Ahora hacen unas cremas hidratantes que van fenomenal
El Apocalipsis según se mire. Capítulo 51 y Epílogo.
Recepción del Infierno.
—Agnes,
¿estás segura de que no has visto pasar por aquí últimamente a unos cuantos
millones de almas en pos del tormento eterno? —preguntó Plutón a la
Recepcionista del Infierno, que miraba distraídamente una revista de labores de
ganchillo detrás de su mostrador.
—Me habría dado cuenta, Plutón —contestó Agnes.
—Mierda, ¿qué habrá pasado? Si hemos destruido toda la
Creación a la vez. Debería haber montones de pecadores pegando a las puertas del
Infierno —dijo Plutón dirigiéndose a la puerta. Cuando la abrió, vio al
barquero Caronte llegar a la orilla con parsimonia—. Eh, Caronte, ¿a quién
traes contigo?
—Yo qué sé —dijo Caronte—. A un vendedor de droga, me
parece.
—Traficante de crack, si no le importa —dijo el vendedor
de droga muerto.
—Usted perdone, milord —Caronte escupió al mar—. No te
jode el puto yonki…
—¿Solo? —preguntó Plutón.
—¿Cómo que solo? ¿Cuántos traficantes de crack muertos
necesita hoy el señor?
—¿No había más gente esperando en la otra orilla?
—Cinco o seis, supongo —contestó Caronte—. ¿Estás
esperando que se muera alguien en particular, o…?
—Oye, chaval —le dijo Plutón al traficante—. ¿El mundo
estaba entero cuando te moriste?
—¿A mí qué me cuenta? —respondió el traficante—. ¿No le
parece que ya tengo bastante con lo que tengo?
—Joder, qué contrariedad —se quejó Plutón—. Bueno, yo
espero un rato más, y si no… ¡Coño, Cancerbero, vete a mear a otra parte! ¡Mira
cómo me ha puesto los zapatos el puto perro, me cago en todo!
La Nada Absoluta (anteriormente conocida como La
Creación).
Allí
estaba yo, flotando en un punto indeterminado de la Nada Absoluta, donde, por
otra parte, todos los puntos resultan razonablemente indeterminados. Por si os
lo estáis preguntando, la Nada Absoluta se parece a un estante vacío dentro de
la despensa de una cocina sin amueblar de una casa sin edificar sobre un solar
que no existe.
—¿Sabéis lo que me parece realmente molesto de la Nada
Absoluta? Su insultante abundancia en materia de puntos indeterminados —dije.
El Espíritu Santo, el Poli Cabrón, Jean-Claude, Uriel,
Ramone, el Narrador Omnisciente y Pandulfo flotaban a lo que me parecían
escasos metros de mí, pero que bien podrían haber sido kilómetros.
—Es horrible, horrible, horrible —dijo Ramone—. Si por lo
menos hubiéramos salvado algo de la destrucción total, como, no sé, como una
maceta.
—Yo he traído unas alcachofas —dijo Uriel—. Podríamos
plantar una alcachofera.
—Sí, eso. Por algo se empieza a repoblar todo el puto
universo, no te jode —dijo el Poli Cabrón.
—Ay, no. No sé vosotros, pero yo no me encuentro
especialmente motivado —dijo Pandulfo, que aparentemente se estaba dejando
influir por el factor ambiental.
—¿Eso es un piano? —preguntó Uriel.
Seguí la mirada del arcángel, aunque no podría decir si
me volví a derecha, izquierda, hacia arriba o hacia abajo. Efectivamente, en
medio de la Nada flotaba un elegante piano de cola cuya tapa parecía acumular
siglos y siglos de polvo.
—¿Narrador? —dije.
—¿Qué? —dijo el Narrador, que flotaba mi lado. Bueno, a
mi lado, o en el quinto coño. Vete tú a saber.
—¿Cómo va a continuar esta historia?
—No sé. ¿“Nuestros héroes se encontraban flotando en la
Nada y de repente… seguían flotando en la Nada”?
—¿Sabéis que tengo la impresión de que esto no es El Fin
de Todas las Cosas? —dije.
—Eso es lo que más me gusta de ti —dijo el Poli Cabrón—.
Nunca te dejas llevar por las apariencias.
—Creo que solo parece el Fin de Todas las Cosas —aventuré—.
