: Ahí estamos.
SEÑOR: ¿Y por qué no vino el técnico a su casa, en vez de
llevar usted el frigorífico?
TIPO: ¡Ah! ¿Eso se puede hacer?
SEÑOR: ¿En serio tiene usted frigorífico?
TIPO: ¡Oiga, amigo! ¿A qué viene este interrogatorio?
¿Acaso me intereso yo por su… lavadora?
SEÑOR: Bueno, bueno; no se ponga así.
TIPO: Pues claro que me pongo así. ¿Cómo se pondría usted
si me presento en su casa y empiezo a preguntarle por su frigorífico? Porque
tendrá usted frigorífico, ¿verdad?
SEÑOR: Sí, claro.
TIPO: ¿Y licuadora? No todo el mundo tiene licuadora.
Mire, le diré lo que vamos a hacer. Le cambio mi licuadora por su frigorífico…
¡Mierda! ¿Pero qué coño hago yo hablando de electrodomésticos con este tío? Ha
empezado a tirarme de la lengua y me ha sacado lo que tengo y lo que no. ¡Coño,
pero si ya sabe más que mi propia familia! (Nervioso)
Oiga, amigo, hágame un favor, ¿quiere? No se lo cuente a mi madre.
SEÑOR: ¿Que no lo cuente qué?
TIPO: Que no tengo frigorífico. Ella no lo sabe. Me manda
comida para toda la semana, ¿comprende usted? Y no me da tiempo a comérmela
toda antes de que se ponga mala y… y bueno, me da pena tirarla, y al final la
comparto con un mendigo amigo mío. Bueno, entre usted y yo, a él le doy lo que
menos me gusta… la coliflor con bechamel y cosas así. Los callos, no, por
ejemplo. Los callos es lo que me como primero. Pero… pero no siempre es así. No
siempre comparto la comida con este mendigo que le digo. A veces es él quien me
invita a comer a mí. Pero sospecho que hace lo mismo que yo; me invita a lo que
menos le gusta, como a ese jamón cocido… ese del normal, el que no va horneado
a la leña, ¿sabe a cuál me refiero? El horneado a la leña seguro que se lo
guarda para él solo, el muy cabrón.
SEÑOR: Oiga, para empezar, yo no conozco a su madre.
TIPO: Ni yo a la suya, ya que estamos. Cuénteme, ¿es tan
indiscreta como usted?
SEÑOR: Quiero decir que no podría decirle a su madre que
no tiene usted frigorífico, porque no sé quien es.
TIPO (como si fuera
obvio): ¡Ah! La Loli de Carretera de Cádiz.
SEÑOR: Me temo que no tengo el gusto.
TIPO: ¿Cómo que no? ¡Si es muy conocida! Así bajita, con
el pelo corto teñido de negro, que habla por los codos… Esa expresión, la de
hablar por los codos, no la entendía yo de niño… Me imaginaba a gente con bocas
en los codos, y me daba un repelús… Siempre me han dado asco las partes del
cuerpo que no están donde se supone que deben estar. Es una especie de fobia. A
lo mejor tiene un nombre técnico, no sé, nunca lo he consultado con un
psicólogo. Escribí un cuento sobre el tema en el instituto, ¿sabe? Iba sobre
una mujer de mediana edad que se levantaba una mañana y descubría que la boca
le había desaparecido de la cara y le había salido una boca chiquitita en cada
codo. El profesor de literatura se sorprendió de que a mi edad hubiera leído a
Kafka. Yo no sabía aún quién era Kafka. A mí Kafka me sonaba a marca de
mayonesa. Mayonesa Kafka. Coño, con tanto hablar de Kafka, se me ha abierto el
apetito…
SEÑOR: ¿Le apetece cenar, entonces?
TIPO: Sí, no sé… ¿Y dice que es gratis?
SEÑOR: Totalmente.