Digamos que es una corazonada. Pensad un momento, ¿por qué cojones nos hemos
salvado nosotros mientras el resto del universo está en paradero desconocido? Y
otra cosa, ¿vosotros habéis visto últimamente a alguien aparte de nosotros y de
Plutón y sus memos? ¿Espíritu?
—Es cierto que en los últimos días la realidad se ha
estado comportando como si estuviera hasta el culo de ácido —dijo el Espíritu
Santo—. Mi hipótesis es que el Señor ha sufrido un ataque de estrés con todo
este pifostio del Apocalipsis.
—¿Y dónde coño se ha metido Dios ahora? —pregunté—. ¿Nos
ha abandonado a nuestra suerte? Señor, ¿por qué nos haces esto? ¡Contesta,
barbas!
—Señor —dijo Jean-Claude.
—¿Sí, Jean-Claude?
—No es a usted, señor. Es al Señor que está detrás de
usted.
—¿Detrás? ¿Qué significa “detrás” en un sitio sin puntos
de referencia? ¿Cuánto tiempo llevamos aquí? ¿Cuándo acabará esta
incertidumbre?
—Si es que eres más tonto que mandado a hacer —dijo Dios
agarrándome por los brazos y dándome la vuelta.
—¡Señor! Qué bueno verte por aquí. La Nada Absoluta es un
pañuelo.
—Ya era hora —dijo el Espíritu Santo posándose en el
hombro del Señor—. Anda, empieza a dar explicaciones, que aquí la peña está
empezando a ponerse nerviosa.
—¿Qué significa todo esto? —pregunté—. ¿Por qué has
permitido que ganaran los malos?
—Los malos no han ganado, pero ellos no lo saben —dijo
Dios—. Ni lo sabrán. He tabicado una a una todas las puertas del Infierno.
—¿Y por qué ahora hay Nada en vez de Todo? ¡Coño, ya
podrían haber dejado Algo! —exclamé—. Algo aparte de ese piano, que mira que
está sucio…
—Esta Nada Absoluta no es la Nada Absoluta que tú crees —sentenció
Dios.
—Hombre, he visto pocas Nadas Absolutas en mi vida, pero esta
me parece de lo más convincente.
—No estamos en el Universo que tú conoces —explicó Dios—.
Cuando empecé con la Creación, reservé un espacio en blanco, o una partición,
si quieres, por si, bueno, por si vuestro Universo al final resultaba ser un
rábano. En realidad, el vuestro no es más que un borrador del Universo
Definitivo que me encontraba levantando aquí y que ahora se ha ido al carajo.
—¿Te acuerdas que te lo comenté de pasada mientras te
cortaba el pelo? — me dijo Ramone.
—Un momento ideal para desvelar Grandes Proyectos Divinos
Secretos, ¿verdad? —dijo Dios escalfando a Ramone con la mirada.
—¿Y cómo llegamos nosotros a este… Universo Definitivo? —pregunté
mirando al desangelado vacío que me rodeaba.
—¿Recuerdas la elipsis narrativa? —dijo el Narrador
Omnisciente.
—Claro.
—Pues ahí.
—Aproveché el lapsus para trasladaros a todos aquí —prosiguió
el Señor—. Como habrás observado, la Nueva Tierra estaba en obras.
—He ahí el motivo de la repentina escasez de seres vivos
en todas partes —dije.
—Después, envié a Pandulfo al Infierno para pedir a su
hermana Marcia la fórmula que me había robado y se la entregara a Plutón y los
suyos.
—¿La del Descreacionador?
—¿Quién la llama así?
—El imbécil de Pandulfo. ¡Un momento! ¡¿Su hermana?!
—En realidad, mi nombre verdadero es Pandulfo Hellstrom —dijo
Pandulfo—. Alegra esa cara. Hace un momento no tenías nada, y ahora tienes un
cuñado gorrón.
—¡Ay, joder! ¡¿Pero los ángeles no nacen por
partenogénesis o algo así?!
—Venimos de la misma Célula Divina —aclaró Pandulfo—.
Ella se quedó con la belleza y la inteligencia, y yo con todo lo demás. La
halitos y las verrugas y eso.
—Y bueno, el resto ya lo sabes —dijo Dios.
—Bueno, la verdad es que es tu plan no estaba nada mal —reconocí—.
¿Sabes, Señor? Si no existieras, tendríamos que inventarte.
—No me toques los cojones, no me toques los cojones… —advirtió
el Creador.
—Pero todavía queda en el aire otra cuestión, Padre —señaló
el Poli Cabrón, también conocido como Jesucristo—. Utilizaste a este pobre
mamón.
—Vaya, cuántas revelaciones importantes de una sola vez —dije,
animado.
—Eh, bueno, al principio… —El Señor titubeó.
—Solo te ha utilizado para que yo saliera a la luz —me
confesó el Verdadero Hijo—. Y total, para qué. Si yo lo que quiero es un
terrenito, con un pequeño huerto…
—Así que, al final, Nuevo Mesías, los cojones —dije
mirando al Hacedor a los ojos
—Verás… —empezó a decir Dios.
—¿De qué sirvo ahora? —me lamenté—. ¿Quién soy yo? Nadie.
¿Conoces ese chiste, “Iban dos y se cayó el de en medio”? Yo soy el de en
medio. Soy un cualquiera que pasaba por allí. Uno que iba.
—¡¿Quieres dejar de autocompadecerte de una puta vez y
escucharme?! —bramó Dios—. Quiero que vengas conmigo a un sitio.
—¿Y los demás?
—El Espíritu Santo los dejará en La Puerta del Cielo.
—Y-yo me bajó aquí, si no les importa —dijo Uriel.
—¡Tú al Cielo, que es donde debes estar! —exclamó Dios—.
Joder con el niño.
La Nada Absoluta. Un indeterminado rato después.
—¿Nos
falta mucho? —pregunté.
—¡Joder, qué tío más pesado! —protestó el Creador—. Ya te
he dicho que falta Todo y a la vez Nada.
—¿Se podría decir que estamos a mitad de camino?
—Estamos en la Nada Absoluta —dijo el Hacedor—. Aquí el
concepto “a mitad de camino” tiene una relevancia muy escasa.
Después de unos segundos que se me antojaron muy largos,
o de unos años que se me hicieron muy cortos, vete tú a saber, pudimos
vislumbrar un cartel indicador que rezaba:
Está
usted llegando a Algo Irritantemente Indefinido
—¿Sabes otra cosa que me jode de la Nada Absoluta? —dije—.
Su frustrante falta de cualquier tipo de concreción.
Empezar a ver Algo Irritantemente Indefinido en medio de
la Nada se me antojaba semejante al esfuerzo de imaginar qué cosa podría haber contenido
un plastiquillo vacío que acabas de encontrar en el suelo.
Cuando pude ver con claridad, estábamos frente a una
coqueta casita de dos plantas en medio de un prado. El cielo era azul y estaba
salpicado de inofensivas nubes blancas. La casita estaba rodeada con una añeja
valla de madera. Un caminito de tierra conducía a la puerta principal, que era
de madera de haya, y había una alfombrilla de bienvenida hecha con pelo de
cabra. La cabra tenía dos años cuando se sacrificó para hacer la alfombrilla, y
respondía al nombre de Genoveva. La alfombrilla había visto nacer en su seno a
ciento setenta y cuatro ácaros aquella misma mañana.
—Coño, menos mal —dije—. La Indefinición Absoluta estaba
empezando a tocarme las pelotas, aunque el Conocimiento Total me está dando
mareos. ¿Qué hacemos aquí?
—Bueno, alguna vez me has preguntado el motivo de mi
reticencia a empezar el fin del mundo.
—Y nunca me has respondido.
—¿Recuerdas lo que dijiste la primera vez que me viste?
—No sé. ¿“¡Pero, coño!”o “¡Cojones!”, o algo así?
—Me pediste que te cambiara una bombilla fundida —me
recordó el Altísimo—. Y eso es lo que voy a hacer.
El Señor se acercó a la puerta de la casa y pegó al
timbre.
—¿Quién vive aquí? —pregunté.
Una señora de mediana edad con delantal abrió la puerta.
—¡Vaya, pero mira quién está aquí! —dijo la señora—. ¡Te
parecerá bonito, después de tanto tiempo! Pero no os quedéis en la puerta,
pasad.
—Señor… —empecé a decir.
—Shhh… —me espetó Dios.
Pasamos al salón, cuyo mobiliario habría hecho caer en
éxtasis a mi bisabuela. Un señor con gafas, bigote y algo fondón, también de
mediana edad, leía el periódico en el sofá.
—Mira quién ha venido a visitarnos —dijo la señora.