TIPO: Venga, ¿cuál es el truco? Porque alguno tiene que
haber. Nadie se presenta en mitad de la noche a ofrecer comida gratis a un
desconocido. ¿Qué quiere a cambio? Porque si lo que pretende es lo que yo
pienso… No vendo mi cuerpo a cambio de un plato de canelones, ya los haya
traído usted de la mejor trattoría de Nápoles.
SEÑOR: ¡Pero, oiga! ¿Qué está insinuando?
TIPO: Usted ya me entiende.
SEÑOR: Lo que yo entiendo es que tiene usted el cerebro
muy sucio.
TIPO (repentinamente
alarmado): ¡Un momento! Viene de parte de Marcelo, ¿verdad?
SEÑOR: ¿Quién cojones es Marcelo?
TIPO: ¡No se haga el tonto conmigo! Mire, dígale que pagaré,
¿de acuerdo? La cantidad que me prestó más los intereses. Todavía no sé nada de
la indemnización por lo de las licuadoras, pero yo creo que, en dos meses, tres
a lo sumo… Y… y sigo en paro, ¿sabe? Pero a lo mejor pronto me llaman. Hice una
entrevista la semana pasada. Creo que fue un puto desastre, pero solo es una opinión
subjetiva. La entrevistadora se asustó un poco cuando le arranqué la falda al
ponerme de rodillas. Yo solo quería implorarle, pero me temo que se llevó una
impresión equivocada. La culpa la tienen esos cinturones que hacen ahora, que
no agarran nada. Es lo que yo digo: si es solo para adornar, no le pongas un
cinturón, ponle un moño, o…
SEÑOR (interrumpiendo):
Yo no sé nada de ningún Marcelo ni de ningún préstamo… Solo vengo a traerle la
cena.
TIPO: ¿Me jura que no me va a partir las piernas?
SEÑOR: No le voy a partir las piernas.
TIPO: Júremelo.
SEÑOR: Le juro que no le voy a partir las piernas.
TIPO: ¿Ni los dedos de la mano poco a poco y con
delectación?
SEÑOR: ¿Qué?
TIPO: Júremelo.
SEÑOR (suspira):
Ni los dedos de la mano poco a poco y con delectación.
TIPO (después de
unos segundos de agitado debate interno): Mire, no me fío.
SEÑOR: ¡Joder!
TIPO: Compréndalo; se escucha cada cosa por ahí… ¿Cómo sé
que no es un asesino en serie?
SEÑOR: ¿De qué esta hablando ahora?
TIPO: ¿Trae la comida en una fiambrera?
SEÑOR: Sí, sí; completamente hermética, para preservarla
de…
TIPO (altisonante,
marcando en el aire un titular imaginario con las manos): El asesino de la
fiambrera. A mí me suena convincente. Parece algo que pueda leer en los
periódicos. (De nuevo marcando un titular
imaginario con las manos) Otra nueva víctima del asesino de la fiambrera…
SEÑOR (impaciente):
¡¿Acaso ha visto en las noticias algo sobre un asesino de la fiambrera?!
TIPO: No, aún no. Pero, quién sabe, a lo mejor soy la
primera víctima. El pionero. Y llámeme delicado si quiere, pero no me gustaría
pasar a la historia solo por eso. Que el en futuro me recuerden únicamente por
ser la primera víctima del asesino de la fiambrera, pues… No sé, no le veo
ningún mérito. Si además de eso, no sé, inventara algo… (marcando otro titular) “Inventor del teletransporte, hallado muerto
cerca de una fiambrera de procedencia desconocida”. Mucho mejor, dónde va a
parar... A usted lo empezarían a llamar “El Asesino de la Fiambrera” ya a
partir del segundo asesinato.
SEÑOR: Mire, ya no sé cómo decírselo. Lo único que quiero
es entregarle la comida, esperar a que se la coma y después marcharme. Si lo
desea, no abriré la boca en todo el rato.
TIPO: Ah, bueno. Es usted un fetichista de esos, ¿verdad?