—Dichosos los ojos —dijo el señor con el ceño fruncido—.
Ah, has traído a un amigo.
—Te presento a mis padres —me dijo Dios.
—¿Mande? —dije yo.
—¿Es una de tus criaturas? —preguntó el padre de Dios—. ¿Uno
de esos… cómo se llaman? ¿Monos?
—Humanos, papá —corrigió Dios.
—¿No se llamaban monos antes? ¿Por qué les has cambiado
el nombre?
—Evolucionaron —dijo secamente el Señor.
—Ah, sí —dijo Papá—. Evolución. Bonita cosa les diste a
tus criaturas.
—No empieces a enfadar al chico, papá —dijo Mamá.
—Anda que tu hermano Siod iba a permitir que sus
criaturas evolucionaran. O tu hermana Odsi.
Dios suspiró.
—¿Tienes hermanos? —pregunté.
—Seis —contestó el Creador—. Cada uno con su propio Universo.
—No me lo digas. ¿Eres…?
—El menor.
—Cuando repartí la Nada Absoluta entre mis siete hijos,
no me imaginé que el pequeño fuera a ser tan… creativo —me explicó Papá—. Una
especie dominante con pensamiento autónomo… ¡Ja! ¿Cómo lo llamas tú, hijo? Ah,
sí. “Libre albedrío”. ¿Y para qué? Para que pasen de ti. La mayoría de ellos ni
siquiera cree en tu existencia. En vez de imponerte, ahí, con dos cojones,
permites que esos desgraciados hagan lo que le salga de la punta de la minga.
Tienes más fe en ellos que ellos en ti. Valiente ruina. Anda, que a tus
hermanos mayores se les iba a ocurrir tamaño despropósito.
—¿Ves, papá? —dijo Dios—. Por eso no vengo más a menudo.
—Por cierto, ¿qué haces aquí? —inquirió Papá—. ¿Tú no
deberías estar liado con el Apocalipsis ese en estos momentos?
—Deja de presionarlo, papá —intervino Mamá.
—Ya, verás —dijo Dios—. De eso quería hablarte. —Tragó
saliva—. Es que… no quiero hacerlo.
—¿En qué momento he sometido esa cuestión a debate? —preguntó
Papá.
—¿Por qué no quieres destruirlos, hijo? —preguntó Mamá—.
¿No te gustaría tener unas criaturas como las de tu hermano Isod, tan
obedientes y bien peinadas?
—Bueno, pues no —dijo Dios.
—Pero, ¿por qué no? —dijo Papá—. Tus seres son unos hijos
de puta. Están todo el día matándose entre ellos. Y ni siquiera es para comer.
A ti lo que te pasa es que te crees la Verdad Absoluta y eres incapaz de
reconocer una equivocación.
—Es su elección —dijo el Señor.
—¿Y eso qué tiene de bueno?
—Qué algunos eligen no ser unos cabrones, papá —dijo el
Señor—. Por sí solos.
—En un porcentaje muy bajo, hijo —remarcó Papá—. ¿Acaso
crees que va a mejorar? ¿Qué en un futuro cercano van a dejar de joderse los
unos a los otros? ¿Que la totalidad de tus criaturas va a decidir portarse bien
con las demás y cuidar el mundo que les regalaste?
—Bueno, no, pero…
—Bueno, pues no hay más que hablar —dijo Papá—. Mañana,
como muy tarde, empiezas el Apocalipsis y a tomar por culo.
—Pero…
—Sin rechistar. —Papá me miró—. ¿Tienes nombre, mono?
—Eeeeeh… Cualquiera —me presenté—. Uno Cualquiera.
—Joder, qué nombres tan absurdos tenéis los monos —observó
Papá—. Anda, siéntate, te voy a enseñar algo que seguro te va a gustar. —Papá
cogió el mando a distancia y encendió el televisor—. Es una especie de juego,
¿sabes? Once seres enfrentados a otros once seres por la posesión de un balón…
Bueno, no sé si lo vas entender, porque es algo complicado…
—¿Tienes hambre? —me preguntó Mamá portando una bandeja—.
Es una receta propia que muy pocos han probado.
—¿Croquetas? —pregunté.
—¿Conoces las croquetas? —Mamá parecía asombrada, y un
poco decepcionada. Papá me miró con curiosidad.
—Naturalmente que las conozco —admití—. Mi madre hace las
mejores croquetas del mundo —señalé el televisor—. Y esa gilipollez es fútbol.
En mi mundo es casi una religión.
—¿En serio? —dijo Papá—. No lo sabía.
—Porque nunca me escuchas —dijo Dios.
Entonces, la evidencia cayó por su propio peso.
—Un momento. —Me levanté del sofá—. ¡Un momento!
—Hijo, ¿qué le pasa al mono? No le habrán entrado ganas
de matar a alguien de repente. Que lo echo de aquí a patadas.
—¿Es que no lo ven? —Miré alternativamente a Papá y a
Mamá—. Su hijo no nos creó a su imagen y semejanza… ¡Nos creó a imagen y
semejanza de ustedes!
—¿Qué? —dijo Papá.
—Hijo, ¿es eso cierto? —preguntó Mamá.
—Eh… —Dios bajó la cabeza.
—¡Croquetas! ¡Fútbol! ¡Babuchas de felpa! ¡El marido rascándose
los huevos mientras la mujer prepara la comida! ¡Toda la raza humana no es más
que el homenaje de un Hijo hacia sus Padres! —grité.
—Mamá, creo que el mono se está poniendo violento —dijo
Papá—. ¿Por qué no vas a la cocina y le traes una cerveza, a ver si se relaja?
—¡Cerveza! —bramé—. ¿Le gusta la cerveza?
—Es mi elixir favorito —reconoció Papá.
—¡El nuestro también!
—¿Todo eso es cierto, hijo? —dijo Mamá acercándose a Dios
con lágrimas en los ojos—. ¿Creaste a tus criaturas… para agasajarnos?
—Y no os habéis dado cuenta hasta ahora —dijo Dios con la
vista en el suelo.
—¿Lo has oído, Papa? —dijo Mamá—. ¿Has visto lo que ha
hecho tu hijo el menor, el más díscolo?
—Ay, joder… —dijo Papá.
—¿Me… me puedo quedar a mis criaturas, Papá? —preguntó
Dios.
—Pregúntaselo a tu madre —dijo Papá—. A mí no me
calientes más la cabeza.
—¿Ves? —dije—. ¡Igualito que nosotros!
—Y tranquiliza a tu mono, que voy a tener que darle con
el periódico enrollado.
—Mamá… ¿puedo? —dijo Dios.
—Que sea lo que tú quieras —respondió Mamá agarrando la
cara de su Hijo.
—Sí, bueno, ¿qué más da? —dije exultante—. El Cielo no
quiere, El Infierno no sabe… Dejadnos el Apocalipsis a nosotros, que de muerte
y destrucción entendemos un rato.
Unas
tres horas después (la visita se alargó porque Papá se empeñó en jugar una
partida de mus después del almuerzo) salimos de casa de los Padres de Dios.
—Señor.
—¿Mmm?
—Lo que he dicho dentro… Eso de que nos hiciste a imagen
y semejanza de tus padres… He dado en el clavo, ¿no?
—Bueno, quizá fueron una influencia inconsciente —aclaró
Dios—. Aunque no sé si has reparado en que tu teoría no es aplicable a todos
los pueblos humanos, ni a todas las épocas. A no ser que pienses que los
aborígenes australianos, por ejemplo, tienen reminiscencias de mi padre.
—Hostia, no había caído en eso.
—Pero la tuya ha sido una ocurrencia genial. Y al final
lo has logrado —me dijo Dios—. Has salvado a la Humanidad.
—Sí, bueno —dije—. Dicho así, parece algo importante.
—Quién se lo hubiera imaginado, con lo egoísta y capullo
que eras antes —me recordó Dios.
—Supongo que ni siquiera conocía mi propia alma —filosofé—.
El alma es como el ojete, ¿sabes? Sabes que ambos están ahí, pero no alcanzas a
ver ninguno.
—Valiente soplapollez —murmuró el Creador—. Y… ¿cómo
puedo agradecerte lo que has hecho por mí y mis criaturas?
—En primer lugar, podrías dejar que tu hijo y Uriel
hicieran con sus vidas lo que les saliera de las puntas de sus respectivos
cipotes —dije—. Como tus padres te acaban de dejar a ti.
—Quién me ha visto y quién me ve, recibiendo lecciones de
un mono… —rezongó Dios.
—Y en segundo lugar…
—¿Me has dejado en segundo lugar? —dijo una voz familiar.