SEÑOR: Oiga, amigo, me está usted poniendo enfermo.
TIPO: Le pone cachondo ver cómo otros se comen lo que
usted ha cocinado. Le va ese rollo, ¿verdad?
SEÑOR: Usted está fatal, eh.
TIPO: Le diré lo que vamos a hacer. Abro la puerta con la
cadena echada, me pasa la fiambrera y usted se queda fuera, escuchando cómo
disfruto de la comida. ¿Eso no le excita?
SEÑOR: Pero, hombre…
TIPO: Si no es suficiente, puedo dejar la puerta entreabierta,
y luego enseñarle la comida a medio masticar. ¿Le da morbo eso?
SEÑOR: ¡¿Quiere dejar el tema de una puñetera vez, que me
están dando arcadas?!
TIPO: Mire, no voy a dejarle entrar. Lo toma o lo deja.
SEÑOR (después de
unos segundos): Está bien. Abra la puerta.
(El tipo echa la
cadena y después abre la puerta. El Señor le pasa la fiambrera a través e la
rendija).
SEÑOR: Que aproveche.
TIPO (cogiendo la
fiambrera): Y usted que lo escuche. (Se
queda mirando la fiambrera unos segundos). Ahora que nos conocemos un poco,
¿puedo ser sincero con usted?
SEÑOR: Como le parezca.
TIPO: En realidad no he cenado. Es viernes; ya no me
queda comida de la que prepara mi madre. Estaba picando aceitunas. Sin anchoas.
(Traga saliva, desolado) Estaban
completamente vacías por dentro.
SEÑOR: Eh… Lo lamento.
TIPO: Así que… bueno, lo cierto es que su regalo es como
maná caído del cielo… (Abre la tapa de la
fiambrera) ¡Coño, croquetas! (suelta
una risilla).
SEÑOR: ¿Qué le pasa ahora?
TIPO (cogiendo una
croqueta): Nada, se me ha ocurrido que habría sido muy extraño que Dios
hubiera hecho llover croquetas sobre el pueblo elegido durante su travesía por
el desierto. Imagínese… Cuarenta años comiendo croquetas (muerde la croqueta).
SEÑOR: Impensable.
TIPO (con la boca
llena): Hum. Tengo una teoría al respecto, ¿sabe?
SEÑOR: ¿Sobre qué?
TIPO: Todo ese asunto del maná y los israelitas. Creo
que, en realidad, eran las sobras del día anterior.
SEÑOR: No me diga.
TIPO: Le digo. Imagínese las perolas de potaje tan grandes
que tiene que hacer en el Cielo, porque allí todo es a lo bestia. Va un ángel y
dice, “Señor, su pueblo elegido está cruzando el desierto y no tiene nada que
llevarse a la boca”. Y el Señor, “A ver, ¿qué cenamos ayer?”. Y el ángel, “Sopa
de puchero, Señor”. “¿Con pollo?”. “Con pollo y papas gordas, Señor”. “Pues
haced unas croquetas y se las tiráis abajo”. ¿Entiende lo que le quiero decir?
Ahí, como el pan duro a los cerdos. Porque… porque, ¿sabe usted que el ser
humano comparte con el cerdo exactamente… el noventa y tantos por ciento o algo
así de ADN?
SEÑOR: Oiga, ¿le gustan las croquetas?
TIPO: Ay, sí. Casi lo olvido, disculpe. (Se lleva una croqueta a la boca y empieza a
mascullar exageradamente, intentando parecer libidinoso). Hum. Hummmm. Qué
ricas, pirata.
SEÑOR: ¡Oiga, ¿quiere dejar eso de una vez?!
TIPO: Vale, vale. Es que no sé cómo satisfacerle.
SEÑOR: Me conformo con que le gusten, Jesús.
TIPO (dejando de
comer): ¿Jesús?