Miré a mi alrededor y vi que habíamos llegado al despacho de Dios.
—¡¡¡Marcia!!!
Allí estaba ella, el más bello de los ángeles, cuya
mirada podía tallar diamantes y hacer que el aguerrido ejército espartano
depusiera las armas y fundara una compañía de ballet. Se lanzó a mis brazos.
Nos abrazamos. Le toqué una teta.
—¡¡Que estoy aquí!! —bramó Dios.
—¿Qué estás haciendo en el Cielo?
—Digamos que el Señor, en su infinita benevolencia, me ha
soltado cinco minutos para que pueda verte en agradecimiento por mi
colaboración en el caso Plutón.
—Quiero que venga conmigo —le dije a Dios.
—¡Marcia Hellstrom es Lucifer, por Mí Bendito! —dijo
Dios.
—¿Y crees que a mí me gusta? —dijo Marcia.
—Me montaste un sindicato, Marcia. ¡Un sindicato! —bramó
el Señor.
—¿Y vas a dejar que siga pudriéndose en ese apestoso e ingobernable
antro por tener una opinión diferente a la tuya? ¡¿Es que no has aprendido nada
hoy?! —exclamé.
—¡No te pases! —espetó el Creador.
—¡Estoy enamorado de este demonio!
—Ay, joder… —El Señor se lamentó y después se dirigió a
Marcia—. Marcia, ¿quieres ser humana?
—Como si no supieras que eso es exactamente lo que he
querido siempre —contestó Marcia.
—¿Y pasar el resto de tus días al lado de este capullo
lamentable?
—Sí, quiero.
—Ah, qué cojones —dijo Dios—. Por mí, como si os la pica
un pollo.
—¡De puta madre! —exclamé.
—¡No me beses, que me estás dejando las barbas llenas de
babas! —me dijo el Señor—. Queda un asunto pendiente. Si Marcia se va contigo a
la Tierra, ¿quién se hará cargo del Infierno?
—¿Sabes? —dije—. Creo que tengo al tipo perfecto para ese
puesto.
Sala de reuniones del Organismo de Gestión del Infierno.
—Señores
—dijo Pojinga levantándose de la silla presidencial—. Como nuevo presidente de
la República del Infierno, me complacería exponer mi nuevo programa de trabajo
para los próximos siglos. ¿Dónde está mi secretario?
—¿De dónde ha salido este, exactamente? —le preguntó
Judas a Plutón, ambos sentados alrededor de la mesa de reuniones.
—Un enchufado del Creador, creo —dijo Plutón, que lucía
un parche en el ojo izquierdo que le daba el aspecto de malote que siempre
había deseado.
—¿Organizamos un golpe de estado o algo?
—Para golpes de estado estoy yo —refunfuñó Plutón—. Ya
nos esperamos a las próximas elecciones, si eso. ¿Dónde coño se ha metido
Minos?
—Ya mismo viene para acá —dijo Judas—. Lo que tarde en
salir del laberinto del Minotauro, dice. Oye, ¿sabes que Flegias y el Conserje
quieren adoptar a un niño?
—El Infierno ya no es que lo era —dijo amargamente
Plutón.
—Con permisito, excelencia —dijo Su Santidad el Papa
Pancho I entrando con una carpeta en la mano.
—No pasa nada, Pancho —Pojinga cogió la carpeta—.
Señores, la primera medida que va a tomar mi gobierno es la de transformar la
mala imagen pública que ha ostentado el Infierno hasta hoy. A partir de ahora,
nuestra misión no consistirá en castigar a los pecadores, sino en
rehabilitarlos y reeducarlos.
—Joder, qué larga se me va a hacer la Eternidad —se quejó
Plutón.
El Cielo.
—¿Crees
que ese tal Pojinga es el tipo adecuado para regentar el Infierno? —me preguntó
Dios.
—Es la única persona que conozco capaz de hacer de ese
tugurio un lugar habitable —aseguré—. ¿Sabes que en vida fue un predicador? Fue
el único que predijo mi llegada.
—Hijo mío, te recuerdo que, al final, aunque Salvador de
la Humanidad, no eres ni Mesías ni nada.
—¡Eh! —dijo el Espíritu Santo, que entró en el despacho
borracho como una cuba—. ¿Cómo es que no
estáis en La Puerta del Cielo? ¡Hemos montado un fiestón de la hostia!