SEÑOR: Jesús de Haro Montilla, natural de Algarrobo, el
menor de cinco hermanos, estudió auxiliar administrativo en un instituto
público… Eso es lo que tengo aquí apuntado.
TIPO: No ha dado usted ni una (sigue comiendo).
SEÑOR (después de
unos segundos): Mierda.
TIPO (alarmado):
¿Se ha equivocado de destinatario? No pretenderá que le devuelva las croquetas,
¿verdad? Ya quedan pocas. Y no se va a presentar en la puerta del tal Jesús con
cuatro… (muerde una croqueta)… con tres
croquetas y media… Quedaría usted como un tío muy cutre.
SEÑOR: No, no… No pasa nada. Es que…
TIPO: Qué.
SEÑOR: Que creo que hoy era su cumpleaños, pero, bueno,
da igual.
TIPO: Oiga, me está usted dando cargo de conciencia.
SEÑOR: No es mi intención.
TIPO: Ya verá que al final me van a sentar mal las
croquetas (se echa otra a la boca).
Joder, qué buenas están.
SEÑOR: No, no. Está bien, no se preocupe. Mientras usted
se ajuste a mi perfil, que parece que sí… Quiero decir, si realmente es usted
una persona con pocos recursos y no ha cenado todavía… Por lo que me ha dado a
entender, es usted una persona humilde.
TIPO: ¡Huy, sí! Un mierda.
SEÑOR: Bien, bien; con eso me basta.
(El tipo sigue
comiendo. Durante unos segundos, ninguno de los dos habla).
TIPO: ¿Por qué lo hace?
SEÑOR: ¿Eh?
TIPO: Esto, lo de llevar croquetas a mier… a personas humildes
como yo.
SEÑOR: No tiene mayor importancia. Me da por ahí de vez
en cuando.
TIPO: ¿Es una especie de… obra de caridad?
SEÑOR: Eh… Sí, algo así.
TIPO: ¿Le sale de dentro, o es una forma de acallar su
conciencia? (El señor guarda silencio).
Disculpe, no pretendía ofenderle…
SEÑOR: No pasa nada.
TIPO: ¿Cómo se llama, señor?
SEÑOR: Bueno… qué importancia tiene el nombre. La gente
me llama de diferentes maneras. Podría decirse que tengo muchos nombres.
TIPO: Ah, bien. Yo le llamaré, si no le importa (piensa mientras mastica)… “Lisensiado”
Carlos Alfonso. ¿He acertado? Son muchos nombres.
TIPO (sécamente):
Como quiera.
TIPO: Bueno… (se
chupa los dedos) Ya he terminado. ¿Quiere que le lave la fiambrera,
“Lisensiado” Carlos Alfonso?
SEÑOR: No, no; no se moleste. Quédesela.
TIPO: Vaya, gracias. Hoy es mi día de suerte.
SEÑOR: Eh, bueno, tengo que irme.
TIPO: Bien, muchas gracias, “Lisensiado”. Creo que sería
justo que al menos le diera la mano (Tarda
unos segundos en decidirse. Finalmente, quita la cadena y abre la puerta).
¡Coño! ¡Ha desaparecido como un fantasma!
SEÑOR (su voz suena
más lejana): Eh… No; estoy bajando las escaleras.
TIPO: Ah, claro. Vaya con cuidado, ¿de acuerdo? El
rellano de abajo sí tiene luz.
SEÑOR: Sí, sí. Lo sé.
TIPO: ¿Volverá a visitarme algún día? No tiene por qué
traerme nada. La próxima vez invito yo. Venga un lunes, que mi madre me acaba
de preparar la comida de la semana y todavía no la he repartido. ¿Le gusta la
coliflor con bechamel?
(El tipo no obtiene
respuesta. Después de unos instantes, cierra la puerta, un tanto decepcionado.
Se dirige hacia la mesa con la fiambrera en la mano. Suelta la fiambrera, se
sienta y vuelve a su periódico).
FIN.
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