Cuando llegamos al club, el Narrador Omnisciente le
estaba pidiendo al DJ un pasodoble, el Poli Cabrón estaba poniendo al día a su
viejo amigo Petrus al calor del coñac, Uriel bailaba encima de la barra, Ramone
estaba tomando champán rodeado de bellos querubines y Pandulfo estaba robando
el dinero de la caja. Prácticamente lo de siempre, salvo que Jean-Claude
parecía estar divirtiéndose.
—¡Bartolo, dos tequilas! —le dije
al ángel situado detrás de la barra.
—Un licor de mora sin
alcohol para mí, mejor —dijo Marcia.
—¿Qué es eso? —le pregunté a mi
diablesa—. ¿Una cosa nueva?
—Tengo que cuidarme —me dijo la
mujer de mi vida mirándome a los ojos—. Vamos a tener un hijo.
—Ah, bueno; creí que estabas
tomando antibióticos. ¡¡¡¿Que qué?!!!
—Si me permite la observación, señor —me dijo Jean-Claude
apareciendo a mi lado—, ahora sí que se ha metido en un buen lío.
Epílogo
Dios
permitió a su Hijo, que siguió prefiriendo que lo llamaran Poli Cabrón,
quedarse en la Tierra. Extrañando su época de hippie apestoso, dejó el Cuerpo
de Policía y se fue a vivir en lo alto de un monte como un ermitaño. En la
actualidad es propietario de un pequeño negocio dedicado al cultivo y
distribución de comida ecológica. Visita regularmente a nuestro héroe para
pegarle unos gritos por cualquier cosa.
Uriel
también se quedó en la Tierra, y bailó encerrado en una jaula en un local de
mala nota durante un tiempo. Después ganó el Roland-Garros durante dos años
consecutivos y es visto frecuentemente acompañado por modelos y actrices en
diversos eventos sociales. Ha salido en la portada de Vogue y ha prestado su
nombre a un perfume de Rabo Pacanne que huele a gloria. A veces tiene ganas de
volver a ocupar su puesto en las huestes celestiales, a veces añora su estancia
en el Infierno, algunos días se levanta hastiado de vivir tan deprisa, algunas
noches no llega ni a acostarse. Visita regularmente a nuestro héroe para hacer
cosas de gente normal, como comer estofados y dejarse las rodillas en la
esquina de cualquier mesa.
Pandulfo
volvió al Infierno como mano derecha de Pojinga. Creó un nuevo Departamento de Recogida
de Mierda de Caballo, nombrando a Plutón Jefe de Equipo y colocando a Judas y
Ciacco como subalternos. La última vez que visitó a su hermana y a nuestro
héroe fue con motivo del nacimiento de su sobrina. Antes de irse, dejó a su
cuñado la cisterna del inodoro estropeada y la factura impagada de una cómoda
del siglo XIX valorada en dos mil euros.
Ramone
volvió a su antiguo empleo de Diseñador de Espacios Exteriores y retomó el
proyecto del Universo Definitivo de Dios, que le está quedando monísimo,
monísimo, monísimo. Baja de vez en cuando a visitar a nuestro héroe para darle
un buen corte de pelo, que falta le hace.
Por
su parte, Dios y el Espíritu Santo siguen en el Cielo contemplando a sus criaturas.
¿Y qué otra cosa iban a hacer, si no? Visitan regularmente a nuestro héroe
porque, bueno, porque se aburren mortalmente.
El
Narrador Omnisciente perdió el manuscrito original de El Testamento Definitivo y
tardó cuatro años en volver a redactarlo de memoria. Esta revisión fue
rechazada por el mismo Dios, alegando que estaba llena de inexactitudes y de
exabruptos del tipo “¡Cojones!” y “¡No te jode!” El Testamento Definitivo
duerme el sueño de los justos en el cajón del Narrador junto a otras obras no
publicadas, como “Cree su propio universo en siete días” y “Manual práctico de
plagas bíblicas”.
Marcia
Hellstrom y el Nuevo Mesías tuvieron una niña a la que llamaron Cristina,
porque Anticrista quedaba feo y los niños se iban a reír de ella. Desde que
aprendió a andar quedan menos gatos en el barrio y sus niñeras no duran en el
puesto más de una noche. Se siente incomprendida por todos. Bueno, por todos
menos por Jean-Claude, que a veces le consiente demasiado.